27/04/2024 11:56

Vivimos en Occidente una época  idónea para  entender que el ser racional llamado hombre, vive deslumbrado por lo que es capaz de inventar y de adelantar en conocimientos técnicos y emplea  poco tiempo  a lo que debería dedicar  muchas horas si fuera un ser verdaderamente inteligente. Es algo que me ha intrigado desde que llegué a la madurez.

Como ser racional,  su obsesión principal debería ser la búsqueda de la razón de las cosas y,  la primera de todas,  por qué y para qué ocupa un espacio en la Creación. Sin embargo la experiencia muestra que es más bien escasa la cantidad de los humanos  preocupados por esa causa. La gran masa humana  prefiere entregarse al disfrute de “todo lo apetecible” y al alcance de la mano, porque se lo ofrece la Naturaleza   o lo han facilitado otros hombres. Así,  su vida transcurre “sin sobresaltos” del alma.

Esta  realidad, que considero innegable, tiene para el ser humano y la peor es dejar que su vida transcurra sin enterarse de casi nada, salvo lo que tenga relación con el dinero y  se puede comprar. La gran masa vive en ese mundo, si bien  como el alma  necesita alimento espiritual,  suple esa necesidad con actividades “emocionales” para satisfacer su ansia de “sentirse bueno”…  Con tal fin,  se afilia a una “ONG benéfica” –¡últimamente brotan por todas partes como los hongos!– las hay para todos los gustos.

Hoy quiero hablar una consecuencia de lo anterior para los católicos: la  relación entre los fieles y los sacerdotes. Tengo motivos para hablar con conocimiento de causa. Primero porque estoy en ese ambiente  desde antes de nacer, pues a mi madre la crió desde niña un sacerdote  y,  segundo, porque me he movido entre militantes católicos y con asesoramiento de los sacerdotes. Es, pues, una experiencia de casi un siglo.

La principal consecuencia sacada es ésta: Los fieles católicos desconocen casi todo sobre sus sacerdotes, -su vida, la dureza de la misma, su soledad, su pobreza, etc.-La segunda es consecuencia de la anterior: ¡no los valoran!, y, por lo tanto, tampoco los defienden.

Me dirán que  es la Jerarquía quien tiene la obligación de resolver sus problemas… No digo que no, pero tenemos deberes como católicos.

La raíz del mal está en la falta de formación de los fieles sobre su propia religión. Es penoso comprobar la casi absoluta ignorancia de los católicos en materia religiosa. La  inmensa mayoría –no es posible dar tantos por ciento pero yo no dudaría en atribuirle el 98%- tiene prendido con alfileres unos pocos conocimientos recibidos al hacer la primera comunión y, luego, jamás en su vida ha abierto un libro de Religión para ampliar sus conocimientos en dogma, moral y culto. Y lo más preocupante es que no se tomen medidas para resolver ese problema. Esto habla muy mal de la inteligencia de los que toman decisiones en la Iglesia al malgastar tiempo y energías en proyectos estériles ignorando lo fundamental, es decir: un proyecto viable  la formación religiosa para los fieles. Pecan de esa tendencia –más bien femenina– de  “preocuparse, esencialmente de las fachadas”.

Me consideraría un triunfador si lograse que mis compatriotas se decidiesen a  pensar un poco en  la importancia  de los sacerdotes para España.  Es necesario entender que  a lo largo de catorce siglos han sido la estructura de nuestra patria como nación, han fundido en un solo pueblo a todas las etnias que han fluido y desembocado en la piel de toro y, luego,  durante medio milenio han hecho lo mismo en América y en Oceanía. Hay un desconocimiento  general sobre la materia.(caso único en el mundo) y sin ese elemento de fusión no tiene explicación España y menos aún la Hispanidad. Por eso me considerado obligado a recordar a mis compatriotas que revisemos nuestra postura frente a los sacerdotes. Pensemos que como ministros consagrados tienen una misión sublime, independientemente de lo que sean personalmente. Son puente que nos facilitan nuestra relación con el Creador,  pero además son padres y maestros.

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Pero la finalidad de este artículo es principalmente invitar a los lectores  a modificar en positivo nuestra relación con nuestros párrocos en varias facetas. La primera y más importante será valorarlos. Un sacerdote no es solo un hombre como uno mismo –o el mejor de nuestros amigos–, es algo más: ¡es un “ungido de Dios”!,  y que, por lo tanto, está a muchos codos sobre nosotros lo laicos. Sería conducta de estúpido ningunearlos o menospreciarlos.

La segunda;  reconocer lo mal pagados que están. No solo en lo económico, sino sobre todo en el afecto de la feligresía. Empezando por el afecto:  Ciertamente, no les falta generalmente algún fiel –nunca excesivos—que le echa una mano pero la mayoría de los parroquianos se limitan al mínimo contacto don su párroco; las que son consecuencia del cumplimento de sus obligaciones: misa dominical, sacramentos principalmente bodas, bautizos y entierros… y poco más debido principalmente a ciertos actos sociales y algún acto preparado con tal fin por la Parroquia. En cuanto a la economía, merecería la pena dedicar un artículo al tema… pero al menos pensemos que son los trabajadores “peor pagados”.

Nunca olvidaré una conversación que oí a un sacerdote hablando un religioso. “Vosotros los religiosos hacéis voto de pobreza …y lo cumplimos los párrocos, que no lo hacemos…”   Algo que tiene mucha gracia pero que se acerca a la realidad. Los religiosos, por supuesto que son pobres, pero no les falta nada… Los párrocos españoles sin duda hacen milagros porque no se entiende que con lo que cobran puedan vivir. Si no me equivoco los sacerdotes cobran menos del “sueldo mínimo” percibido por un jornalero español. Y si no me equivoco un obispo anda igualmente muy cerca del sueldo mínimo…

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Parece mentira que esto no lo sepan los católicos y admitan que nuestros enemigos hablan siempre de los ricos que son los curas y lo bien que viven y comen. Yo he llegado a pensar que algunos párrocos de pueblo pequeño tienen olvidado el sabor de una chuleta o de un buen pescado.

Y pensar que estos hombres,  que  tan poco calor reciben y estas  tan mal pagados dejan que el pueblo viva engañado y los tome por lo que no son. Creo que todos cuantos de un modo u otro contribuimos a crear opinión, si amamos a nuestra Iglesia debemos ayudar a comprender a los sacerdotes y que los fieles entiendan que nuestros párrocos y los sacerdotes en general son el gran don de Dios a la sociedad y en especial a España. Cuando nuestra Patria era dueña de medio mundo tenía las ideas más claras pero estamos a tiempo para rectificar y entender dos cosas: Primera, que sin la Fe católica España morirá, y segunda, que sin sacerdotes nuestra Patria perderá la Fe.

Son  pensamientos que debes “rumiar” durante esta Cuaresma y si puedes, durante una tanda de Ejercicios Espirituales ignacianos –repito “ignacianos”, no me gustan los sustituyentes

 

 

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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