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La figura de Winston Smith es triste, solitaria. Camina entre las calles sin mostrar la más mínima expresión. Se sabe vigilado hasta en su propia casa. Para burlar la vigilancia escribe un diario, a mano, la única opción que tiene si no quiere delatarse. Escribe sobre lo que acaba de ver en el cine. Las imágenes ofrecen al público, niños incluidos, el cruel asesinato de los disidentes, que celebra con gran estrépito.
Durante los «Dos minutos de odio» se muestra a la masa la abyecta imagen de Goldstein, el terrible enemigo del régimen. Su sola imagen basta para enardecer a la masa, que exige su cabeza. Winston se sorprende al comprobar que él también grita. En poco tiempo el público tiene deseos de asesinar, torturar y aplastar caras. Todo el mundo se convierte en asesino, aun contra su voluntad. Solo la imagen del Gran Hermano logra templar al público. Como bálsamo, la masa se tranquiliza con los habituales lemas del régimen. Pero Winston duda. Algunos días cree al Régimen. Otros no. «Abajo el Gran Hermano», escribe en su diario. No es necesario escribir los pensamientos porque incluso el régimen es capaz de descubrir al hereje en su pensamiento. El mero hecho de pensar algo, es descubierto mediante la «Policía del Pensamiento».
Me siento Winston Smith. Se borra el pasado para acomodarlo al nuevo pensamiento, a pesar de que dispongo de libros herejes que aseguran lo contrario. «La alteración del pasado es necesaria por dos motivos, uno de ellos es subsidiario y, por así decirlo, preventivo. Consiste en que los miembros del Partido, al igual que los proletarios, toleran las condiciones presentes solo porque carecen de un patrón de comparación. Es necesario aislarlos del pasado, igual que de los países extranjeros, porque es preciso que crean que viven mejor que sus antepasados y que el nivel de vida está aumentando constantemente. Pero, con diferencia, la razón más importante de ese reajuste del pasado es la necesidad de salvaguardar la infalibilidad del Partido».
Nuestra juventud, que como siempre se tiene por rebelde, no es más que una extensión ridícula del poder. Winston veía a los niños como odiosos. Los veía como «pequeños salvajes ingobernables y sin embargo, eso no producía en ellos ninguna clase de tendencia rebelarse contra la disciplina del Partido. Al contrario, adoraban al Partido y todo lo relacionado con él». Así son nuestros jóvenes.
Me siento Winston, «perdido en un mundo monstruoso». El futuro es inimaginable. Winston escribe su diario «al futuro o al pasado, a una época en la que se pueda pensar libremente, en la que los hombres sean distintos los unos de los otros y no vivan en solitario, a una época en la que la verdad exista y lo que se hace no se pueda deshacer: desde la era del doblepensar, ¡saludos!».
Observo impotente cómo lo que decían los medios de comunicación hace tan solo unas semanas, hoy es negado y olvidado. «Las vacunas inmunizan al 90%», «con la vacunación venceremos al virus». No se podía pensar de otra manera. Hacerlo equivalía a la mofa y desprecio. Hoy vemos que la vacuna no inmuniza pero prácticamente está prohibido decirlo. Al parecer tengo que conformarme con el pensamiento de que la vacuna no me mata. Puedo enfermar, eso sí, pero poquito. «El Partido podía modificar el pasado y decir que tal o cual acontecimiento nunca había sucedido». Pero incluso Winston tiene la certeza de que el pasado había sido modificado. En la actualidad no hace falta. Basta con afirmar lo contrario. No hace falta modificar nada. «Si todos los demás aceptaban la historia que imponía el Partido, si todos los documentos contaban la misma historia, entonces la mentira pasaba a la historia y se convertía en verdad».
«Saber y no saber, ser conscientes de la verdad al decir mentiras elaboradas con sumo cuidado, sostener a la vez dos opiniones que se anulan, aun sabiendo que son contradictorias, y al mismo tiempo creer en las dos, usar la lógica contra la lógica».
La esperanza para Winston radicaba en los proles, que constituían el 85% de la población. «Si quisieran, podrían volar el Partido en pedazos… tarde o temprano se les tendría que ocurrir, ¿no? Y sin embargo…». Y cuando Winston oye un tremendo griterío le da un vuelco al corazón. ¿Ha comenzado la revuelta? Winston se desilusiona al comprobar que el griterío se debe a la lucha de unas proles por conseguir unas cazuelas. «¿Por qué nunca gritaban así por algo que de verdad tuviera importancia?», se pregunta impotente. «Hasta que no sean conscientes, jamás se rebelarán, y no será hasta después de que se rebelen cuando podrán ser conscientes», escribe Winston. «Las telepantallas le machacaban a uno el tímpano día y noche con estadísticas que demostraban que todos tenían más comida, más ropa, mejores casas, mejores entretenimientos, que todos vivían más años, trabajaban menos horas, eran más altos, sanos, fuertes, felices, inteligentes y educados que la gente que vivió hacía cincuenta años. Ni una sola palabra de todo ello se podía demostrar ni refutar». Soy consciente de que el libro de Orwell se puede extrapolar a cualquier época, a cualquier régimen político. Pero en toda mi vida he tenido mayor sensación de similitud que con la actual pandemia. Jamás hemos contemplado tan impasibles la propaganda gubernamental. Es realmente asombroso cómo la masa acepta las mentiras de los gobiernos sin prácticamente mover un dedo. Dudo mucho que haya habido en la historia de la humanidad una era en la que las noticias sobre algo hayan sido tan contradictorias como durante esta pandemia. Pero el problema no radica en la falsedad de las noticias. El problema real es la calma con que la población las acepta. Si hace unos meses los gobiernos y los medios de comunicación que controlan nos aseguraban que las vacunas nos iban a inmunizar al 95%, después al 70%, al 50%… para después aceptar que no inmuniza pero reduce la transmisión… Y aún hoy día los medios de comunicación cuando se refieren a los vacunados siguen llamándolos «inmunizados», mentira esta que debería quedar como una gran infamia. «El pasado no solo cambiaba, sino que cambiaba continuamente. Lo que más lo afectaba con aquella sensación de pesadilla era que no acababa de entender por qué se llevaba a cabo aquel enorme fraude… Al final, el Partido anunciaría que dos más dos eran cinco, y tendrías que creértelo… El Partido decretaba que tenías que negar las pruebas que veías y oías. Era su orden más esencial y definitiva. A Winston se le hundió el ánimo al pensar en el enorme poder que podría desplegarse contra él, en la facilidad con la que cualquier intelectual del Partido podría ganarlo en una discusión, con unos argumentos tan sutiles que él sería incapaz de entenderlos mucho menos de rebatirlos. ¡Y sin embargo, tenía razón! Ellos estaban equivocados y él tenía razón».
Hay una figura en «1984» arquetípica de todos los regímenes, que es Parsons, el vecino de Winston. Es una figura ridícula, entusiasta desmedido del régimen. Parsons tiene dos hijos odiosos que se dedican a espiar sin disimulo. El mismo Parsons se enorgullece de contar las travesuras de sus críos. «¿Sabes lo que hizo mi hija pequeña el sábado cuando su tropa se marchó de excursión? Consiguió que otras dos niñas la acompañaran, se apartaron del grupo de paseo y se pasaron toda la tarde siguiendo a un desconocido. Lo siguieron durante más de dos horas por el bosque y después lo entregaron a una patrulla… ¿Qué crees que la hizo sospechar al principio? Vio que llevaba unos zapatos raros… Bastante espabilada para ser una chavala de solo siete años, ¿verdad?». Parsons resulta ser el típico idiota que celebra una subida de la ración de chocolate después de ser reducida poco antes. Al final el mismo idiota de Parsons es denunciado por su propia hija.
Winston Smith es finalmente detenido. La «Teoría y práctica del colectivismo oligárquico», que le fue entregada como anzuelo, le conduce directamente a la detención. El tendero que le proporciona objetos antiguos, es también un delator. Y aquí entramos ya directamente en lo importante, que es hacer creer a la gente que 2 + 2 = 5. «La libertad consiste en poder decir que dos y dos son cuatro», escribe Winston en su diario. Cuando le alzan una mano con el pulgar oculto y cuatro dedos extendidos, se le pregunta a Winston cuántos dedos ve: «Cuatro», responde. «¿Y si el partido dijera que no son cuatro sino cinco… cuántos habría?». Winston vuelve a responder que cuatro. Tras torturarle Winston tiene que admitir que ve cinco dedos. Para el torturador no es suficiente. Sabe que Winston miente. «¿Qué quieres que haga?», ¿Cómo quieres que no vea lo que tengo delante de la cara? Dos y dos son cuatro». «A veces, Winston. En ocasiones, son cinco. O las dos cosas al mismo tiempo». Nueva tortura para Winston, que ya no sabe qué contestar: «Creo que hay cuatro. Vería, cinco, si pudiera. Me esfuerzo por ver cinco». «¿Qué prefieres: convencerme de que ves cinco o verlos de verdad?». «Verlos de verdad», contesta Winston.
Nuestro «2+2=5» son las vacunas. Si donde se decía que las vacunas inmunizan, para comprobar meses después, que no es verdad, el «Partido» intenta hacerme creer que estoy equivocado. En el mundo de Winston Smith el pasado era modificado. El milagro de nuestra era es que ya no es necesario modificar ese pasado. La memoria de la masa es tan débil que basta con ofrecer una realidad totalmente opuesta. Nunca una sociedad ha estado tan expuesta a las consignas, teniendo toda la información en la palma de nuestra mano. Hay una línea oficial, la verdadera, que puede ser cambiante, eso no importa. Después están los herejes, que intentan demostrar que la teoría oficial es errónea. No hay ni un solo periodista de las llamadas televisiones generalistas que sea contrario, o si quiera ponga en duda, la eficacia de las vacunas. Todos responden a un patrón perfectamente dirigido. La duda es la herejía. Para reforzar más la versión oficial, las televisiones ofrecen herejes a la masa que son verdaderos locos. Los científicos contrarios son ignorados.
Me siento Winston en un mundo cada día más dirigido. Siento que debo obedecer a pesar de que me hago preguntas cuya respuesta solo puedo encontrar en la Resistencia. Ni siquiera la Resistencia es necesaria. Con aplicar el sentido común es suficiente. Pero reconforta ser consciente de que no soy el único que ve que dos más dos son cuatro. Es pavoroso comprobar el frenopático en el que nos hemos convertido. Bajo la amenaza de la muerte la sociedad acepta aberraciones inimaginables. Ya se están aplicando castigos a los desobedientes. Y me temo que esto es solo el principio. «No destruimos al hereje porque se nos resiste: mientras se nos resista, nunca lo destruiremos. Nosotros lo convertimos, conquistamos su mente, le damos nueva forma».
«El Progreso tecnológico se permite solo cuando sus productos pueden aplicarse de algún modo a disminuir la libertad humana». Los medios de comunicación se han convertido en los «Dos minutos de odio» diarios, con la diferencia de que ya no son solo dos minutos simbólicos. La cuestión no es la evidente propaganda en que se han convertido los medios. Toda la disidencia se ha convertido en «fascismo» o en ridículos personajes que la plebe rechaza de inmediato. En la actualidad no está permitido pensar. Incluso aunque uno sea consciente de que ayer escuchó o leyó un dato que hoy es el contrario. El miedo a la muerte planea sobre nuestras conciencias. Es preferible sucumbir al pensamiento único si uno quiere sobrevivir.
Nosotros mismos nos hemos puesto la soga al cuello. Nosotros mismos hemos aceptado el control al llevar siempre aparatos en los que dejamos toda clase de huellas. Ya no hace falta controlar físicamente a las personas. Portamos en el bolsillo al Gran Hermano. Nos han engañado poniendo caramelos en nuestros aparatos pero el fin mismo es el control absoluto. Ya estamos viendo cuál es la utilidad de estos aparatos. Sirven para la vigilancia y para presentar un pasaporte que te permite beber una cerveza. La nueva tecnología es una inmensa red de pesca. Lo más desolador es que nuestra sociedad ya no tiene capacidad de defenderse. Estamos siendo atacados desde dentro. No tenemos soldados que nos defiendan porque a nadie le interesa defender nada. Hemos sido derrotados absolutamente.
Hay que elegir entre la libertad y la felicidad y «para la gran mayoría de la humanidad la felicidad era la mejor elección». «¿Qué se puede hacer contra el lunático que es más inteligente que tú, que escucha tus argumentos para luego seguir manteniéndose en ese estado de locura?», se pregunta Winston. Finalmente, Winston sucumbe: «¡Qué fácil era todo! Únicamente había que rendirse y todo lo demás venía solo».
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