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En el encuentro que tuve con el Dr. Pifarré hace unos meses en el que abordamos la cuestión de la Inteligencia Artificial y la Inteligencia Humana, le propuse la posibilidad de tratar sobre Nietzsche, puesto que el Dr. Pifarré ha escrito algunos libros sobre este nefando filósofo, analizándolo desde la óptica social, religiosa y artística, o sobre su “concepto de la vida” tema de su tesis doctoral, y como otros autores, sostiene que Nietzsche es desgraciadamente uno de los filósofos más influyentes en el S. XX, y en el XXI, en la sociedad occidental, y que después de Platón, es el que ha vendido más libros.
¿Cuáles serían algunas de estas importantes influencias?
Nietzsche como uno de esos oscuros profetas demoníacos, anuncia el nihilismo que imperará en Europa, en forma de ateísmo, relativismo, hedonismo, etc. Y esto comportará el que se retorne a una sociedad pagana de la existencia según la concebían los antiguos griegos de acuerdo con sus mitologías paganas.
Pero el término nihilismo, del latín nihil, significa “nada”. ¿Y cómo se puede traducir en la práctica una ideología que conduce a la nada?
Pues se traduce en negar la posibilidad de cualquier conocimiento objetivo y trascendente y cualquier principio moral, religioso o social. Es decir, el vacío y la nada absoluta, que no deja de suscitar una especie de vértigo existencial, especialmente en la juventud.
Pero por desgracia, Nietzsche parece que acertaba de forma notable, pues observamos la amplia extensión del nihilismo y sus derivados en muchos ciudadanos de la sociedad actual.
Uno de los factores de su concepción nihilista procede esencialmente de su interpretación sobre la naturaleza humana, y en concreto sobre su concepto de la desigualdad del ser humano. De tal concepción se apoyaran en su arquitectura filosófica los temas del “superhombre”, el “eterno retorno, la recuperación de la mitología pagana, el sentido dionisíaco de la existencia, la “transvaloración de los valores, etc., y por supuesto, su radical división entre los hombres superiores y los hombres inferiores.
Sobre la desigualdad humana usted ha publicado el libro “Nietzsche: La injusticia de la Igualdad”…
El título ya casi lo dice todo. Y es que Nietzsche rechaza de plano que los seres humanos tengan la misma igualdad, el mismo rango o los mismos derechos. Tal como lo plantea es indudable que levanta ampollas especialmente en la sociedad actual, en laque la “igualdad” es una tema de lo más sensible y proporciona todo un semillero de polémicas en varias direcciones, especialmente en los medios de comunicación, en la política y en la enseñanza.
¿Y por qué Nietzsche parte del presupuesto de que los seres humanos no somos iguales?
Pues basado en su materialismo empirista deduce que hay seres humanos más inteligentes, más dominadores, con más coraje, con mayor sensibilidad artística, mayor capacidad para los goces, etc. Pero lo trágico es que esa desigualdad procede de la imperante voluntad de poder de un universo constituido por fuerzas y energías físicas y biológicas que las expanden y las vierten en la naturaleza. La vida en su totalidad como voluntad de poder es la fuente originaria y sustentadora de esta inmensidad de fuerzas emergentes. Y en esta emergencia de fuerzas unos seres las poseen con sobreabundancia y otros con escasez. Al respecto Nietzsche dirá en el af. 682 de su obra “La Voluntad de Poder”: “La vida como la forma de ser conocida por nosotros, es específicamente una forma de acumular fuerzas, pues todos los procesos de la vida tienen en ello su palanca”.
O sea, que según él la vida se autorealiza y desarrolla por sí misma mediante la expansión de sus propias y cósmicas energías.
La vida acumula un colosal torbellino de fuerzas y energías físicas cuyo contenido más genuino es lo que denomina “voluntad de poder”, pilar esencial de su filosofía, y cuyo atributo más propio es la de ser un “instinto de crecimiento”. De ahí que el afán más primario y radical de la vida (como expresión de esta voluntad de poder) es el de “querer” de forma insaciable, incrementar constantemente una mayor cantidad de fuerzas. De este modo puede intensificar su poder y su imperativo dominio sobre la realidad de los fenómenos particulares, a través del acontecer temporal: La vida es para mí instinto de crecimiento, de acumulación de fuerzas, de incremento de poder, dice en la obra antes anunciada.
¿Y de esta constante expansión surgen los diferentes seres orgánicos e inorgánicos?
Efectivamente, de tal expansión cósmica se origina la diversidad específica de las realidades orgánicas.
¿Entonces, la realidad de los seres vivos se constituirá de modo distinto?
Se constituyen de modo distinto, porque cada especie, con sus propias operaciones orgánicas, es un reflejo fragmentario del universo.
¿Y por qué identifica la vida como voluntad de poder?
Porque la “Voluntad de Poder” es la esencia misma de la vida, la voluntad de la vida es pura voluntad de poder, de hacer, de dominar, de imperar…. Nietzsche piensa que una de las tareas que tiene encomendadas por el destino, es la de transmitirnos la secreta realidad de que la vida no es una simple voluntad de vida, como decía Schopenhauer, sino que es voluntad de superación, de incremento de poder que mueve y acciona todo lo real. El solitario ermitaño Zaratrustra, el iluminado visionario ideado por Nietzsche, ante la pregunta de qué es la vida, nos dirá con su acostumbrado énfasis: “Solo donde hay vida hay también voluntad, pero no voluntad de vida, –sino como lo enseño yo– ¡voluntad de poder!
Pero esta concepción de la voluntad como fundamento de la vida, contrasta con el principio racional de la filosofía clásica a lo largo de la historia.
Ante tu pregunta, me tengo que extender un poco para aclarar tal cuestión. Según la metafísica realista de cuño aristotélico-tomista, se concibe a la voluntad, no como un impulso azaroso e indeterminado de fuerzas, sino como una facultad del sujeto racional, y merced a la luz que le proporciona la razón, puede de forma consciente dirigir sus actos volitivos hacia la realidad práctica, de acuerdo con sus capacidades naturales y cognitivas. Y esto es así, porque el acto de conocer, merced a la posesión en su mente de los objetos conocidos, entiende de forma intencional el significado de las cosas materiales del mundo físico.
Mediante el concurso de la luz de la inteligencia, la voluntad delibera las distintas alternativas que la realidad le ofrece, para decidir libremente lo que el sujeto considere más idóneo según las diversas circunstancias. Por eso, en la ética tomista, se atribuye a la inteligencia humana, la función rectora y primordial, y la voluntad la función posterior y resolutiva. Una distinción formal e inteligible que, debido a su intrínseca unidad, no implica ninguna escisión ni separación del pensamiento humano ni de la voluntad (como pensaba Descartes). Desde la perspectiva de su funcionalidad ontológica, tanto la razón como la voluntad, están íntimamente interaccionados y simultáneamente presentes en la realización de las operaciones libres de cada sujeto humano.
Por lo que ha expuesto queda patente que la concepción de Nietzsche es radicalmente distinta.
Y lo es, porque la interpretación de Nietzsche respecto de la voluntad, es que no es una facultad inscrita en el interior del sujeto y regida por el intelecto, sino que la voluntad (Wille) se constituye como el impulso de fuerzas individuales de las energías cósmicas que laten en el trasfondo del universo.
Pero una voluntad que tiene prioridad sobre la razón no podrá evitar el ser una voluntad irracional e indeterminada.
Pero como es la voluntad la que rige los acontecimientos se reviste (al modo de la sustancia de Spinoza) de los atributos propios de la sustancia eterna, con lo que no cabe ni admite la supuesta rivalidad de ningún ser superior a ella misma. Inteligencia y voluntad son dos realidades de distinto rango, en cuanto la inteligencia ha emergido instintivamente en el transcurso del tiempo por medio de la actividad arbitraria y espontánea de voluntad.
Lo que me parece entender es que en la filosofía nietzscheana el conocimiento es secundario y está subordinado a los designios de la voluntad.
Esto supone dar un giro de llave a la tradicional filosofía occidental sustentada por el principio de la razón. El conocimiento racional (en Schopenahuer y en Nietzsche) queda subordinado a la voluntad, y, en consecuencia, debe servir a sus imperativos. La voluntad cósmica de poder al quererse a sí misma quiere aumentar e incrementar su poder, viéndose impelida a expansionarse en un “crescendo” constante. Por tanto, su deber insoslayable es el de aumentar sus fuerzas, con el fin de acrecentar y fortalecer la trama de la vida que se proyecta en todas las dimensiones de la realidad. Pero ni Schopenhauer ni Nietzsche, son conscientes que dar prioridad a la voluntad eclipsa al conocimiento y debilita a la razón.
Entonces supongo que cualquier realidad del orden que sea que se interponga a la expansión imperativa de la voluntad será despreciada por Nietzsche.
En esta línea que apuntas, Nietzsche sostiene que el mayor obstáculo o interferencia para la expansión de la vida superior procede de las morales tradicionales, cuyos postulados sobre la humildad, el perdón, la misericordia, la pobreza, etc., han adormecido y domesticado los naturales impulsos instintivos de la vida, prolongando con ello, la bimilenaria decadencia de este “animal enfermo” que es el hombre occidental.
¿Y a quien acusará con mayor énfasis el entorpecer la expansión de la voluntad de poder?
De acuerdo con sus aforismos y en distintas obras, acusará al cristianismo como el mayor culpable y el mayor impedimento de la voluntad de poder y el más importante valladar de la desigualdad humana, una desigualdad que es la mayor injusticia que pueda darse. En El Anticristo desvela que el principio cristiano de que los seres humanos somos iguales ante nuestro Padre Dios, es lo que ha generado el rencor y el resentimiento de la plebe contra los hombres superiores.
Parece que hay otras teorías que precedieron a Nietzsche y que también rechazan el defender a los seres más débiles y desiguales de la sociedad…
Nietzsche acusará a Platón con sus teorías sobre el mundo celeste regido por la Idea del Bien, como uno de los incitantes de la trascendencia cristiana garante de la igualdad. También a Rousseau al fomentar el ignominioso principio del sufragio universal que parte de que todos los hombres son iguales y tienen los mismos derechos, y lanzará duras diatribas contra el socialismo al interpretar que su ideología es un parásito degradado de los ideales cristianos. Y es que el filósofo alemán considera que la admisión de la igualdad humana ha debilitado y empobrecido la vida como voluntad de poder, poniendo trabas a su natural expansión para ser más, para desarrollar sus ilimitadas posibilidades cósmicas.
Al introducirnos en la cuestión de la desigualdad humana en Nietzsche, es inevitable que surja la conocida diferencia de los seres superiores respecto de los seres inferiores.
Esta radical diferencia, no solo de grado, sino de naturaleza, es el motor que justifican sus teorías sobre el superhombre y la transvaloración de los valores. Tanto es así, que el “bien” (Gut), solo es aplicable a las vidas fuertes y superiores, y el “mal” (Schlecht) es lo aplicable a las vidas débiles y fracasadas.
Es así que surge una especia de moral o antimoral que invierte el sentido clásico de lo bueno y lo malo.
Es una vertiente moral en la que la moral de los señores (Herren), que es la propia de los seres superiores, arrogantes, soberbios, dominadores, de fuerte y vigorosa vitalidad, y la moral de los esclavos (Sklave) , que es la propia de los seres inferiores, de los incapaces y miserables, una moral regida por la desconfianza y recelo por la vida, que se atrinchera en unos «antivalores» para establecer los decadentes sentimientos de la compasión, el temor, la humildad, el sentimiento de culpa, la resignación, el perdón… etc., semillas que han germinado en forma de resentimiento y de envidia ante lo superior. Nietzsche ensalzará el poder de los seres superiores, depositarios de una mayor vitalidad, de una mayor inteligencia, más sensibles y fuertes, más creativos, valientes, lo que justifica su dominio e imposición sobre los más débiles e infradotados.
Con lo cual la división entre los hombres superiores y los inferiores es algo irremediable por su fatal destinación.
Antes exponía que las magnitudes de fuerzas y energías, no se expanden por el universo de forma armónica y homogénea (Gleichartig,) sino que se proyectan por el espacio siguiendo los impulsos de sus dinamismos de forma desigual y heterogénea (Ungleichartig). Ésta «heterogeneidad», como manifestación de la voluntad de poder, se traduce en que unos individuos sean superiores a otros sean inferiores, originándose el choque frontal e irremediable entre estos divergentes modos de expresar la existencia. Esa «desigualdad» determinada a priori por la voluntad de poder universal, no está sujeta ni regida por ninguna «ley» o «inteligencia universal» y, debido a ello, los seres superiores, tienen, por las exigencias e imperativa voluntad de la misma naturaleza, más derechos que los seres inferiores
Alguien me hizo notar el paralelismo que existe entre Lutero y Nietzsche, en relación a los persistentes insultos, desprecios, burlas, difamaciones, escarnios que ambos escribieron; Lutero en contra de la Iglesia Católica y Nietzsche en contra del cristianismo y los seres inferiores.
Es un paralelismo muy bien visto. Nietzsche sin concesión a la galería, dedica a los individuos inferiores, los adjetivos más insultantes, humillantes que se hayan pronunciado en la historia de la filosofía (plebe, chusma, malolientes, abyectos, depauperados, decrépitos, resentidos, envidiosos, mezquinos…). Y el motivo fundamental es su valoración de que la “igualdad” entre los seres humanos es uno de los atentados más directos y peligrosos contra la vida superior y contra la insoslayable ordenación jerárquica en el plano social.
¿Pero en realidad en que se fundamenta Nietzsche para desechar la igualdad humana?
A parte de la concepción de fuerzas cósmicas que brevemente he expuesto, Nietzsche arrastrado por su materialismo empírico, considera que es una realidad observable e indiscutible de que en la experiencia real los hombres fuertes, poderosos y vitales son la expresión de la vida ascendente, y los hombres débiles y decrépitos, son la expresión de la vida descendente. Y es que la igualdad, para Nietzsche, es la injusticia más clamorosa, el veneno más mortal. «La doctrina de la igualdad, anota en El Crepúsculo de los Ídolos, pero si no existe veneno más venenoso que ése; pues ella parece ser predicada por la justicia misma, mientras que es el final de la justicia”. Además, esta desigualdad la valora como una ley inamovible de la naturaleza, pues valorar por igual a los débiles y enfermos, con los sanos y los fuertes, implica aceptar una falaz suposición que tergiversa la naturaleza evolutiva de la vida, tal como afirma sin ninguna inhibición, en “La voluntad de Poder”: “Que el degenerado y el enfermo deben tener el mismo valor con el sano o un valor mayor aún, sería oponerse al curso natural de la evolución haciendo de la contra-naturaleza una ley”.
Imagino que no será de su estima el principio de la igualdad de los seres humanos ante Dios.
No vas desencaminado. Para Nietzsche la creencia de la «igualdad ante Dios» ha originado unas nefastas consecuencias para la vida afirmativa de los hombres soberbios y poderosos, capaces de una forma de existencia más plena y gozosa. Uno de los frutos más amargos que han cultivado los predicadores de la igualdad, ha sido el incremento del tipo “hombre de rebaño”, impregnado de resignación y servilismo, dejándose moldear como mansas plebes según los modelos de las morales de la trascendencia. Él se siente llamado por el destino para llevar a cabo la irrenunciable tarea de restaurar el sentido propio de la vida, mostrando la falsedad de la igualdad de las almas ante Dios, cuyo objeto es alimentar los sentimientos viles de la plebe. Estas inclinaciones o tendencias rebañescas, son para Nietzsche un obstáculo para salir de la existencia decrépita en la que están sumergidas las masas.
En el celebrado ensayo escrito por Vd. “El Sentimiento de culpa en Nietzsche y Freud” aparecen varios fragmentos en los que Nietzsche ataca duramente a los teólogos del catolicismo.
Les dedica exacerbadas acusaciones porque considera que los teólogos con sus conceptos de culpa y pecado y sus consecuentes castigos divinos, han envenenado la prístina inocencia de la vida y del devenir, y de todo el conjunto de la cultura, el arte, la historia, las costumbres sociales… pues para él no hay adversarios más radicales que los teólogos, los cuales, con el concepto de orden moral del mundo, continúan infectando la inocencia del devenir.
Parece que algunos filósofos precedieron a Nietzsche sobre este modelo del pensamiento contra la igualdad
Podríamos remontarnos al filósofo presocrático Heráclito, en una de sus máximas más conocidas «El conflicto es el padre de todas las cosas, el rey de todas las cosas. A unos ha hecho dioses y, a otros hombres, a unos ha hecho esclavos y a otros libres». También podemos referirnos al sofista Trasímaco, protagonista en La República de Platón, defendiendo la doctrina del derecho de los más fuertes. Pero al revés de lo que sostiene Nietzsche– afirmará que la igualdad no surge por necesidad de la naturaleza, sino por las «artimañas» que los más fuertes han ideado para someter a los más débiles. Pero es Calicles, el personaje que aparece en el Gorgias, de Platón, el que presenta más similitudes con Nietzsche, pues dice que las leyes han sido establecidas por los débiles para evitar ser aplastados por los más fuertes, por aquellos que están capacitados para tener más, y al igual que Nietzsche, afirma que las leyes de la polis que protegen a los seres inferiores son contrarias a la naturaleza, “Creo que la justicia natural consiste en que el mejor tenga autoridad sobre los hombres de menor capacidad y posea más que ellos»1.
Los aforismos de Nietzsche tienen fama de ser muy agresivos y exacerbados, especialmente al referirse a la moral cristiana y a la religión en general.
En sus últimas publicaciones se pone de relieve la progresiva patología neurológica de Nietzsche. En su obra El Anticristo, rememora la expresión bíblica referida sobre la destrucción del Templo, para decir con grave solemnidad que sus páginas provocarán el derrumbamiento de la cultura y la moral del occidente cristiano; hasta no quedar piedra sobre piedra. Y que como viejo artillero, posee el mayor de los cañones cuyos disparos partirán en dos la historia… “Con este libro puede comprobarse con sorpresa mi grado de heterodoxia que, de hecho, no deja piedra sobre piedra”
Esto que ha comentado tendrá relación directa con su “teoría de la transvaloración de los valores”
El término de transvaloración lo siente tan suyo, que desearía verlo esculpido en unas nuevas tablas de piedra que sustituyeran las viejas tablas de piedra de Moisés. Con el término de “transvaloración”, se refiere a los nuevos valores que deben disolver a las envejecidas categorías de la moral, dando un «giro axiológico», una “vuelta de tuerca” a los valores inspirados en el cristianismo.
Y que me dice del hecho de que el mismo dijera de sí mismo: “Yo soy dinamita, más bien que hombre”.
Es una de sus inclinaciones de motejarse con tonos apocalípticos. Nos dirá, entre otras cosas, que la peligrosidad de sus revelaciones sobre el «superhombre», la «transvaloración de los valores», el reconocimiento de los hombres superiores o la teoría del «eterno retorno», partirá a la humanidad y la historia mediante la dinamita explosiva de sus aforismos, en dos abismales mitades. Esta honda fractura cambiará la cuenta y el curso del tiempo, el sentido del arte. Y él mismo hasta se lo cree “Tengo la fuerza suficiente para cambiar la cuenta del tiempo. Y respecto a considerarse como un ser explosivo en sus escritos, le dice a su amigo Paul Deussen: “No hay nada que esté ahora en pie y que no caiga. Yo soy dinamita más bien que persona”, y a su secretario Köselitz le notifica la publicación de su última obra: “El Ecce Homo hasta tal punto excede la noción de «literatura» que, en realidad, no podría encontrarse un precedente ni en la misma naturaleza: literalmente «parte» en dos la historia de la humanidad, el máximo superlativo de «dinamita”.
Nietzsche es un autor notablemente desconcertante por lo singulares de algunas de sus afirmaciones.
Sin duda es de lo más desconcertante cuando dice que se avergüenza del concepto de verdad, de esa palabra presuntuosa que, según él, debe ser substituida por la contra-verdad, nacida de las venideras corrientes nihilistas y ateas inspiradas en los símbolos paganos, especialmente en el dios Dionisos símbolo de la pasión desenfrenada. “¿La verdad? se pregunta en Ecce Homo ¿Quién sitúa esta palabra en mis labios? Yo la rechazo, yo me avergüenzo de esa orgullosa palabra, no, nosotros no la necesitamos; alcanzaremos la victoria y aun el poder sin el auxilio de la verdad”.
O sea que Nietzsche, si lo interpreto adecuadamente, pretende suplir la moral cristiana por el sentido de los símbolos y los dioses paganos.
Nietzsche sueña en el retorno de un paganismo griego de épocas ya fenecidas pero que volverá a retornar poblada de magníficos ejemplares afirmadores de los instintos (a los que considera como arquetipo de los nuevos hombres del futuro y preanuncio del “superhombre”), desconocedores de la estéril afección de la contrición y el arrepentimiento y sus consecuentes castigos. En Consideraciones Intempestivas anotará: “Los griegos no sabían nada de contrición ni de arrepentimientos”.
Pienso que la admiración de estos dioses y diosas mitológicos está fuera de lugar, si tenemos en cuenta que algunas diosas vivían incestuosamente con sus dioses hermanos, y la mayoría eran sus manejables concubinas.
Sin duda es un modelo de auroras futuras no demasiado reconfortantes. Especialmente en Humano demasiado Humano, muestra el afán de un nuevo mañana, una nueva aurora, en la que parece incubar sus esperanzas y anhelos, en el que surgirá un prodigioso incremento de las fuerzas e instintos vitales, en la que los individuos se impondrán ellos mismos, la «gran tarea», de acuerdo con sus designios, para trazar su propio destino sin necesidad de acudir a foráneas ayudas sobrenaturales o a extrañas presunciones. En Ecce Homo, no se resiste a expresar que ya acaricia el álgido momento que superado y vencido el dominio del espíritu de la plebe, el amanecer de una nueva aurora preludiará triunfalmente la vuelta de Dionisos, el dios pagano, desbordante de embriagadora vida
Aunque la cosa da mucho de sí respecto al rechazo de Nietzsche sobre la igualdad, tendremos que ir resumiendo para no ampliarnos en exceso, y realizar algunas reflexiones sobre lo expuesto.
Quizá lo más oportuno será hacer algunas reflexiones para entender algo mejor las cuestiones expuestas, el de analizar, por ejemplo, el sentido metafísico de los conceptos universales, conceptos que utilizamos frecuentemente en el lenguaje ordinario y coloquial, como “forma” «materia”, “sustancia», «accidente», “acto”, “potencia”, “persona”, “naturaleza”, etc., y que son los que nos facultan para entender y comprender el significado, y la esencia de la multiplicidad de cosas singulares y concretas existentes en nuestro entorno.
Antes ya había apuntado el rechazo de Nietzsche de los conceptos universales.
Debido a su radical empirismo materialista, rechaza la validez de los conceptos universales como fundamentum in re, que los confunde como” la cosa en sí”. En el caso del concepto de “naturaleza humana” su fundamentum in re son la concreta realidad de cada una de las personas. Y partiendo exclusivamente del conocimiento de las realidades singulares percibidas por sus subjetivas impresiones sensoriales, el pensador alemán constata la realidad de que los individuos humanos en su diversidad personal son estrictamente “desiguales”.
Pero es verdad que en los seres humanos se observan unas formas de vivir y de comportarse muy diferenciadas, distintas y desiguales.
Efectivamente, desde la realidad individual de cada persona, es tal como indicas. Pero esta desigualdad individual no se contrapone ni disuelve la esencial naturaleza de los seres humanos, puesto que todos procedemos de la misma y vital fuente divina, y por ello, independientemente de la raza, nivel económico, cultura, sexo, etc., tenemos una radical y estricta igualdad y dignidad. Es así, que no puede existir una superioridad o desigualdad ontológica entre unas personas u otras. Tal concepción sobre la igualdad de naturaleza es admitida por muchas religiones y culturas. De ahí la importancia de distinguir estas dos vertientes para concebir una auténtica igualdad, por un lado la participación en una misma naturaleza de los seres humanos y por otro la diversidad y riqueza antropológica de cada una de las personas.
La incapacidad de Nietzsche para distinguir estas dos vertientes de la igualdad humana, parece que lo atenaza como un “bucle” del que no logra salir.
Me parece acertada tu metáfora del ”bucle”. En lo que respecta a las filosofías materialistas o empiristas que defienden la igualdad humana, al aceptar solamente las realidades que experimentamos a través de los órganos sensitivos, solo dan validez en su conocimiento, a las relaciones y semejanzas puramente físicas dejando en una superficial incógnita las diferencias de los valores interiores de los seres humanos.
Ya se va comprendiendo que limitarse a la simple observación experimental para establecer la simple igualdad humana, es meterse en un callejón de difícil salida.
Si nos limitamos a la pura verificación empírica es indudable, como ya observó Nietzsche -y en esto es difícil contradecirle–, que en la comparación de unas personas con otras personas, se constata el hecho mismo de su diversidad cualitativa, y de su multiforme desigualdad en tantos aspectos a los que antes hemos aludido. Pero no deja de ser desconcertante en las corrientes materialistas del “igualitarismo” progresista, que su desconocimiento del sentido de los conceptos universales les impide establecer adecuadamente la identidad metafísica de la “naturaleza humana”, y por tanto, fundamentar de forma sólida la igualdad y dignidad humana, que por otra parte, la defienden con uñas y dientes.
Pero hay que decir sin ambages que cualquier corriente filosófica de tendencia nihilista o atea, que prescinde de la dimensión metafísica y trascendente de lo real, y solo admite una realidad constreñida en el plano de la particular empírico y material, carece de argumentos para rebatirle al pensador alemán su polémica postura de sustentar la «desigualdad humana», o lo que es lo mismo: su rechazo de la “igualdad.
¿Podría aclarar el significado etimológico del término de “igualdad”?
La “igualdad” (aequalitas) al ser una palabra polisémica puede tener diversos significados más o menos sinónimos si nos referimos al ser humano: conformidad, correspondencia, equivalencia, identidad, constancia, etc. Ya hemos dicho que las diferencias singulares de cada individuo nos convierten en “desiguales”. Por ello hay que estar prestos como antes mencionábamos, el no confundir las dos vertientes del sentido de la “igualdad”: una de ellas, encauza la participación de todas las personas en una misma naturaleza, lo que exige la admisión y valoración de los conceptos metafísicos, y la otra, respeta y comprueba esta singular diversidad o diferencia antropológica de los seres humanos.
Esta dualidad, lejos de menoscabar la justa igual-dad natural, más bien solidifica su significado y su verdadero fundamento. Es la aceptación de que la igualdad y simultáneamente la desigualdad, se refuerzan mutuamente. Las lógicas desigualdades personales, lejos de menoscabar la justa igualdad natural, confiere a ésta su legítimo fundamento y significado.
Por lo que he leído, diría que otra de las incongruencias de Nietzsche, son sus exaltadas y utópicas esperanzas de un futuro más pletórico que superará el presente, y todo ello en el trance de tener que «creerlo», pues nada de ello puede ser demostrado ni verificado.
Es sin duda mucho suponer, que de la pobreza vital de los seres inferiores surgirán unos seres superiores, que de la enfermedad y debilidad surgirá la salud, de que el mediocre y depauperado nivel de los hombres inferiores será superado por el superhombre, y todo ello, deberá suceder en el contexto de una nueva aurora que anuncia un devenir total-mente nihilista. Supongo que todo esto, tiene el aliento de una especie de cortina de humo, cuya mágica ilusión, desvía su posible efectividad de la cual no poseemos la más mínima certeza.
Para afinar algo más sobre el tema de la igualdad, pienso es oportuno traer a colación la cuestión de los test sobre el coeficiente intelectual (CI), en el que durante décadas se han valorado las capacidades lógico-matemáticas, y estas capacidades han sido un referente para cualificar el nivel de inteligencia de las personas, y que de algún modo, directa o indirectamente, se podrían relacionar con la concepción de Nietzsche, sobre la desigualdad humana.
Ya es conocido que estos test del CI, fueron puestos en entredicho por parte de Daniel Goleman uno de los abanderados de la Inteligencia Emocional, y de forma más contundente por parte de Howard Gardner, con su teoría de las Inteligencias Múltiples. Es evidente que hay personas más inteligentes que otras, pero lo que no es tan evidente, es el determinar el motivo, tanto objetivo como subjetivo, de estos diversos grados de inteligencia.
Según Gardner, la inteligencia no es algo unitario e inequívoco, en el que a priori se presupone que unos tienen un superior coeficiente mental que otros. Por tanto, no se debe deducir que las inteligencias matemático-formales sin más, tengan que tener la vitola exclusiva de una superior inteligencia en todas sus dimensiones, con lo cual, la clásica diferenciación en los niveles de inteligencia es más compleja de lo que hasta hace unos años se ha creído.
Gardner habla de inteligencias distintas y marginalmente autónomas. Es decir, uno puede ser más inteligente en cuestiones lógico-matemáticas tal como indica el CI, pero puede haber otras inteligencias con superior capacidad para las cuestiones literarias, musicales, pictóricas, inventivas, jurídicas, en gestionar empresas, o en la posesión de dotes comerciales, o en diseñar proyectos o en cualquiera de las múltiples habilidades manuales, etc.
Es una concepción plural y fragmentaria de la inteligencia, en la que en cierto modo desvanece la neta división nietzscheana entre los hombres superiores considerados más inteligentes y los inferiores considerados menos inteligentes.
Me permito para finalizar una consideración filosófica. Al margen de lo que digan los expertos del CI o de la Inteligencia Múltiple, desde el punto de vista de la especie humana, los individuos son del mismo nivel, por eso los seres humanos son iguales y tienen la misma dignidad en cuanto comparten una misma especie y naturaleza. Las personas no solo valen por su inteligencia, sino también por su voluntad, por sus registros psicológicos, por sus graduaciones afectivas, por su sentido estético, por su sensibilidad artística, por su intuición y por el desarrollo de sus virtudes. No obstante, el igualitarismo craso y uniformador de determinadas ideologías progresistas, es una necedad, pues unos seres humanos son mejores que otros en varios aspectos, pero ninguno es superior en todo. En la convivencia humana, las diferencias pueden ser relativas y parciales, por eso, las personas están en condiciones de prestarse servicios y ayudas mutuas. Como unos sobresalen en ciertas cualidades y otros en otras (aquí se pone de relieve la “inteligencia múltiple”) el servicio puede ser permutable y complementario. Negar los niveles humanos es un error, pero también es un error inventar niveles donde no las hay.
1Platón, Gorgias, O.C. Ed. Aguilar, Madrid 1981, p 387
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Nietzsche era un filósofo enfermo mental que terminó sus días en un hospital psiquiátrico, por muy admirado que sea.
Nietzsche no conocía la Santa Iglesia Católica Apostólica, ni jamás la conoció, por lo tanto, no conoció a Jesucristo Nuestro Señor. Su «educación» se produjo bajo la demoledora influencia subjetivista o relativista del protestantismo, lo que le llevó a juzgar temerariamente al Señor y a sus ministros por las herejías de los reverendos protestantes que a él le hicieron daño. Nietzsche juzgaba, en el Anticristo, según su experiencia exclusivamente protestante. Le ocurrió lo mismo a otros muchos compatriotas suyos alemanes. Por eso el protestantismo ha hecho tantísimo daño a tantísimas almas. Una vez uno cae en sus sectas, la recuperación de esa alma para el Señor es muy complicada, pues el carácter blasfemo de ese culto herético acaba alejando de Dios al que lo padece y al que no sabe distinguir por ignorancia.
No hay «principio cristiano de la igualdad». Afirmar eso es una herejía satánica más de los que no quieren otra fe que la de sus líderes políticos. Jesucristo no cita tal principio en los Evangelios, pero sí enseña las Bienaventuranzas, luego la profunda enfermedad del filósofo queda bien patente, incluso con su desprecio por la Verdad, pues no sabe ni lo que es la vitalidad, ni lo que es la fuerza, ni lo que es la libertad auténticas. El Espíritu Santo, por puño de san Pablo, afirma la ecuanimidad de Dios, bueno con todos y que juzga con la verdad, no con la apariencia (como es común en políticos, filósofos, pensadores, etc.). Dios es justo, pero no igualitarista, concepto puramente político, que no cristiano. Y Dios no hace acepciones con nadie, ni siquiera con los débiles, los afligidos, los enfermos, los pecadores, los excluidos, los marginados, los leprosos, etc., por los que manifiesta, precisamente, su predilección, aunque no excluye en su llamada a los ricos y poderosos, incluso obliga a San Pedro a bautizar al centurión romano Cornelio y su familia, delante de los judíos. Dios llama a su seguimiento y acepta a todos, pero no predica la igualdad, porque Dios no engaña a nadie, los políticos lo hacen sin excepción, pues engañar es precisamente su profesión. El Señor elige, no es elegido. Y eligió a 12 apóstoles, graduando su importancia y haciendo prevalecer a San Pedro sobre los demás. Incluso reprende a la madre de los de Zebedeo su petición para sus dos hijos apóstoles. Es Santísima Voluntad de Dios Nuestro Señor. Dios otorga talentos y carismas según su inescrutable Voluntad, a unos otorga un talento, a otros dos, a otros cinco, y exigirá en función de los dones y gracias otorgadas. Pero ha hecho a cada criatura única e irrepetible, luego la igualdad no existe, ni física, ni mental, ni espiritualmente, por mucho que goce de predicamento entre todo falso profeta de nuestro tiempo, envenenador de almas con su levadura podrida. Curioso que se hable de «negacionismo» por parte de aquellos que niegan esto un día tras otro (¿qué es ciencia, pues, sino un don del Espíritu Santo y no un hechizo de laboratorio falsado al cabo de un tiempo o utilizado políticamente?). El principio de igualdad es puramente político, luego de engaño y mentira, está recogido en la Constitución de los USA de 1776, por ejemplo, bajo la falacia de que «todos los individuos son creados iguales», no precisamente progresista. Es un principio de la masonería y del liberal conservadurismo, que más de un siglo después el marxismo hizo suyo al final del siglo XIX. Por tanto, será un principio del conservadurismo noble, aristocrático de ricos «progresista», pero no cristiano, por mucho que se mienta escribiendo lo contrario. Acusar al Cristianismo, a Jesucristo y sus fieles de tal engaño es propio de demonios, que ya no solo de herejes. Lo que no tolera un católico verdadero, un cristiano fiel verdadero, es el privilegio, la exclusividad mesiánico político judía farisea, la arbitrariedad político mundana de ningún sanedrín o parlamento metido a «dios» que decide sobre cuestiones que solo atañen a Dios, pues el Reino de los Cielos ha sido abierto para todos los que se esfuercen en conocer y amar a Dios y guarden su Palabra y sus mandamientos, no solo a los judíos, como pretendían los propios judíos hipócritas y fariseos, no pocos metidos en la Santa Iglesia Católica de hoy para hacer una Iglesia exclusivista en virtud de su hipocresía y pretenciosidad. Nuestro mismo Señor Jesucristo, que enseñó las Bienaventuranzas, demostró la fuerte desigualdad existente entre los bienaventurados y los judíos hipócritas y fariseos, a los que lanzó siete maldiciones y condenó a la gehenna de fuego con Mt 23, 33.
La voluntad de poder es lo que guió a Lucifer a revelarse contra Dios, es mera pretensión ególatra, algo propio y extendido entre los políticos y sus vasallos comprados como prostitutas. Y nadie es más fuerte que Dios, que se hizo débil y pobre para enaltecer a los pobres y débiles. Los católicos rezamos según nos enseñó el Todopoderoso: «Hágase Tu Voluntad, en la tierra, como en el Cielo», es decir, pretendemos conformarnos a la Santísima Voluntad de Dios Nuestro Señor, no a la nuestra, aceptando incluso el dolor y el sufrimiento, la cruz, algo que el limitado cerebro enfermo (por ateo) de Nietzsche y sus idólatras seguidores con sus «fuerzas cósmicas», como el de casi la totalidad de filósofos, en la estrechez de su inmadura alma, no pudo jamás comprender, como los judíos eran incapaces de aceptar la Verdad ante sus ojos. Incluso Jesucristo dio ejemplo en Getsemaní: «Pero no se haga mi voluntad, Padre, sino la tuya«. El Señor cumple los designios de su Santísima Voluntad por medio de sus elegidos, los santos, instrumento de su santísimo proceder y de su revelación. Y, curiosamente, suele exigir a los santos y santas la renuncia, incluso a su propia voluntad. ¿Quién como Dios? ¿Los filósofos?
Nietzsche no se daba cuenta de que con el «superhombre» no estaba haciendo otra cosa que describir precisamente al hombre católico en camino de santidad, al verdadero cristiano, al que no se resigna ni se rinde, al que no se desespera ante ninguna adversidad, siquiera el martirio, al que no rinde culto a ningún otro ídolo o amo que no sea Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, al que persevera y tiene la mente y el alma puesta en la eternidad, no en la fugacidad juvenil o adulta de un mundo que pasa. Pero esto no podía comprenderlo Nietzsche. Nietzsche describe, sin querer ni saber, al que hace algo bueno en la vida porque es instrumento de Dios, tal vez inútil las más de las veces, pero instrumento por el que Dios obra todo el bien de la humanidad desde Adán y Eva hasta hoy sin excepción, aunque otros ególatras se lo atribuyan con mentiras y engaños, descalificando al «superhombre» santo.
La misericordia, la humildad, la compasión, el perdón, la caridad, especialmente con los pobres, niños, débiles, ancianos y enfermos, es exigencia de Dios Todopoderoso, encarnado en Jesucristo Nuestro Señor, a toda criatura que quiera obtener misericordia, compasión y perdón, especialmente ante su Justo Juicio. Son, por supuesto, fundamento no solo de la vida espiritual, sino de toda prosperidad material sobre la tierra. De hecho, no hay prosperidad alguna sin contar con Dios. Así ha sido siempre y será mientras exista el mundo. La barbarie inmisericorde, instintiva, animal, con su voluntad de poder en todo continente no evangelizado ha dado los frutos que ha dado a la vista de todo el que quiera saber. Y lo de la «vida evolutiva» quizá sea una buena explicación de esa estirpe de la serpiente erguida que está por Santísima Voluntad de Dios enemistada con la de la mujer como nos enseña el Génesis. Es muy apropiado afirmar que el demonio no es más que el chimpancé que trata de imitar a Dios. Al menos así lo describe un santo reciente. Evidentemente Nietzsche desprecia la curación de paralíticos, de leprosos, de ciegos, de sordos, de endemoniados, de enfermos de todo tipo, como un acto de «debilidad», no de fortaleza verdadera. Incluso en su obra descalifica la crucifixión de Jesucristo, eso sí, olvidando comentar su victoria sobre el último enemigo, la muerte, con su Gloriosa Resurrección. Lo extraño es que tantísimos millones de personas enfermas en el mundo, creyéndose fuertes, privilegiadas e inmortales (es decir, con desprecio de su efímera juventud y fuerza, probablemente dañadas por el abuso de todo tipo de drogas o de influencia de sectas malignas) con una pretenciosidad suicida, consideren que este enfermo mental decimonónico protestante es su guía e ídolo intelectual, demostrando que están mucho más peligrosamente enfermos de lo que se creen, que son mucho más débiles, enclenques, miserables y degenerados de lo que piensan. Y lo malo es que no pocos alcanzan el poder por esa sumisión a satanás descrita en la tercera tentación del demonio a Cristo en el desierto según Evangelio de San Mateo.
Por supuesto que la inteligencia es un don del Espíritu Santo, no una etiqueta de funcionarios de la filosofía con su CI y con sus cada vez más extravagantes «teorías» sobre la «inteligencia». Enseña más Dios a uno de sus santos en una revelación que lo que pueden aprender las mentes más «privilegiadas» en toda una vida de estéril investigación. Léase al respecto, por ejemplo, Imitación de Cristo de Kempis, que solo ha tenido más de 5000 ediciones en los últimos cinco siglos y que ha sido referente de muchos santos y santas.
Todos estos argumentos de «fuerzas cósmicas» demuestran también la demoníaca posesión de este pensador protestante que terminó sus días en una celda de manicomio. La enfermedad mental no tiene otra raíz que la pretensión de vivir sin Dios, por los propios «méritos», fuerzas, voluntad, «vitalidad» y «esfuerzos», la pretensión de ser sarmientos sin la vid verdadera. Si la gente pensase humildemente en Dios tan siquiera media hora al día, se vaciaban todas las clínicas mentales. Pero la soberbia es poderosa y los que no quieren que se sepa la Verdad también, como su amo el demonio.