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El ser humano, creado por libérrimo amor de Dios, a su imagen y semejanza, reside en este mundo como “ciudadano del cielo” (Fil. 3) y como en la antesala de esa bienaventuranza eterna a la que está llamado si cumple los preceptos del orden divino, como correspondencia agradecida a los favores inmensos derrochados por el Creador.

Esa gloria celeste, la ha de merecer con su humilde postura de adoración reverente y aceptación de los designios sagrados de su bondadísimo hacedor.

 Redimido el humano de la culpa original y exento de esa lacra que rompió las relaciones del hombre con su Dios, nos quedan tres estados de posible esclavismo, si la creatura, racional y por tanto libre (que le hace ser consciente y responsable de sus actos), no usa bien de esa libertad, atentando contra esos principios de justicia debida a Dios, al prójimo y a sí mismo, frustra el normal desarrollo de esa singladura hacia su realización como plenamente humano y caerá en la infelicidad por rebelión contra esos planes tan justos como inaplazablemente sapientísimos y exigitivos.

 La primera esclavitud a la que puede verse sometido sin su culpa, es la de la tiranía política que le niega todo derecho natural y divino-positivo, incluyendo el derecho a la existencia, convirtiéndole en pieza anónima de una máquina estatal de producción comercial al servicio del tirano.

Es el caso del comunismo marxista, que encierra al individuo impersonal, en la jaula prisión del gulag ruso inhumano y en los telones de acero de la impotencia de vivir su proyecto de realización intransferible de misión familiar, social, religiosa y cultural, trascendente a la eternidad dichosa de hijo adoptivo de Dios; fin último de su privilegiado nacimiento selectivo entre otros posibles existentes.

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 A este género de materialismo inhumano, habría que decirle: “No solo de pan vive el hombre” (Mat. 4).

La segunda esclavitud es la que puede padecer haciéndose víctima de sí mismo, al usar su libertad para caer en la degeneración de los vicios por una conducta atea, perdiendo amigos, familia, salud, dinero, trabajo y convertido en escoria, piltrafa humana, llegando incluso al suicidio por frustración del ser, en el camino irracional autodestructivo. El colmo de la desidia de la estupidez humana.

A estos, habría que decirles que la razón está por encima del sentimiento, y el orden, por encima del desborde del hedonismo.

La tercera esclavitud está en el camino opuesto al comunismo marxista: el liberalismo endiosador de una libertad sin Dios, en la que queda condenado a caminar desconociendo el sendero conducente a ese fin último sobrenatural y trascendente. Su libertinaje, le llevará a su soledad anímica, insipidez vital e inútil refugio en los placeres sensoriales de corto plazo.

No es vivir; se trata de sobrevivir, incluyendo toda clase de mentiras e inmoralidades, desoyendo los imperativos de la conciencia y la sabiduría de su magnífico destino en el Reino de Cristo, para el Reino Celestial.

A este ignorante libertino, que idolatra si figura, se le da un barco sin brújula ni timón. Ahí están estas barbaries de las últimas guerrillas urbanas, en nombre pretextado de derechos de libre expresión..

El vandalismo se convierte en expresión de su frustración e infelicidad e unas vidas sin rumbo, que acaban en la delincuencia y desenfrenos satánicos, hijos del odio y de la envidia.

A estos habría que decirles: “La Verdad os hará Libres” (Jn. 8).

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Y ante el 40 aniversario del mal llamado “Golpe de Estado”, se me ocurre desear otro Tejero, hombre de honor, para asustar a estas chusmas anárquicas por la ausencia de la Autoridad que falta en la España actual.

 ¡Qué vergüenza!

Autor

Padre Calvo