22/11/2024 02:47
Getting your Trinity Audio player ready...

Su llamado a «Un nuevo orden mundial» podría devenir en un «Des-orden mundial» de proporciones cataclísmicas.

Más conocido por su activismo político de izquierda, el papa Francisco es, sin lugar a dudas, el pontífice más controversial de la historia reciente. Este papa no sabe una «papa» de medio ambiente, de economía, de gobierno, de política de inmigración o de capitalismo. Pero es un hombre con la audacia de los ignorantes que usan su poder para hablar de todo. Y con harta frecuencia, cuando hablan, «meten la pata».
Su última incursión en la tierra movediza de la política ha sido un llamado a la creación de un nuevo orden mundial. En una reciente entrevista con el periodista Domenico Agasso, el papa abogó por la creación de un nuevo orden mundial basado en dogmas e ideales de izquierda. Según el pontífice, la nueva realidad creada por la pandemia del coronavirus abre la posibilidad de imponer un socialismo basado en solidaridad y en la lucha contra la pobreza.
Esta declaración no debe de causar sorpresa a quienes hayamos seguido la trayectoria del papa Francisco. Desde su ascensión al trono de San Pedro, este papa mostró una marcada aversión hacia la doctrina del capitalismo. En el primer documento de su pontificado, «Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium», Francisco manifestó:»Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común».
Por otra parte, en el curso de la entrevista con Agasso, el papa agregó que las políticas de izquierda designadas a combatir el «cambio climático» deberían ser la columna central del nuevo orden que él quiere crear. En total sintonía con Anthony Fauci y Joe Biden, Francisco dijo: «El mundo nunca será el mismo de nuevo. Pero es precisamente dentro de esta calamidad  que debemos identificar los elementos que habrán de convertirse en la piedra angular de la reconstrucción».
Desde luego, el activismo izquierdista de Jorge Bergoglio no es nada nuevo. Tiene orígenes tan antiguos como su formación de joven seminarista en la América Latina de la década de 1960. La enseñanza de la teología en aquellos seminarios hacía énfasis en la asistencia a los sectores más necesitados de la sociedad. Una labor digna de admiración y en concordancia con las enseñanzas de Cristo. Por desgracia, aquel apostolado compasivo fue aprovechado por movimientos de izquierda materialista para captar a muchos jóvenes seminaristas. Todo indica que Bergoglio fue uno de ellos. Asimismo, ese fue el caso del movimiento de la Teología de la Liberación iniciado por el sacerdote peruano de etnia kechua por línea materna Gustavo Gutiérrez Merino, de la Orden de los Predicadores.
Esa formación de izquierda radical de Bergoglio lo llevó a enfrentarse a la política de populismo nacionalista y capitalista del Presidente Donald Trump. Sobre todo en lo concerniente a la inmigración. Cuando el entonces candidato Trump anunció en 2016 que construiría una cerca para poner fin a la inmigración ilegal, el papa no pudo contener su ira y hablo como un activista de la izquierda y no como un pontífice. Entonces dijo: «Aquellos que construyen muros se convierten en sus prisioneros. Una persona que piense únicamente en construir muros, dondequiera que sea, y no construya puentes, no es cristiana. Este no es el evangelio.»
Y no contento con este ataque al primer mandatario de la nación más poderosa de la Tierra, Francisco agregó: «Ya tuvimos un muro, el de Berlín, que trajo muchos sufrimientos y dolores de cabeza. Pero parece que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra». No caben dudas de que el antagonismo del papa hacia Trump no está motivado por diferencias en cuestiones de fe religiosa o por discrepancias en principios morales sino por el fanatismo ideológico del pontífice. Este papa, como muchos militantes de la izquierda, padece del Trump derangement syndrome (síndrome de trastorno mental).
En un sentido similar, la postura del pontífice sobre la crisis venezolana ha desatado algunas críticas dentro de la iglesia. Recientemente el padre jesuita José Virtuoso, rector de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, dijo a una radio local que «quisiéramos de parte del papa una postura mucho más contundente, mucho más clara». Al mismo tiempo, resulta incomprensible que numerosas democracias hayan arropado la legitimidad de Juan Guaidó mientras Francisco se resiste a apoyarlo. Y no solo por su identificación con la doctrina social del chavismo, sino por un equivalente rechazo al veneno del capitalismo.
Francisco abrazó a Cristina Kirchner con una elocuencia inversamente proporcional a la audiencia gélida que le concedió al presidente Macri. La diferencia de trato a sus compatriotas tanto explica el rechazo al auge liberal de los Gobiernos de América Latina como presupone la tutela implícita al régimen de Maduro.
Con total tranquilidad y sin temor a caer en la exageración, se podría decir que Francisco es el hombre de las mil caras. En un discurso ante los embajadores acreditados ante la Santa Sede, el 19 de enero de 2018, Francisco subrayó que «la Santa Sede no busca interferir en la vida de los Estados, sino que su pretensión no es otra que la de ser un observador atento y sensible de las problemáticas que afectan a la humanidad, con el sincero y humilde deseo de ponerse al servicio del bien de todo ser humano». Como Pilatos, Francisco se «lava las manos»; pero yo le contesto con José Martí: «Ver en calma un crimen es cometerlo». Quienes tienen mayor poder para impedirlo, tienen mayor culpabilidad en permitirlo.
La misma duplicidad se hace evidente en las fotos de sus visitas a Cuba y cuando recibió a Nicolás Maduro en El Vaticano en las que despliega una sonrisa de «oreja a oreja». En marcado contraste, en la foto con Donald Trump y su familia, tomada durante la visita del Presidente a El Vaticano, muestra un semblante de burro enfurecido. Un ingrato que no toma en cuenta que la mayor parte de los gastos de la Santa Sede son financiados por los feligreses americanos.
Pero la conducta de Francisco que más hiere mi sensibilidad como cubano fue la de servir de «celestina» al régimen dictatorial y terrorista de Raúl Castro. Francisco, el primer papa de América Latina, obtuvo el reconocimiento tanto del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como del de Cuba, Raúl Castro, para ayudar a restablecer las relaciones entre los países vecinos.
En julio de 2015, mientras el pueblo de Cuba pasaba hambre y sufría represión,  los dos países reabrían sus embajadas en La Habana y Washington. Y con motivo de la muerte de Fidel Castro, el papa Francisco también expresó su pésame a Raúl Castro y a la familia del fallecido por medio de un telegrama. Y en un gesto inusual para el Vaticano, firmó el mensaje, en señal de su estima personal.
Los acontecimientos y conductas que les he narrado demuestran a cabalidad que Francisco está empecinado en llevar a cabo no sólo la transformación de su iglesia, que en realidad la necesita y en cuyo ámbito estarían justificadas sus acciones, sino en la transformación del mundo en asuntos seculares, que trae consigo un alto riesgo político para El Vaticano. Su llamado a «Un nuevo orden mundial» podría devenir en un «Des-orden mundial» de proporciones cataclísmicas.

Autor

REDACCIÓN