17/05/2024 14:54
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Se atropellan acontecimientos de todo tipo en lo religioso, lo económico, lo gubernativo y lo social, que no  puede tener otra causa que la descristianización aniquiladora del orden divino, con todas sus consecuencias anárquicas que el mundo sufre, en lo colectivo y en lo individual.

Hemos visto el entierro de un papa emérito, como si se hubiese tratado de un papa reinante, con un elogio inmerecido por parte del reinante Francisco; de un emérito que habiendo recibido una formación en lo filosófico y en lo teológico digna de la mejor Escolástica, denunció antes de su pontificado, lo que no corrigió cuando llegó al Papado.

“Tiró la toalla” como un vulgar funcionario eclesiástico, que pidió la “jubilación anticipada”.

Sería interminable la historia de sus contradicciones doctrinales y cobardías, que no merecieron los bombos que los medios de comunicación le dieron.

Como esto merecería un tratado doctrinal inapropiado de un breve artículo, pongo lo atención en otro dislate de Bergoglio en su visita a Canadá el pasado julio  del 24 al 30, para ir a pedir disculpas por la cooperación de la Iglesia Católica en la creación de internados para indígenas, tildada de “catastrófica”, alegando la asimilación forzada que habría destruido sus culturas; que habrían inspirado entre los nativos un sentimiento de inferioridad despojándoles de su identidad cultural y espiritual, cortando sus raíces y “promoviendo –dijo- las culturas indígenas con caminos espirituales específicos que incluyan sus costumbres y procesos educativos”.

Con estas declaraciones, mancha ensombrece la gloriosa epopeya de las misiones católicas y denigra el trabajo heroico de tantos santos misioneros que aceptan sufrir grandes privaciones por su sed de almas, en el  modelo tradicional de las misiones católicas, vivido desde los comienzos de la Iglesia y que conoció una gran expansión desde el siglo XVI hasta el hundimiento posterior al Vaticano II, los misioneros tuvieron como motivo objetivo la salvación de las almas y en su ministerio, ayudar al verdadero progreso social y humanístico, en esa integración de lo humano en lo divino.

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En el caso de Canadá (ahí vemos a Francisco disfrazado de indio emplumado, en lugar de la mitra, besando la mano de un indio también emplumado), podemos considerar a uno de sus primeros mártires, el jesuita San Isaac Jogues, que en el siglo XVII evangelizando a los indios hurones, encarcelado durante trece meses, él y sus compañeros, fueron llevados de pueblo en pueblo para ser torturados y a presenciar la muerte de sus indios conversos, arrancándoles las uñas y royeron las puntas de sus dedos hasta el hueso; fueron golpeados y atados en una cabaña; los niños se divertían arrojándoles brasas sobre sus cuerpos.

Inesperadamente logró escapar y entre los holandeses, regresó a Francia, llevando las marcas de sus sufrimientos.

El Papa Urbano VIII le concedió licencia para celebrar misa con  sus dedos raídos, cortados o quemados.

Un mártir de Cristo, no podía privarse de beber la sangre de Cristo.

El Padre Jogues podría haber muerto tranquilamente en su dulce tierra natal, pero represó a sus queridas misiones canadienses, y fue martirizado de un golpe de hacha.

Este ejemplo de verdadera y única cultura divina y humana, no  figuró en el mensaje de Bergoglio a los indígenas, por poner uno de los miles de ejemplos heroicos de la evangelización católica.

El viaje del Papa Francisco a Canadá, sirvió para promover una narrativa subversiva, favorecedora del  resentimiento y la denigración del  pasado.

La Iglesia se humilla ante sus enemigos.

Otra forma de… “hacer el indio”…

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