12/05/2024 08:02
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Tras cuatro décadas de laborioso trabajo, sin prisa, pero sin pausa, el partido ultraizquierdista PSOE, por demás una organización históricamente criminal, ha coronado con éxito su alevoso y premeditado proceso subversivo del orden constitucional de 1978. Y es que para el partido de extrema izquierda PSOE, dicho orden no ha sido nunca nada más que el puente hacia su sempiterno objetivo: la imposición de una dictadura socialista (y comunista y separatista, sus dos aliados seculares). Lo mismo intentó con la II República a la que subvirtió hasta destruirla por considerarla también sólo mero trampolín hacia la imposición en España de una dictadura entonces sovietizante. Pedro Sánchez sólo es la pieza elegida para ocupar el puesto de dictador de tal dictadura, protagonizando el golpe de Estado institucional imprescindible para culminar dicho proceso subversivo. Todo lo ocurrido ha sido de manual.

Pero a ello ha contribuido, consciente y voluntariamente la mayoría de las veces, otras por mera estupidez, el Partido Popular, pieza clave del plan del partido de ultraizquierda PSOE, sin cuya asistencia nunca habría podido coronarlo con éxito. Y es que el Partido Popular ha sido siempre su mamporrero, consolidando lo por él subvertido, vulnerando la Constitución las mismas veces y en los mismos aspectos y términos, y encargándose de que la parte sana del pueblo español que existía haya dejado de existir convertida en una masa informe capaz de tragar carros y carretas con tal de seguir… disponiendo de un hueco en el sistema, también en la dictadura socialista a la cual contribuye ya aportándole la cara “democrática” que le es imprescindible conforme a los tiempos. Así, la Constitución, cuyos evidentes defectos eran el germen de su propia destrucción, ha terminado por quedar en evidencia, el estado de Derecho destruido, la separación de poderes eliminada –ya desde que el socialista Alfonso Guerra anunció la muerte de Montesquieu en 1985, sin oposición del PP– y España, como Patria y nación, a un tris de su desmembración definitiva, y de ser además por ello pasto de sus enemigos externos. La situación, aunque muchos aún no lo quieran admitir, y se la pretenda maquillar, es gravísima y límite.

Pero la Constitución, por muy defectuosa que es, sigue siendo la única y absoluta legalidad y legitimidad; a ella hay que agarrarse. En su Título Preliminar, que es su base, su pilar y su raíz, del cual cuelga todo lo demás, y por ello es superior a todos los siguientes títulos y artículos, establece la soberanía popular. A su vez, en ese mismo Título está el Art. 8º que encomienda a las FFAA la misión de “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Es pues, el pueblo español soberano quien directamente encarga a las FFAA, o sea, a los militares, dichas misiones. No lo hace al rey, ni al presidente del Gobierno, ni al ministro de Defensa, no, sino directamente a las FFAA, a los militares, cuyo jefe es el JEMAD, asistido por los demás jefes de Estado Mayor. Y ello es lógico y normal, pues las FFAA son el “pueblo en armas”, es decir, los depositarios de la fuerza, la última ratio del pueblo español en su derecho y obligación legítima de defender su soberanía, independencia, integridad territorial y ordenamiento constitucional, y aún con las armas; de no hacerlo así sucumbiría. ¿Y contra quién? Su soberanía e independencia contra enemigos externos. Su integridad territorial contra externos o internos. Su ordenamiento constitucional contra los internos. Y es que España tiene enemigos externos, como también internos, sean éstos que trabajen para aquéllos, en cuyo caso se denominan traidores, sea que lo hagan sólo en su propio beneficio. Nuestra historia demuestra que han sido más y peores los enemigos internos que los externos. De ahí acontecimientos que se han repetido en triste sucesión, porque o no hemos sabido aprender de ellos o forman parte de algún mal congénito que no logramos o no queremos extirpar.

En previsión de que tal amenaza de parte de posibles enemigos internos volviera a producirse es por lo que, según el extinto Múgica Hergoz, persona nada sospechosa, y ya me entienden, preguntado en sesión parlamentaria por la razón y sentido del Art. 8º, dijo:

“…su misión (de las Fuerzas Armadas), muy por encima de las opiniones en litigio, no puede ser ajena a los problemas de la comunidad objeto de la política de más alto nivel, que mantiene la esencia de la Patria y garantiza la supervivencia del Estado. Esta doctrina militar…. Se identifica con el artículo 1º de la Constitución, que dice: “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que manan todos los poderes del Estado”…

La triple misión que el texto constitucional confiere al Ejército de Tierra, a la Armada y al Ejército del Aire constituye el límite de la paciencia y del combate por la razón cuando la terquedad, el fanatismo o la ignorancia de la realidad que tengan presuntos adversarios obligue al mantenimiento de nuestra comunidad si pugnaran aquellos por la fuerza de su supervivencia”.

Así pues, cuando los enemigos internos, es decir, cuando el rey, que juró, como su padre, y como él ha perjurado, no sólo cumplir, sino aún más hacer cumplir la Constitución, no lo hace. Cuando los dirigentes políticos, empezando por los del partido ultraizquierdista PSOE, con la connivencia de los del PP, la vulneran hasta límites insospechados. Cuando el estado de Derecho ha muerto por la inexistencia de la separación de poderes. Cuando la Justicia prevarica abiertamente, siendo la norma en vez de la excepción. Cuando se implementa el enfrentamiento entre los españoles. Cuando el actual Gobierno consolida una dictadura tras un golpe de Estado institucional habiendo copado previamente todas las instituciones poniéndolas a su solo servicio, en evidente fraude de ley. Cuando se pone la unidad e integridad territorial de España en manos de sus enemigos secesionistas, la legítima y obligada defensa de todo lo que se ha destruido y de lo poco que queda por destruir justifica la última ratio, la cual, además, ampara, e incluso ordena y obliga, la propia Constitución. No sería la primera vez, aunque debería ser la última. Por ella, un Gobierno provisional de concentración nacional –excluidos de él los enemigos internos-, debería abrir un periodo constituyente real para enmendar los defectos de la Constitución, asegurando a España la unidad, paz, justicia y prosperidad que se merece y anhelamos. En otros países se ha hecho así cuando el caso, similar al nuestro actual, lo ha requerido. Francia va por su 5ª República; los EEUU llevan 27 enmiendas; Alemania 60 modificaciones constitucionales; y no seguimos pues la lista es larga. ¿Por qué España no?

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