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El día 26 de Julio está dedicado a los abuelos, coincidiendo con la festividad de S. Joaquín y Sta. Ana, abuelos a su vez de Ntro. Señor Jesucristo. No me parece mal esta idea, como tampoco me parece mal que se celebren congresos para mejorar la situación de este colectivo, que cada vez va a más y está adquiriendo una mayor relevancia; aún con todo me parece insuficiente lo que se ha hecho y se está haciendo a favor de estas personas honorables, que gracias a su trabajo, honestidad y sacrificio, fue trasmitido un legado espiritual y material que no hemos sabido reconocer convenientemente. No digo yo que los ancianos en general se encuentren hoy en peores condiciones que los de ayer, pero esto no quita para que sigamos sintiéndonos profundamente insatisfechos.
Hay sobradas razones para poder seguir hablando del mal trato dispensado a este colectivo o cuando menos existe una falta de reconocimiento por su excelente labor, no ya solo en el pasado sino en el tiempo actual, pues gracias a ellos muchas familias están sobreviviendo a las crisis económicas y de otro tipo. Los abuelos están haciendo de colchón y paño de lágrimas ante tanta desgracia que nos azota despiadadamente. Son ellos también los que en su gran mayoría se han hecho cargo de los críos pequeños, para que sus respectivos padres puedan trabajar y sacar adelante la complicada situación familiar. ¿Qué abuelos hay hoy en día que no hayan arrimado el hombro en este sentido? Ya sabemos, ellos nunca van a fallar, pero si un día se decidieran a hacer huelga generalizada, los países como España quedarían paralizados, creando más de un problema social y poniendo en jaque al gobierno de turno.
Si para algo debiera servir la conmemoración de este día de los abuelos, que hoy celebramos, es precisamente para que los organismos competentes tomaran conciencia de que es urgente mejorar el trato dispensado a este colectivo, que se ve en la necesidad de hacer frente a unas situaciones graves de salud, de economía y sobre todo de desamparo afectivo y de soledad. El abandono en que viven muchos de los ancianos es una lacra político-social que es necesario corregir. Las pocas e insuficientes atenciones que en este orden de cosas se les dispensa, están llegando por parte de los voluntariados y de las ONG. Es evidente que a los abuelos y a las abuelas ya no se les respeta, ni se les honra, ni se les venera, ni viven rodeados de cariño como antes, cuando en la familia tradicional eran tenidos como patriarcas, ahora no, ahora en cambio son tenidos como trastos viejos, que entorpecen el ritmo cotidiano de la vida familiar. Las exigencias de los tiempos modernos, con sus prisas y pérdida del arraigo familiar, están obligando a los abuelos a desligarse del entorno familiar, para pasar sus últimos días en una residencia entre personas extrañas. Consciente de esta realidad, no hace mucho tiempo que el papa Francisco pronunciaba estas sentidas palabras: «Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos”.
No deja de ser acertado ese juicio, según el cual, “el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato dispensado a sus mayores y yo añadiría que también es un signo indicativo de la calidad de los gobiernos y demás organismos internacionales competentes, como puede ser la Organización Mundial de la Salud. No se trata ya solo de lograr la longevidad de las personas, sino que hay que procurar que no se pierda calidad de vida a medida que se van cumpliendo años. En este sentido es poco lo que se está haciendo. Seguimos inmersos en la cultura del descarte, sin que los gobiernos hagan gran cosa por poner fin a esta dolorosa situación. Hay aversión por todo lo antiguo y se detesta ser viejo. Lo que hoy se lleva es ser joven y productivo y si no es así, ya no tienes cabida en esta sociedad que nosotros mismos hemos prefabricado. Los viejos han quedado encorsetados en unos estereotipos, que son tan injustos como falsos. Hemos decidido por decreto ley, que llegada cierta edad debían jubilarse porque ya no servían para nada. Este prejuicio unido a tantos otros, ha hecho que en un jubilado no acertemos a ver más que un edificio en ruinas. Los gobiernos deberían ser conscientes de esta realidad, sintiéndose obligados a emprender las acciones políticas que fueran necesarias a favor de las personas mayores, pero la realidad es que unos y otros solo se acuerdan de ellos a la hora de votar.
Cuando esta situación de abandono se produce, la persona afectada comienza a sentir el vacío a su alrededor, siente la marginación en el entorno social e incluso se ve desplazado dentro de su propio hogar y lo peor del caso es que estos falsos prejuicios sobre la vejez, tan generalizados en la población, han llegado a ser aceptados y creídos por los propios interesados, con lo cual se ha producido automáticamente un notable descenso en su personal autoestima, llegando a pensar que cuando se llega a determinada edad uno ya no es nadie y no vale para nada. Así de simple es la cuestión y no más complicada debiera ser la solución, siempre y cuando hubiera auténtica voluntad política de acabar con esta situación tan dramática.
Desde hace tiempo se viene hablando del “envejecimiento activo”, que para mí supone la clave de esta embarazosa realidad. Hay que crear un nuevo paradigma, en el que se muestre con nitidez que todas las personas pueden resultar útiles, independientemente de la edad que se tenga. Es verdad que con los años se va perdiendo vigor, agilidad y fuerza, pero como bien dijera Baltasar Gracián, se va ganando en sabiduría, prudencia y buen juicio. Sería imperdonable no saber aprovechar las virtualidades inherentes a las personas de edad, que tanto podrían contribuir al bienestar general, por cuya razón su incorporación a la vida social es una urgencia que debiera ser bien recibida por todos y de forma especial por los componentes de la clase política. Estamos necesitando un mundo de todos y para todos, en el que también los viejos tengan sus espacios propios. Hacen falta iniciativas políticas encaminadas a promover el “envejecimiento activo”, que permita a las personas mayores seguir desarrollándose plenamente, de acuerdo con sus posibilidades y preferencias; hará falta también imaginación para estimular a personas que tienen como su principal enemigo la pasividad y la desgana.
En cualquier caso las personas mayores han de ser las primeras en romper con la idea de que la jubilación es el final de la inter-relación social. Cuando unas puertas se cierran hay otras que se abren y en todo momento podemos encontrar en el amor que damos y que recibimos, la razón de un hermoso proyecto. Nunca es tarde para comprometerse en una nueva aventura. Este es el reto esperanzado que tenemos por delante las personas mayores. Mientras estemos vivos “el todavía” existe para nosotros.
La vejez, en palabras de Nietzsche, puede ser el momento justo para poder vivir la vida de manera más plena y consciente. Queda mucho por hacer después de haber vivido muchos años. Nadie puede saber si el día más hermoso está aún por llegar. Quien ha vivido luchando no puede rendirse al final, ha de continuar siendo fiel a sí mismo y éste será su triunfo. Mario Benedetti nos dejo estas hermosas palabras para que las tuviéramos en cuenta: “No te rindas, por favor, no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento”
La madura senectud es tiempo de permanecer activo, ya que cuando se nos van acabando los límites del mundo exterior aparece ante nuestra mirada el mundo interior, que nos ofrece nuevas oportunidades, que cada cual ha de saber interpretar según su personal condición. Es en esto precisamente, en la profundización interior, donde se encuentra la tarea más auténtica de la tercera edad. Encontrarnos con nosotros mismos es el mejor camino para poder vivir activa e intensamente.
¿Quién lo duda? La superación en cualquier orden de la vida ha de seguir siendo un reto mientras nos sintamos vivos, por eso la madura senectud merece la pena ser vivida y si nos adentramos en los horizontes de la trascendencia, mucho más.
Autor
- Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, habiendo obtenido la máxima calificación de “Sobresaliente cum laude”. Catedrático de esta misma asignatura, actualmente jubilado. Ha simultaneado la docencia con trabajos de investigación, fruto de los cuales han sido la publicación de varios libros y numerosos artículos. Sigue comprometido con el mundo de la cultura a través de la publicación de sus escritos e impartiendo conferencias en foros de interés cultural, como puede ser el Ateneo de Madrid. Su próxima obra en la que lleva trabajando bastante tiempo será “El Humanismo cristiano en el contexto de una Antropología General".
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