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El domingo pasado, 18 de septiembre, hablaba con un amigo de un trabajo que escribí hace un tiempo sobre el sistema electoral español. Le plantee la necesidad de cambiarlo y de cómo hacerlo para lograr hacer del Congreso de los Diputados una verdadera cámara depositaria de la soberanía nacional, no una asamblea en la que frecuentemente se negocian cuestiones territoriales a cambio de unos votos circunstanciales. También hablamos de que para las cuestiones territoriales debería estar el Senado, una segunda cámara que actualmente está objetivamente vacía de contenido.
Creo en la necesidad de abordar ese cambio, necesario para regenerar la dañada vida política española, mejorar la imperfecta representatividad política actual y para darle al voto de cada español el valor que se merece. Pero no por ello dejo de pensar que nuestro sistema político tiene un vicio de fondo: no es un sistema verdaderamente democrático. Nuestro sistema es, como mucho, uno de “gobierno representativo”, eso sí los representantes son designados mediante elecciones democráticas, más o menos, cada cuatro años. Ese instante, en el que metemos el sobre en la urna, es el único momento en el que podemos disfrutar, en todo ese tiempo, de hacer valer democráticamente nuestra opinión y ejercer el control (ex post) sobre los políticos. Después los controles brillan por su ausencia, las posibilidades de elevar propuestas y que sean simplemente leídas, ya no digo consideradas o debatidas, es muy remota. El control de los grupos parlamentarios por parte de unos partidos escasamente democráticos es férreo. Una vez constituida una mayoría, sea por el procedimiento que sea, su palabra será ley, aunque haya una opinión generalizada en contra. Los “representantes” deciden sobre la vida y milagros de todo el mundo durante cuatro años prácticamente sin control, no hay consultas populares, no hay referéndums vinculantes y, por si fuera poco, caben muchas dudas de los contrapesos del poder judicial.
En resumidas cuentas, es el sistema entero el que necesita un repaso. Pero, por si se considerara que no es el momento adecuado, o que la tarea fuera demasiado ardua y voluminosa, me decidí a abordar el trabajo al que me he referido al principio, con la finalidad de buscar una solución transitoria que diera un aspecto algo más sano a lo tenemos.
Pero al contrario que el genial Umbral, yo no he venido a escribir de mi libro, así que vamos a la cuestión de hoy, que está relacionado con los comentarios que me hizo mi amigo cuando le expuse algunos de los cambios que yo creía necesarios en el sistema electoral español. En resumidas cuentas, el opinaba que mi propuesta podría reducir en exceso el número de partidos representados en el Congreso y que, por lo tanto, podría dejar fuera de la cámara baja a partidos de ámbito nacional que, habiendo alcanzado una cantidad de votos ciertamente considerable, se quedaran sin diputado alguno por efecto de la barrera electoral, entre otras causas.
Por otra parte, en su opinión no era tan importante el cambio que yo planteaba, como lograr saber cuáles son las demandas insatisfechas que anidan en la bolsa del abstencionismo. Cuestión que afecta a partidos viejos, grandes, nuevos y pequeños, pero especialmente a los dos últimos grupos, por su evidente necesidad de crecer y por su aparente facilidad para adaptar su discurso a las expectativas de los abstencionistas.
Estábamos hablando de cosas diferentes, yo planteaba en el estudio un cambio profundo del sistema electoral actual y él hablaba de cómo dar mayor visibilidad y posibilidades a partidos o coaliciones que quedaban fuera del Congreso, a pesar de haber reunido un número de votos considerable. Pero no eran posiciones muy alejadas, más bien podían ser complementarias, todo es cuestión de trabajar con las barreras electorales, el tamaño de las circunscripciones y el número mínimo de escaños asignado a cada circunscripción. Se trata de hacer los equilibrios necesarios para lograr que las cámaras de Las Cortes cumplan su verdadera finalidad y se acabe el permanente chantaje separatista y localista a los sucesivos ejecutivos nacionales.
Volviendo al abstencionismo, consideraba él que los partidos políticos no habían dedicado los recursos necesarios para realizar un estudio sociológico que les aportara las ideas necesarias para atraer, al menos, a una parte de esa bolsa de abstencionistas, a la parte relativamente más próxima a sus planteamientos fundamentales. El haber abordado esa investigación, por parte de los partidos de ámbito nacional, podía haber cambiado la representación de algunos de ellos, sobre todo de los nuevos, pero también de los medianos que la han tenido siempre una representación por debajo de sus posibilidades y de los pequeños algunos de los cuales nunca han tenido representación en el Congreso y si la han logrado ha sido insignificante. No obstante, según los números que barajé en mi estudio, un partido que no superara los 120.000 votos a nivel nacional, incluidos los que rascara de la bolsa de la abstención, difícilmente podría optar a escaño, ni siquiera en las condiciones más favorables de barrera y circunscripción electoral y, por supuesto, sin que otro partido atraiga a parte de sus votantes, como le ha pasado a FE y de las JONS muy posiblemente con VOX.
Claro que un estudio sociológico serio sobre las demandas que anidan en la bolsa del abstencionismo no es barato, solo está al alcance de los partidos más beneficiados por las subvenciones estatales. Para el resto les queda acudir a las muy escasas investigaciones académicas, muchas de ellas desfasadas temporalmente, o a realizar sus propios sondeos y estudios para lo que normalmente ni están preparados, ni disponen de tiempo y fondos.
Que yo sepa solo hubo un político que, quizás llevado por su formación científico-técnica, mando hacer una investigación sobre el tema. Fue Alejo Vidal-Quadras, responsable del PP en Cataluña haya por los años 90. Mediante los resultados de ese estudio, previo a las elecciones nacionales de 1996, averiguó qué era lo que podía movilizar a esos potenciales votantes del PP que estaban en el abstencionismo. Como resultado el PP creció en Cataluña como nunca lo había hecho y como no lo ha vuelto a hacer. Después Alejo desapareció de la escena política del PP, Aznar entrego su cabeza al Pujol del 3 % en bandeja de plata, porque el dirigente del PP catalán estaba empezando a ser un alfil, en lugar de ser un peón en un tablero que se estaba siendo dominado por los nacionalistas que, por cierto, tenían agarrado a Aznar por donde más le dolía.
Pero una vez que se conocen las demandas de los abstencionistas, qué hay que hacer para que, sin renunciar a los principios de un partido, se logre atraer a los potenciales votantes que están en el abstencionismo. Hay que quitarse la venda de los ojos, flexibilizar las posturas rígidas del aparato político del partido y atreverse a lanzar un programa que las recoja. Eso es lo que hizo el PP de Cataluña en 1996 y es lo que deberían hacer todos los partidos, si quieren mejorar sus resultados y reducir la creciente abstención. Pero lo deben hacer sobre todo los nuevos y los pequeños partidos si quieren sobrevivir y darse a conocer como una opción política más.
En otras ocasiones he llamado la atención sobre la creciente y peligrosa distancia que se observa entre la ciudadanía y los políticos. Como ya mencionaba entonces, los motivos de esa desafección son muchos y graves, y algunas de las consecuencias, sin entrar en las más contundentes, son el voto en blanco y la abstención. El voto en blanco no lo considero una postura antisistema, más bien estimo que es la consecuencia de una reflexión que lleva al votante a negar su apoyo a las opciones políticas presentadas. Pero el acto de no ir a votar, de abstenerse, puede ser motivado bien porque simplemente no quieran salir de casa, por pasotismo o por un acto de castigo a los políticos y/o al sistema. Todas opciones denotan, no obstante, un importante distanciamiento entre los ciudadanos y unos representantes políticos incapaces de motivar a buena parte del electorado.
Que es bueno y conveniente que los partidos políticos trabajen por hacer descender el voto en blanco y la abstención está claro. El problema es que o no se han dado cuenta del filón de votos que se pierden, o quizás es que les da absolutamente igual porque no ven peligrar el sistema, ni su posición en él.
Lo del filón es evidente teniendo en cuenta, por ejemplo, que en las elecciones del 10 N de 2019 la suma de los votos en blanco y la abstención suponían 12.710.891, un 34,67 %.
Ciudadanos con derecho a votar……………36.893.976
Ejercieron el voto…………………………..24.507.715….66,23 %
Voto en blanco ………………………………..217.227……0,9 %
Abstención …………………………………12.493.664
…33,77 %
Pero parece que a los partidos les importa realmente poco esta situación. Antes de las elecciones todos hacen campaña para que la gente acuda a votar, sobre todo los que esperan verse afectados por una significativa abstención, en unos casos son los partidos de izquierda y en otros los de la derecha. Es igual, después de pasado el trago y con su parte del pastel conseguida, se vuelven a olvidar de preguntarse por las demandas que anidan en la bolsa de la abstención. Ya tienen otros cuatro años de sillón asegurados, hasta que se vuelvan a poner de los nervios con la dichosa abstención.
Pero no deberían dormirse en los laureles porque, si algún día ganasen la abstención y el voto en blanco en España, aunque no pasara nada desde el punto de vista legal, sí habría un serio problema de legitimidad democrática y para ello solo queda un 15,33 %. Deberían tener muy en cuenta la necesidad de averiguar por qué la gente no ha ido a votar o ha votado en blanco. Porque si ha sido porque no reconoce el sistema, para algunos expertos eso podría suponer el colapso de éste por falta de legitimidad y podríamos llegar a estar en el inicio de una revuelta. Sin embargo para los que ponen la legalidad por encima de la legitimidad, solo sería la evidencia de una inmensa decepción por lo público y de la desconfianza en la clase política, pero no se hundiría el sistema porque siempre habrá alguien que vaya a votar y, por lo tanto, los representantes se pueden mantener legal y tranquilamente en sus puestos. La pregunta es: ¿hasta cuándo se mantendrían en esa situación de precaria legitimidad?
Los partidos políticos deberían invertir en investigar las demandas que están en las mentes de los abstencionistas y de los votantes en blanco. Lo deberían hacer en su propio beneficio y porque de esa manera podrían trabajar por una política que conectara más con las verdaderas necesidades y requerimientos del pueblo. Deberían hacerlo como lo hace un buen empresario, que sabe reconocer los cuatro tipos de potenciales clientes que hay: los que aceptan el producto que ofrece, los escépticos, los indiferentes y los opositores. Los indiferentes y, en todo caso, los escépticos, que en política vienen siendo los abstencionistas, son los más difíciles de tratar y es a ellos a los que dedicará sus esfuerzos para sacarlos de la indiferencia y convencerlos de que compren su producto. Los políticos de hoy ni invierten en conocer los motivos de la abstención, ni se preocupan de sacarlos de la indiferencia o el escepticismo más allá de la semana anterior a la votación. Tarde, como siempre.
Más allá de todo lo dicho hasta aquí, algunos expertos dicen que la abstención no es un fracaso del sistema, que se trata solo de un fracaso de los políticos, los partidos y los medios de comunicación. No estoy muy de acuerdo porque, cuando el sistema ha sido diseñado, o bien posteriormente moldeado y corrompido, por los partidos y los políticos, con la ayuda de los medios de aborregamiento, para su beneficio y supervivencia y al margen del interés común, el sistema también es el problema.
Dicen algunos de esos expertos que, aún a pesar de la culpa achacable a partidos y políticos, lo que hay que hacer es abandonar la abstención e ir a votar. Así opina, por ejemplo, Russell L. Ackoff[1] que habla de que en los sistemas políticos “democráticos” hay un requisito jerárquico y de un requisito democrático que parecen estar continuamente en conflicto. Dice que el requisito democrático consiste en que: En una democracia ningún individuo puede ser sometido al control de otro que no está sometido a control por aquellos sobre los que ejerce algún control. Por ello, según él, la razón última de conseguir que un abstencionista vaya a votar es porque así podrá implicarse y controlar a los que pueden pensar que es fácil aprovecharse de la voluntad de los votantes.
No estaba tan claro para José Saramago que en su obra “Ensayo de la lucidez” escribió:
“Un día lluvioso de elecciones, en una ciudad sin identificar, la mayoría de los electores decide votar en blanco. Cuando se repiten los comicios por decisión del gobierno, el voto en blanco se dispara hasta el 83%. ¿Qué pasaría si la ficción se convirtiese en realidad y el próximo 10-N ganase el voto en blanco o, yendo un poco más allá, la abstención?”
Insisto, hay ocasiones en las que el sistema entero ha sido diseñado, o retocado adecuadamente, como sucede en nuestro caso, por los partidos y los políticos, con la ayuda de los medios, para su beneficio y supervivencia y al margen del interés común. Entonces el problema de la abstención y el voto en blanco, como otros muchos, no se solucionan confiando en el propósito de enmienda de los políticos y sus partidos, cosa que considero hoy por hoy misión imposible, se soluciona con un cambio de sistema.
[1] Russell L. Ackoff (Filadelfia, Estados Unidos, 12 febrero de 1919 – 29 de octubre del 2009) fue un pionero y promotor del enfoque de sistemas y la investigación de operaciones aplicada al campo de las ciencias administrativas.
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