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No hay mayor criminal que el ser humano corriente. Los ejércitos, las milicias, las turbas, los sindicatos, las chirigotas, los clubes deportivos y demás aberraciones; estuvieron, están y estarán formadas por ellos. Como bien decía el buen escritor, pero mediocre poeta, Bukowski en “el genio de la multitud” (la excepción que confirma la regla de su condición poética):

(…) Cuidado con el hombre corriente (…) es un genio al odiar . Es lo suficientemente genial al odiar como para matarte, como para matar a cualquiera”.

Cualquier animal humano mínimamente racional puede descubrir desde muy pequeño que la perversidad humana es algo presente y latente por doquier. Su único conflicto es decidir en qué parte vivir: víctima o victimario. Y cada cuanto tiempo cambiar de bando. Desde el hostelero o dependiente que te engaña con la comida al médico negligente y psicópata, pasando –cómo no – por los jefes de todos ellos: los políticos (y sus leales esbirros y hacedores de sueños: los maderos y militares). Los abogados que defienden a culpables, los conductores temerarios, los banqueros que estafan a los currantes, los docentes que engañan y adoctrinan a golpe de material curricular, el publicista afín al empresario torticero, la telefonista panchita, el camello que corta la droga con yeso, los padres que enchufan a sus hijos a un móvil o una tablet, etc. etc. En definitiva, un macabro juego bajo el sempiterno auspicio de la psicopatía, el engaño y el culto a la violencia y el dinero. Un juego en el que todos somos parte y en el que nadie se libra de ser victima (de ser victimario, sensu stricto, algunos todavía nos libramos, pese a estar fichados como yo).

Podría ponerme erudito y hablaros de historiografía, de filosofía, de sociopolítica, de antropología… Datos, muchos datos irrefutables para sostener mi aserto. Pero… ¿para qué si el congojavirus nos ha dejado claro lo mundano y vulgar de todo esto, del hombre corriente de Bukowski? Os hablo a vosotros, parias de la tierra, a los que fuisteis, sois y seréis como yo. ¿Quién sino vosotros sois los que encerráis animales entre 4 paredes, los castráis y los sacáis a mear y cagar a la vía pública? Vosotros sois los que murmuráis constantemente sobre el vecino, los que delatáis – virtual o físicamente –al que se sale de la norma dictatorial de los gerifaltes mundiales. Sois los que hacéis ricos a los bancos y, valga la redundancia, a los ricos. Porque anheláis ser como ellos. ¡Deseáis tan fervorosamente un látigo que hacéis lo que sea para ganarlo!

Un mundo donde las puertas de los pobres tienen cerrojos es un mundo que no funciona. Un mundo donde las loterías son la única esperanza de vida digna, es un mundo que no funciona. Y si no lo hace es por vuestra culpa, seres humanos corrientes. Creéis que vuestros enemigos son los Pedro Sandez o los Amancio Ortega de turno, mientras no dejáis de votar ni de comprar en grandes superficies. Mientras tanto, tenéis que ponerle cadena hasta a una puta bicicleta. Vosotros, los obreros, el “pueblo elegido” por los comunistas millonarios para serlo. Vosotros, los emprendedores, el “pueblo elegido” por los ultracapitalistas para serlo. Lobos con piel de cordero que, encima, decís hacerlo todo por nuestro bien, igual que cuando le cortáis los cojones al gato. Vuestras palabras son epitafios.

No hay nada que hacer como especie. No diré que merecemos la extinción, porque yo he visto cómo se comportan el resto de especies animales, exactamente igual que nosotros o peor; que ya es decir. Hasta las vegetales hacen lo mismo. Pero hay que tener un mínimo de sensibilidad e intelecto, y de capacidad de observación y comparación para asumir esto. Y vosotros sólo veis la tele, las redes sociales y películas donde se humanizan a todos los seres vivos, incluido el hombre. Vosotros adoptáis cualquier religión para que os habilite al ejercicio de vuestra psicopatía favorita y os conceda el perdón terreno y eterno por ello. Y algunos no llegáis ni a eso, y ejercéis vuestra violencia desde el ateismo. Y tanto creyentes como ateos os hermanáis en la paranoia del trabajo remunerado: ese fin que justifica todos los medios.

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Hobbes dejó para la historia que el hombre es un lobo para el hombre. Se le olvidó añadir que el lobo es un hombre para el lobo. Este es el quid de la cuestión que explica el por qué de tanto desmán sobre la tierra. Sólo un gran meteorito o una implosión liberará al Universo de esta lacra que fue, es y será, la Tierra. Mientras tanto, y anhelándolo con toda la fuerza que el pensamiento desarrolla dentro de un cuerpo inerme pero poderoso, os deseo todo el bien sobre la Tierra (que para el que no lo pille, a estas alturas del artículo, es todo el mal).

La esencia de todo siempre acaba aflorando, como las raíces de ese plátano de sombra, en Hediondo Puente de Bellacos, que acompañan este artículo.

Menos mal que somos mortales.

Autor

REDACCIÓN