06/10/2024 01:39
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Tras leer la contrarréplica de Carlos Ferrández a mi carta publicada por El Correo de España, hay algo que quisiera aclarar primero. Mi terreno no es el de la Filosofía; mis conocimientos en esta materia, como en otros tantos ámbitos, son muy limitados y no pasan de alguna lectura concreta, así que lejos de mi intención está la de un debate en ese campo. Pero por ironías de la vida salí en defensa de un experto en Filosofía como Ramiro Ledesma, a pesar de que éste detestaba el campo jurídico en el cual sí he sido instruido. No obstante, ahí está la defensa que desempeñó José Antonio Primo de Rivera del Derecho como una estructura no justificada en sí misma sino en las motivaciones de quienes la emplean. Y mi motivación, en el caso que nos ocupa, es recordar cuál fue el lugar de Ramiro Ledesma en la Historia de España más reciente y el de los fascismos en un plano superior, para lo cual creo que la experiencia de los años y las lecturas sobre Historia y Política son un bagaje suficiente. Que me disculpen tanto Carlos Ferrández como los lectores de El Correo de España si incurro en los argumentos de la carta anterior o en los ya demasiado expuestos por historiadores con muchísimos más conocimientos, pero creo que ayudarán a tener una idea más exacta sobre las cuestiones a debate.
 
«a lo largo de toda su réplica no solo confirma mis impresiones sino que las refuerza, ya desde el principio se ve obligado a admitir mi tesis inicial: «Ramiro Ledesma Ramos nada tuvo de original, fue un pensador político de escasa importancia y con menos seguidores» a lo que contesta: «Es verdad, las iniciativas políticas y periodísticas promovidas por Ramiro Ledesma apenas llegaron a unos pocos seguidores» a lo que a continuación añade  «Pero fue el primero en España en plantear una alternativa política acorde a su época»»
En ningún caso se refuerza la tesis inicial del primer artículo. Se reconoce lo evidente para todo el que haya estudiado su biografía y obra: Ramiro Ledesma no tuvo un excesivo número de seguidores como dirigente político y su escisión de Falange fue un rotundo fracaso; pero en ningún caso se comparte la idea de que fuese un pensador nada original y de escasa importancia. Las JONS surgidas de La conquista del Estado jamás pasaron de ser un grupúsculo no superior al medio millar (siendo generosos en las estimaciones), pero es que incluso la Falange liderada por José Antonio Primo de Rivera jamás tuvo las dimensiones de otras organizaciones homólogas, como la rumana Legión de San Miguel de Corneliu Zelea Codreanu o la belga Rex de León Degrelle, que sí fueron movimientos de masas en sus países. La Falange de la etapa republicana sólo creció numéricamente cuando las tensiones políticas y sociales llevaron a sus filas a muchos antiguos miembros de las Juventudes de Acción Popular en la primavera de 1936, con su líder ya en prisión y en un contexto de preguerra civil; aun así, las consignas principales que movilizaron a buena parte de la juventud española durante aquel periodo que abarcó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (España Una, Grande y Libre; Por la Patria, el Pan y la Justicia; ¡Arriba España!) tienen origen en las empresas periodísticas y doctrinales de Ramiro Ledesma, a quien también han atribuido ser el primer autor en plantear una convergencia de sectores antimarxistas como la que derivó en la Unificación de Falange y Requeté de 1937: «Su primer gran triunfo póstumo se produjo el 19 de abril de 1937, cuando se decretó la unificación de todas las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación iniciada el 17 de julio de 1936, en una única organización, de fisonomía fascista denominada Falange Española Tradicionalista y de las JONS (…) Sin embargo, se trató de un triunfo póstumo relativo, ya que no se cumplió la segunda premisa que siempre había defendido el zamorano una vez que se produjera esta unificación: la realización de una auténtica revolución nacional en sentido fascista, algo que el franquismo nunca llevó a cabo» (Edición crítica de ¿Fascismo en España? a cargo de Roberto Muñoz Bolaños, editorial Sepha, 2013, pág. 139).
Promotor ideológico del nacionalsindicalismo (movimiento que contribuyó a la creación del Estado del Bienestar en España), agitador periodístico en diversos medios propios (La conquista del Estado, JONS, La Patria Libre, Nuestra Revolución) y ajenos (El Fascio, Acción Española, El Debate, La Nación, Libertad, Patria Sindicalista, Informaciones, Heraldo de Madrid), autor de las únicas obras doctrinal e historiográfica del movimiento nacionalsindicalista en su primera etapa, y precursor de la unificación política (aunque no en el mismo sentido que tuvo con posterioridad) que marcó el siglo XX español y cuyos ecos alcanzan hasta el presente… ¿De verdad es posible creer que la figura de Ramiro Ledesma fue insignificante y de nula importancia, sobre todo cuando en el entorno político donde se le recuerda no ha vuelto a salir ningún joven que elabore una obra con tanta calidad? Se le podrá achacar lo mismo que a José Antonio: muerto ha sido más influyente que vivo. Pero no que su paso por la vida pública española fuese poco más que una anécdota. Sinceramente, la Historia de España del siglo XX sería absolutamente imposible de explicar si omitiéramos por completo el papel de Ramiro Ledesma, por muy por debajo que permaneciera en vida de otras figuras como José Antonio Primo de Rivera, José Calvo Sotelo, José María Gil Robles, Ángel Pestaña, Indalecio Prieto, Manuel Azaña y un largo etcétera de contemporáneos de su época.
 
«El fascismo no es más que una corriente de pensamiento político derivada del materialismo filosófico, materialismo entendido como lo hizo Carlos Marx –recordemos que hizo su tesis doctoral sobre las diferencias entre el materialismo de Epicuro y Demócrito– y ya el movimiento obrero había acogido desde sus inicios. El fascismo – en todas sus formas– se sirvió del relato materialista de la historia para componer su cuerpos doctrinales fundamentales, para hacer del hombre un medio, y del estado un fin relativo a las consideraciones del dictador. Si los líderes fascistas de ayer y de hoy se muestran contrarios al marxismo, no es porque sean disidentes en estructuras económicas y sociales, sino porque marxismo y fascismo son competencia mutua –como dos empresas que venden el mismo producto– con todos los matices que se quiera. Comprender esto es vital para entender el fascismo y con ello el pensamiento de Ramiro«
Los orígenes del fascismo, si nos atenemos a las investigaciones de expertos como el historiador israelí Zeev Sternhell, radican en el sindicalismo revolucionario. Este movimiento fue una respuesta de sectores socialistas (los cuales abarcan mucho más allá del marxismo, que se apropió del término al proclamarse «socialismo científico») que cuestionaron no sólo a la socialdemocracia (los marxistas que buscaban cambiar el sistema liberal-capitalista desde dentro), sino también la infalibilidad con que los defensores del marxismo apelaban a que la caída del capitalismo sólo era cuestión de tiempo porque así lo había dejado expuesto su «profeta»; mientras unos pretendieron prender la chispa de la revolución sin desviarse de la ortodoxia marxista y dieron origen a los partidos comunistas (los Lenin, Trosky, Luxemburgo), otros buscaron vías más allá del marxismo y alumbraron el sindicalismo revolucionario (siendo George Sorel el representante más conocido de esta tendencia). Este sindicalismo revolucionario tuvo muchos seguidores en Francia e Italia, sustituyendo la idea de clase social por la de nación y entrando en contacto con sectores de la extrema derecha con inquietudes sociales (como la Acción Francesa de Charles Maurras), y en Italia surgió el primer fascismo al igual que un movimiento homólogo en Francia (Le Fascieu, disidencia de Acción Francesa). Más que una disidencia del marxismo, el fascismo surgió como una respuesta de los descontentos con el mismo (sindicalistas revolucionarios) y de los tradicionales antiliberales (nacionalistas) al converger sus preocupaciones y proyectos. Tras el original italiano irrumpieron otros movimientos similares por toda Europa, todos ellos marcados por una serie de consecuencias provocadas por el fin de la Primera Guerra Mundial (desmovilización de excombatientes, rechazo a los políticos demoliberales, temor a la revolución comunista), pero en los cuales se manifestaban, en mayor o menor grado según el caso, esa coalición de tendencias maurrasianas y sorelianas. Más que de fascismo a secas, habría que hablar de «fascismos», en plural y entrecomillado, al aludir a una serie de movimientos políticos con unos rasgos comunes (antiparlamentarismo, antiliberalismo, antimarxismo, movilización de masas, elogio de la juventud, intervención estatal en la economía, encuadramiento de productores y juventudes) pero en ocasiones políticamente antagónicos por la situación geopolítica de sus respectivos Estados (ahí quedan las tensiones entre alemanes e italianos, igual que entre húngaros y rumanos); lo más parecido a una Komintern fascista fue el Comité de Acción por la Universalidad de Roma (encuadrado como parte de la política exterior italiana y que, entre otros aspectos, contó con el apoyo de José Antonio Primo de Rivera, quien se pronunció en el parlamento español a favor de la neutralidad de nuestro país en el conflicto entre Reino Unido e Italia por Abisinia), guiándose posteriormente por los intereses geopolíticos de Alemania (en Rumanía, por ejemplo, se observa esta ausencia de «hermandad» entre los fascismos cuando la derecha fascistizada, con el visto bueno del Tercer Reich, expulsó del poder y reprimió a los fascistas nativos).
Por otra parte, el fascismo abarcaba mucha más «clientela» que el marxismo al ser un movimiento interclasista (herencia del sindicalismo revolucionario) y, entre otros aspectos, demostró que el marxismo estaba profundamente equivocado al aludir a la victoria inminente del proletariado como consecuencia inevitable de la revolución industrial: no hay más que ver que en un país industrializado como Alemania y en la región más industrializada de Italia irrumpieron los que incluso a día de hoy continúan siendo los demonios que más aterrorizan a quienes se declaran marxistas, sin olvidar que otro país industrializado como el Reino Unido también tuvo un llamativo movimiento fascista o que Francia, país históricamente bien considerado por los seguidores de la Ilustración y el liberalismo, tuvo entre sus fascistas nada más y nada menos que a un excomunista como Jacques Doriot. Más que competir con el marxismo por el mismo público objetivo, el fascismo lo derrotó en casi todos los terrenos (político, económico, intelectual, activista) y sólo la derrota bélica del Eje concedió al marxismo una victoria propagandística que hoy sólo se sostiene gracias a algunos maestros mediocres con nómina a cargo del Estado liberal contra el que dicen movilizarse. Si algo asustó (y todavía hoy provoca pavor) a los marxistas es que el fascismo es un competidor revolucionario porque ya demostró una vez que podía derrotarles en su mismo terreno y con las mismas armas.
Pero es que, profundizando en cuestiones más metapolíticas, el fascismo rechazó frontalmente el materialismo histórico del marxismo y, frente al fatalismo de éste sobre que la Historia conducía irremediablemente a un punto concreto (la dictadura del proletariado y el fin del Estado), llamaba a abrir caminos por medio de la voluntad del hombre encuadrado dentro del Estado; no puede hablarse de ninguna connivencia entre el fascismo y el marxismo cuando la inmensa mayoría de los líderes e intelectuales oficiales del primero han condenado al marxismo (puede haber alguna excepción, como el escritor francés Pierre Drieu La Rochelle en su etapa final, tan anecdótica que es imposible elaborar una teoría contraria). El fascismo podría definirse como prometeico, y se le puede reprochar haber sido un inestable híbrido entre el mundo tradicional (de ahí su apuesta por la jerarquización frente al igualitarismo liberal) y el moderno (como sus simpatías por la filosofía nietzscheana y la vanguardia futurista); manteniendo ese delicado equilibrio de postulados sorelianos y maurrasianos en función del país donde la versión nacional irrumpiera y del líder que lo acaudillaba, de ahí que existan diferencias entre los fascismos mediterráneos y los germánicos, como también existieron entre los postulados ramiristas y joseantonianos. Es más, al fascismo incluso se le pueden reprochar sus dos mayores fracasos, como el encuadramiento político por medio del Partido Único (el cual luego no lo era tanto, estando dividido en sectores que prácticamente venían a reproducir la tendencia inherente al conflicto en el ser humano, no hay más que ver cómo fue destituido Benito Mussolini) y la aspiración al Estado Totalitario (aspiración sólo obtenida en la práctica por el bolchevismo soviético, ni siquiera por el Tercer Reich nacionalsocialista), pero no el de ser un hijo bastardo o una imitación del marxismo. Otras cuestiones (como el racismo y el antisemitismo) serían más concretas de ciertas formas de fascismo (o «fascismos»), si bien influyeron en una etapa final sobre el italiano por intereses geopolíticos.
 
«Cuando digo «canalla» «charlatán» o «jeta» no me estoy refiriendo a Ramiro, ni por él ni por su pensamiento, sino a aquellos que utilizan la figura de un gran pensador y de un hombre vilmente asesinado –por las armas y por la historia– para satisfacer yo que sé que extraño extravió, y aquellos que utilizan la memoria de nuestros héroes para legitimar discursos repugnantes«
Me alegra saber que tales términos no estuvieran dirigidos a Ramiro Ledesma, sino a quienes utilizan sus consignas con fines espurios, así que transmito públicamente mis disculpas a causa de la mala interpretación que hice en ese sentido. Si algo ha quedado demostrado es que la confusión, errónea o interesada, de una doctrina política con episodios históricos y propagandas circunstanciales es condenable por todo aquel que se precie de defender la verdad y la justicia. El Discurso a las juventudes de España es una gran obra para comprender el periodo de entreguerras, aunque a día de hoy puede extraerse de la misma una lección muy valiosa: el joven español lo único que tiene es su condición de joven y de español; podrá parecer una estupidez, pero no deja de ser algo a lo que aferrarse en la sociedad de los ofendiditos por doquier, los géneros fluidos y el caciquismo electoral sostenido gracias a sus tontos útiles. Nada más rechazable, pues, que utilizar la figura y las citas de Ramiro Ledesma para camuflar de forma vergonzante otros postulados aprovechando, como dice el refrán, que el Pisuerga pasa por Valladolid y, como en este caso, que estudió (y comprendió mejor que algunos hoy) el nacionalsocialismo alemán. Si se es nacionalsocialista (como si se es comunista, liberal o de la Asociación de Amigos de la Coliflor), lo mínimo es reivindicar a los referentes propios en lugar de reinterpretar a los ajenos.
 
«Cervantes comprendió bien España, y el que la entiende sabe que embestir molinos puede ser glorioso, si sabe sumergirse en el sentido del texto y no es su tenor literal. De ahí la genialidad del Quijote, que es un libro para todo intérprete, tanto para el que sabe leer entre líneas como para el que no«
Tal vez mi paladar literario no haya sabido exprimir El Quijote como mereciera. No obstante, comparto más el juicio que el escritor Rafael García Serrano puso en boca de uno de los falangistas que protagonizan La fiel infantería al enviar al carajo a Don Quijote y reivindicar que Miguel de Cervantes, además de hombre de carne y hueso, fue un soldado que combatió en Lepanto por el Imperio Español y por ello merecería ser más un ejemplo que su vástago de ficción, teniendo en cuenta que lo hizo encontrándose enfermo y dando por ello en una prisión argelina.
 
Finalizar resumiendo con que creo haber expuesto por qué Ramiro Ledesma no pecó precisamente de ser un autor nada original, que los «fascismos» no comparten ninguna cosmovisión materialista con el marxismo y que sin duda es rechazable la apropiación de personas e ideas concretas para camuflar y defender otras; aunque, por supuesto, de buena gana leeré una segunda contrarréplica en caso de haberla, si bien dudo que vuelva a intervenir en un asunto que tiene poco recorrido más. Por lo demás, creo que es el propio Ramiro Ledesma quien puede alegar mejores explicaciones a todo lo expuesto (incluyendo el quijotismo) dado que, afortunadamente, vivimos en una época donde sus obras completas (editadas hace muchos años por Ediciones Nueva República) están disponibles en cuatro tomos y a muy buen precio; ahí está todo lo que el propio autor pudo decir sobre el marxismo, el fascismo y su época. Y también son especialmente recomendables los estudios de historiadores como Erik Norling, Carlos Caballero, Ernesto Milá, Santiago Cantera, José Luis Jerez y Gustavo Morales.

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Gabriel Gabriel
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