Para obligar a Rusia a traspasar las fronteras ucranianas en 2022, Europa, sumisa a la mano estadounidense que le mece la cuna, tuvo que: mantener a la OTAN a pesar de la disolución en 1991 de la URSS y del Pacto de Varsovia; expandirla hacia el Este injustificadamente vulnerando además la palabra dada por James Baker de que no lo haría; respaldar durante años la cruel limpieza étnica de rusófilos llevada a cabo por extremistas ucranianos en el Dombás (14.000 muertos, mujeres y niños incluidos); provocar el golpe de Estado de Maidan para desplazar del poder al presidente Viktor Yanukovych, elegido legal y democráticamente, partidario de una Ucrania neutral (golpe propiciado por los EEUU según confesión pública de Victoria Nuland); animar a Ucrania a entrar en la OTAN a fin de llevar a la alianza hasta las mismas fronteras rusas; engañar a Moscú con los acuerdos de Minsk que Putin firmó de buena fe con Kiev, con los que Angela Merkel confesó públicamente que sólo se pretendía ganar tiempo para armar a Ucrania; por último, y recién iniciada la guerra, y cuando Kiev y Moscú tenían ultimado un acuerdo de alto el fuego y posiblemente de paz, Boris Johnson aterrizó en Kiev para impedir que Zelenski lo firmara, cosa que logró.
Europa creyó, obedeciendo sumisamente el mandato norteamericano, que las sanciones económico-financieras a Rusia, la voladura del gasoducto Nord Stream 2 –a pesar de los perjuicios que ello iba a causar a los europeos– y la inyección de incontables fondos a Ucrania, iban a doblegar a Rusia en poco tiempo, lo que no ha ocurrido.
Europa creyó, siguiendo las directrices yanquis, que su potencial armamentístico tenía capacidad de sobra para que, volcándolo en favor de Ucrania, agotar el ruso dándole la victoria en el campo de batalla a Kiev, humillando a Moscú y provocando la caída de Putin que sería sustituido por alguien dispuesto a entregar Rusia a los EEUU, pero ha sucedido todo lo contrario.
Ante la realidad de no haber más salida que la de obligar a Ucrania a negociar con Rusia el final de la guerra aceptando el fracaso, así como la responsabilidad histórica de haber propiciado una guerra a todas luces injustificada en suelo europeo en pleno siglo XXI con sus lamentables consecuencias de grandes pérdidas de vidas humanas, ingente cantidad de lisiados irrecuperables e incontables destrucciones materiales, los dirigentes europeos, con independencia de sus supuestas diferencias ideológicas, miraban a Washington anonadados a la espera de una solución que les permitiera salvar la cara en lo posible.
Pero hétenos aquí que en esos instantes surgió, como salido de la nada, Donald Trump, el histriónico personaje, afirmando que terminaría la guerra en un pis pas, lo que la soberbia europea no logró digerir, como tampoco tener que encarar la ardua labor de recomponer sus relaciones un Moscú en el que seguiría reinando el tan vilipendiado Vladimir Putin, así que ante tal disyuntiva, los mandatarios europeos no han tenido nada mejor que hacer que plegarse, una vez más, a los alucinados caprichos del amo estadounidense que, a su vez, no ha resistido la tentación de autorizar el empleo desde suelo ucraniano contra Rusia de unos misiles que, debido a su tecnología, sólo pueden ser disparados por personal norteamericano o europeo, decisión que constituye una casus belli de manual pues supone: una agresión militar de miembros de ejércitos regulares (de EEUU, Reino Unido y Francia por ahora) contra una nación que no les ha agredido, sin previa declaración de guerra, sin que hayan dado a conocer posibles razones, menos aún justificación de tal proceder, así como tampoco de cuáles son sus fines, porque es evidente es que tales misiles no van a cambiar las tornas en el campo de batalla, definitivamente adversas para Ucrania.
Así pues, Europa, o al menos varias naciones de ella, todas miembros de la OTAN, han llevado a cabo una provocación directa contra Rusia que carga de razones a Moscú para responder militarmente contra ellas, lo que de producirse podría dar lugar a un enfrentamiento armado de proporciones gigantescas en el cual no habría vencedores claros debido al poder destructivo del armamento que se podría llegar a emplear por ambos lados.
Lo dicho no ha ocurrido por el momento debido a que el tan denostado Vladimir Putin sigue demostrando una prudencia, sensatez, sangre fría y sentido común extraordinarias, así como el pueblo ruso con cuyo mayoritario respaldo cuenta cada día más, que le impide caer en tamaña provocación, al contrario que lo que viene ocurriendo con los dirigentes europeos sumidos en el despropósito que supone seguir mansamente las locuras de una administración norteamericanas en funciones que no tiene inconveniente alguno en poner en riesgo la seguridad y paz mundial, ni la vida de miles de personas, con tal de no dar su brazo a torcer; lo mismo que le ocurre al incalificable Zelensky y su guardia pretoriana.
Confiemos en que Putin aguante sin escalar el conflicto, que es lo que Washington y sus domesticados europeos quieren, hasta que Trump llegue al poder el 20 de Enero y, cumpliendo su promesa, nos devuelva a todos la paz y tranquilidad que anhelamos y merecemos; de ocurrir así, creemos que sería causa más que justificada para otorgar al dirigente ruso el premio Nobel de la paz que sin duda se merecería; y por qué no el inicio del correspondiente proceso por crímenes de guerra y lesa humanidad contra Biden, Macron, Starmer, Scholz,…, y Sánchez, Feijóo,…
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