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Se podría decir que todo empezó cuando, tras la escisión del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, los bolcheviques constituyeron en enero de 1912 el «Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique)» que, poco después de la Revolución de octubre de 1917, pasaría a denominarse Partido Comunista de Rusia y que, después de constituirse la Unión Soviética, sería el Partido Comunista de la Unión y finalmente, en 1952, el Partido Comunista de la Unión Soviética.

En España, solo tres años después de la revolución rusa, el 15 de abril de 1920 y poco después de la fundación de los partidos comunistas de Francia y Alemania, la Federación de Juventudes Socialistas fundó el Partido Comunista Español. Esa federación ya había acordado en 1919 unirse a la Internacional Comunista liderada por Lenin. Pero no solo las Juventudes Socialistas tomaron la deriva hacia el comunismo prosoviético, en el III Congreso Extraordinario del PSOE, celebrado el 13 de abril de 1921, el que se evidenciaron los enfrentamientos entre los partidarios de unirse a la Internacional Comunista y los que no. Las diferencias se saldaron rápidamente al constituirse, por los vocales de la Ejecutiva partidarios de la III Internacional, un nuevo partido denominado Partido Comunista Obrero Español que se integraría en la III Internacional. Siete meses después, el 14 de noviembre de 1921, el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español se unieron para constituir lo que hoy día conocemos como Partido Comunista de España (PCE), cumpliendo de esa manera los deseos de la Internacional Comunista.

Poco después de instaurarse el directorio del General Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, se procedió a la clausura de los locales del PCE y se detuvo a muchos militantes del partido, incluido el secretario general. Por entonces en la URSS ya había comenzado la afición comunista de atajar por lo sano todo tipo de disidencia, oposición o resistencia. Para ello ya a finales de 1918 el aparato represor del PC de Rusia tenía 40.000 chekistas, que pasaron a ser 280.000 chekistas dos años después, multiplicando por 18 el volumen de la policía secreta zarista. Esa capacidad represiva del partido liderado por Lenin trajo como consecuencia que, entre 1918 y 1922, fueran asesinadas más de un millón de personas. Todo ello fue conocido por nuestros comunistas que ya entonces miraron para otro lado y tomaron nota.

Con la proclamación de la II República, en 1931, el PCE vuelve a la legalidad y en menos de dos años llegó a contar con 15.000 a final. Animado por ello el PCE, siguiendo el ejemplo soviético, organizó las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), de carácter paramilitar, que recibieron un entrenamiento militar por parte de algunos militares y de militantes comunistas que habían recibido formación militar en la Unión Soviética durante los años treinta, como Enrique Líster y Juan Modesto. A pesar de ello, no se llegaron a mojar demasiado en la génesis y el desarrollo de la revolución de 1934, en la que el protagonismo lo llevó el revolucionario PSOE. En 1935, con 20.000 afiliados, pasa a formar parte de la agrupación del fuerzas de izquierdas, el famoso Frente Popular. Tras la victoria de éste en las elecciones del 16 de febrero de 1936, el PCE llegó a tener 100.000 afiliados, ya entonces empezaban a tenerse en cuenta los “pesebres”.

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Por entonces se sabía que, en la Unión Soviética, durante el periodo de Lenin, los comunistas habían desatado una brutal persecución religiosa, en la que fueron clausuradas o destruidas la mayoría de la iglesias ortodoxas, sinagogas judías y mezquitas musulmanas y se asesinó a un gran número de religiosos, entre 14.000 y 20.000. Se conocía la represión de los granjeros Kulaks, de Ucrania y el Caucaso, opuestos a la colectivización forzosa de las tierras y a la confiscación de la producción agrícola. También se tuvo noticia del asesinato de los desertores del ejército rojo y de algunos de sus familiares que, entre ejecuciones masivas y muertes en el gulag, pudieron llegar a morir más de 250.000 personas. Y se sabía de la represión contra los cosacos, que llegaron a constituir una república democrática independiente en 1918-19, por lo que pagaron con la muerte de más de 300.000 personas entre 1919 y 1920. Seguramente también se tuvieron noticias de las ejecuciones de trabajadores y campesinos rebeldes, así como de miles de prisioneros de guerra del Ejército blanco (50.000) y de las hambrunas que acabaron con la vida de más de 4 millones de personas.

Después de Lenin, Stalin abandonó los planes de tímidos incentivos, que se habían empezado a introducir en la industria y la agricultura, reprimiendo brutalmente a quienes se le oponían, procediendo a deportaciones masivas, sobre todo en Ucrania, provocando una hambruna generalizada y millones de muertes. Más tarde, ya entre 1936 y 1938 durante los procesos de Moscú, hizo una purga profundísima en el ejército, el gobierno y el partido de sus opositores, que fueron deportados y fusilados. En esa época, en el Gulag y otros campos de concentración, fueron encerradas más de un millón trescientos mil personas y se fusiló, al menos, a setecientos mil. Hoy día se sabe que por los Gulags pasaron unos 14 millones de personas y fueron asesinados 1,5 millones de prisioneros.

Todo aquello se sabía y se imitó porque, desde 1934 hasta 1939, el PCE, entre otros, persiguió a religiosos, quemó iglesias, conventos, bibliotecas, escuelas y buena parte de nuestro patrimonio artístico. También aquí se asesinó a opositores políticos, a militares y guardias civiles por el mero hecho de serlo e incluso a militantes de organizaciones ideológicamente próximas, pero díscolas según ellos. Aquí el PCE, por no hablar del PSOE o de la CNT, también empleó la técnica soviética del “terror rojo”, de las “chekas”, del asalto a la propiedad privada, del robo y del pillaje. Pero no pudieron seguir con su experimento estalinista, con el que seguro hubieran condenado a la población, durante unos cuantos años, a una hambruna mortífera y hubieran hecho de España un país satélite de la URSS, más allá del telón de acero. Las imágenes de Lenin y Stalin en la Puerta de Alcalá de Madrid eran un mal presagio de lo que se les venía encima entonces a los españoles. Pero esa posibilidad fue frustrada por otros españoles que tuvieron las agallas enfrentarse a ellos y vencer en guerra civil al comunismo, caso único hasta hoy.

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No le han dado el pábulo esperado al centenario de la fundación de aquel PCE, cosa extraña teniendo a su disposición los medios de adoctrinamiento oficiales y oficiosos (o subvencionados) y compartiendo gobierno con Sánchez. Parece que quieren seguir mimetizados entre sus diversas marcas blancas, escondidos detrás de todo tipo de nuevas y coloridas banderas. Quizás sea para evitar que salga alguien a recordar que el comunismo ha causado unos 100 millones de muertes en el mundo y que, en España, mientras pudieron, encerraron en chekas a todo aquel que les vino en gana por el mero hecho de no ser de su cuerda, torturaron, dieron el paseíllo y asesinaron a miles de hombres, mujeres y niños. Puede que no se quieran hacer notar, ahora que tienen una Ley de Memoria Histórica que se ha dedicado a demonizar exclusivamente a sus contrarios y que van a sacar otra ley, esta vez adjetivando de democrática a la memoria, que les va a blanquear aún más, a la vez que va a poner a los pies de los caballos a todo aquel que pretenda recordar la derrota que sufrieron entonces y ensalzar a sus vencedores. Puede que quieran no hacer demasiado ruido, no vaya a ser que el pueblo español se dé cuenta de su estafa y les apee de sus poltronas, desde las que se están dedicando a lo que les gusta: arruinar España y hacer más pobres a los españoles para llevarlos a una ascética felicidad.

Puede que no les interese celebrar ese centenario para no atraer demasiado la atención sobre ellos, no vaya a ser que los votantes que aún no están suficientemente adoctrinados se vayan a dar cuenta de que son los mismos de entonces y que están haciendo lo que llevan gravado en su ADN: conquistar el poder y quedarse en él como sea, por los votos, o por la infiltración lenta y constante en todas las instituciones del Estado y destruyendo los valores de nuestra sociedad, imponiendo un relativismo absoluto, para después imponer su modelo social mediante una dictadura totalitaria.

SOMOS estamos aquí, entre otras cosas, para recordar lo que fueron, con o sin ley de memoria histórica o democrática y para denunciar las maniobras que están llevando a cabo para permanecer en el poder y ampliarlo a su gusto, a veces con la ayuda inconsciente o incauta de partidos de la derecha y/o centro aquejados de falta de memoria, de vista y puede que de valores.

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REDACCIÓN