14/05/2024 16:14
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El 13 de julio de 1980 los guardias civiles Antonio Gómez Ramos y Aurelio Navío morían asesinados por ETA en una emboscada terrorista cerca de Orio (Guipúzcoa). Pero también murieron dos etarras. El Guardia Aurelio Navío Navío nacido en 1946 era natural de Tordelloso (Guadalajara) pero residía en Vic, antes de ser destinado al País Vasco. Estaba destinado en Vic desde 1973 e iba a casarse con una joven catalana de la localidad. Fue enterrado en Barcelona.

El 13 de julio de 1980 alrededor de las 14 horas un convoy formado por tres vehículos de la Guardia Civil fue objeto de un atentado terrorista en una carretera rural cerca de la villa pesquera guipuzcoana de Orio. En los vehículos viajaban varios agentes que venían de ser relevados por otro grupo de agentes de un servicio de vigilancia en el polvorín de la empresa Explosivos Río Tinto en Aya (Guipúzcoa). Se dirigían al cuartel de la Guardia Civil en Orio cuando cerca ya del pueblo fueron atacados por varios terroristas (de 5 a 8) que abrieron fuego cruzado (con fusiles de asalto, metralletas y escopetas de postas) desde dos posiciones distintas separadas por 50 metros desde los dos lados de la carretera. Casi al mismo tiempo arrojaron granadas contra los vehículos de la Guardia Civil.

Uno de los agentes, el conductor del primer vehículo el Guardia Antonio Gómez Ramos (natural de Orense), de 22 años, casado desde hacía 8 meses, fue alcanzado gravemente por la explosión de una granada y salió del vehículo tambaleándose y caminando unos metros antes de caer muerto, si bien antes de morir, disparó hacia uno de los puntos desde donde procedía el fuego terrorista. Los agentes de los otros dos vehículos salieron de los mismos y repelieron la agresión con sus armas pero los terroristas lanzaron otra granada que provocó la muerte al agente Aurelio Navío . Los agentes Francisco Villoria, Ramiro Cerviño y Jesús Diaz Blasco quedaron heridos de gravedad (pudieron recuperarse, aunque con algunas secuelas físicas de importancia) A continuación dos terroristas cruzaron la carretera para rematar a los agentes heridos pero en ese momento las cosas empezaron a torcerse para los etarras.

Los terroristas se vieron sorprendidos por la rápida llegada al lugar de un grupo de agentes de la Guardia Civil, los que habían relevado a sus compañeros en el polvorín y que al oír los disparos y las explosiones se dirigieron inmediatamente al lugar para apoyar a sus compañeros. Los agentes se desplegaron con rapidez, en el preciso momento en que uno de los etarras Carlos Lucio Fernández cruzaba la carretera con un fusil CETME para rematar a los heridos. Uno de los agentes acabó con él de un certero disparo de pistola. A continuación, el mismo agente dio muerte con un subfusil (o sea lo que se conoce popularmente como una metralleta) a otro terrorista, Ignacio María Gabirondo Agote, que había intentado disparar contra los miembros de la Guardia Civil que habían llegado al lugar. El resto de terroristas (la valentía nunca fue una cualidad que caracterizase a los etarras) huyeron entonces rápidamente en un SEAT 131 tipo ranchera. Entre ellos estaba el sanguinario terrorista Miguel Ángel Apalategui “Apala” que pudo escapar. Otro de los agentes de la Guardia Civil disparó en ese momento contra el coche de los etarras y podría haber acabado con ellos pero por desgracia su arma se encasquilló en ese preciso instante al haber penetrado arena de la que había en el lugar dentro de su subfusil. La parte positiva fue la eliminación de los terroristas mencionados. El llamado Carlos Lucio Fernández había nacido en Lugo y se había trasladado siendo pequeño con su familia al País Vasco. El otro, el llamado Gabirondo Agote, era responsable de una multitud de asesinatos, entre ellos el del empresario Ángel Berazadi. Los etarras muertos llevaban chalecos antibala pero de nada les sirvieron. La heroica reacción de los miembros de la Guardia Civil salvó de morir a sus compañeros heridos, que iban a ser rematados por los terroristas.

Los etarras habían intentado repetir la secuencia del atentado de Ispáster, localidad vizcaína próxima a Lequeitio, en el mes de febrero anterior, donde en una emboscada terrorista similar, con explosivos y fuego cruzado consiguieron asesinar a 6 agentes de la Guardia Civil (aunque con muerte también de dos etarras) pero la reacción heroica de los agentes de la Guardia Civil frustró los planes de los terroristas. Al día siguiente una amplia batida de la zona a cargo de la Guardia Civil, con helicópteros y perros hizo posible encontrar un pequeño depósito de armas, con fusiles CETME y Remington y granadas, en una zona boscosa cercana. El despliegue de una unidad de élite de la Guardia Civil, el llamado GAR (Grupo Antiterrorista Rural), en las zonas rurales vascas, iniciado, a partir de 1980, a raíz precisamente del atentado de Ispaster y cuya efectividad empezaría a notarse a finales de 1980 y partir de 1981, contribuiría en buena medida a acabar con estas emboscadas terroristas contra las FSE en las carreteras locales vascas que hasta entonces habían sido frecuentes, aunque todavía se producirían algunas hasta mediados de los años 80.

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Los funerales, en San Sebastián, de los agentes fallecidos en este atentado fueron presididos por el General Sáenz de Santamaría, delegado del Gobierno en la Comunidad vasca y por el general Aramburu Topete, a la sazón Director General de la Guardia Civil.

Por su parte los funerales, en la localidad de Baracaldo, próxima a Bilbao, de estos etarras degeneraron en graves altercados cuando el sacerdote en una homilía valiente para la época lamentó que «hoy en nuestra querida tierra vasca la vida humana no vale nada y las personas son cazadas como conejos». También denunció que «algunos se aprovechan del natural idealismo de los jóvenes para llevarlos por caminos de odio y muerte». Al oír eso los asistentes empezaron a abuchear, insultaron al sacerdote, causaron destrozos en la iglesia y posteriormente muchos de ellos se enfrentaron a la Policía en la calle. Por cierto, es muy indicativo del País Vasco de la época el hecho de que previamente Baracaldo, donde vivía uno de los terroristas, el llamado Carlos Lucio Fernández que era un miembro no fichado de ETA, había suspendido sus fiestas locales en solidaridad no precisamente con las víctimas sino con los terroristas muertos.

Años más tarde los terroristas Juan María Tapia Irujo, Isidro Echave Urrestrilla y Pedro José Leguina «Txiki», serían detenidos y cumplirían algunos años de cárcel por su implicación en este atentado.

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Rafael María Molina
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Pilar

Una pena que no hubiera y no haya pena de muerte en España…

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