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Entrevistamos al autor con motivo de la publicación de su libro La Nueva Era en el siglo XXI
Esta semana se cumplen 19 años desde que un puñado de católicos españoles y americanos fundaran la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). Uno de ellos, Luis Santamaría del Río, acaba de publicar el pasado 8 de diciembre el libro La Nueva Era en el siglo XXI (disponible en Amazon en papel, y próximamente en formato digital Kindle). Santamaría, natural de Zamora (España), es licenciado en Teología y máster en Ciencias de las Religiones. Imparte formación sobre el fenómeno sectario en diversas entidades, entre las que destaca el Máster en Análisis de la Conducta Criminal de la Universidad de Salamanca. Además de ser un escritor prolífico acerca de esta temática, dedica gran parte de su tiempo a ayudar a víctimas y familias afectadas por las sectas.
Puede conseguir el libro en este enlace
¿Por qué decidió escribir un libro titulado La Nueva Era en el siglo XXI?
Porque la Nueva Era es una plaga, y ahora sólo estamos empezando a conocer sus daños en las personas y en la sociedad. El mundo de las sectas, al que llevo dedicándome mucho tiempo, es ciertamente vasto y complejo… pero así como en los grupos sectarios que podríamos considerar “clásicos” es más fácil su identificación –y, por tanto, prevención–, no sucede lo mismo en la New Age. Estamos ante un fenómeno mucho más difuso y difundido, que puede afectar –de hecho, lo hace– a las más diversas esferas de la sociedad.
Llevo años escribiendo artículos divulgativos sobre el tema, dando conferencias y cursos de formación. Y creo que ya era necesario un libro donde dar forma y orden a todo eso, de una manera sistemática. En concreto, me han urgido a esta publicación dos razones concretas. La primera es, precisamente, ese carácter de “plaga” que he comentado: la Nueva Era impregna muchísimos ámbitos de la vida, de la sociedad y de la cultura. ¡Pero si se está metiendo hasta en las escuelas!
La segunda razón, siempre presente en mi trabajo de investigación y prevención, son las víctimas. Un goteo incesante de personas y familias cuyas vidas han sido manipuladas y hasta destrozadas por la galaxia New Age. No sólo hay que darles voz, sino escuchar esa voz para aprender lo que verdaderamente hay detrás: el gran engaño del propio endiosamiento.
¿Cuántos años lleva estudiando a fondo el tema y hasta que punto ha profundizado en el mismo?
Empecé a investigar el fenómeno sectario y la nueva religiosidad en 1998. Hemos cambiado de siglo –y de milenio– y aquí sigo. La verdad es que ha sido un proceso de continuo aprendizaje y profundización. No es lo mismo ese Luis adolescente que, lleno de curiosidad, comenzó a leer libros y reunir recortes de prensa sobre sectas, que aquello a lo que me ha llevado la Providencia, sobre todo a través del conocimiento de lo que viven las víctimas directas de las sectas –sus adeptos, tanto cuando están dentro como cuando salen– y las familias afectadas. Todo esto, unido al conocimiento exhaustivo de la propia enseñanza de las sectas y de sus procesos de captación, conversión y adoctrinamiento, me ha llevado a ir comprendiendo mejor su funcionamiento.
Pero lo cierto es que estoy en un aprendizaje continuo. Cada día descubro algo nuevo. Y no me refiero sólo a detalles superficiales o anécdotas puntuales (que son incontables, ya que cada secta es un mundo, y cada persona captada, podríamos decir que otro). Dedicar tanto tiempo a este tema, a la investigación y a la ayuda, hace que vaya aprendiendo los extremos a los que puede llegar la complejidad del comportamiento humano, la búsqueda de la verdad, el afán de poder y de someter a otros y un largo etcétera.
Recuerdo una ocasión en que una persona me vino a pedir ayuda porque su cónyuge la había abandonado porque declaraba haber “ascendido el nivel de conciencia” y no pertenecía a una secta, a un grupo como tal. “Simplemente” había acudido a una charla, había realizado unas lecturas, había visto unos vídeos… Fue el momento en el que vi con claridad cómo el fenómeno sectario sobrepasa las sectas en sentido estricto, abarcando un campo mayor de influencia y manipulación de apariencia espiritual en el mundo de la Nueva Era. Entonces percibí su inmenso potencial destructivo.
¿Cómo podemos definir la Nueva Era y qué tipo de prácticas engloba?
A lo mejor te sorprendo… o te decepciono. Porque después de haber escrito un libro de 300 páginas sobre el tema, te respondo totalmente en serio que la Nueva Era es imposible de definir. La propia Nueva Era no es un fenómeno unitario, sino que es un estilo, una cultura, una espiritualidad difusa. El teólogo e historiador de las religiones Manuel Guerra, uno de los miembros fundadores de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), utilizaba el término “neblina” para referirse a la New Age. Y con toda la razón. Es imposible de definir porque no tiene contornos claros. Es tremendamente camaleónica… ¡como las sectas!
Aunque en el libro aporto algunas definiciones que se han dado de la Nueva Era, me parece mucho más apropiado hablar de sus corrientes principales, para que la gente sepa ubicarse e identificar las enseñanzas y prácticas que se mueven en la galaxia New Age. Y a esas corrientes les he dedicado sendos capítulos en mi obra. Serían las siguientes: el orientalismo (que toma elementos del hinduismo y del budismo adulterados por la Teosofía), una extraña psicología (basada en reencarnaciones, la conexión mágica con los antepasados y el infinito potencial de la persona), las pseudoterapias (que van desde el uso de sustancias inútiles hasta la invocación de espíritus) y, cómo no, el esoterismo (todo un universo en el que entran la astrología y la adivinación, el tarot, la “canalización” de seres de otras dimensiones y un largo etcétera).
¿Cuál es su origen y cómo ha llegado a la actualidad?
Lo de titular el libro “en el siglo XXI” es toda una afirmación (que creo que queda probada de sobra a lo largo de sus páginas): frente a lo que dicen algunos, la Nueva Era no es algo que se quedó en los años 60 del siglo pasado. ¡Al contrario! Está más viva que nunca, y en un claro proceso de crecimiento y difusión. Resumiendo lo que cuento en mi trabajo, su origen podemos rastrearlo sobre todo en el siglo XIX, un momento que supuso el surgimiento de grandes corrientes de pensamiento esotérico que dieron forma al sectarismo contemporáneo. Me refiero principalmente a la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky (y sus muchas derivaciones, entre las que destaca sobremanera, por su gran difusión actual, la Sociedad Antroposófica, de Rudolf Steiner) y al espiritismo contemporáneo (cuyo “codificador” fue Allan Kardec). Todo ello, desde una profunda matriz gnóstica, propia de la masonería, que fue el caldo de cultivo de todas estas cosas.
Con todos estos precedentes, podemos ver cómo a mediados del siglo XX fueron surgiendo grupos y gurús en torno a estas ideas, hablando de una transformación de la conciencia y de la llegada de una paz y amor universales, que conectaron enseguida con la contracultura y el movimiento hippy, haciéndose compañeros de camino en los años 60. En los 80 y 90 se publicaron importantes obras sintetizando todo esto, y lo que ha venido después es el paso de una utopía mundial a un centrarse en el propio individuo, en el bienestar personal, en el yo. Por eso algunos hablan de una evolución de la “New Age” a la “Next Age”, viendo aquí un paso significativo. Yo más bien creo que es lo mismo, aunque con acentos diferentes, acordes con el individualismo ambiental.
¿Por qué la Nueva Era es radicalmente incompatible con la doctrina católica y en qué documentos de la Iglesia se condena?
Es radicalmente incompatible con la fe cristiana, y podríamos decir, dando un paso más, que es incompatible con la esencia misma del monoteísmo. Con su raíz, aprovechando el término “radicalmente” que me has planteado, con todo su sentido etimológico. Por lo tanto, no sólo es incompatible con el catolicismo, sino con el cristianismo en general y, también, con el judaísmo y el islam. Me gusta subrayar esto para que se vea que no se trata de que una institución (la Iglesia católica, en este caso) le tenga “manía” a una espiritualidad diferente. No. Nada de eso. La Nueva Era, como toda forma de esoterismo, supone una cosmovisión no sólo diferente, sino opuesta a la fe en un solo Dios. Porque la Nueva Era pone al individuo como centro de toda la realidad. Es decir, en el fondo la persona se convierte en un dios. En el ámbito esotérico, la relación con lo sobrenatural consiste en la magia, no en la fe.
Y hay un documento de la Iglesia que muestra esto de forma meridianamente clara. No es un texto magisterialmente relevante –no es una encíclica papal ni una exhortación apostólica–, pero sí es una respuesta de la Santa Sede, recogiendo lo analizado durante años en todo el mundo, al desafío de la New Age. Se titula “Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la ‘Nueva Era’” y fue publicada en 2003 de forma conjunta por el Consejo Pontificio de la Cultura y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Un documento muy bueno, la verdad. Siempre recomiendo leerlo: es la mejor herramienta de formación para un católico sobre el tema. Y su clave no es la condena, sino un conocimiento profundo para el discernimiento y para saber rechazar la Nueva Era y sus propuestas con unas razones fundadas en la fe.
¿Cómo es la visión distorsionada de Dios y del hombre que nos propone?
La teología y la antropología son fundamentales en la Nueva Era, utilizando estas palabras en su sentido originario de lo que se dice sobre Dios y lo que se dice sobre el hombre. A ellas les dedico sendos capítulos del libro. La clave principal es que, como Dios no es un ser personal con el que establecer una relación, para la New Age la experiencia espiritual no consiste en la fe ni en la adoración, sino en el descubrimiento y la vivencia del propio “yo interno”, que se identificaría con lo divino y con el todo. Una suerte de panteísmo, es decir, que todo es divino, y todo es uno. Las personas que están en la Nueva Era desprecian cualquier tipo de dualismo (Creador-criatura, alma-cuerpo, etc.) y presentan un pensamiento atrayente de unidad. Pero en realidad, como intento demostrar en mi análisis, lo que parece de tanta claridad y “buen rollo” no lo es tanto. Las consecuencias de la New Age para el ser humano, la familia y la sociedad son desastrosas, porque no existen el mal ni el pecado (sólo sería una falta de conciencia o conocimiento), el hombre se cree omnipotente y con derecho a todo (con una falta de ética comunitaria que lo vuelve muy peligroso) y, al final, está en una radical soledad infinita, sin alguien real (Dios) que fundamente su existencia, lo ame y lo redima.
¿Por qué la Nueva Era tiene un carácter totalmente sectario?
Porque se basa en el engaño, que es la clave de comprensión de las sectas. La Nueva Era se presenta con una cara muy atractiva y atrayente, ofreciendo –más bien pareciendo ofrecer– autorrealización, paz interior, bienestar, equilibrio… en suma, la felicidad. Y con una perspectiva espiritual de la realidad, frente a un mundo superficial, consumista y hedonista. Por eso es capaz de cautivar a tanta gente buena, a tanta gente que está buscando el sentido de la vida o que necesita solucionar sus problemas o afrontar una situación de sufrimiento. Y ahí está la trampa. Como las sectas –y la New Age está llena de ellas–, explota las vulnerabilidades humanas para captar a personas y someterlas, haciéndolas totalmente dependientes.
Y vuelvo a lo que te comenté hace un rato: por eso muchas familias se sorprenden cuando uno de sus miembros, sin pertenecer a una secta, a un grupo concreto, cambia radicalmente de vida “sólo” por haber empezado a leer una serie de libros, por ver los vídeos de un canal de YouTube, por formar parte de un grupo o seguir un canal de Telegram o WhatsApp, por ir a unas charlas… Y, como digo, sin pertenecer a un grupo, esa persona empieza a aislarse de sus familiares, cambia de forma de hablar, trastoca sus valores y creencias anteriores. Sus seres queridos ven que es como si estuviera en una secta, sin estar realmente en una. Ése es el potencial sectario y dañino de la Nueva Era, que crea un ambiente cerrado alrededor de su adepto y lo convierte en un fanático.
Sin embargo mucha gente acepta como algo normal y sin peligro el yoga, el mindfulness, el reiki, las flores de Bach, la Gestalt o las constelaciones familiares… ¿Se podría decir que es jugar con fuego?
Podríamos distinguir niveles… En algunos casos no es jugar con fuego, sino directamente meter la mano en las llamas. Porque estamos hablando de prácticas totalmente esotéricas, mágicas, ocultistas. Si uno pone su mano en contacto con el fuego, se quema. Siempre. En otros casos sí podemos hablar de “jugar con fuego” porque, siguiendo la imagen, hay personas que son capaces de hacer malabarismos y espectáculo con objetos ardiendo sin quemarse (aunque siempre hay peligro, claro). Pero la mayor parte de los mortales nos quemaríamos con casi total seguridad. Eso es lo que pasa con el yoga, el mindfulness… técnicas que teóricamente podrían ser inocuas, pero que en la realidad acaban abocando a muchos de sus practicantes a una “conversión” personal que no buscaban.
Por eso yo explico en el libro la imagen de una escalera descendente. Quienes acceden a una de estas prácticas, técnicas o grupos, en muchas ocasiones se quedarán en un nivel superficial de participación, sin más. Pero hay algunos que bajan un peldaño más, para quedarse ahí. Y otros seguirán descendiendo… en una bajada al abismo. Como sucede con las drogas o con otras adicciones. No todos los que practican yoga o hacen constelaciones familiares acabarán en el ocultismo y la magia ritual. Pero sí es cierto que los que están en esos ámbitos más oscuros –incluso en el satanismo– proceden muy habitualmente de aquellos primeros escalones que parecían tan luminosos y positivos. Es la evolución lógica del pensamiento mágico y de la espiritualidad gnóstica.
¿Por qué atrae tanto lo oriental y lo esotérico, especialmente a personas que no les dice nada la religión católica o que incluso les repugna?
Iba a decirte que se trata de dos fenómenos muy distintos, lo oriental y lo esotérico… pero lo cierto es que su “moda” en el Occidente contemporáneo tiene que ver con una estrecha relación entre ambos. Que tiene su explicación en la Teosofía, de la que hablamos antes. Efectivamente: en el siglo XIX, la Sociedad Teosófica hizo un batiburrillo doctrinal de tipo esotérico en el que se introdujeron como piezas clave diversas ideas y enseñanzas del hinduismo y del budismo. Y eso se hizo tremendamente popular. Si hoy están tan difundidas cosas como el yoga, la reencarnación, el karma, los chakras, el aura… es por la labor de los teósofos y su gran impacto en la cultura occidental.
¿Por qué todo esto cautiva a una sociedad cada vez más secularizada y que rechaza la propuesta cristiana? Seguramente no haya una sola razón. A mí se me ocurre que, entre otros factores, destacan el hartazgo con respecto al cristianismo –en el que los cristianos habremos tenido algo que ver, por el mal testimonio de vida–, la ingenuidad y atención con las que se reciben las “nuevas ideas” –aunque repito que la Nueva Era no tiene nada de novedoso–, la (supuesta) capacidad de adaptación a la persona que tienen estas ideas, en las que la persona llevaría el control total, en un tipo de autonomía radical… Y, en el fondo, se trata de la tentación primera, la que aparece en las páginas iniciales del Génesis, cuando la serpiente le ofrece al hombre ser igual a Dios… pero sin Dios. El gran engaño, el primigenio.
¿Cómo está presente en la Iglesia, a nivel de parroquias, casas de retiro, colegios, etc.?
Tenemos un grave problema a nivel eclesial con este tema. En primer lugar, porque falta formación sobre esto, y es muy fácil también para los pastores, agentes de pastoral y personas comprometidas caer en el engaño de la New Age. Como suena espiritual, positivo, bondadoso… aunque normalmente se identifica con facilidad y se ve que no es cristiano, en aras de un buenismo y actitud dialogal… se acaba transigiendo. Ya sea, por un lado, introduciendo en la oración, en la formación o en las actividades de apostolado, elementos de la Nueva Era. Que, de una forma sutil, acaban alejando a las personas de Dios y de la Iglesia.
Ya sea, por otro lado, albergando en espacios católicos (sobre todo casas de retiros) actividades ajenas, por aquello de la acogida y del negocio (en diversas proporciones, según los casos), que resultan ser de la órbita New Age. No es posible, no es bueno y no es aceptable. Porque supone una complicidad, implícita o explícita, con las actividades de proselitismo y adoctrinamiento de sectas y grupos de la Nueva Era. Una complicidad con el engaño. Algún día, víctimas de la estafa integral que supone todo esto podrán pedir cuentas a los obispos, a las congregaciones religiosas, a los párrocos… porque fueron captados y engañados por un gurú o un grupo determinado, y en el engaño fue un factor fundamental el que se hiciera en un local parroquial, un colegio católico, un convento, un monasterio o una casa de espiritualidad. Y si la complicidad es fruto de la ignorancia… esto revela, una vez más, la necesidad urgente de formación.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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