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La mayor parte de los ciudadanos de este país no somos racistas, de hecho los españoles siempre nos hemos distinguido por ello, no hemos exterminado pueblos nativos como han hecho otros pueblos occidentales, al contrario, en muchas ocasiones nos mezclamos con ellos. Con el tiempo, mucha información y una buena dosis de racionalidad hemos abandonado las posiciones homófobas que hace años eran evidentes. A la vez hemos transitado, en paralelo a las cuatro olas de feminismo, desde posiciones intransigentes hacia las de igualdad entre mujeres y hombres, se han roto muchos techos de cristal, se han cerrado muchas brechas que parecían insalvables y, a pesar de todo, es cierto que, a las feministas y a toda la sociedad en general, aún le queda camino por recorrer hasta la plena igualdad y el reconocimiento del valor de las mujeres como parte esencial de nuestra sociedad, en todos los aspectos laborales, familiares, políticos, etc. También se ha dado a conocer, para aquellos que no estaban debidamente informados, el mundo “trans” y sus particularidades, algunos han descubierto toda una panoplia de situaciones diversas que, no solo han de ser tratadas con respeto, sino que han de ser tenidas muy en cuenta, social y políticamente, para que su desarrollo personal sea coherente con sus necesidades.
En muchos casos ya existe legislación suficiente sobre todos esos temas, quizás todo sea cuestión, como en tantas otras cuestiones, de hacer cumplir las leyes. Su gobierno ha caído en una locura legislativa, redundante unas veces y precipitada otras. Una paranoia legislativa que destila rabia, a veces misandria y que pretenden una alteración radical de nuestra sociedad basándose, por ejemplo, en que el sexo no es algo biológicamente determinado sino un constructo social, inducido por la acción continua de lo que han venido llamando “heteropatriarcado”.
Hay mucho de lo que hablar, debatir, informar y escribir sobre la diversidad cultural y étnica (sobre todo en Cataluña y el Vascongadas); sobre cómo alcanzar la plena igualdad entre mujeres y hombres en el entorno familiar, cómo eliminar esa brecha salarial que aún persiste en algunos ámbitos, cómo apoyar el deseo de muchas mujeres de ser madres sin menos cabo de su situación económica y laboral; sobre el respeto debido a las personas homosexuales y cómo evitar su exclusión social; sobre la consideración e inclusión social que merecen las personas transexuales, pero también cómo tratar el aspecto sanitario, psicológico y familiar de las operaciones de cambio de sexo y las fases de tratamiento hormonal.
Todos ellos son aspectos sobre los que aún queda mucho que investigar y por avanzar, pero también deben reconocer sus ministros más levantiscos que se ha avanzado mucho. Nuestra sociedad ha recorrido mucho camino en muy poco tiempo y está orgullosa de ello, pero no comprende algunas actitudes excesivamente beligerantes de una parte de su gobierno, ni las intenciones de esos que se ponen interesadamente a la vanguardia de los movimientos que pretenden “deconstruir” todo, como si pretendieran echar abajo todo lo que hemos venido teniendo como cierto, incluso las certezas biológicas. Se podría pensar que, como la clase obrera no les ha seguido el juego, no ha seguido las consignas marxistas para acabar con el capitalismo, han decidido modificar la lucha de clases y abarcar a nuevos sujetos políticos: mujeres, minorías raciales, homosexuales, transexuales, queer, etc., como propugnó Laclau. En definitiva, se puede decir que buscan, mediante la utilización de estos grupos, arrebatar el poder a lo que ellos llaman el “patriarcado blanco” (por supuesto capitalista) y distribuirlo entre esos grupos debidamente monitorizados por los “marxistas new way” (o quizás debería decir guay).
El pueblo llano y sano les está tomando la medida. Por mucho que insistan en tratar de justificar la extraña “fluidez del sexo”, la necesidad de informar sobre las opciones sexuales o de género, como dicen ustedes, a los niños en la etapa infantil y adolescente o lo beneficioso que pueda resultar legislar sobre el cambio de sexo de manera que lo están haciendo, el pueblo no va a comulgar con ruedas de molino. Sabe perfectamente que la fluidez es una propiedad de los líquidos, no del sexo biológico; que con los niños y adolescentes hay que respetar los tiempos, informando sin ocultaciones ni estúpidos tabús, pero sin exageraciones improcedentes; que los procesos de cambio de sexo, desde el suministro de hormonas hasta las intervenciones quirúrgicas, son irreversibles y que hasta la mayoría de edad debería ser obligatoria la autorización de los padres y además, en todos los casos, la intervención de los profesionales que pudieran orientar durante todo el proceso.
Confío en que la sociedad le esté tomando la medida y reaccione de una vez por todas. Confío en que más pronto que tarde le apee del pedestal que tanto le costó conquistar y desde el que, bien aferrado, nos ha intentado persuadir de que lo negro era blanco y todo lo demás fluía, desde el que no ha dejado de proferir mentiras y cambiar de rumbo según le dictaban los califas de turno. Confío en ello, porque si no es así tendré que colegir que vivo en una sociedad en decadencia y la verdad ni me apetece, ni tengo los posibles para exiliarme.
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