21/11/2024 11:43
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“El propósito de los medios masivos no es tanto informar sobre lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo con las agendas del poder corporativo dominante.” (Noam Chomsky)

Permítanme comenzar con un consejo y una reflexión antes de entrar en materia, porque el mundo en el que vivimos se está tornando un tanto inquietante y complejo…

El consejo… En la era de la sobreinformación y la desinformación, hemos de cuestionarlo todo. No podemos creernos a pies juntillas todo lo que nos cuentan los medios de comunicación social (MCS), sometidos la mayoría de ellos al poder político o a las oligarquías de turno. Así que, cualquier cosa que escuchen o vean, pónganla en duda. También esto que van a leer. Infórmense, utilicen la razón y después el sentido común que, para nuestra desgracia, sigue siendo el menos común de los sentidos. Ya verán cómo todo cuadra o descuadra, según se mire.

La reflexión… Ante la imponente figura de Jesús de Nazaret e incapaz de comprender lo que Éste le decía, el procurador romano Poncio Pilato le preguntó: Quid est veritas? Y eso mismo se preguntan muchas personas, cada vez más: ¿Qué es la verdad? Pues bien, la verdad es la que es, y es única; si no, no lo sería. Sin embargo, en la era del relativismo y la corrección política –la que vivimos en la actualidad– no existe la verdad que, por definición, es absoluta, sino múltiples verdades. Así que ahora estamos rodeados de una multiplicidad de verdades que conviven y conforman un totum revolutum que contribuye a la confusión de quienes no ven más que el dedo cuando con él se apunta a la Luna. Vivimos en la época de la posverdad, donde las noticias falsas (fake news) y la desinformación se enmascaran con la verdad para ocultarlas y hacerlas pasar por lo que no son, confundiendo a la audiencia objetivo, que somos todos. Así pues, hoy nada es lo que parece y nada parece ser lo que realmente es. Y detrás de todo hay una justificación que escapa a nuestro entender, porque a pesar de la sobreinformación, no todo se publicita –la información es poder–. Además, es mediante la manipulación de la información como se sugestionan nuestras mentes y se domina el mundo, no de otro modo.

Y ahora, entremos en materia… Hablar de este asunto implica hablar de otros muchos que no son triviales, porque el cambio climático es sólo una de las cabezas de la hidra que amenaza nuestra existencia como seres libres, la Agenda 2030. No obstante, me centraré sólo en él, pues es el objeto del presente artículo de opinión. La Resolución A/70/L.1 “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, aprobada por la Asamblea General de la ONU –es decir, por todos los jefes de Estado y de Gobierno– el 25 de septiembre de 2015, y desconocida en su totalidad por la gran mayoría de la población mundial, contempla entre sus 17 metas (goals) “Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”, y exige el reconocimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático como el principal foro intergubernamental internacional de discusión para negociar la respuesta mundial al cambio climático, definido por la convención como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”. Es decir, que la culpa del cambio climático es, sí o sí, debido a la actividad del hombre, y los Estados que han ratificado la convención tendrán que hacer lo que en ella se determine, guste o no a sus ciudadanos que, a la vista de la deriva actual, vislumbran en el horizonte un futuro no muy halagüeño.

Y todo ello por un nuevo cambio climático… Sí, “nuevo” porque a lo largo de nuestra dilatada historia, la humanidad ha sufrido unos cuantos… Pero ¿de verdad hay cambio climático? Y si lo hay, ¿cuál es su causa? Lo cierto es que no tengo respuesta para ninguna de las preguntas. Y al igual que yo, la mayoría; pero como nos lo dicen, nos lo tenemos que creer. Al fin y al cabo, ¿quiénes somos para decir que no cuando una gran cantidad de científicos así lo afirman (al menos eso es lo que nos dicen los MCS, los políticos y las organizaciones supranacionales)? De igual modo, ¿quiénes somos para contradecir a la gran cantidad de científicos que se mantienen escépticos o lo niegan? Evidentemente, se aprecian cambios en la meteorología –los ha habido siempre–, al igual que en la duración de las estaciones –en este caso, desconozco si los ha habido antes–; pero de ahí a decir que hay cambio climático y que los seres humanos somos los culpables de ello hay un insondable abismo. Otra cosa muy diferente sería hacer hincapié en el hecho de que el medio ambiente se ve perjudicado por la inapropiada acción del hombre, que tiene la responsabilidad de cuidarlo porque, aunque la Tierra sea su hogar, no le pertenece en exclusividad.

Aunque todo tiene un principio, todo lo relacionado con la Agenda 2030 viene de lejos, está muy enrevesado y resulta difícil de desenmarañar; así que, a los efectos de este artículo de opinión, tomaré como base de partida el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), un foro creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en 1988 para “ofrecer al mundo una visión científica clara del estado actual de los conocimientos sobre el cambio climático y sus posibles repercusiones medioambientales y socioeconómicas” –otro de los muchos foros auspiciados por la Organización de Naciones Unidas (ONU), organización supranacional que, a expensas de los erarios públicos y sin autoridad legítima para ello, regla nuestras vidas más allá de lo que imaginamos, por mucho que sus defensores nos intenten vender lo contrario.

Desde su nacimiento, el IPCC ha emitido varios informes –hasta la fecha, seis– acerca del cambio climático, principalmente sobre el calentamiento global. El más destacado de ellos es el conocido como AR4 (4th Assessment Report), publicado en 2007, año en que dicha entidad y Al Gore, que fue vicepresidente de Estados Unidos con Bill Clinton (1993-2001), recibieron el Premio Nobel de la Paz por su labor en relación con el cambio climático. Pero ¿qué labor les hizo merecedores de recibir tan prestigioso galardón? Lo cierto es que lo desconozco, a no ser que les recompensaran por alarmar al mundo diciendo que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) habían aumentado significativamente desde la Revolución Industrial y que los índices alcanzados eran tan elevados que se habían convertido en una amenaza para la humanidad, siendo los seres humanos los únicos responsables de ello, como apunta el documental The Inconvenient Truth (La verdad incómoda), por el que Al Gore recibió un óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas estadounidense en 2007.

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Según nos cuenta Peter Sullivan en su libro Punch-Drunk on CO2… Dizzy from Spin (Editorial Xlibris) –una investigación en toda regla–, el IPCC nos ha mentido constantemente, y lo ha hecho a sabiendas, no por error. Desde su primer informe (AR1) hasta el cuarto (AR4) –el más importante, por su repercusión– el IPCC ha manifestado que el calentamiento global se debe a la producción de CO2 por causas antropogénicas, pero lo ha hecho sin tener evidencia científica alguna que avalara su conclusión y ocultando que a lo largo de la historia de la humanidad han existido periodos mucho más calurosos que el actual. En cuanto al cuarto (AR4), se elaboró en base a modelos computacionales sin validar y, al parecer, fue refutado por muchos científicos, entre los que destaca Vincent Gray, doctor en química por la Universidad de Cambridge, que revisó los cuatro informes y que, tras efectuar 2.253 comentarios al AR4 (575 de ellos relacionados con el capítulo que atribuía el calentamiento global al CO2 antropogénico), determinó que “no hay evidencia de que el aumento de los gases de efecto invernadero esté perjudicando al clima”.

En cuanto a Al Gore, es más que evidente que se ha enriquecido gracias al calentamiento global y su derivada, el cambio climático. Desde que dejó la vicepresidencia ha estado impartiendo conferencias –sobre el calentamiento global primero y sobre el cambio climático después–, a razón de 150.000-200.000 dólares la conferencia –una cifra nada desdeñable–. Como no podía ser de otra manera, también las ha impartido en España –por ejemplo, lo hizo en 2007 en Madrid, Barcelona, Sevilla, Palma de Mallorca y Oviedo, con motivo de su visita para recoger el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional–. En 2001, tras cesar en el cargo, su patrimonio neto era de 1,7 millones de dólares –la mayoría procedentes de terrenos familiares en Tennessee–. En la actualidad parece que supera los 330. Además, tiene tres mansiones valoradas en 23,5 millones de dólares y numerosas acciones procedentes de las más variadas empresas. En 2004, fundó la compañía Generation Investment Management –empresa gestora de inversiones sostenibles orientadas a crear una sociedad que no genere emisiones de gases de efecto invernadero (net-zero) y sea próspera, equitativa, saludable y segura–, cuyo patrimonio actual ronda los 42.000 millones de dólares y de la que percibe un salario mensual de 2 millones de dólares. Según información reciente publicada por Bloomberg News, la compañía fundada por Al Gore posee un significativo número de acciones en empresas que emiten una gran cantidad de gases de efecto invernadero. Está claro que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Nadie da puntada sin hilo; Al Gore no es la excepción y tampoco el único. Como dijo D. Francisco de Quevedo, “Poderoso caballero es don Dinero”

Pues bien, mientras el IPCC y Al Gore eran encumbrados a la gloria por los siervos de la gleba, salía a la luz el documental The Great Global Warming Swindle (La gran estafa del calentamiento global), una magnífica recopilación de aportaciones científicas que desvelan las irregularidades llevadas a cabo por el IPCC –según Patrick Moore, cofundador de Greenpeace, “el IPCC no es una organización científica, sino que contrata a científicos para que les proporcionen información que respalde la narrativa de la emergencia climática”; es decir, no es imparcial, pues al estar sufragado por la ONU no puede sino apoyar las líneas políticas de dicho organismo– y las falsedades difundidas por Al Gore, pues hay periodos de la historia más cálidos que el actual, como el “Periodo Cálido Medieval” (1.100-1.300) o el “Holoceno Máximo” (6.000 a. C.-2.500 a.C.), y no existe evidencia científica alguna que demuestre una correlación entre la producción de CO2 y el aumento de la temperatura ni en la Tierra ni en la atmósfera. Por otro lado, ¿cómo podemos considerar al CO2 como el causante de tal incremento si tan solo representa el 0,04% de los gases presentes en la atmósfera? Del mismo modo, ¿cómo podemos culpar al ser humano del calentamiento global cuando el 97% del CO2 atmosférico lo produce la propia naturaleza, y el hombre –con sus fábricas, vehículos y vacas– y los incendios forestales son responsables de resto (es decir, del 0,0012% de los gases que componen la atmósfera))? Seamos razonables…

En relación con las irregularidades llevadas a cabo por el IPCC, sirva como muestra la siguiente: en 2013, el organismo instó a sus científicos a falsear los datos climatológicos para que no constase en su último estudio el hecho de que la temperatura en la Tierra no había aumentado desde 1998. Según parece, los Gobiernos de Alemania, Bélgica, Estados Unidos y Hungría forzaron al organismo a corregir el informe para evitar poner en tela de juicio el cambio climático. ¡Qué raro!

Algo que obvian la mayoría de los MCS es que según la teoría del clima del astrofísico serbio Milutin Milankovitch, que data de 1941 y es aceptada como válida por la comunidad científica, el clima de la Tierra siempre ha estado cambiando y continuará haciéndolo, porque sus variaciones no están ligadas a la acción de los seres humanos, sino que dependen de la actividad solar, que resulta impredecible. También ocultan que desde 1958 la National Aeronautics and Space Administration (NASA) es conocedora de que los cambios en la climatología del planeta ocurren por causas relacionadas con cambios en la órbita solar de la Tierra, junto con las alteraciones en la inclinación axial del planeta, son los responsables de su calentamiento y/o enfriamiento, considerándolo completamente natural y normal.

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Pero no solo la Tierra experimenta cambios. Desde hace más de quince años todos los planetas del Sistema Solar los están sufriendo. Veamos algún ejemplo: en Neptuno, las temperaturas bajaron drásticamente tras dar comienzo su verano austral, en 2005 –entre 2003 y 2018, la temperatura global del planeta experimentó un descenso de 8ºC–, cuando debieran haber subido. Posteriormente, entre 2018 y 2020, la temperatura de su polo sur aumentó bruscamente 11ºC; en Júpiter, la gran mancha roja está disminuyendo de tamaño progresivamente, siendo ahora más pequeña que nunca; y en 2018, Saturno sufrió una serie de cuatro súper tormentas que interactuaron entre sí provocando perturbaciones de enormes proporciones, un hecho insólito e inexplicable para los científicos. Todo ello debido a agentes externos que no se pueden controlar, como la actividad solar y los rayos cósmicos –partículas subatómicas procedentes del espacio exterior–. Lo que parece estar claro para los científicos es que los aumentos de la temperatura en nuestro planeta están correlacionados con las variaciones de las manchas solares y que, en base a las observaciones realizadas por los astrofísicos, se prevé una caída de las temperaturas para la década de 2030, periodo en el que se podrían alcanzar los niveles de la “Pequeña Edad de Hielo” (siglos XIV al XIX). Todo lo contrario a lo que nos cuentan los MCS, los políticos y las organizaciones supranacionales.

A pesar de todo, siempre hay científicos que se empeñan en hacer predicciones al margen de las evidencias (científicas) –recordemos que desde 1958 la NASA sabía que el calentamiento de la Tierra se debía a factores externos, no antropogénicos–. Veamos un ejemplo muy significativo. El 16 de abril de 1970, el diario estadounidense The Boston Globe publicaba, en su página 18, el artículo siguiente: Scientist predicts a new ice age by 21st century. En él se informaba de que un científico del National Center for Atmospheric Research (Boulder, Colorado), James P. Lodge, experto en contaminación atmosférica, aseguraba que “la contaminación atmosférica puede eclipsar la acción del Sol, causando una nueva edad de hielo en el primer tercio del siglo XXI si la población y el consumo continúan creciendo al ritmo actual”, llegando a afirmar que “el consumo de oxígeno en los diferentes estados de los Estados Unidos, con la excepción de Alaska y Hawái, era excesivo en comparación con el que podían producir las plantas, teniendo que hacer uso del producido por los océanos”. Así que para hacer frente al desastre ecológico al que se enfrentaba el ser humano, propuso como solución “controlar el incremento de la población, llevar un nivel de vida menos derrochador y emplear los avances tecnológicos para hacer un mejor uso de los recursos naturales”. Pero Lodge no fue el único científico que hizo uso de su bola de cristal para predecir lo que, según él, se avecinaba, porque durante la década de los 70 se publicaron otros muchos artículos y estudios relativos al “inevitable” enfriamiento que sufriría el planeta Tierra durante el primer tercio del siglo XXI. Pues bien, no solo estamos a la espera de que se produzca el enfriamiento, sino que ahora nos dicen que estamos inmersos en un ciclo de calentamiento global que, de seguir así, provocará un cambio climático que traerá catastróficas consecuencias para la humanidad. Estamos ante una emergencia climática en toda regla. ¿A nadie le resulta curioso que los tres factores propuestos por Lodge para hacer frente al enfriamiento del planeta sean los mismos que las organizaciones supranacionales, el Foro de Davos y unos cuantos billonarios nos están imponiendo para combatir su calentamiento? Algo me dice que aquí hay gato encerrado…

El 15 de enero de 2022 se produjo un hecho muy significativo desde el punto de vista geofísico y meteorológico del que poco se ha hablado –bien porque se desconoce [poco probable], bien porque no beneficia la tesis del cambio climático provocado por la actividad antropogénica [más probable]–, la erupción del volcán Hunga-Tonga-Hunga-Ha’apai, situado al sur del Océano Pacífico. Su virulencia fue tal que la explosión inicial pudo oírse en Alaska, a 10.000 kilómetros de distancia, y produjo ondas de choque que se propagaron por todo el planeta, dando la vuelta al mundo hasta cuatro veces. La explosión hizo estallar 9,5 kilómetros cúbicos de roca y provocó un penacho de gas caliente y ceniza que se elevó hasta los 56 kilómetros de altura, alcanzando la mesosfera. También inyectó en la atmósfera 146 teragramos de agua vaporizada –una cantidad nunca vista hasta la fecha del suceso– (link a la fuente de información). Según los científicos, los efectos resultantes de esta erupción “podrían llegar a alterar el clima de la Tierra produciendo su calentamiento durante al menos cinco años, afectando también a la capa de ozono”. En definitiva, teniendo en cuenta que el vapor de agua es uno de los principales gases de efecto invernadero, no sería de locos suponer que “los 146.000 millones de litros de agua [arrojados a la atmósfera] o, lo que es lo mismo, el 10% del agua que ya había en la estratosfera” fueran los causantes del aumento de las temperaturas que sufrimos el año pasado. Es para pensar en ello. Ahí lo dejo…(Continuará)

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Dr.fin

Brillante exposición…

Geppetto

El cambio climatico ha afectado particularmente a España, el calor a secado los cerebros de los españoles que se dedican a destruir su pais con verdadero talento

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