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La ley de memoria democrática es el vómito venenoso de quienes aureolan en sus vísceras una revancha imposible colectivizando las mentes en el Gulag de la mentira y del relato estatal.

Por muchas garras y mazmorras que lancen contra nuestro Pasado, el franquismo es inextirpable del recuerdo pues no es un baúl clausurable por ningún decreto ni por ninguna ley; es la memoria personal de millones de españoles amantes de los hitos del César militar invicto de la Legión, del primer vencedor del comunismo en el campo de batalla y del hábil estadista de la Paz que durante 39 años de mandato dio a los trabajadores el pan y el descanso, a los jóvenes la alfabetización y a los patronos la libertad. España pasó de la alpargata y el analfabetismo a sentir en su sien como, de las leyes de Franco brotaban los principios germinadores de la doctrina social falangista: natalidad enaltecida, familias numerosas y prósperas, obreros con pagas extraordinarias, el empleo fijo por ley, y la creación fecunda de la Seguridad Social dotada de 292 hospitales, un millar de ambulatorios y las pensiones para nuestros mayores. La lucha de clases y la división nacional y territorial habían sido superadas, tal y como soñaba José Antonio.

La Historia española de 36 años de Estado franquista es inseparable de la influencia y figura del abogado y jefe de Falange José Antonio Primo de Rivera, cuya tumba pretenden profanar los mismos partidos políticos que lo fusilaron, sin cargos y sin conciencia, el 20 de noviembre de 1936. De la ascética ética moral y de la colosal intelectualidad del joven líder de Falange emanaron las más altas notas de fraternidad patria, de vanguardia, de poesía y de guerra. El azul mahón de las camisas proletarias de Falange era el timbre de gloria de su obrerismo real, de su unión sindical, económica y nacional superadoras del capitalismo explotador y del marxismo tiranizador de los pueblos. José Antonio, con su verbo y su doctrina, sembró de inspiración el genio personal con que futuros ministros del general Franco como José Antonio Girón de Velasco o José Utrera Molina brindaron a España el puesto de trabajo digno, la magistratura laboral, la representación sindical, la clase media acomodada y las 4.500.000 viviendas sociales. Al calor de este bienestar social, tan soñado  por José Antonio, y plasmado por los gobiernos franquistas, la población española, vergel de la natalidad, creció un 36 por cien en sólo tres décadas marcando en 1975 un listón de fertilidad que jamás hemos recuperado desde entonces y que garantizaba con solvencia los servicios públicos, las pensiones y ningún cuento chino sobre la necesidad de “inmigrantes paga pensiones”.

45 años después de la muerte de Franco, y sobre una España quebrada, de desahucios, pobreza laboral, miseria energética y destrucción multicultural, los vampiros socialistas de la Memoria Soviética, henchidos de enanismo odiador y de bajeza cobarde, quieren destruir el Valle de los Caídos y profanar la tumba de José Antonio como hicieron con la del Caudillo. La canallada no es sólo el resultado del revanchismo respecto a una guerra que perdieron. Odian la bondad y la belleza, el legado cristiano, el éxito de la justicia social. Odian a los últimos Héroes de Luz que parió nuestra gloriosa Historia de España.

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Lanzarán mordidas contra el Patrimonio, las tumbas y la Historia de nuestros mejores. Se lanzarán a la persecución carcelaria y multista contra nosotros, sus defensores. Pero no nos arrebatarán la conciencia y no corromperán un alma de rebeldía que rugirá  -auguro- más pronto que tarde.

La resistencia numantina y el bastión moral de la eterna España está hoy concentrado en la Comunidad Benedictina del Valle de los Caídos y en su Prior Santiago Cantera. Por ellos y por nuestros Caídos merece la pena que salgamos a las calles, inundemos el Valle de los Caídos con presencia humana y demos nuestros gritos y nuestros actos por la Verdad y por España. Es lo único que nos queda.

Autor

Jose Miguel Pérez