21/05/2024 02:39
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Las manifestaciones en Francia, las protestas en Francia, lejos de ser un susto, o un mal regusto, para mí son bendiciones.

Bendiciones porque atacan a un sistema impuesto por la oligarquía de Bruselas, aceptado por los gobiernos vasallos de la Unión Europea, y basado en el permanente recorte de derechos sociales. Un permanente recorte de derechos jalonado eso sí, por la entrada masiva de inmigrantes y la conversión del continente en una mera lonja de tratantes de ganado donde sólo importan el capitalismo especulativo, los diseños sociales y la supeditación de Europa a la amputación de sus fuentes de energía, industrias y soberanías patrias.

Bendiciones porque parece ser que no son la falsa bandera que resultó, al final, el movimiento llamado “chalecos amarillos”.

Bendiciones porque son la salida al exterior del combustible acumulado en los franceses hartos ante tanta injusticia como fue la imposición de la vacunación obligatoria, la dictadura sanitaria o las frecuentes amenazas a los derechos de los trabajadores.

Bendiciones porque son el estallido social contra un “mayordomo” del clan financiero Rothschild llamado Emmanuel Macron: el jefe del Estado francés que agita la bandera del aborto como derecho insoslayable en la Unión Europea, que ha embarcado a su nación en la guerra de Ucrania producida por EEUU al servicio de sus intereses bastardos, y que patrocina los designios más perversos de la Agenda 2030 siendo uno de los monaguillos excelsos del Foro de Davos.

Bendiciones porque Francia ostenta récords en suicidios de agricultores y granjeros a causa de la política de Macron.

Bendiciones porque ponen al descubierto la miseria del liberalismo y de sus apoyos a izquierda y derecha; de todos aquellos que proclaman “que los franceses poseen un sistema de pensiones deficitario e inviable –como el nuestro-, y que por tanto hay que reformarlo” pero… ¿Cómo hacerlo? En España somos expertos desde la primera reforma contra las pensiones de Felipe González en 1985. Esto es: endureciendo requisitos para el cobro de la pensión como es alargar la edad de jubilación, el periodo de cómputo o los años cotizados para el acceso al 100 por cien de la pensión. Esta es la receta del liberalismo, de la Unión Europea y de los cretinos lacayos de izquierda y derecha. En España la llevamos sufriendo en sucesivas oleadas desde 1985 cuando fue liquidado por el PSOE el derecho a cobrar pensión contributiva con 8 años cotizados.

Bendiciones porque podrán decir que, efectivamente, la izquierda francesa y los sindicatos promovieron el voto masivo para Macron y contra Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, para que Le Pen no ganase. Y efectivamente Macron llevaba en su programa electoral la reforma de las pensiones. Aun así le votaron. No les eximo de culpa. Pero en esas manifestaciones no sólo hay izquierdistas; también hay gentes de derecha o abstencionistas, hay agricultores, hay bomberos, hay incluso cada vez más policías.  Da igual a quién hayan votado. Han salido a luchar contra una injusticia y contra un tirano.

Bendiciones porque el estado prerrevolucionario que vive Francia debería ser contagiado al resto de Europa ante la que nos vendrá a los ciudadanos cuándo desde Bruselas y desde el gobierno sumiso de turno se impongan los leoninos recortes sociales que de seguro el gobierno aceptará con tal de pagar nuestra permanencia en el “club”, en el “Euro”; en el “ya somos uropa” de aquel infame 1 de enero de 1986 donde Felipe González pregonó a los españoles que por fin “éramos europeos” y a renglón seguido, gustosamente aceptaron los anestesiados votantes la llegada del impuesto conocido como “IVA” o la desarticulación de nuestra industria pesada o la privatización del sector energético, exigidos por Bruselas.

Bendiciones porque parece que queda pulso en el ánimo social y que un sistema injusto puede ser retado. Porque el bien común exige pagar las pensiones no exprimiendo a los obreros sino eliminando la corrupción política; en el caso de España clausurando el sistema autonómico y centralizando políticamente el Estado; patrocinando la natalidad como hasta 1975 se hizo en España con record de nacimientos en nuestra historia (el índice de fecundidad en 1975 era de 2.8 hijos/mujer; hoy de 1.2); creando contratos laborales de calidad con trabajadores blindados frente a la injusticia que sobre ellos pudiera recaer ante el despido injusto; reindustrializando España; expandiendo el agro y el regadío; favoreciendo fiscalmente a la familia de todas las formas posibles; liquidando el acceso a pagas y a sanidad de quienes de forma masiva jamás debieron irrumpir en España desde otros países.
Podrán decir algunos que esto es muy difícil de acometer; que son reformas complejas en el tiempo; que en el corto plazo son necesarias otras medidas. Y no es cierto. Esto es lo que hay que hacer por justicia y bienestar. Simplemente. Lo demás es sólo ruindad.

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Bendiciones porque, en definitiva, este sistema económico y social idealizado por los poderes económicos y supranacionales, por el liberalismo sin alma ni escrúpulos, parece encontrar grietas que ojalá se abran más y acaben tumbando la injusticia.

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