15/10/2024 05:36
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Al inicio, y durante bastantes años, de esta democracia fallida del 78, pensé que la sociedad española la formabamos ciudadanos con derechos y obligaciones regidos por el principio de igualdad ante la ley. 
 
Ahora me entristece constatar cuán equivocado estaba y que, desde hace bastante tiempo o tal vez sea desde siempre, esas características nobles enunciadas en el párrafo anterior son cuatro mentiras.
 
La primera: categorizarnos a los españoles como ciudadanos solo puede nacer de un exceso verbal. La cruda realidad es que el contubernio bipartidista PSOE-PP, después de 40 años, nos ha convertido en máquinas de pagar impuestos, en CONTRIBUYENTES. Y ¿qué beneficios ha supuesto ese terror fiscal al que nos han sometido socialistas y populares? Para los contribuyentes ninguno. Nuestra deuda nacional que a la muerte de Franco era inferior al 10 %, alcanza actualmente niveles superiores al 100 %, y con la pandemia del virus chino se prevén valores del 120 %. Las crujidas de impuestos a que nos han sometido han sido utilizadas, por unos y otros, para fines tan indignos como el elefantiasico gasto autonomico, las voraces demandas económicas (y de todo tipo) de los secesionistas vasco-catalanes, y para una corrupción partitocracica sangrante. Es decir, los únicos beneficiarios del saqueo fiscal han sido esta castuza política que tiene la desvergüenza, además, de haber generado un ponzoñoso e  hipotecado legado para nuestros Hijos y Nietos. 
 
La segunda mentira: los derechos, que sólo tienen los enemigos de España . Desde los malnacidos de los okupas que vulneran el derecho a la propiedad de aquellos españoles que con gran sacrificio han conseguido disponer de un inmueble y observan, humillados y zaheridos, como su propio gobierno da cobertura legal y apoyo a los delincuentes. Y que decir de los inmigrantes ilegales que se lucran de un «estado del bienestar» quebrado económicamente y que sólo la mendacidad e hipocresía del malgobierno socialcomunista mantiene virtualmente para crear descomunales redes clientelares, sin considerar, además, la profunda degradación que está sufriendo la sociedad por culpa de estas políticas migratorias. Y, como siempre, la guinda del pastel la aportan toda la patulea separatista vasco-catalana que ha sido privilegiada (económica, política y jurídicamente) respecto del resto de españoles, sin que, al menos, hayan manifestado el más mínimo reconocimiento (ya lo dice el viejo refrán «De bien nacidos es el ser agradecido») . 
 
La tercera mentira: las obligaciones, que deberían articular un comportamiento social solidario y respetuoso entre los españoles pero que sólo son seguidas (en muchas ocasiones coercitivamente) por millones de españoles que, con resignación castiza, observan como esas mismas obligaciones son subvertidas por todos los nombrados en el párrafo anterior y quienes les dan cobertura como toda esta patulea política cuyo único objetivo es seguir saqueando el país en beneficio propio (porque ¡hay que ver como se cuidan estos políticos!, ¡y como hasta los más inútiles y corruptos se aprovechan de lucrativos puestos en Consejos de todo tipo!)
 
La cuarta mentira es la falta de igualdad ante la ley que se manifiesta en hechos tan lacerantes como los privilegios fiscales vascos; las aportaciones extraordinarias de dinero público a los secesionistas pancatalanistas; o, por ejemplo, como se «blindan», con los cuerpos de seguridad del Estado, determinadas vías públicas para «mayor gloria» del vicepresidente del gobierno y su pareja sentimental, que para más Inri es ministrilla de igualdad (podía hacérselo mirar, porque el contraste de sus privilegios «comunistas» con el resto de españoles debería ser motivo para su intervención), con el agravante de la represión (vía multas y denuncias) hacia los sufridos vecinos de estos satrapas hipócritas y egocéntricos. Por desgracia existen tantos casos de desigualdad ante la ley que la prudencia por no extenderme en demasía impide su detalle.
 
A día de hoy España es un pseudo estado bolivariano, que ejecuta, con siniestra eficacia, una agenda globalista. Un Estado que provoca desasosiego entre la mayoría de la población, ridículo en el exterior y mala gana (agonía) entre quienes la quieren bien. Es UN ESTADO FALLIDO que no se respeta a si mismo, ni a su historia y lo que es peor no respeta a su población ni se hace respetar por nadie.  Con esos mimbres no se podrán alcanzar nunca esos cuatro conceptos virtuosos que enumeraba al principio. 

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REDACCIÓN