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(Crónica crítica de Los pitufos en la aldea perdida [2017]; dir.: Kelly Asbury)
«Pensar “en términos de género”, como escriben Marc Guillaume y Marie Perini, implicaría manifestar el “rechazo a estar bajo arresto domiciliario en una identidad”, disociar definitivamente la identidad de la pertenencia o afiliación, con el objetivo final de “hacer de lo social un espacio libre emisor de tarjetas de identidad”. En esta perspectiva, toda orientación sexual, cualquier tendencia pulsional singular, puede convertirse en norma y alimentar una reivindicación para construir una institución o un modelo social reconocido. Las exigencias subjetivas impregnan todos los dominios de la vida social, a partir de la idea de que una tendencia sexual puede ser una fuente de derechos (o de que la ley se fundamente en los sentimientos o las sensaciones). Las elecciones no se hacen nunca a partir de condiciones preexistentes, la vida social se reduce a una negociación entre deseos e intereses particulares. Es el triunfo de la subjetividad: cada cual puede construirse según sus deseos, independientemente de la dualidad de los sexos, con independencia incluso de lo social, partiendo de cero y en consideración a su autosuficiencia.»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género! [Fides, 2017, pp. 86- 87.]
La “hegemonía cultural” del globalitarismo lleva decenios abonando el terreno para el Gran Reinicio preferencialmente desde el entretenimiento (ocio, envés del negocio) y, con perverso celo, en el público infantil (eufemísticamente tildado ahora de “familiar”).
Basta asomarse a Los pitufos en la aldea perdida (2017), seis décadas después de la génesis de los gnomos azules (1958) por obra y gracia de Papá Peyo, para comprobar la manera en que la “ideología de género” viene a reconfigurar la mente de los menores.
“[El mago] Omnibus.—¡Los pitufos! Ellos son quienes fabrican las flautas encantadas […] Sí, pero viven en el País maldito. ¡Ningún camino lleva hasta él1 Hay que franquear torrentes vertiginosos de paredes abruptas… atravesar pantanos que desprenden vapores tóxicos… bosques infestados de serpientes… arenas movedizas… ¡no, creedme! Nadie podría llegar jamás al País maldito…”
Peyo, La flauta de los [seis] pitufos (1960) [Planeta Deagostini, 2006, p. 39.]
Veamos (acabamos de visionarla), pues, y revisitemos (o volvamos a ver) las aldeas —y de igual modo que lo universal es lo local sin puertas, una aldea sin fronteras es ya hoy la Aldea Global —: la aldea del androceo pitufo oculta en un bajomedieval “País maldito” —contactado por vez primera en 1958 y en Bélgica: La flauta de los [seis] pitufos (en Strong, Argos, 1960)— versus la “escondida” o “perdida” (por la versión en español latino) del gineceo de las pitufas, conectados sendos poblados rurales por la intersección de “Pitufina”. O su intercesión, mejor dicho, tras su reconocimiento, en virtud del efecto espejo, en los ojos de la pitufa Pitufilirio: “¡Eres una niña! ¡Es niña!”
“Pitufilirio.—¡Pensaba que lo había soñado! ¡Incluso vi una especie de pitufa parecida a nosotras, pero con una larga melena rubia!
Pitufitormenta.—¡Ah, sí! ¡Efectivamente parece una alucinación!”
Alain Maury y otros (Peyo), Los pitufos y la aldea de las chicas 1El bosque prohibido [Norma, 2017, p. 38.]
Infiltrada en la pitufialdea por Gargamel como topo para su capciosa labor de zapa (y captación) y reseteada para el planeta azul por Papá Pitufo, autoridad hetero-patriarcal de los gnomos sub specie de “género femenino” de un presunto g(e)noma de hembra —de estereotipados rasgos sexuales en sus atributos: :melenita rubia y ojos azules a juego con la piel—, la damisela, perdón, dama duende, objeto sexualizado de deseo colectivo —y Tontín [a Tormentina]: “Te agradaría si la conocieras… [Pitufina] es igual que tú, pero linda”—, carece, no obstante, de identidad frente a los varones, tipificados por el rasgo dominante de su carácter: lo “Otro” para los pitufos y una “otra” para sí misma.
¿QUÉ ES UNA PITUFINA? DE GOLEM A CAP. NEMO
(O
PIEDRA, PAPEL, TIJERA)
“Lo que los distingue son sus preferencias sexuales, que pueden no ser “normales”, en el sentido de que la heterosexualidad es necesariamente la norma en una especie sexuada —porque son los heterosexuales los que aseguran la reproducción de la especie; pero son “naturales”, en el sentido de que esas preferencias han existido en todas las latitudes, épocas y culturas, apunta De Benoist. Hay, pues, sólo dos sexos, pero hay una pluralidad de prácticas, orientaciones o preferencias sexuales. A partir de esta observación bastante trivial, la ideología de género intenta hacernos creer que hay una multiplicidad de sexos y que se podría permanentemente pasar de una identidad sexual a otra”.
Jesús Sebastián Lorente, “Introducción” a ¿Guerra de sexos? [Alain de Benoist, p. 22.]
«A este reproche de caer en el “esencialismo”, por creer en la existencia de una naturaleza femenina, el feminismo identitario no ha hecho más que matizar el argumento de querer “hacer todo como los hombres”, lo cual implica evidentemente tomar a los hombres como modelo, […] Afirmando que la mujer es un “hombre como los otros”, el feminismo igualitario se condena a hacer implícitamente de lo masculino el modelo a seguir.”
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? [p. 28.]
De origen genealógico nigromántico y amasada con arcilla por el satánico Gargamel, el nombre por antonomasia en la mitonomástica para la liliputiense —con sesgo de “Lili Put”, la Bibiana Fernández, musa de la Trans/y/ción, de aquella peli de Almondigóvar o de Putifina, en versión demimondaine de la mundana E-maily@síteluce de El Mundo— bien pudiera ser Lilith, la lilithputiense (yo sí te creo,) hermana de la costilla de ADáN (borracha y sola), redimida después, merced al miguelangelesco contacto digital, por el pantocrátor heteropapapitufal y sabio patriarca de la tribu, reeducada en el ecosistema edénico de un libro de las tierras vírgenes, pese a lo cual Pitufina es un cuerpo extraño entre pitufos nacidos por ectogénesis (del útero artificial del tintero de Peyo, su autor), niños increados e hijos pitufativos bajo la autoridad y patria potestad del Gran Pitufo.
“Ella fue creada por el malvado hechicero Gargamel, usando magia negra [explicará Papá Pitufo]. Su nombre no nos dice nada acerca de ella: no nos dice quién es, ni lo que hace”, pues carece de apellido que la caracterice como prototipo por excelencia, al ser “Pituf-ina” (con diminutivo, doblemente infantilizador en un ser diminuto), en femenino “genérico”. “Entonces, exactamente, ¿qué es una pitufina?”, se pregunta el taxonomista que busca dominar lo desconocido denominando, según su rol social, lo indiferenciado.
Y el sondeo de opinión sobre su particularidad individual, específica, diferenciada, se zanja, en bucle, en la tautología, la autorreferencia, la carencia de identidad (sustancia) y ausencia de verdad ontológica (esencia), en mera condición verbal (textual y/o textil):
“[…] Nadie más que ella misma sería la respuesta a esa pregunta”
La tentativa “científica” de quintaesenciar su identidad mediante una “máquina de la verdad” arroja como resultado la identificación por negación: el no ser, lo desconocido:
Pitufina:—“Oigan, si este casco de vegetales nos dice que Fortachón es fuerte, tal vez nos diga qué es una [Pituf-]ina.” Y el experimento se saldará con la confirmación de su condición de cuerpo extraño a la naturaleza, antimateria, agujero negro, vacío de no ser.
Filósofo.—“¡Fascinante! De alguna forma, en vez de emitir la energía, tú la absorbes. Tal vez sea porque tú no eres un verdadero pitufo…”
Pitufina.—“¿…Un verdadero pitufo? […]”
Filósofo.—“No, no. Sólo quise decir que esta máquina no se creó para un pitufo de tus…, bueno, orígenes.”
EN BUSCA DE LA ALDEA PERDIDA
¿LA EMBOSCADURA O LA PITUFIARBOLEDA?
“La guerra de los sexos existe, pues, en la naturaleza: va en el mismo sentido que los organismos o los genes del padre y los de la madre, no jugando sino la lucha por intereses que no son del todo idénticos. Y de este conflicto se encuentran trazas en el cerebro.”
Yves Christen, “Una guerra de los sexos en el cerebro”, ¿Guerra de sexos? [p. 164.]
“Los niños no saben qué es lo que se espera de ellos, se avergüenzan de su masculinidad y sufren complejo de inferioridad frente a unas niñas altamente valoradas.”
María Calvo, La masculinidad robada [Almuzara, 2011.]
“Esa mañana, en el árbol de las pitufas, la aldea de las chicas… […]
Pitufisauce.—¡Pitufitormenta, dame una de tus flechas! ¡Este polvo hecho por mí es un somnífero muy potente!
“Pitufitormenta.—¿Qué hacemos con él?
Pitufisauce.—¡Vamos a convocar al Consejo para decidir su destino?
Pitufina.—¿El Consejo?
Pitufisauce.—¡Las decisiones importantes que afectan a la aldea siempre se toman rápidamente de manera colectiva en el Consejo!”
Alain Maury y otros (Peyo), Los pitufos y la aldea de las chicas 1 [pp. 4 y 44.]
El descubrimiento por parte de Pitufina, dotada del auxiliar mágico de unos poderes paranormales ocultos, de la existencia de una tribu no contactada, motiva la expedición del “equipo pitufo” —Filósofo, Fortachón y Tontín, menudas tres patas para un banco, más Pitifina, la exploradora capitana Nemo; en fin, la cuadratura del círculo—, en pos de la única pista (un gorro amarillo) que los conduzca a la aldea perdida, emboscada en la Pitufiarboleda, como un hilo guía tras el muro por el laberinto del Bosque Prohibido.
¿Encuentro de culturas? ¿Choque de civilizaciones? ¿Conjunción de astros? ¡Qué va! ¡Guerra de sexos! El encontronazo entre niños heteros y niñas guerreras-Amazon(as): la heterófoba androfobia del pituferío (“putiferio”, diría el machirulo), de la tribu de chicas (“¿tríbadas?”) “perdidas” —“¿Aldea perdida? Vds. están perdidos, no nosotras”, como les espeta Tormentina, la Pentesilea jefe de las “amazonas” autogestionarias—, hacia el extraño “cuerpo” expedicionario recién capturado en su zona y juzgado por la asamblea:
“¿Tienen algún defecto? ¿Están enfermos? ¿Son comida?”
Pitufina.—“No, no, no. Son pitufos, como nosotras. Sólo que son pitufos…niños.”
Pitufirretoño.—“¡Niños! ¡Qué graciosa palabra! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños!”
Pitufina.—“Esperen, ¿dónde están sus chicos?
Pitufisauce.—“Aquí no encontrarán chicos. Soy Pitufisauce, la líder de las pitufos”—sentencia, la “líder” bosquimana, autoridad cívica, ni siquiera matriarcal (con implícito rechazo de la descendencia varonil), eco-niñas híbridas de pitufo y vegetal amaozónico.
Y el colofón, en boca de una pitufi-guerrera amazónica a propósito de esos “niños” de torso azul (por sobredosis de arándanos o zarzaparrilla) desnudo —“¿Qué hacemos con estos fulanos [pegotes (en la versión castellana] azules?”— y la neoFEMENista (¿o neofasminista?) de pelo morado Tormentina:
“¿Y dejarlas aquí con estos cuatro? Olvídalo. Mira ese de allá [por Filósofo, el pitufo gafoso]. No puede ser normal.”
Pitufiguerrera.—“¡Caminen ya!”
Tontín.—“¡Guau!, las pitufichicas no se andan con juegos.”
Ella.—“¡Tú lo has dicho!”
¿GUERRA DE SEXOS? ¡NO, ESTÚPIDO, ES IDEOLOGÍA DE GÉNERO!
(O
¿NIÑO?, ¿PAPÁ? ¡QUÉ DESCOJONO!)
«Se entiende que, en estas condiciones, los países mediterráneos sean también los que están más sujetos a las funciones sociales características de los estereotipos masculinos-femeninos. A la inversa, es normal que sea en los países del norte donde el dimorfismo sexual es menos marcado, donde se haya visto aparecer, desde el siglo pasado, los movimientos de emancipación femenina más potentes y que el intercambio de funciones sociales masculinas-femeninas haya sido más desarrollado. El deseo de ser reconocidas “igual que los hombres” es, por otro lado, muy frecuente entre las feministas de orientación igualitaria, proporcional a la parte de masculinidad que hay en ellas.»
Brigitte Daniel, “Masculino y Femenino. Una sexualidad disimétrica complementaria”, en ¿Guerra de sexos? [p. 66.]
“Reivindicamos, como tantas voces verdes y moradas que marcharon el 28 de septiembre en todos los rincones del mundo, el derecho de todas las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y reivindicamos una maternidad libremente decidida y sobre todo una vida sexual plena y libre.”
Asociación de Clínicas Acreditadas para IVE [Interrupción Voluntaria del Embarazo]. Reunión entre la Titular de Igualdad, Irene Montero y ACAI [2020].
Mediadora en conflictos, negociadora internacional por su cuota (y riesgo), Pitufina modera el encuentro en la cumbre al más alto nivel entre líderes de ambas delegaciones:
Pitufina.—“Él es Papá.”
Asamblea de pitufas desde las gradas del arco(iris) parlamentario de la Pitufiarboleda. —“¿Papá?”
Pitufirretoño.—“¿Papá? Otra palabra graciosa. ¡Papá! ¡Papáaaaa! […] No, retira y aléjate del Papá cosa” [y continúa el trato denigratorio, cosificador, de la masculinidad.]
Pitufina [inasequible al desaliento (y menudo mérito)].—“Amigas, él es Papá Pitufo.”
—“Soy Pitufisauce, líder de las pitufas [a la carga con la tarjera de presentación de su cargo de cabecilla política, que no “Mamá Pitufa”, en una declaración que proclama su ruptura militante con la “asimetría sexual complementaria” heteropatriarcal de “Papá Pitufo”, a la vez que el conflicto dialéctico por el “Mando Único” de la Aldea Global, entre las autoridades social y parental de sendas etnias, “géneros”, clases ¿o especies?
Papá Pitufo.—“Temo que eso es imposible, porque yo soy el líder [en traducción automática al sociolecto pitufés] de los pitufos.”
Pitufisauce [nada llorón].—“¡Lo que tú digas, Papá cosa!” [y obsérvese las maneras diplomáticas de la degenerada “ideología (¿o indiología?) (mal)llamada “de género”].
Papá Pitufo.—“Disculpa, ¿te importaría no decirme así?”
Pitufisauce.—“Si la cosa te queda…”
Papá Pitufo.—“Por cierto, ¿dónde aprendiste esas maniobras?”
Pitifisauce.—“Las aprendí yo sola” [Cfr. manual de autodefensa y gino-apología.]
Papá Pitufo.—“Impresionante” [en hablas meridionales de pitufés, “im-presionante”; no obstante, y considerado como piropo, pudiera ser constitutivo de “acoso verbal”.]
Pitufisauce.—“Gracias”. [Valoración subjetiva positiva; esta vez, no hay denuncia.]
Papá Pitufo.—“Con mucho gusto”. [«Puede ser el comienzo de una gran amistad.»]
¿TORMENTINA VERSUS PITUFINA O MUJER CONTRA MUJER?
«Poblada de adultos que, en realidad, nunca se convierten en adultos, la sociedad deviene en una especie de gigantesco jardín de infancia, donde los poderes públicos juegan el rol de una “Big Mother” (Gran Madre)»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género! [p. 140.]
Neutralizadas su “paternidad” y la filiación, el asalto dialéctico definitivo se da, por parte de la feminista “identitatia y diferencialista” radical Tormentina contra su rival y diferencialista liberal Pitufina, mujer contra mujer, mediante el salto ¿cualitativo? de la “guerra de sexos” —feminista contra fémina hetero(patriarcal)— a la “lucha de clases” (en su avatar último de “feminismo igualitario y universalista” o “ideología de género”), por cuanto que la activista acusa a la mediadora de complicidad con el enemigo común Gargamel: varón humano, especulador judío neoliberal, aprendiz de brujo y alquimista que, para alcanzar su sueño de “El Dorado al otro lado del arcoíris”, precisa de material pitufogénico de gnomo azul para el opus nigrum de su ingeniería social y eco(g)nómica:
Tormentina.—“Cierra la boca, Pitufina. Como yo lo veo, tú y tus amiguitos lo guiaron [a Gargamel] hacia nosotras. […] Pero, claro, ese siempre fue tu plan, ¿no es así? La Señorita Cabello Amarillo no es una verdadera pitufo porque fue Gargamel quien la creó. Aquí este medio tonto [por Tontín] acaba de decírmelo.”
Enemigas íntimas, pues, Tormentina y Pitufina, adalides (¿y/o adalíderes?) de sendos gineceo—la adalideresa— y androceo—paladina, en lugar de su palAdán Fortachón—, desempeñan los roles de fiscala y acusada respectivamente ante un tribunal popular: la quintacolumnista infiltrada en la pitufialdea maldita, denunciada por colaboracionismo con el depredador pitúfobo de la selección de las especies, misógino de la guerra de sexos y explotador de la lucha de clases, por la maquis (¿mantis laica?), quien tras la emboscada suma a la identidad general (de género) clase, raza et alia en la Interseccional.
Aunque, camisas azules o gorros frigios, azul Cianótico o gorras aMaorillas—ya el azul arándano, ya La Arandina, o de la seta o del champiñón, por decirlo en pitufés castizo—, unos y otras encarnan, tal como se ha pretendido interpretar el espectro cromático desde el no menos espectral de las ideologías, Nacional-Socialismo y/o Social-Comunismo, y descienden, ambos, en la evolución del origen de las especies, del “mono azul”, cara y cruz del totalitarismo estatal y colectivista, frente al dinamismo liberal e individualista.
De hecho, según sostiene (“sostenella y no enmendalla”) Antoine Buéno en El pequeño libro azul: análisis crítico y político de la sociedad de los pitufos [2011], la pitufialdea es “una utopía totalitaria con tintes estalinistas y nazis”, por cuanto que constituye una autarquía en la que no existe el dinero, ni la propiedad privada y el trabajo se basa en el corporativismo comunitario. Si, para colmo, la uniformidad y el racismo hacia los negros (Cfr. Los pitufos negros) han permitido hablar de resonancias mórficas del Ku Klux Klan (¡Buéeeeeno!), bien podría de forma maniquea ubicarse la aldea pitufa en el espectro de la Derecha, atribuyéndole a la Izquierda espectral la aldea eco-pitufeminista.
TESOROS, IZRAEL Y (FONDOS) BUITRE o LA TRILATERAL
“Todo Poder es inseguro: puede terminar en oro, que es la lepra.”
Armonía Somers, “Epílogo” a Sólo los elefantes encuentran mandrágora [Península, 1988, p. 345.]
“—Esos animalitos, que en la Antigüedad eran raros y valiosos, como indica su nombre en latín, Felix, sólo aspiran a la felicidad más egoísta, detestan el infortunio y huyen de él. Y cuando se ponen de acuerdo para ir a maullar a otra parte es que se acerca el final de todo un mundo. Y yo diría que el nuestro también tiene un fin próximo.
—Le advierto que esto suena casi subversivo.
—La averiguación de la verdad es siempre subversiva. Después de conocerla ya nada puede ser como antes.
—Tendré que ponerle una nota muy alta como filósofo.
—Lo mío no es filosofar, pero observo la vida y saco las consecuencias.”
Carlos Pujol, “Los gatos de Marylebone”, en Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes [Menoscuarto, 2007, p. 87].
“[El buitre] voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.”
Franz Kafka, “El buitre”, en La muralla china [Edicomunicación, 2001, p. 89.]
Una aldea “intacta” (y otra, sin contactar), al pie de una Iglesia satánica (think tank y tic-tac: laboratorio de (malas) ideas y especulación para el Nuevo Orden Mundial) de la Aldea Global. Dos etnias de gnomos del bosque —custodios de los tesoros subterráneos de las minas y proverbiales enemigos de la avaricia— contra la máquina de hacer dinero del usu(o)rero de rasgos hebraicos y fraile renegado (expulsado de una Orden monacal por rendir culto a la nigromancia y el ocultismo), Gargamel (pantacruelico Gargamellón por parte de madre, zampabollos (y zampabolleras) o Györgymel, el hacedor de teSoros. Centenarios niños ancianos del asilhospicio de un patriarca monoparental integrado en plena naturaleza frente al Carcamal George$Oros, traga-accionistas que en su “Pitufilador” persigue la piedra filosofal, secundado por los “soretes” (dicho en pitufés porteño) de la Open (¡Ábrete (de orejas), Sésamo) Society; el marmitón del druida, vil Azrael (el luciferino ¿o lucifelino? gato encerrado de Bill(ano) Gate$, ángel de la muerte de Izrael, perdón, de Azrael) & cía: el (fondo del) “buitre” Monty o pájaro (Black) Roc(kefeller).
[Ah, ¿pero que es un cuervo? Pues mejor lo pone: “Cras, cras”, crascita, con mal agüero de corneja siniestra, procrastinándonos el acabose ¡como si todavía hubiera un mañana!]
ECO-ALDEAS REUNIDAS GEYPER POR EL TRIUNFO DE LA CONFEDERACIÓN
“Si los pájaros vuelan/ por encima del arco iris,/¿por qué…? ¡Por qué no puedo yo?”
Victor Fleming, El mago de Oz [adap. del cuento de L. Frank Baum, (1900), 1939.]
“Era el ojo de un gran papagayo azul de cien años de edad. No era el azul del cielo, ni el azul del mar, ni el azul de las piedras; era un azul sintético, inventado en lugares remotos por algún maestro que pretendía superar a la naturaleza. Relampagueaba en las orillas de corrientes prehistóricas, volando sobre los claros. A veces el plumaje lanzaba destellos de un rojo chillón, de un amarillo inaudito.”
Ernst Jünger, Abejas de cristal [Alianza, 1985, p. 89.]
«Zoey.—Es la cooperativa “Tierra libre”, una cooperativa vegana y feminista sin ánimo de lucro, que trabaja dentro de un marco antirracista y anti-opresión para personas de todos o ningún sexo. Somos una democracia pura.»
Larry Charles, El dictador [2012]
Y será precisamente en esas negociaciones conducentes a la gran coalición defensiva contra el Neoliberalismo fagocitador del tragaldabas Gargamel —y a lo largo de las que pondrá en juego unas armas de mujer de la mejor diplomacia—, cuando el “conflicto de identidad” de Pitufina —entre su origen biológico de criatura modelada por Gargamel y su reseteo cultural, mediante “asignación de género” por parte del patriarcalismo—, que estaba llamada a ser la dirigente de consenso entre “azules” y “frigias”, muta del juego de rol de la guerra de sexos a la toma de partido en la lucha de clases, escindida entre el soborno del especulador—“Imagina el poder que tendrás cuando reveles el lugar de toda la pitufialdea”; “Haré de ti una Pitufina cruel y malvada”— y la lealtad a su neo-especie —“¡Pero no soy una verdadera pitufo! ¡Puedo sentir todo el Poder!”—, apresada por el mago de SorOz (y coz), tras recorrer el camino de las onzas amarillas (¿transmutadas en capotas amarillas?) más allá del arcoíris, en la tesitura de traicionar a su padre geológico o a su sociedad de adopción —“Pitufina, ¿cómo pudiste hacernos esto?” –“¡Porque era su propósito! […] Sabía que ella no era de fiar”—, en la disyuntiva fatal entre el pufo y el p(it)ufo (por decirlo en una sola palabra, en corto y por derecho), decantándose por la condición humana, a vida o muerte, antes de volver a verse reducida a su materia prima, a la masa madre de Gargamel —el caldo primigenio ¿o salsa Besamel?— con las honras fúnebres de una heroína caída en la lucha por la libertad del “género pitufo”, llevada en andas a su aldea —conducción por todo el país que evoca la de Felipe I por Juana I de Castilla en Terra Nostra [o, sin ir más lejos, la del Ausente, apostillará Pitufo Gruñón].
Tras una desigual batalla, en la que a la superioridad numérica de la alianza pitufa el globalitario Pedro Botero opone, a fin de abastecer de materia prima las calderas de su Silicon Valley y extraer su esencia —¿la glándula pineal de un “feto” perinatal sin pin (pam pum) parental alguno?— para la piedra filosofazul en su labortorio, las armas bioquímicas de petrificación masiva para hacerlos prisioneros; “la gran evasión”, planeada o pro(mo)vida por Pitufina (con apoyo de nuevas tecnologías: de mariquitas digitales a gazapos fosforescentes); y la posterior aniquilación de las instalaciones de la Big Tech, a GarganteSoros se le va la olla y en compañía (o CÍA) de sus (te)Soretes, Depredator (y/o Exterminator) se va a hacer gárgaras a la ciénaga —al proverbial humedad a cuyas orillas se levantaban los monasterios medievales—, “Pantano del no retorno” que, antes de la inmersión en las arenas movedizas del anglobalismo, ese tremedal infestado de las pirañas de los falsos amigos, se llamaría “de Irás (¿o Iris?) y no Volverás” y punto final.
¿PULVIS ERIS ET IN PULVERIS REVERTERIS
O
LAS TABLAS DE LA LEY DE LAVOISIER?
«“Hay en el corazón del “género” un ascetismo, un puritanismo decidido a cortar las alas del deseo/ heterosexual que no nos debe dejar indiferentes [Bérenice Levet]”. Así, esta es la diferencia que nos abre a la alteridad y a la asimetría de los sexos que, por polarizante, permite el erotismo y, en consecuencia, el deseo. “La diferencia entre los sexos no sólo hace posible la filiación, la generación, sino que produce entre estos dos seres tan semejantes y tan diferentes, una magnetización vertiginosa, una llamada a los sentidos que tiene un fin en sí misma” [por seguir rizando el rizo de Bérenice hasta que se desrice].»
David L’Epée, “La guerra de los dos feminismos. El diferencialismo contra la teoría de género”, en ¿Guerra de sexos? [Benoist et alii, pp. 173-174].
Retrotraída al barro informe del golem, extenuada por el maléfico poder de un karma negativo, Pitufinal no obstante se reconfigurará, y no por efecto de la convicción ideológica constructivista (táctica de batalla cultural retroprogre según la cual la suma de la voluntad colectiva obra el milagro de la reintegración de la Inmortal), sino por los poderes de la energía que ni se crea ni se destruye, que nunca muere (y si muere resucita).
“Sabía que era distinta [confiesa al volver en sí]. Creo que nunca me sentí en mi lugar […] Yo sé que pueden ver quién soy en realidad y así verán que este es mi lugar”, reta a su etnia de apego: “Es como si ya fuera de las nuestras. Debería quedarse para siempre”.
“¿PERO QUE ES UNA PITUFINA?”, se había preguntado el Pitufo Gafoso, al abordar el enigma ontológico de aquel “cuerpo extraño” a su tribu en el sondeo de opinión.
“Pitufina no se define con una sola palabra [vale decir “no es un personaje tipo, sino un carácter”]. Es muchas cosas” [proteica, polimorfa, plurigenérica, multifuncional…”]
Y Fortachón, quien ya había dado muestras de su predeterminación sexual —“¡No la metas en esto!”[al Filósofo.] –”Fortachón, ¡no necesito que tú me defiendas!” –“Oye, ¿qué? ¿Estás enojada conmigo?” –[Y Filósofo] “Pitufina, para empezar, tú eres quien nos metió en todo este lío.” –“Oye, estaba dispuesta a hacer esto yo sola”—, un macho biológico de orientación hetero y estereotipo de género masculino machista-patriarcal, la definirá “al gusto”, en el reinicio identitario de Pitufina tras su doble liberación —la social, de materia prima del Acaparador, frente al Capital y sexual, de una Pitufanieves respecto de los 7 pecados capitales lilipitufienses— y en el salto del feminismo identitario y diferencialista femenino al igualitario o universalista de indiferencia(lidad) sexual:
“¿Pitufina? Puede ser lo que Pitufina quiera ser.” Proclamación de la virtualidad (del “poder”, ese auxiliar de perífrasis modal) del “género” igualitario, global, ensimismado, globalista, universal, globalitario, metaversal, globalitarista, en palabras del gnomo estereotípico masculino y formulada en el presente gnómico, sentencioso, de la aforística atemporal. O sea, la trans/mutación “del hobbit a un hobby”. Quod demostrandum erat.
ESTAS (PRE-)ESCUELAS TRAERÁN ESAS SECUELAS
O
HACER TABLA(BLABLÁ) RASA
«Como escribe Xavier Lacroix, la libertad no se construye ex nihilo. “Ella no es auto-creación, no es arbitraria. También es receptora de algo predeterminado”. Por lo tanto, hay que rechazar, de una vez por todas, tanto la idea de “tabula rasa” [“como pretendía los ilustrados”] como la de una determinación absoluta por la naturaleza. […]
»En cuanto a la ideología de género, la pregunta que podemos hacernos es saber qué relación guarda todavía con el “feminismo” desde el momento en que se propone desconectar lo “masculino” del sexo del hombre y lo “femenino” del sexo de la mujer, y fija su objetivo en la indistinción de los sexos o, al menos, en la eliminación de la distinción sexuada. [Si ya no hay más hombres ni mujeres, ¿por qué, de hecho, continuar hablando de “masculino” y “femenino”? Y si los sexos no existen, entonces ¿cuál es el sujeto del feminismo? […] ¿Cómo pueden seguir siendo mujeres “liberándose” de su sexo?]»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género!, Fides, 2017, pp. 111-112.
Probablemente esté gestándose (o gestionándose) ya a estas alturas (y, si es así, poco tardará el bocachancla Billinda Gates en filtrarlo a la prensa o declararlo en público), la siguiente secuela, en la que la Confederación pitufialdeana se desintegre por secesión de la igualitarista y globalitaria “aldea perdida”, que aliada con el magnate filántropo Gargamel, y con arreglo al decálogo de esta década (2020-2030), imponga a la aldea oculta del País Maldito (más tradicional, o conservadora, extrema-derechista o, sencillamente, reaccionaria), el antinaturalismo neopuritano de “género” que niega la especificidad del cuerpo femenino como experiencia fenomenológica —amén de feromenológica, apostillaría Pitufo Guasón—, como ha diseccionado, en La revolución de lo femenino (2015), Camille Froidevaux-Metterie, frente al antinaturalismo de la “desencarnación” femenina por la que aboga la “papisa de la teoría de género” Judith Butler en NOMbre del género, en virtud (o defecto) de un culturalismo tan constructivista como la oleada de Reformas Educativas que aqueja a España hace tres decenios o, más aún, construccionista, como la cultura del pelotazo del ladrillo o el régimen del kibbutz nazional-sionista de Azrael.
¿LOS TESTAMENTOS TRAICIONADOS
O
EL GRAN SALTO ADELANTE RETROACTIVO?
«Finalmente, ¿existe o no existe la teoría del género? ¡Por supuesto que existe! […] Se basa en la idea de que la identidad sexual se deriva de una pura “construcción social”. Afirma que no hay, en el momento de nacer, ninguna diferencia significativa entre los niños y las niñas (postulado de neutralidad); pretende que el individuo no debe nada a la naturaleza y puede construirse a sí mismo a partir de la nada (fantasma de autoengendramiento).
»En cuanto a la discriminación, hay formas muy distintas de luchar contra la misma. […] Pero hay que saber si la igualdad debe comprenderse como sinónimo de la mismidad. Con otros términos, hay que saber si, para restablecer la igualdad entre los sexos, se tiene que hacer desaparecer la diferencia entre ellos, cosa que obviamente no creo en absoluto. Ocurre lo mismo con los “estereotipos”, que no son sino verdades estadísticas abusivamente generalizadas.»
Alain de Benoist, “Entrevista”, en ¿Guerra de sexos? [pp. 193-194.]
No habrá de extrañarnos, en este proceso de regresión a un capitalismo neo-feudal, como ya presagiaban hace medio siglo en La nueva edad media (1973) Eco, Colombo, Alberoni y Sacco, que la herencia gráfica de Pierre Culliford, creador de los pitufos y fallecido el día de Nochebuena de 1992, se haya visto dilapidada en aras del globalismo por su hijo Thierry, el guionista, en lo que Kundera llamaría testamentos traicionados.
“Papá Pitufo.—¡Esos críos! Piensan que porque tienen cien años se les puede consentir todo…
Pirluit.—¡Qué? ¿Tienen cien años?
Johan.—¿Y les llama críos? Entonces… usted, ¡qué edad tiene?
Papá Pitufo.—Pues…, cumplí 542 hace poco.”
Peyo, La flauta de los [seis] pitufos [p. 42.]
Dando una prueba más de que la Historia no es lineal, como postula el “patriarcalismo”, occidental y machista, ni siquiera cíclica, como sostiene el matriarcalismo, oriental y feminista, sino espiral, o helicoidal como el cosmos, desde el genoma a las galaxias, el
dibujante belga, Peyo por nombre artístico, había situado el descubrimiento de su “País Maldito” por parte de Jano y Pirluit, en pos de una flauta mágica (La flauta de los seis pitufos, 1958), en un cronotopo medieval en que los duendes azules del bosque, un centenar de varones centenarios, vivían armónicamente bajo la autoridad del Gran Pitufo, un mediomilenarista Patriarca altomedieval a la sazón de más de cinco siglos y medio.
Se compadece, bien, en consecuencia, esa regresión al campo de experimentación del bosque para el entretenimiento/entrenamiento ideológico de la tan profanada Infancia en el “viaje al futuro”, retrógrado y retroactivo, del neofeudalismo corporativo globalitario.
«La negación de las diferencias conduce, de hecho, a la indiferencia, la indistinción y la apatía. La sexualidad remodelada por el “género” equivale a una negación de la sexualidad, a un deseo de suprimir el deseo. Eros contra Tánatos. El “unisex” es la muerte de la líbido.»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género! [p. 155.]
Y así, si en la tercera entrega (2017) de Sony Pictures Animation a manos de escritores como Karey Kirkpatrick y Chris Poche, la aldea eco-feminista, en pie de guerra de sexos, está a punto de convertir las aldeas pitufas en pedanías de la Aldea Globalitaria, bastará otra vuelta de tuerca al Gran Reinicio, pasar página en la Agenda 2030, y dictar a los peques de la Casa del Gran Hermano, criados en estado de excepción plandémico,
en story animado por computación la ¿definitiva? entrega (entreguista, además) del eco-feminismo de unas y del nacional-sindicalismo de otros al socialismo corporativo de la Refeudalización en una secuela en la que se /cuela la hoja de ruta del Transhumanismo.
PITUFINA, MINISTRO DE TRABAJO VS. PITUFAS IGUALITARIAS
O
LA ALDEA UNIDA CONTRA LA ALDEA PODEMIDA
«Pitufina.—“[…] Aunque podría salir un arcoíris. Pero los arcoíris son tontos. No es cierto, me encantan los arcoíris.”
[…]
Pituufirretoño.—“Todas se presentarán más tarde. ¿Has visto un arcoíris? ¿O un arcoíris doble? ¿Qué me dices de un arcoíris al revés?”»
Kelly Asbury, Los pitufos en la aldea perdida [2017.]
“Debemos obstinarnos en hacernos homosexuales y no empeñarnos en reconocer que lo somos.”
Michel Foucault [en François Bousquet, El puto San Foucault. Arqueología de un fetiche, Ed. Insólitas, 2021, p. 113.]
Lo mismo que El bosque prohibido ha tenido ya desde su aparición en álbum, en 2017, tres secuelas —La traición de Pitufirretoño(2), El cuervo(3) y Un nuevo comienzo(4)—,
la versión 0.0 para el protectorado de España, bajo esta Monclocracia, no tardará mucho en llegar a través de la Autopista 21 (From Hell), con sus peajes en la Agenda 20-30. Y así, procedente de la Aldea Unida, Pitufina rivaliza, desde el Mº de Trabajo de la aldeanada global —Aldea/Nada española— en la sumisión de los pitufos azules a la dictadura del globalitariado (mediante la eutanasia de los autógnomos para privarlos de la hobbitlación), con las amazonas peleonas del arcoíris (genocidas dispuestas a lanzar la flecha envenenada y carcajeante de su aljaba que curare al varón ginocida del machismo), anticuerp(ecill)os —de fetos perinatales malayos cargados de STRÓNGenos— contra el virus viril, bajo el efecto de una Torment(in)a de citoquinas, y reductoras de cabezas de la Aldea Podemida, de montería con l@s perr@s de caza y yanomamis (o ya/no/papis), pitufos negros del saltus vasconum y otros salteadores de aldeas pedáneas bosquimanas, para (des)generar una generación metasexual, transhumana, negacionista del “género”, por proliferación de tantos presuntos géneros como orientaciones y conductas sexuales, orientadas a una esterilización lúdica, a la performance de una carnavalada vegetariana.
LA (S)IRENITA MONTERO:
¿A PELO Y A PLUMA
O
NI CARNE, NI PESCADO?
VEGANO TRANSGÉNÉ(RI)CO
“Pero la mitología, en realidad, desdibuja o incluso olvida el origen: las sirenas homéricas tenían rostro o torso de mujer pero el resto del cuerpo era de ave, no de pez. La versión Disney elabora una tradición que comienza en la Edad Media y que convierte a las sirenas en sujetos sexis.”
Jorge Carrión, Contra Amazon [Galaxia Gutenberg, 2019, p. 111.]
“La izquierda radical está tratando de adoctrinar a los niños para que adopten un estilo de vida LGTBQ+ radical, y DISNEY está colaborando activamente para ese propósito.”
Hazteoír.org [contra Disney.]
“Pero las auténticas sirenas eran monstruos estridentes, horribles. El propio Norman Douglas —autor de La tierra de las sirenas— fue expulsado de Italia por pederasta (aunque consiguió regresar a Capri para suicidarse).”
Jorge Carrión, Contra Amazon [p. 112.]
«“Nosotros no somos humanos antes de ser hombre o mujer”, escribe Michel Schneider, que añade: “La diferencia de sexos es la diferencia de las diferencias. Ella funda todas las demás diferencias y su declive se acompaña de una desimbolización generalizada”.»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género! [p. 98.]
Frente a la “diferencia” sexual (que defiende para la mujer el feminismo “identitario o diferencialista”), el igualitarismo global LGTBI+D+i, o identidad digital de IDeología de género propone, dispone, impone la INDIFERENCIA universalista, indistintamente, en una mutación permanente, fluida, de género (¡degeneración!, clamaría el machirulo) mili(mu)tante, en pos de una identidad preterida, procrastinada, transpuesta más allá del arcoíris, que se compadece bien (que mal) con la posposición o “diferimiento” de oficio del símbolo provisional mediante una sucesión de signos de “número indefinido, y tal vez infinito” (diría Borges) y que el filósofo Jacques Derrida denominó en su “teoría de la deconstrucción”, la .DIFFÉRANCE. De modo que, el varón deconstructivo que ve su cuerpo como un hándicap, no es que esté apresado en un “cuerpo equivocado”, sino que “no lo acepta” y, acogiéndose a una fantasía transgénero, transmuta en un handicapado.
«Adán Bonner.—“¿Sabes lo que dicen los franceses?
Amanda Bonner.—¿Qué es lo que dicen?
Adán.—Vive la différence!
Amanda.—¿Qué significa?
Adán.—¡Viva esa insignificante diferencia!”»
George Cukor, La costilla de Adán (1949)
PARITARIAS VS. PARITORIOS
“Mientras que la maternidad, o la función maternal es a veces defendida por el feminismo identitario, que ve en ella una/ característica “específica” de la naturaleza femenina, el feminismo igualitario, por su parte, manifiesta su rechazo a las exclusividades femeninas que ningún hombre jamás ha experimentado: el embarazo, el parto y la lactancia. A la espera de la llegada de la ectogénesis (la reproducción en úteros artificiales), la maternidad no representaría más que una alienación entre otras (“el niño impide disfrutar a la madre”). […] Es normal para una mujer no ser madre, pero no dejar de poder serlo. La maternidad se acepta o se rechaza sobre la base misma de poder-ser-madre, sin esta posibilidad tal cosa no tendría ningún sentido. No hay nada deshonroso para una mujer en el hecho de no tener hijos, pero no está claro por qué sería alienante el hecho de tenerlos.”
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? ¡No a la teoría de género! [pp. 31-32.]
«“La madre tiene todos los derechos, añade [Evelyne Sullerot], ella puede decidir tener hijos o no, pero también puede quitar o destituir al hombre de su paternidad, incluso si él la asume a la perfección”. En caso de divorcio, el niño es, en efecto confiado a la madre en el 90% de los casos, lo que hace decir a Evelyne Sullerot que para los jueces “la madre sería más madre de lo que el padre es padre.”»
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? [p. 35.]
Y, echando su cuarto a espadas, con la doble baraja del género y el “feminismo”, la titular del Monteimpío Igualatorio, quien tomándose al pie de la letra la “teoría de género” se ha creado, haciendo tabla rasa de su experiencia de cajera, una identidad ministerial ex nihilo para seguir haciendo caja, asigna por defecto, con la ley (o a pesar de ella), a la progenitora la custodia de unas criaturas que han superado las sucesivas pruebas de la eugenesia proactiva, desde propaganda/publicidad en pro del “supuesto” aborto libre sin plazo (ni derecho a contraprogramación) al “perinatal” (“infanticidio hasta el primer año de vida, véase California), o se incauta de ellas en NOMbre del Estado (del Bienestar) con destino a granjas y viveros reservorio de una u oltra institución, y carne fresca para Gargamel con vistas a la experimentación génica, farmacológica o lo que se tercie, extracción y tráfico de órganos o la pederastia, comercializada al detall o al por mayor.
«Nos encontramos, pues, ante un “neofeminismo moralizador y represivo”. La consecuencia: las sociedades se feminizan al mismo tiempo que se infantilizan. Unas sociedades que fabrican millares de individuos inmaduros, narcisistas, que no han podido resolver jamás su complejo de Edipo, señala Alain de Benoist. Y, por su parte, Jean-Claude Michéa ha mostrado que esta “reconfiguración antropológica” se ajusta perfectamente a una sociedad capitalista que quiere deslegitimar todas las figuras de la autoridad, a fin de que se generalice ese “nuevo tipo de individuo artificialmente mantenido en la infancia, del que el consumidor compulsivo representa la figura emblemática y cuya adicción al goce inmediato ha llegado a ser el digno distintivo” (Le complexe d’Orphée).»
Jesús Sebastián Lorente, “Introducción” a ¿Guerra de sexos? [pp. 23-24.]
“La humanidad unisexual es, pues, un sinsentido por definición. Nosotros pertenecemos a la especie humana en tanto hombre o mujer, y esta diferencia se adquiere desde los primeros instantes de la vida. Atacar la distinción de sexos es atacar la diferencia fundadora de la humanidad.”
Alain de Benoist, ¿Guerra de sexos? [p. 97.]
¿Y para cuándo el final de Pitufina? ¿Qué digo, Pitufinal? ¡Punto (y) final! Y punto.
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