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La Reconquista es la mayor gesta histórica del pueblo español, junto con la conquista y evangelización de América. En ella abundan las gestas y proezas olvidadas en una guerra de muchos años por reunificar España y liberarla del Islam. Al margen de las grandes batallas, que han sido tradicionalmente recordadas, como Alarcos, las Navas de Tolosa, Salado o Antequera, existieron una multitud de hechos relevantes y heroicos en un largo conflicto de frontera, hasta llegar a la guerra final de 1481-1492.

Especialmente durante los siglos XIV y XV, los últimos de la Reconquista, fueron muy abundantes los combates de una guerra de incursiones y contraataques mutuos a lo largo de Andalucía y Murcia, que dieron pie a todo tipo de momentos recordados y actos valerosos y hasta a un género literario popular que los glosaba, el Romancero.

Cuando el destronado Nasr murió, se aclaró la situación. Todos estuvieron unánimes y fue posible hacer la guerra santa. Así en rayad del año 724 (julio de 1324), el rey Ismail se puso en movimiento, se dirigió contra el país enemigo y puso cerco a Huéscar, el obstáculo interpuesto en la garganta de la ciudad de Baza, la cercó completamente, alineó sus tropas para el asalto y disparó con un aparato imponente que funcionaba con la ayuda de la nafta, unas bolas ardientes a una tronera inaccesible de su fortaleza y produjo unos efectos como los de los rayos del cielo. Acerca de ella dijo nuestro sabio Abu Zakariyya b´ Hudayl, que Dios tenga misericordia de él, del comienzo de una quasida célebre:

Donde están los estandartes rojos y el león indomable hay escuadrones a los que ayudan los habitantes del cielo”…

Así describía el cronista musulmán de la época, Ibn Al Jatib la toma de la villa granadina de Huéscar, una estratégica plaza que a partir de entonces fue la “base de partida de la guerra santa” en palabras del propio Al Jatib.  Sin embargo Huéscar fue reconquistada por los cristianos en 1434, en un asalto por sorpresa dirigido por Rodrigo Manrique, padre del inmortal poeta Jorge Manrique, con un pequeño grupo de hombres que escalaron la fortaleza por sorpresa por la noche y la tomaron tras degollar al confiado grupo de soldados moros que la vigilaba. Después tuvo lugar un gran asedio por parte de los musulmanes para recuperarla, pero las fuerzas cristianas se abrieron paso utilizando minas y artefactos explosivos y consiguieron obligar a los moros a levantar el asedio.

Los combates y ataques eran constantes entre las fuerzas de la Corona de Castilla y las del reino musulmán de Granada. Los moros quemaron Jaén y Úbeda en 1368 y las puertas de Zahara en 1410, entre otras muchas villas. Los castellanos tomaron Zurgena, Overa, el castillo de Pruna, en la sierra de Ronda, los castillos de Ayamonte, Priego, quemaron el arrabal de Íllora, tomaron Antequera, tras una batalla y asedio. Pero los moros derrotaron a los cristianos en Huelma y Archidona. Los cristianos se tomaron el desquite derrotando a los moros cerca de Guadix, en 1434. Entre otros muchos combates.

En aquella época, el concepto de “población civil” no existía, como señalan los historiadores y muchas veces las mujeres jugaban un importante papel luchando incluso o dirigiendo la lucha. Cuenta la crónica de Juan II de Castilla que la hija del alcaide de Zahara dirigió la defensa de la villa contra el asedio moro “y fue herida de una saetada por la teta y ansí herida defendió la fortaleza durante cuatro días fasta que fue socorrida”. En el ataque musulmán a la villa jiennense de Quesada en 1469 “una mujer varonil armada de lanza obligó a siete moros metidos en el hueco de una peña a rendirse”

Cuando se asaltaba una villa era fundamental dominar las técnicas del combate urbano en callejuelas estrechas para que grupos de soldados no quedaran aislados y pudieran ser atacados en inferioridad y muertos por las fuerzas defensoras, que lógicamente conocían mejor las calles que los atacantes. Todo eso se preparaba y entrenaba, como señala el historiador Miguel Ángel Martín Vera. Se utilizaban en la lucha en las calles flechas con arcos y ballestas, espadas, lanzas, puñales y también piedras. El combate cuerpo a cuerpo era muy habitual. Era fundamental para los atacantes llegar a las plazas porque eran espacios abiertos cuya ocupación desarticulaba la defensa enemiga. En Alhama, Loja, Coín, Cúllar, Baza, Ronda, en la misma Málaga, y en muchas otras localidades, villas y ciudades tuvieron lugar grandes combates, ataques e incursiones de uno y otro bando.

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Completar la Reconquista de España no fue una tarea nada fácil. Costó mucha sangre y esfuerzo.  Así pues, no deberíamos olvidar y menos renegar, desde luego, de los sacrificios de nuestros antepasados.

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REDACCIÓN