06/10/2024 07:00
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… Y más de 100.000 han tenido que vender sus viviendas por no poder hacer frente a los pagos y a los gastos

 

Segunda parte del “Informe Cáritas” 

2. Dimensiones de las condiciones de vida

 

2.1. El 16% de las familias se han visto obligadas a cambiar de residencia con motivo de la COVID 

77.000 familias se han visto obligadas a cambiar de vivienda

La vivienda es uno de los elementos que más ingresos de las familias absorben, por lo que en tiempos de crisis se convierte en un aspecto clave al que recurrir buscando reducir gastos. Así, el porcentaje de hogares que se han visto obligados a cambiar de vivienda a raíz del coronavirus ha seguido ascendiendo, alcanzando al 16% de hogares: esto supone un aumento de siete puntos porcentuales respecto al mes de septiembre.

 

Sin embargo, esa necesidad de cambio de vivienda no afecta a todos los tipos de hogar por igual, viéndose especialmente afectadas las familias monoparentales (19%), las de origen inmigrante (20%) y aquellas que no han contado con ningún ingreso en el mes de enero (23%).

De forma más detallada se ha indagado sobre las dificultades económicas que han tenido que afrontar las familias durante el mes de enero. Cerca de la mitad de las familias tienen graves dificultades para afrontar los gastos de la propia vivienda —alquiler o hipoteca (44%)—, así como los gastos de suministro asociados —gas, luz, agua, etc. (47%)—.

Si hacemos una lectura comparada, podemos ver que en todas las dificultades estudiadas se observa un incremento con respecto al mes de septiembre. La caída de los ingresos descrita anteriormente y el desgaste que están sufriendo las economías de las familias atendidas por Cáritas en un contexto de crisis económica generalizada están en la base del deterioro de sus condiciones de vida.

La situación residencial sigue siendo una de las principales preocupaciones a las se enfrentan las familias acompañadas por Cáritas, y no debemos olvidar que se trata de un derecho humano. La vivienda no solo supone un techo bajo el que cobijarse en momentos como la borrasca Filomena que en el mismo mes de enero vivió casi todo el país, sino que es también un elemento básico para el desarrollo y crecimiento de las personas y a partir del cual encontrar estabilidad, asegurarnos la satisfacción de ciertas necesidades básicas, donde contar con intimidad y crear un clima de hogar, y obtener en definitiva, una sensación de protección y seguridad. 

2.2. Brecha digital: buscando una inclusión digital difícil de lograr

A pesar de sus esfuerzos, no todas las familias logran subirse a la ola de la digitalización

En una sociedad como la nuestra, en la que la obtención de información, el contacto social, la realización de tareas escolares y trámites administrativos se realizan de forma digital, mediados por la pantalla, es necesario seguir prestando atención a cuál es la situación de las familias más vulnerables en relación a la digitalización, pues si ya se está en situación de exclusión, la brecha digital no hace más que minar los puentes por los que transitar, o intentarlo al menos, hacia la inclusión.

Desde la primera oleada de la encuesta a familias acompañadas por Cáritas para conocer el impacto socioeconómico de la COVID en ellas, poníamos el acento en este aspecto, señalando en el anterior informe que la brecha digital ha dejado de ser una consecuencia de la exclusión para convertirse también en causa de la misma, es decir, en un factor exclusógeno.

El principal indicador para medir esta situación es el de apagón tecnológico. Un hogar está en apagón tecnológico cuando no cumple las siguientes tres condiciones simultáneamente: tener acceso ilimitado a internet, contar con dispositivos para conectarse y disponer de habilidad suficiente para realizar trámites online. Y si en septiembre se encontraban en situación de apagón tecnológico el 61% de familias, el hecho de que ese porcentaje haya descendido hasta el 51% nos da una idea de cómo en los hogares se está haciendo un esfuerzo por superar esta situación.

Aun así, este descenso no puede ocultar que todavía más de 245.000 hogares viven el mencionado apagón tecnológico, lo que no solo merma sus posibilidades de caminar hacia la inclusión en el presente, sino que conlleva una cronificación de situaciones de exclusión y pobreza.

 

Dado el intenso proceso de digitalización que hemos vivido, reflejado por ejemplo en el auge de la educación y formación para el empleo online o la creciente realización de trámites y solicitud de citas con la Administración Pública por vía telemática, queremos conocer cuántos son los dispositivos disponibles en el hogar y si estos son o no suficientes para cubrir las necesidades del mismo. 

Aunque contar con un smartphone puede asegurar la conectividad, hay determinadas cuestiones para las que no es el dispositivo más idóneo. Seguir una clase o sesión de formación online desde una pantalla pequeña, como la de los móviles, puede resultar en ocasiones complicado. Del mismo modo, hay webs que no están pensadas ni diseñadas para su consulta desde un teléfono, por lo que navegar por ellas para solicitar una cita médica, por ejemplo, puede resultar una tarea complicada y desmoralizadora. En casi seis de cada diez hogares atendidos por Cáritas hay una tableta o un ordenador, lo cual incide en la idea de la apuesta y el sacrificio por parte de estas familias para subirse al carro de lo digital para no quedarse atrás.

 

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A pesar de ser mayor el número de hogares en los que los dispositivos disponibles eran suficientes que el de hogares en los que hay ordenador o tableta, es interesante ver cómo se interrelacionan estas dos preguntas, pues cabe esperar que en aquellos hogares donde se cuenta únicamente con teléfonos móviles para acceder al mundo digital la suficiencia sea inferior y que haya habido dificultades para satisfacer únicamente con estos todas las necesidades del hogar. Y, de hecho, el siguiente gráfico así lo confirma, pues podemos ver que en donde solo hay dispositivos telefónicos el 64% de hogares indican que no han sido suficientes. No olvidemos, que incluso en los hogares donde los hay, en más de tres de cada diez también eran insuficientes por diversos motivos: simultaneidad de usos por parte de los distintos miembros de la familia, contar con dispositivos desactualizados o anticuados, etc.

 

En parte, la falta de dispositivos puede explicar el número de oportunidades que se han perdido debido a la brecha digital. Aunque hay un ligero descenso en el número de familias que afirman haber perdido oportunidades por esta causa respecto a septiembre, se continúan perdiendo más oportunidades que en abril. Este hecho pone de manifiesto que, si bien los esfuerzos en pro de esa digitalización de las familias son elogiables, la realidad de la digitalización se produce a un ritmo superior, de tal forma que los esfuerzos realizados por superar el apagón digital, aunque intensos, siguen sin ser suficientes.

Se pierden oportunidades formativas en casi cuatro de cada diez hogares, y de empleo en más del 35%. El aspecto que se mantiene con menor dificultad es el del mantenimiento de relaciones sociales o de apoyo mutuo que, a su vez, de los supuestos planteados es el que más fácilmente se realiza con el teléfono móvil a través de aplicaciones, mensajes y llamadas.

 

Especialmente preocupante es la falta de acceso a la plena conectividad para grupos como los jóvenes, pues el entorno digital en su caso se ha erigido en “sociedad” con entidad propia, en lugar donde no solo se desenvuelven, sino en el que desarrollan una identidad digital, tanto personal como social. Es uno de los principales medios de comunicación y socializacion con sus iguales y, además, una parte importante de lo que comparten fuera de lo digital, está atravesada por ese mundo virtual (en sus conversaciones, a partir de la alusión a referentes e intereses, en la jerga utilizada, etc.). Por tanto, no estar en ese mundo virtual les lleva a vivir nuevas dinámicas de exclusión y de falta de participación.

2.3. Rendimiento escolar: quedarse atrás

El 21% de los escolares ha empeorado sus notas en un año complicado

Y, ¿cómo ha ido el primer trimestre de este nuevo curso escolar? En septiembre se reabrían los centros escolares, con bastante incertidumbre sobre cómo se desarrollarían las clases, normas específicas de prevención ante el coronavirus, lo que generaba sensaciones de miedo, aunque también había confianza en que el entorno sería lo más seguro posible para el alumnado, como vimos en la anterior oleada.

Ahora nos preguntamos cómo se desarrolla el curso para familias atendidas por Cáritas, pues tras los tres primeros meses y una evaluación es un buen momento para observar la evolución.

Y, dado el contexto actual, es necesario preguntar si en el centro escolar al que acuden los menores de edad de cada familia han tenido que cerrar, bien sea el total del centro, bien sea solo el aula o grupo al que acuden los niños o niñas de la familia. A este respecto, encontramos que esta situación ha afectado a más de un tercio de las familias atendidas. Cuando esta situación ocurre, la familia necesita activar mecanismos de cuidado para los menores que no acudirán al colegio. Así, vemos que el afrontamiento de estas cuarentenas no tiene un gran impacto para la mayoría de familias, pero conviene recordar que para casi tres de cada diez de estas familias el cierre escolar ha sido un problema.

Es especialmente relevante ver que algo más de 28.000 familias tuvieron que dejar solos a los niños o niñas, y en cerca de 9.000 familias algún miembro tuvo que renunciar a su trabajo para poder cuidar de sus hijos o hijas durante este tiempo. 

Pero volvamos al rendimiento escolar que, tal y como hemos mencionado al principio del capítulo, es uno de los aspectos en los que hemos centrado nuestra mirada en esta ocasión. En este sentido, la evolución de las notas ha empeorado en el 21% de los menores en edad escolar respecto al primer trimestre de 2019, el último que se realizó completo en las condiciones previas a la llegada de la COVID-19. Esta realidad del empeoramiento del rendimiento educativo se ha vivido en el 23% de los hogares con menores.

La carencia de materiales es un elemento que sin duda influye en el rendimiento escolar. Anteriormente hemos analizado los niveles de ingresos y cómo estos afectaban al pago de la vivienda y sus suministros, y ahora nos interesa conocer las dificultades económicas de las familias para afrontar los gastos escolares. En comparación con el mes de septiembre, con el arranque del curso, la compra de libros de texto y otros materiales, parece lógico el descenso en el número de familias que responden positivamente ante esta cuestión. No obstante, sigue habiendo algo más de 92.000 familias que no disponen de dinero suficiente para sufragar los gastos escolares

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La brecha digital es otra de las realidades que puede estar afectando en el rendimiento educativo. Si seleccionamos el grupo de familias que tienen hijos e hijas entre 10 y 16 años, para quienes la escuela y el rendimiento escolar entra en fases decisivas, se puede observar con claridad ese esfuerzo por subirse a la ola de la digitalización. Si comparamos este grupo con la totalidad de la población atendida por Cáritas, los hogares con menores entre 10 y 16 años muestran tasas inferiores de apagón tecnológico (42% frente al 51%) y cuentan en mayor medida con otros dispositivos además del teléfono móvil (71% frente al 60%). Pero, aun así, sigue siendo insuficiente, y en un 37% de los hogares con menores entre 10 y 16 años, los dispositivos con los que cuentan no son suficientes para cubrir las necesidades del hogar (frente al 30% del conjunto de la población atendida por Cáritas). En un contexto como el actual, donde la educación por vía telemática ha ganado un gran protagonismo y está conquistando espacios que quizá se queden una vez superada la situación COVID, habrá que vigilar especialmente todo lo que tenga que ver con la brecha digital porque, de lo contrario, estaremos condenando a miles de jóvenes y menores de edad al fracaso escolar.

Una de cada cuatro familias no se siente con capacidad suficiente para apoyar la realización de tareas escolares

Asimismo, habrá que evaluar qué efectos tiene, en términos de exclusión, el potencial impulso a la educación digital, pues la escuela presencial, por un lado, tiene un efecto igualador, pues dentro del centro el alumnado es un conjunto en el que sus partes se entremezclan dando apoyo a aquellas que más lo necesitan y produciéndose un efecto igualador que se desdibuja cuando la educación se va al entorno online. En esa digitalización, la falta de alfabetización y cultura digital por parte de los progenitores o tutores en los hogares en situación de exclusión hace que no sean un referente en el apoyo en las tareas.

 

Y esa es, precisamente, otra de las variables influyentes en el rendimiento académico, el nivel de estudios de los padres: a medida que aumenta el nivel de estudios de los adultos del hogar, se facilita el mantenimiento y éxito en el sistema escolar de los hijos e hijas. Así, vemos que en cuatro de cada diez hogares con menores (39%) la persona adulta no puede ayudarles con las tareas. Una realidad que se va aún más afectada cuando ponemos el foco en las familias con menores entre 10 y 16 años, donde esa incapacidad de los progenitores para ayudar a sus hijos e hijas llega casi a la mitad de la población (49%). Los motivos por los que las personas adultas del hogar no se sienten capacitadas para brindar esa ayuda van desde las limitaciones de los conteni¬dos propios de la materia (20%), la brecha digital (13%) o las limitaciones con el idioma (11%).

 

Teniendo en cuenta que el sistema educativo debería ser uno de los principales mecanismos para romper con la transmisión intergeneracional de la pobreza, vemos cómo la situación COVID está generando aún más desigualdad. Centrándonos en los menores, las familias con menos recursos, habitualmente también con padres, madres o tutores con un bajo nivel de estudios, se ven envueltas en un círculo nocivo en el que no solo no se puede dar ayuda con el contenido a quienes están estudiando, sino que tampoco se puede buscar esa ayuda fuera mediante el pago a profesorado particular o a academias. Las dificultades económicas limitan también las posibilidades de realizar actividades en el ámbito extraescolar que impulsen otras potencialidades y capacidades de niños, niñas y adolescentes y les ofrezcan un entorno diferente de convivencia y socialización. De este modo, vemos cómo la deseada integración queda cada vez más lejos de las personas en situación de exclusión y de sus hijos e hijas. El sistema educativo no está jugando el rol de igualador de una forma eficaz y, junto con la brecha digital, termina formando un tándem que se convierte en mecanismo de transmisión de pobreza de una generación hacia la siguiente, haciendo tambalearse el planteamiento de la educación como un elemento que brinda igualdad de oportunidades de partida. Como vemos, el punto de partida es el de desigualdad de oportunidades.

Sigue mañana.

 

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.