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19º A la España de Franco se le achaca su instauración y su subordinación inicial, al III Reich de Hitler y a la Italia fascista de Mussolini. Es de bien nacidos, el ser agradecidos. Es cierto que Hitler envió la Legión Cóndor y que Mussolini envió decenas de miles de soldados a luchar con el CTV a favor del bando nacional y católico, aunque ninguno de estos contingentes, aunque importantes, fue decisivo, pues la guerra de España fue una guerra convencional decisiva en tierra, de trincheras, fortificaciones, de infantería al asalto de posiciones enemigas con alguna carga de caballería exitosa y con escaso aporte de unidades móviles mecanizadas, tanques (los únicos con cañón, los mejores, eran los T26 y los BT5 soviéticos del bando rojo) y artillería. Con una aviación en modernización pero mayoritariamente anticuada (y la alemana no era mejor que la soviética entonces, incluso con menor número de aparatos) y con pocos combates entre barcos de guerra, a diferencia de la II guerra mundial, la de la blitzkrieg, la de los carros de combate y unidades acorazadas, la de la aviación y los bombardeos masivos desde las alturas, la de la artillería multitudinaria y la de grandes batallas de máquinas y hombres. No fue, por lo tanto, achacable a potencias extranjeras, la instauración de la España de Franco. Y, por supuesto, no hubo ni campos de concentración ni cámaras de gas de los nacionales en nuestra Cruzada, por mucho que se empeñen en afirmarlo hoy, que no entonces, los únicos que pueden publicar impunemente en las universidades de España, los rojos y liberales conservadores a sueldo generoso de la mentira. Aunque hoy muchos ignorantes o acomplejados lo quieren ocultar o negar por intereses políticos, fue así, como no podía ser de otra manera: no hubo, en absoluto, exterminio de judíos en España. El régimen alemán de Hitler y el italiano de Mussolini se caracterizaron exactamente por lo mismo que se caracterizó el régimen franquista (éste el único superviviente gracias a Dios, como bien sabía el victorioso caudillo católico español), por un extremado antimarxismo (anticomunista en especial), por un rechazo a la estafa de la democracia y el parlamentarismo (fariseísmo), por una gran valoración del orden, las virtudes castrenses y la disciplina y por un patriotismo íntegro y verdadero. Todos ellos eran enemigos de la masonería, aunque el régimen de Franco era marcadamente más católico que los otros dos, cuestión ésta vital para su supervivencia y para, a modo de modelo, lograr una extrema derecha verdaderamente próspera de cara al futuro católico del mundo, un futuro que ha de ser regido con cetro de hierro por los más santos y santas en servicio de Dios, una vez superada la anomalía democrática actual. La cuestión del racismo afectaba a la totalidad de naciones del mundo por entonces (las más racistas eran la URSS, UK y USA, por cierto) e incluso hoy (¿Cuántos matrimonios hay en porcentaje entre personas de diferentes razas (orientales chinos, japoneses, coreanos, etc., negros subsaharianos, musulmanes norteafricanos, judíos, indoamericanos, afroamericanos, latinos, germanos, eslavos, etc.)?¿Cuántas personas, en porcentaje, se irían voluntariamente a vivir o a trabajar a los barrios donde predominan gitanos, subsaharianos, moros, ciudadanos del este de Europa, chinos, etc.?¿Cuántas empresas hay fundadas entre socios de distintas razas y etnias? Si son iguales realmente todas las razas, ¿por qué en la construcción, en la minería, en la sidero-metalurgia, en el transporte por carretera a larga distancia, en la pesca de alta mar, en las canteras, y en muchos otros sectores no hay orientales (chinos, coreanos, tailandeses, japoneses, etc.) y subsaharianos? Y en esos sectores citados, ¿gozan de igual fama unos que otros, por ejemplo, los del este de Europa y norteafricanos (moros), por ejemplo?¿Pero no somos todos tan «cosmopaletos», tan «europaletos» o «ciudadanos del mundo (del mundo de mi barrio o pueblo, claro)» no racistas, tolerantes y acogedores y qué se yo de hipocresías y mamarrachadas sin tasa? Y de ser racistas, ¿alguien lo es menos que los blancos europeos y españoles en particular, que llevaron a cabo el mayor proceso de mestizaje de la historia con la raza de nuestros hermanos hispanoamericanos?).
Con respecto a la supuesta subordinación, repetida hasta la saciedad por los rojos y liberales conservadores, de Franco a Hitler, no a Mussolini (cuya ayuda fue muy poco costosa), quedó bien patente su falaz fundamento ya en septiembre de 1938, cuando el mismo Hitler, que tenía aquí sus pilotos y aviones en plena campaña del Ebro, vital para adelantar la victoria en el tiempo, calificó, con el «trofeo» de los Sudetes bajo el brazo, de «cerdada» la posición de neutralidad declarada por el mismo Franco para la España nacional ya entonces, pues como es lógico Franco, como el propio Hitler, y Mussolini, no era enemigo de Francia ni de UK (los rojos achacan a estos dos países, potencias imperiales entonces, su no ayuda en nuestra guerra, pero, aparte de que Francia, bajo yugo de un frente popular de socialistas y comunistas, sí les ayudó, no en 1939, pero sí en los dos primeros años de contienda, provocando la inicial reacción de Hitler en apoyo de Franco; no tenían porqué ayudar a un bando rojo pro-soviético que quería claramente desviar la agresividad de Hitler hacia occidente, en beneficio de la expansión del comunismo de la URSS de Stalin. De hecho, lo lógico y natural hubiera sido que UK y USA, hubiesen ayudado a Franco a ganar mucho antes la guerra, posibilitando una alianza mundial contra el comunismo soviético, mucho más deseable, lógica, e incluso mucho menos sangrienta, de lo que los hechos mostraron, pero para desgracia de la humanidad entera (especialmente europeos del este, rusos incluidos, judíos y occidentales en menor medida), Roosevelt, masón socialdemócrata corruptor de su país (todavía no se sabe cuántas personas murieron de miseria debido a su famoso e infame New Deal («with the devil») entre 1933 y 1941), se inclinó en apoyo de la infernal Rusia comunista, y no de los anticomunistas, causando un daño inconmensurable que hoy padecemos con más intensidad que nunca). Además también quedó más patente aún dicha falsedad, entre octubre de 1940 y junio de 1941, ante la negativa de Franco a autorizar el paso de tropas alemanas por España (como sí lo permitió la «neutral» Suecia, nunca «castigada» por ello en la posguerra, con respecto a tropas de la Wehrmacht en tránsito a Finlandia en la lucha contra la URSS) destino Gibraltar y norte de África, excusándose en la mala situación económica real de España para sumarse al Eje sin contraprestaciones en armas, recursos y territorios. La ayuda alemana, además, y a diferencia de la soviética a los rojos, se realizó a crédito, como la italiana, y Alemania se cobró su aportación a los nacionales con los recursos minerales españoles (de modo limitado, porque la derrota alemana eximió a España de ceder propiedades sobre minas) y, especialmente, con el envío de la gloriosa División Española de Voluntarios, conocida por División Azul debido a la negativa de los españoles voluntarios en Rusia a quitarse la camisa azul de FET de las JONS. Esta gloriosa unidad española fue el verdadero tributo para la paz de España en la II guerra mundial, y su comportamiento en el frente y en la retaguardia fue impecable (como reconocieron los propios rusos), merecedora de los mejores tributos. Tampoco se subordinó Franco a Alemania en noviembre de 1942, tras la operación Torch y la invasión alemana de la Francia colaboradora de Vichy, haciendo respetar el espacio aéreo español de todo contendiente sin contemplaciones de ningún tipo (no pocos derribos de cazas y bombarderos aliados por sobrevolar España, para enfado de Churchill y Roosevelt), ni tampoco se subordinó a nadie en toda la guerra mundial ni después de ésta (la España de Franco, anticomunista verdadera, no se sumó a la OTAN, ni a la guerra de Vietnam, ni bloqueó a nuestros hermanos cubanos víctimas del genocida comunista Fidel Castro y solo cedió Marruecos y las bases para salir de la autarquía impuesta por rojos, demócratas y la terrorista ONU, conservando un grado de soberanía envidiable y hoy nunca visto por la inmensa mayoría de las naciones), sacando el máximo partido de unos y otros con la venta del Wolfram, por ejemplo, así como con exportaciones de todo tipo, aunque de modo interrumpido por los chantajes criminales a los que se vio sometido desde el exterior, principalmente por los angloamericanos (por cierto, las petroleras tejanas de USA, y contra la voluntad de Roosevelt, aprovisionaron de petróleo al bando nacional, que tuvo combustible suficiente refinado en suelo español). La España de Franco tuvo una enorme influencia cultural y económica, amparada en nuestra fe, historia y tradiciones comunes, en los países hermanos de nuestra lengua, contrarrestando la subordinación intimidatoria de Hispanoamérica al colonialismo materialista de USA, cuya influencia a través de la masonería (corruptora de presidentes de gobierno hispanoamericanos a sueldo millonario suyo) y el narcotráfico marxista y liberal conservador (promotor de corrupción ilimitada) ha sido letal para nuestros hermanos hispanoamericanos, cuyos miembros más sabios saben agradecernos ese pasado común reconociendo a España como lo que realmente es, la Madre Patria de ellos y nuestra. Fue el régimen de Franco el que dio los pasos, luego no seguidos en democracia, para lograr la unificación de todos los españoles de la tierra (más de 500 millones actualmente) en una sola hermandad de naciones católicas españolas (España, naciones hermanas hispanoamericanas, Guinea Ecuatorial, Sahara, Filipinas e islas del Pacífico). La España de Franco fue verdaderamente UNA (sin divisiones territoriales y con respeto recíproco entre españoles), GRANDE (en honor y respeto a su historia incomparable, además de admirada y respetada por las personas de bien más inteligentes, ecuánimes y sabias, allende nuestras fronteras) y LIBRE (soberana y no subordinada a ningún otro país ni entidad supranacional, pues a nadie debió nada y sí es acreedora, por historia verdadera y no leyenda negra, del respeto y admiración sinceras de toda persona de bien y de todas las demás naciones europeas, a las que salvó en Lepanto, Viena y otros escenarios, de ser actuales naciones musulmanas, tras la gloriosa Reconquista que ella misma libró en su santo suelo y librando además una feroz Cruzada contra herejes y blasfemos protestantes, incapaces de ayudar a resolver los problemas de la Cristiandad sin dividir, sin crear facciones entre hermanos de fe, y mostrándose contrarios como el diablo y su no serviam a la Santa Iglesia Católica Apostólica que fundó Nuestro mismo Señor Jesucristo sobre San Pedro; del respeto de todas las naciones involucradas en las dos guerras mundiales, pues España no tomó parte en una guerra entre hermanos y nadie nos puede reprochar haber matado a unos o a otros por asquerosos intereses coloniales; del respeto de las naciones americanas, pues América es el continente español por excelencia, descubierto, civilizado (frente a la barbarie de las costumbres precolombinas de los sacrificios humanos de tribus enteras, niños, mujeres y ancianos incluidos, con canibalismo y degradación propia de animales y no de seres creados a imagen y semejanza de Dios), dignificado (con encomienda, iglesias, edificios diversos, universidades y mestizaje incluidos, como promovieron los propios Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II) y evangelizado por españoles aún con la enemistad envidiosa de otras naciones esclavistas, racistas contrarias al mestizaje, adoradoras de la mentira propagandística masona y malévolamente difusoras de la leyenda negra hasta el siglo pasado, en la que calificaban a los 15 millones de muertos de hace un siglo, víctimas de «la gripe española», la que acabó con millones de americanos «por no traer consigo vacunas que no existieron hasta finales del siglo XVIII»; del respeto de no pocas naciones en África (España nunca fue nación esclavista, y los que recurrieron a tal mercado fueron no pocas veces castigados con penas de muerte por autoridad real. El testamento de Isabel la Católica es claro al respecto. Y también las disposiciones del emperador Carlos I y Felipe II), Asia (Filipinas es hoy nación católica gracias a España, así como muchas islas hoy bajo soberanía angloamericana) y Oceanía, (continente descubierto también por españoles desde la travesía de Magallanes y Juan Sebastián el Cano), destino, aún hoy, todas ellas de muchos misioneros, santos y santas que, por la gracia de Dios Nuestro Señor, surgieron con especial profusión en nuestra amada patria, y que trajeron el mensaje de los Santos Evangelios, y con ellos el amor a Dios, a todos los rincones del planeta aún a costa de pagar la mayor factura en vidas y sangre de la historia de la Cristiandad; del respeto de la propia Cristiandad, pues nadie ha defendido más la Santa Iglesia Católica Apostólica de Nuestro Señor que los españoles (aunque llevemos más de cuatro siglos sin papa español como pago y con un trato despreciable desde el Vaticano), nadie ha cumplido más con el mandato del Señor «id y predicad el Evangelio a toda criatura» que los españoles; del respeto, en fin, de todo el mundo, pues la civilización occidental, la cristiana, católica en exclusiva durante 15 siglos, se ha difundido, con su prosperidad connatural gracias más que a nadie a los españoles de todos los tiempos, que hasta con las remesas de oro y plata llegadas de nuestro continente hermano, como tuvo que reconocer el escocés Adam Smith, promovieron la prosperidad económica y el resurgir del viejo continente, no sin dificultades en cuanto a inflación incontrolada y, entonces, desconocida).
Por el contrario, la zona roja democrática de Quiroga, Martínez Barrio, Giral, Largo Caballero, Negrín y Azaña, además de gozar desde los primeros días de ayuda francesa, y luego de la mejicana (del corrupto Cárdenas que mató de hambre a no pocos niños españoles secuestrados por los rojos y deportados a Méjico en campaña propagandística apelando a la pena internacional por los más pequeños) pagadas a precios desorbitados, se subordinó completamente a la voluntad de Stalin y de la Komintern por él controlada con sus agentes de la NKVD, a tenor de la correspondencia que aquél mantuvo con Largo Caballero y Negrín y de los «consejos» y consignas con los que éstos fueron advertidos (según documentación rescatada e información de los archivos soviéticos desclasificada, en la que se demuestra que Stalin incluso provoca la sustitución de Largo Caballero por Negrín en la presidencia y ordena fusilar a Indalecio Prieto si este sigue insistiendo en bombardear los buques alemanes, como el Deutschland para ampliar la guerra de España al resto de Europa), y a la ayuda militar que recibieron de la URSS (muchos más tanques, cazas y bombarderos, cañones, fusiles, ametralladoras, munición, equipos, etc., que los recibidos por el bando nacional de Alemania e Italia, comprados con el oro español y la flota mercante española requisada en Odessa. Tanques y aviones soviéticos que fueron capturados frecuentemente por los nacionales durante la contienda y que acabaron sirviendo al bando nacional y al ejército en la posguerra). En la zona roja, los agentes soviéticos, junto a socialistas y comunistas, perpetraron las mayores masacres del genocidio anticatólico (incluso una alimaña como Carrillo reconoció el poder opresivo inmenso que para ellos representaba la injerencia soviética, para quitarse de encima su responsabilidad por los crímenes horrendos de Paracuellos, los mayores crímenes perpetrados en España en toda su historia), e incluso con los suyos, los anarquistas y trotskistas del POUM. Y, una vez terminada la guerra, los rojos y demócratas, desde el exilio en la URSS y satélites, en Méjico y otros países hispanoamericanos, desde la acción de diplomáticos de la mafiosa y terrorista ONU (esa asquerosa mafia mundial que hoy, a través de sus ongs corruptas hasta el extremo, promueven la inmigración masiva envenenando de odio a los negros africanos contra los europeos; que pide el testamento a favor de unicef a los españoles a los que antaño quería matar de hambre por apoyar a Franco; que promueve todo tipo de medidas antinatalistas satánicas con la satánica secta del cambio climático o calentamiento global), desde Francia con el maquis, en el denominado «contubernio de Munich» con los liberal conservadores traidores como Gil Robles (siervo del Borbón que pidió a los angloamericanos poco menos que invadir España para ponerle a él de rey sobre la sangre española derramada, y tras pretender ser rey pro Eje en España tan solo unos pocos años antes, con ayuda de Hitler y Mussolini), con infiltración en instituciones como la universidad, la Iglesia y los «sindicatos verticales», con motivo de los asesinatos de ETA y un sinfín de atentados antiespañoles por mero interés de grupos carroñeros por alcanzar el poder, no pararon de hacer todo el daño que pudieron a España y los españoles durante casi cuatro décadas (especialmente sangrante fue esta actitud en los primeros años de la posguerra, los años del hambre que se vio intensificada por los rojos del exilio que, con el maquis, pensaban soliviantar a todos contra Franco y lo único que lograron es colaboración masiva con la guardia civil, incluso en Cataluña, para su completa derrota, teniendo la población, fresca en su memoria, la etapa roja de miseria, hambre, muerte y terror. En aquellos primeros años, en los que la zona roja abandonada por sus cobardes líderes huidos, en situación de extrema miseria, fue noblemente auxiliada por la zona nacional (como proceder que se debe esperar de los buenos hermanos), en la que nunca faltó el pan, pero que tuvo que soportar el coste de la reconstrucción ayudando a los que padecieron en sus propias carnes el terror rojo, la actitud de los líderes rojos huidos, a través de la diplomacia en la ONU, multiplicó el padecimiento de aquellos de su propio bando que quedaron en España, durante la reconstrucción. ¿Cabe concebir una perversidad mayor con los propios a los que se contribuyó decisivamente a matarles de hambre?). Idéntico daño al que hoy hacen antiespañoles vascos y catalanes en lo que ellos denominan «internacionalización del conflicto», es decir, la petición de apoyo internacional para que nos vengan a matar (como hizo la OTAN con muchos pobres yugoslavos) por no darles la independencia, seguros como están de que ellos no correrán, en la repugnante democracia (constituida, en buena medida, para su propio beneficio y perjuicio a España y los españoles), la suerte que corrieron siglos atrás judíos y moriscos.
Pues bien, la España democrática de hoy, que muchos dicen que es heredera de aquella infernal II República, está totalmente subordinada a organizaciones e intereses extranjeros dañinos en grado sumo a nuestra patria y a los que no debemos nada, verdaderos entes soberanos: ONU, OTAN, UE, Banco Central Europeo, FMI, Banco Mundial, OCDE, etc., además de otros poderes ocultos como los del judío furiosamente anticatólico Jorge Soros, verdadero instigador de calamidades para España y países hermanos como Chile, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Cuba, Méjico, Argentina, Nicaragua, etc. Hoy España es tan títere del exterior que ni puede defenderse del golpe de Estado perpetrado en Cataluña, algo completamente inimaginable con Franco (con quien tanto vascos, como catalanes, vivieron de modo extraordinariamente próspero y sin apenas sobresaltos hasta el final del régimen) o en cualquier nación avanzada normal. Hoy, España, no goza de respeto ni prestigio internacional alguno (incluso Trump señala la silla autoritariamente y sin cruzar saludo, al pelele socialista cum fraude que tenemos la desgracia de padecer como presidente español (uno más, y van 7, los 7 corruptos y depravados sin excepción) y defensor de Maduro, Castro, Evo Morales y demás energúmenos de su calaña, para atraer la animadversión del primero), y mucho menos del de las naciones más avanzadas, no es una nación soberana, sino rehén de solo Dios sabe qué intereses ocultos fraguados durante las últimas cuatro décadas por políticos sin escrúpulo moral alguno sean del signo que sean y que se tapan unos a otros su gigantesca corrupción. Pero a los millones de votantes todo esto «se la sopla», por lo que se ve año tras año. ¡Que Dios se lo pague como merecen, por su complicidad!
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