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Hasta hace muy poco tiempo, en la era pre-coronavirus, quienes vivimos en grandes capitales europeas hemos visto muchas veces a grupos de turistas orientales, ocultando su rostro detrás de una mascarilla bajando de un autobús y enfilados detrás de su guía para visitar alguno de los sitios turísticos obligados a fotografiar. En otras ocasiones veíamos subir al metro también con mascarillas a jóvenes diminutos de típico aspecto otaku (fanáticos obsesos al manga, animé y demás productos de la cultura pop japonesa), abstraídos delante de la pantalla del móvil en dirección hacia algún no-lugar de la ciudad.
Personalmente no me gustó nunca ese anonimato supuestamente sanitario y algo cobarde, justificado por una razón cultural debido al alto grado de contaminación sufrido en sus lugares de origen. Los portadores de mascarillas pre-coronavirus nos rechazaban, temían que los exóticos locales urbanitas europeos les contaminaran con su aire, les contagiaran de alguna repugnante patología y finalmente cayeran enfermos a miles de kilómetros de sus seguros cubículos inertes en los que habitan donde el sol nace todos los días.
El ritmo del mundo global se aceleró inesperada y desproporcionadamente desde hace solo unos meses, metiéndonos a todos en la era de la mascarilla. Hoy todos debemos llevarla, obligados, por ley, por miedo que es peor aún, haciéndonos sentir enclenques, débiles, pusilánimes y temerosos como esos viajeros otakus que se aislaban de nuestro aire sucio y contaminado. Hemos llegado a destino, a una nueva era donde lo simbólico se ha vuelto cada vez más ideológico y burdamente político. Nada escapa a la angustia distópica y orwelliana de la obediencia servil y aterrorizada de la nueva normalidad grotesca del totalitarismo sanitario, ni siquiera la muñeca Nancy.
Sección juguetería de unos grandes almacenes de Madrid. Ahí está en pie dentro de su aséptica caja, una al lado de otra, todas iguales y cumpliendo rigurosamente la normativa vigente con su mascarilla multicolor. La Nancy de toda la vida, la querida y emblemática muñeca española amada por generaciones se suma a la causa de la normalización simbólica de los tiempos actuales. Una niña con su correspondiente mascarilla higiénica la ve en la estantería y dice: “¡Mira mami, una Nancy con mascarilla!¡Qué bonita!”. Ya tenemos el regalo estrella para el próximos Reyes Magos.
Viendo los actuales derroteros pandémicos y globalistas, tarde o temprano iba a llegar. Una empresa juguetera líder con más de medio siglo en el mercado no apuesta a ciegas así porque sí. Detrás de estudios de mercado y relaciones coste beneficio, Nancy ahora lleva mascarilla. Y solo es la primera serie. Pero hay algo más, no es solo dinero lo que impulsa a un producto como un juguete. Nada mejor que ir a la “descripción del producto” oficial que cualquiera puede ver para entender de qué se trata:
“Nancy es la muñeca que lleva más de 50 años enamorando a las niñas. Siempre dispuesta a acompañarlas en todas sus aventuras Nancy será la mejor amiga de tu peque. Nancy un día con mascarilla está preparada para salir a pasear con sus amigas y nunca irá sin su mascarilla para protegerse. Nancy se adapta a la realidad de las niñas, y por eso tiene una bonita mascarilla azul con un arco iris que va a juego con su vestido. Con ella podrá salir a pasear y jugar con sus amigas sin dejar de ser la más chic e ir siempre protegida. La muñeca perfecta para concienciar a las niñas del uso de la mascarilla de una forma muy positiva y divertida: su muñeca favorita ahora también lleva mascarilla. A partir de 3 años. Incluye muñeca con colorido vestido y mascarilla de arcoíris”.
Recordemos y tengamos muy en cuenta que Nancy NUNCA irá sin su mascarilla ADAPTANDOSE a la REALIDAD de las niñas con una BONITA MASCARILLA de ARCOIRIS, POSITIVA y DIVERTIDA.
Paulatinamente nos adentramos sin rechistar en una sociedad sumisa y servil que borra el rostro de las personas, uniforma y suprime las diferencias de identidad donde se impone un burka preventivo que nos permitirá sobrevivir en un colectivismo sanitario global. Para que ello no sea demasiado violento y genere algún tipo de rechazo o disenso, nada mejor que educar en ello poco a poco pero decididamente a los más pequeños, entre juegos y juguetes que normalicen la distopia que comienza con el socialismo facial. Luego viene todo lo demás. Un paso más mediante el igualitarismo de rostro hacia un mundo color arcoíris de la mano de las Nancys. Después no nos extrañemos sin nos quedamos sin stock para estas Navidades. Estamos avisados.
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