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Esta es la parte quinta del repaso al libro Dípticos de historia de España, de Claudio Sánchez Albornoz. Las partes anteriores están aquí.

El siguiente díptico se titula En el camino del hacer de España y consta de Santiago, Toledo y Sevilla en la forja de lo hispano y Los ríos van a la mar, ayer se cayó una torre.

En el primero, Sánchez Albornoz se refiere a su tesis de la España medieval como “rodela y maestra de las comunidades históricas nacidas allende el Pirineo”, es decir de la Cristiandad y de Europa. En relación con ello, dice:

Voy a señalar, sí, la singular acción de tres ciudades españolas en la cristalización de ese Occidente del que tirios y troyanos han querido excluirnos

Es tentador trazar trípticos de viejas urbes españolas de acción alguna vez decisiva en la vida de España e incluso de Europa… Oviedo, León y Burgos; Barcelona, Pamplona y Zaragoza; Córdoba, Sevilla y Granada. Nadie podrá negar que esos tres triángulos dejaron huella en la historia española y aun en la de Occidente. Pero ninguno de ellos influyó como este otro: Santiago, Toledo y Sevilla en la forja de Europa.

Santiago: Síntesis de Galicia, de una tierra mágica, nostálgica, sobresaltada por el misterio, hábil para la intriga, recelosa, encerrada en sí misma. Saturada de espíritu jurídico, irónica, sonriente, siempre a la defensiva. Ahincada en el presente, en íntima comunicación con la naturaleza, más razonadora que bélica, sintiendo la atracción del mar, cubierta de celajes, fertilizada por la frecuente lluvia, poblada de trasgos y fantasmas, asaeteada por las flechas de la imaginación y de la fantasía.

En dos palabras, como diría el torero: impresionante.

Toledo: Nadie de tejas abajo puede ser de Castilla un país suave y dulce, umbroso y melancólico, propicio extasiarse ante las melodías de la lira mediterránea o de la flauta atlántica, transida de lirismo y de ternura. Nada ata en ella al hombre con amorosos lazos a sus abrasados y sedientos campos. Castilla épica, vehemente y, saturada por la inquietud del más allá ultra celeste, atraída por la lejanía que en el horizonte se dibuja, pronta a la batalla por la fe, desdeñosa de la muerte y, porfiada y dura, silenciosa, adusta, sacudida por una religiosidad bélica y un teologismo militante, tierra a la par de Quijotes y de Sanchos.

Sevilla: Sol radiante, tierra fértil, valles rientes, campos de trigo, viñedos y olivares. Grandes poblados como ríos que corren lentos, calor, calor, idolatría de las formas, la vida al aire libre, el goce del color, noches que no invitan al sueño, la charla, la pereza, música, algarabía, amores y amoríos, extroversión religiosa ayuna de misticismo, “de la sangre de los toros al humo de los altares”, ingenio, gracia fácil y chispeante, piropos, cantares, surtidores que se desgranan… un punto de melancolía.

Y después, don Claudio esboza con pinceladas históricas -largas y extendidas en el caso de Santiago y de Toledo, y cortas y nerviosas en el caso de Sevilla- las historias medievales de estas ciudades.

Es todo pura poesía evocadora de las pasadas glorias; y si esto hubiera sido escrito en los años 30 y José Antonio lo hubiera leído, habría sentenciado que a Sánchez Albornoz había que hacerlo falangista. Como sucedió con Luis Santamarina tras leer su Cisneros; y ya lo era…

Los ríos van a la mar; ayer se cayó una torre, escrito en 1981, arguye contra «los llamados hombres del noventa y ocho y sus ásperas diatribas».

Releídos los escritos de esa generación criticista, me he afirmado en mi juicio antañón sobre su desmesura. Creo que han perdido vigencia, aunque sigan seduciendo como manifestaciones literarias de grandes pensadores y de grandes escritores…

Olvidaban … que esa realidad de la proyección de un siglo de batallas civiles en el caminar del viejo régimen ancestral a una sociedad nueva… una España de suelo en general no demasiado promisorio, sobre el que se asentaba una vieja y poderosa aristocracia y la nueva burguesía de compradores de Bienes Nacionales, es decir, de los bienes de la Iglesia….

Lo justo, lo fecundo, habría sido una crítica racional, serena, renovadora de la sociedad española. Era, empero, una diatriba humillante de España y lo español. Éramos un país sin salvación. Ignorantes al cabo -no dudo al afirmarlo- de los entresijos de nuestro pasado, aventuraban las más peregrinas soluciones. Se llevó afirmar que era preciso cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid, desconociendo al cabo lo que fue en verdad Rodrigo Díaz de Vivar.

También fueron excesivos en su crítica del imperio español y de su fin. Las críticas, vistas unos años después resultan bastante ridículas. Esto es lo que apunta Sánchez Albornoz:

LEER MÁS:  Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin – Los soviéticos, auténticos señores de la España roja - Parte quinta. Por Carlos Andrés

¿Y que había sido al cabo de esas décadas de las otras potencias europeas que aparecían como señoras de inmensos dominios en 1989? He aludido muchas veces, en el curso de mis ensayos históricos, a un proverbio andaluz muy conocido: Los ríos van a la mar como ayer se cayó una torre. … ¿Qué fuerza ejerce hoy Inglaterra? La Inglaterra feliz otrora ante la pérdida de nuestro imperio colonial. Y otro tanto podemos decir de Francia. No señorea ya las riberas africanas del Mediterráneo, no ejerce ningún señorío en el Oriente cercano, perdió la Indochina, sus dominios en África negra son hoy un recuerdo histórico. La fortísima Alemania está dividida, tiene cercada a su antigua capital y no es ni sombra de lo que era en 1900.

No somos una piltrafa de Europa ni lo hemos sido nunca y hemos colaborado muchas veces al cristalizar y forjar de ella desde que en la Edad Media fuimos su rodela y su maestra….

No somos una piltrafa -repito – del mundo de hoy. Se han caído muchas altivas torres en los últimos tiempos. No hagamos explotar la nuestra. Dependerá de nuestra capacidad para vivir libres en los años que vienen nuestra caída definitiva en las sombras o la afirmación de nuestra personalidad histórica.

El penúltimo díptico es Del hoy español, que se compone de Vivir no es volver y Escuchemos a Gómez Manrique.

Vivir no es volver es un ensayo corto que empieza poniendo varios ejemplos de coincidencias entre el pensamiento de autores de distintas épocas y sin relación directa ni indirecta. Por ejemplo, el “pienso, luego existo” de Descartes ya había sido propuesto por San Agustín. Estas coincidencias podrían hacer pensar que “la historia se repite”, que “vivir es volver”, como escribió Azorín. ¿Cuál es al cabo la íntima estructura de la historia? se pregunta Sánchez Albornoz. Para él los pueblos avanzan siguiendo una misteriosa espiral:

No, vivir no es volver. Es ver cómo el hombre prosigue su camino en su destierro terráqueo sin darse acaso cuenta de ello, avanzando hacia la realización del Reino de Dios sobre la tierra, reino que implica la libertad, la igualdad y la fraternidad de los mortales.

Bueno; vemos aquí el trilema masónico junto con una idea típica del del milenarismo religioso: la realización del Reino de Dios sobre la tierra, nada menos. Eso no es historia; es filosofía de la historia, incluso, ideología de la historia. E ideología bastante delirante, y desacreditada: los milenarismos secularizados. Sánchez Albornoz acaba el artículo con una advertencia de poca monta y que pone de manifiesto, por un lado, lo desfasado que estaba al final de su vida y, por otro, que fue incapaz de superar el trauma que le produjo el fracaso de su segunda República:

Sí, la burguesía española reaccionaria hostil al régimen demoliberal que la nueva monarquía encauzó en su día, sería la primera víctima de sus errores en un inexorable pasado mañana que no podría evitar.

Decir esto en 1981, cuando fue escrito este artículo, está fuera de lugar. En aquel entonces no había burguesía reaccionaria en España. Había algunos patriotas, mayormente del pueblo y las clases medias trabajadoras, pero la burguesía estaba ya vendida a la market democracy. Don Claudio, se le hizo a usted la hora de echar el cierre.

El artículo Escuchemos a Gómez Manrique es también de 1981. Se trata de un poeta del s. XV, tío de Jorge Manrique. No había oído hablar de él. Se reproduce este bellísimo poema que hizo grabar en sus escaleras de la Casa Consistorial:

Nobles discretos varones
que gobernáis a Toledo,
en aquestos escalones
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.

Sánchez Albornoz hace ahora unas reflexiones que matizan otras anteriores:

Dos mil años desde los días en que vino al mundo el hijo del hombre y el hijo de Dios y con él la idea de la libertad fraterna y la fraterna responsabilidad de la humanidad….

La historia sigue, sigue y sigue. Algunos hablan del fin de la historia. Es un grave error. Mañana estaremos más cerca que ayer en el conocer de los misterios de la divina creación, pero siempre el hombre seguirá su camino mientras no lo interrumpa Dios.

El último díptico del libro se titula Pantallazos hacia América y consta de Quevedo y la Argentina y La segunda conquista de México. Son dos artículos muy cortos de cuatro páginas y media cada uno, y de poco interés. En Quevedo y la Argentina leemos esto:

LEER MÁS:  España (Iberia), la cultura occidental más importante y relevante. (Primera Parte) Por Patxi Balagna Ciganda

Acabo de escribir ásperos juicios sobre El Buscón de Quevedo. No he podido frenar mi indignación ante su sañuda y cruel sátira del pueblo español, de las clases bajas de la sociedad hispana diríamos mejor, pues como he destacado repetidamente en el ensayo a que aludo, el impiadoso crítico de la gente menuda no lanzó en su obra un solo dardo contra las clases altas de la sociedad ni contra la alta clerecía. Su obra ha hecho mucho daño al crédito intelectual de mi patria. Se ha llegado a afirmar que en la España del Siglo de Oro no hubo pensadores sino pícaros.

Bueno, no exageremos Quevedo era un escéptico de vuelta de todo con muy mala leche, que para eso era cojo (posteriormente insinúa Sánchez Albornoz) que su mala leche podría ser consecuencia de la frustración que sintiera por ello). Pero el pueblo entendía perfectamente a Quevedo, que sigue siendo un tipo perfectamente popular, al que se le siguieron atribuyendo chistes. Don Claudio tenga quizás una idea del pueblo demasiado inocente… como corresponde a un demócrata dogmático.

Cuando vamos por la mitad del artículo, Sánchez Albornoz nos advierte que su propósito no es criticar la crueldad de este artista sino la sorpresa que le produjo lo siguiente:

Quevedo refiere que dos caballeros cortesanos, seducidos por las gentilezas del buscón disfrazado de hombre rico noble y generoso, para mostrarle amistad comenzaron a hablarle de vos.

El vos se emplea familiar y amistosamente en Argentina en lugar del tú, Y Sánchez Albornoz propone que:

A fuerza de usar el vos como signo de familiaridad social entre gente distinguida habría llegado a popularizarse a este lado del mar en campos y ciudades y a ganar la batalla de los siglos.

La segunda conquista de México empieza así empieza así

Todavía no han agradecido los mexicanos a Hernán Cortés la incorporación de su país a la civilización occidental a través de España. … Todavía no se han dado cuenta de la diferencia que existía entre sus templos y las catedrales góticas y las iglesias del Renacimiento; entre sus esculturas y cerámicas y las que crearon las gentes del otro lado del Atlántico. Ni de que cuando Cortés llegó a México, los castellanos habían escrito ya la Celestina (1499) y publicado la Biblia políglota (1517) y de que en la lengua de Cortés escribieron luego las maravillas de la literatura castellana clásica.

Recuerda después que Roma conquistó a España incorporándola su territorio a la Romidad. Y qué más razones tendríamos de quejarnos, porque tenían entonces los españoles un nivel cultural muy superior al de los mexicanos conquistados por los españoles. Pero, de nuevo Sánchez Albornoz nos indica que no es el tema del artículo sino el hecho de que los mexicanos hayan pedido al Ayuntamiento de Madrid una reproducción de la Cibeles. En eso consiste “la segunda conquista de México”. El artículo sigue así:

A lo largo de mis largas cuatro décadas de exilio, por conservar la dignidad, poco a poco he ido centrando en la Cibeles el recuerdo de España y de Madrid. … Cuando en 1976 regresé a mi patria y pasé dos meses en ella, ordené el chófer del coche que me condujo del aeropuerto la ciudad: “Lléveme lo primero a ver la Cibeles”.

Sánchez Albornoz insiste en lo del exilio por dignidad, que deja como indignos a los que volvieron. Más me parece a mí que el exilio fue por cabezonería que por dignidad; pero en el pecado llevo la penitencia.

Y con esto acaban los dípticos en que Sánchez-Albornoz defiende sus interesantes tesis históricas sobre España y muestra que fue incapaz en su vida de superar su equivocación al echar sus suertes con quienes querían destruirla. Dicen que corregir es de sabios, pero en realidad es más que de sabios, porque algunos se muestran incapaces de ello. Descanse en paz.

 

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