09/10/2024 12:17
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La guerra de 1914 fue el origen y la causa de las tres tiranías, la de Lenin, Mussolini y Hitler.

Simplificando, la victoria del bolchevismo ruso en 1917 trasciende de modo que se convierte en punto de partida de una cadena de “reacción”, dirigida por el fascismo italiano y el nazismo alemán como respuesta a la amenaza revolucionaria y dictatorial del comunismo soviético.

El movimiento comunista ha venido jugando desde entonces con la carta marcada de la instrumentalización obsesiva del fascismo y por ende del antifascismo, como un medio para ocultar y confundir su realidad a los ojos y críticas de la opinión pública.

Esto explica las permanentes e irracionales reacciones “paulovianas” que se desencadenan en la izquierda corresponsable del gobierno socio-comunista de Sánchez/Iglesias.

“Fascista”, es todo lo que se mueve en torno a una idea de España, a su integridad territorial, al orden y estabilidad social, o al decidido progreso de la Nación; “Fascista”, es cualquier ciudadano que rechace los hediondos olores que desprende la pudrición del sistema comunista, es el español que se niega a perder su libertad y los derechos que le asisten, es el patriota que defiende a ultranza el noble legado de sus padres, la familia y el futuro de sus descendientes.

La palabra “fascismo” es difícil de definir en términos políticos, sus fundadores italianos no elaboraron un conjunto codificado de doctrinas, tanto en el periodo de entreguerras como después de 1945, los regímenes calificados como fascistas no presentaban nexos comunes en sus objetivos y planteamientos, carecían de homogeneidad doctrinal, y la descripción de los mismos derivaba del estudio y análisis empírico de cada uno.

Mientras que el fascismo sigue siendo objeto de debate en lo referente a una explicación de las causas que lo originaron, de sus unificados planteamientos y objetivos a alcanzar, incluso, en lo relativo a la  formulación de una teoría aunada que se aproximara a una definición universal con el menor error posible; los militantes y simpatizantes de la izquierda española, así como  sus representantes políticos con mezquindad, palmaria ignorancia y cínica desfachatez, tildan con el sambenito de “fascista” a cualquiera que no comulgue con sus ideas totalitarias.

Es conveniente resaltar el papel que desempeñaron los sindicalistas revolucionarios de izquierda en la orientación conceptual del incipiente fascismo italiano, sindicalistas procedentes de la intelectualidad marxista y del Partido socialista, prosélitos de la acción directa y de una matizada violencia.

¿Quiénes son en España, los mercenarios, los mesnaderos, la piojosa tropa que hace de la violencia su modo de vida?

¿Cuál es la ideología que comparten, cuáles son los criminales motivos políticos que les impulsan a defecar su secular odio en los lugares públicos?

¿Con qué argumentos o criterios no falsificados señalan a personas o grupos políticos de  fascistas? La tiranía fascista  no existe en España, sí, existen millones de españoles que comparten la tesis del historiador y filósofo alemán Ernst Nolte, en lo que se refiere a  una defensa puramente reactiva al bolchevismo comunista, en lo que atañe a una de las negaciones fascistas, el anticomunismo; pues, sobrada experiencia tenemos los españoles de las siniestras y sanguinarias industrias de los comunistas en cooperación con los socialistas durante la Guerra Civil.

Stanley Payne resume, “en aras de la comodidad”, en 12 categorías las principales interpretaciones o causas del fascismo; entre las que cita como producto del fascismo “el derrumbamiento cultural o moral”, y “la ascensión de unas masas amorfas”.

Esos millones de españoles a los que antes se ha aludido, creo, sin ánimo de profundizar, que asumirían con orgullo y convicción estas dos razones para ser señalados como fascistas.

Los socio-comunistas y sus socios en el Gobierno propugnan sin el menor recato y máxima doblez el relativismo moral, la  fragmentación social y la anomia cultural y del lenguaje.

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Respecto a la segunda interpretación, es evidente y  bochornoso observar como las Instituciones, los políticos y la misma sociedad se van vulgarizando, dejando en manos indoctas y groseras los destinos de la Nación y trastocando el orden natural de la vida en común.

Para concluir, mencionaré una frase de alguien con los pies en la Tierra, y que se me quedó grabada en el subconsciente: “No es prudente ni elegante llamar a alguien cerdo, pero es obligado decírselo, cuando lo es o apesta a cochiquera”

Aquí radica la disyuntiva a la que nos han abocado los enemigos de España.

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REDACCIÓN