17/05/2024 05:22
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José Francisco Serrano Oceja es catedrático de Periodismo en la Universidad San Pablo CEU, en la que ha sido decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo durante nueve cursos. Colaborador de la Cadena COPE, columnista del “ABC”, “ABC Cultural”, Religión Confidencial y contertulio de El Cascabel, de Trece TV. Es miembro de la Junta Directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid. Responsable del Archivo y la Biblioteca de la APM y director de la única revista sobre la profesión periodística en España, “Cuadernos de Periodistas”. Casado con una mujer que es una santa, tiene tres hijos.

¿Cuándo comenzó a su juicio el proceso de descristianización de España y qué etapas ha tenido?

El proceso de descristianización es una consecuencia, pero no la única, del proceso de secularización. La secularización ha traído descristianización, pero no sólo. Ha traído también pluralismo de cosmovisiones, de concepciones de la vida, de sentido.

Los procesos de secularización intensiva de la sociedad española se han producido en oleadas, según la sociología de la religión. El primero se desarrolla en el siglo XIX y en el XX hasta la Guerra Civil. Con la modernización y la inclusión de las nuevas ideas políticas –ruptura con el Antiguo Régimen- la homogeneidad religiosa cambia de contenido y densidad. Se produce una primera tensión entre formas católicas y no católicas que irá de la mano de las vicisitudes históricas. En ese extenso período hay momentos de especial intensificación de ese proceso de secularización. Uno de ellos, previo a la Guerra Civil, será el de la II República.

La segunda oleada se dará en el período del denominado desarrollismo español (1957), la sociedad se abrió a nuevas formas de conciencia y se introdujo el consumo de masas, que fue generalizándose y que tuvo fuertes consecuencias en el ámbito religioso. La práctica religiosa comenzó a decrecer en el modelo macro y personal, el credo católico perdió nitidez con la dinámica desarrollada por la problemática recepción del Concilio en España. No es una fase de predominante anticlericalismo, factor presente en la anterior, sino de generación de nuevas actitudes vitales mezcladas por una dinámica de introducción de nuevos intereses ligados a la sociedad del bienestar. Se hablaría más bien de un desinterés de la religión que compite con otras ofertas de sentido, o con formas de ninguna oferta de sentido, y que agudiza la pérdida de relación personal con la institución eclesial y se modifican los parámetros de presencia pública de la Iglesia.

La tercera ola intensiva, que abarca de finales del siglo XX a nuestro momento, sigue incidiendo en el proceso de secularización en ambos ámbitos, el de la creencia y el de las raíces culturales. Son varias las causas que han agudizado este proceso, entre otras las políticas educativas, sociales, que han incidido en la cosmovisión personal, en lo que se denomina políticas de carácter antropológico. También se ha producido un cambio y una ruptura de formas de vida generacional y una polarización política que fragmenta y confronta cosmovisiones. Se conspira que un momento relevante de este cambio se produce a partir de 2004-2005, que coincide con la subida al poder en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ahora intensificado.

¿Por qué para entenderlo hay que verlo como parte de un proceso de ingeniería social anticristiana a nivel mundial?

Las ideas tienen sus consecuencias. Esto forma parte de un proceso que nace con la modernidad y que se acelera con lo que entendemos como postmodernidad bajo el mecanismo de la aceleración histórica, del que, por cierto, habló el Concilio Vaticano II. La ingeniería social es consecuencia de la convergencia de varios procesos. El primero una globalización potenciada por las nuevas tecnologías.

La evolución de la autonomía del hombre en la dinámica de superar los límites que están en su propia naturaleza. Por otro lugar tenemos que tener en cuenta que el Estado, que nació históricamente envidioso de la Iglesia, se ha configurado en nuestro tiempo como un Estado globalista obsesionado por el biopoder, que es la fusión entre políticas antropológicas volcadas en la utopía del hombre nuevo, de la humanidad nueva, y el desarrollo de las tecnologías que prometen futuros idílicos, pero claro, sólo para los ricos, no para todos, no para los pobres.

El famoso autor de “Homos Deus” dice claramente que en el 2040 podremos vivir 120 años pero sólo aquellos que tengan dinero. Evidentemente este es un proceso que no tiene en cuenta a Dios. Es necesario recuperar hoy la teo-logía, un discurso sobre Dios, una reflexión sobre Dios, una predicación sobre Dios, que nos hable de Dios creador. No olvides que cuando el hombre elimina a Dios se vuelve contra el hombre. Si se eliminan los límites que están en la naturaleza de lo humano, también se eliminan los que nos vinculan con los demás, con la fraternidad. Por eso las ideologías que atentan contra la concepción de lo humano limitado –ideologías de género, por ejemplo-, tienen consecuencia en la dimensión social.

¿Hasta que punto la legalización del divorcio, del aborto y, más recientemente, de la eutanasia han sido puntos de inflexión letales en ese proceso de secularización?

Diríamos que han sido momentos de esa secularización intensiva como fruto de esa misma secularización. Las leyes contra la concepción cristiana, y humana, de la vida son un dato de hecho. Lo que más me preocupa es la percepción que tenemos, que se ha asentado en la sociedad, incluso en cierta conciencia cristiana, de que son inevitables, de que forman parte del paisaje de unas sociedades modernas, desarrolladas, de progreso.

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Esto lleva a que se establezcan otras prioridades que pudiéramos definir como segundas respecto a lo que de verdad esta conformando el ethos social. No deberíamos dejar de pensar en que es posible una sociedad como si Dios existiese, en la que las leyes no conspiren contra la dignidad de las personas, sino a favor de esa dignidad, en la que la propuesta común se haga desde la afirmación de Dios que busca el bien para todos. Esto conlleva un esfuerzo por pensar cómo afrontar esta situación, no estar todo el día volcados en un activismo de lo inmediato, por saber dar razones en el ámbito de lo público, con lo que exige de los líderes sociales, eclesiales, mediáticos, capacidad de argumentar para persuadir, para convencer y no estar todo el día repitiendo tópicos al uso que se vuelven manidos.

¿Cómo ha afectado a la sociedad española la imposición de la ideología de género?

Digamos que la ideología de género se ha instalado, primeramente en la sociedad española con calzador si analizamos la demanda social de determinadas leyes que son las que han impuesto esa ideología, a la que el Papa Francisco, recuerdo, califica como una colonización. Principalmente por dos ámbitos, la educación y los medios de comunicación, en concreto en la ficción, en las series de ficción. Lo que más me preocupa es que, por un lado, haya quien piense que dado que se ha impuesto la ideología de género, y parece inevitable, hay que asumirla acríticamente, y hay que, perdóname la expresión, “bautizarla”.

Me parece que hay no pocos empeñados en “bautizar” la ideología de género con distinciones que son más producto de la voluntad, voluntaristas, que fruto de una análisis de lo que propugna. En este sentido me gustaría recordar que el problema de la ideología de género está, primero, en que se ha convertido en una ideología empaste que es capaz de impregnar todos los proceso sociales que afectan al desarrollo de la persona, y segundo y principal, que estamos hablando de un proyecto social de disolución de la naturaleza. No propugno un concepto fisista de la naturaleza, sólo afirmo que la biología es también expresión-manifestación de lo creado, por tanto, del sentido de lo creado, huella del Creador.

¿Cómo el indiferentismo religioso ha allanado el camino a un laicismo radical que quiere desterrar cualquier signo católico de la vida pública?

Si tú me preguntas si España es católica, te diré que está en una acelerada deriva de indiferentismo cuyo freno está en, por un lado, una presencia aún de un residual catolicismo cultural y en parte sociológico y, por otra, de minorías activas que tienen el santo empeño de ser proféticas. La realidad es que estamos a punto, mira las últimas encuestas del CIS, de que los católicos nos convirtamos en una minoría social, en un contexto no sólo de indiferencia sino de oposición por parte de unas minorías culturales y políticas que consideran a la Iglesia como una rémora del progreso social. No nos engañemos, no es cuestión de diálogo social sólo.

Hay actores empeñados en ese proceso no de secularización sólo, sino ahora de paganización, que sólo aceptan a la Iglesia como una institución humanitaria. Dentro del pluralismo axiológico, lo que hoy se propone como mayoritario es una nueva forma de paganismo gnóstico, que atrae a los jóvenes, como referencia incluso histórico cultural. Lo siento, pero Nietzsche está ganando la partida. Por lo tanto, reconocen y aceptan a la Iglesia, y la dejan vivir, en tanto que no proponga referencias últimas, que no hable de Dios, del sentido religioso, de los sacramentos, de la moral. Lo que más me preocuparía es que esto esté influyendo en el interior de la Iglesia.

Ante la falta de referentes morales proliferan en la sociedad los problemas con el alcohol, las drogadicción, la promiscuidad, la adicción a la pornografía…lacras que empiezan cada vez a más temprana edad…

Cuando se pierde la tradición, es decir los vínculos, aparece la adicción. Cuando se pierden los referentes de sentido, cuando el individualismo mezclado con el emotivismo se convierten en la referencia única de la persona, emergen los viejos cantos de sirena que hablan del placer, al fin y al cabo, de la satisfacción del yo. Las adicciones son pasto para engordar el yo. Las adicciones son una forma de desamortizarnos de la realidad, de sacarnos de la realidad, de cegarnos a lo que somos y, sobre todo, de impedir lo que podemos ser. Las adicciones atentan contra el ímpetu por cambiar el mundo, la historia. Las adicciones eliminan ala singularidad, a la persona, el protagonismo de cada uno con su vida, y nos convierten en colectivo, masa, maleable.

Creo que he visto a demasiados alumnos mío sufrir porque lo habían probado todo, y nada les había llenado, como para no pensar que la misión de un cristiano hoy es al de ser complaciente y reírle las gracias a la cultura individualista, hedonista, manipuladora. He visto sufrir a tantos alumnos como para aceptar pulpo como animal de compañía.

El suicidio ya es la primera causa de muerte no natural en España. ¿Por qué esto es reflejo de una sociedad sin Dios y sin esperanza?

Es la primera causa, pero no se habla de ello, preferimos mirar para otro lado, ocultarlo. Hoy son más los fallecidos por suicidio que por accidentes de tráfico y como si no pasara nada. El cuso de formación de profesores del que más hemos hablado en la Universidad en los últimos días es uno que nos dieron sobre el suicidio. Son muchas las causas que están detrás del suicidio. Indudablemente que la cuestión del sentido está ahí presente, la ausencia asumida por quienes consideran que la vida no tiene sentido, que hay que acabar con ella.

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Pero eso también es un argumento para demostrar que lo que busca el corazón del hombre es la felicidad, si se suicidan es porque piensan que van a dejar de sufrir. Está claro que me parece prioritario que dediquemos tiempo, esfuerzo, energía a dar respuesta a la necesidad de sentido, Dios como respuesta que plenifica el corazón de las personas. Por eso me cuesta entender que no parezca que exista la prioridad en la Iglesia de hablar de Dios. Hablamos mucho de los hombres y de las mujeres, de sus deseos, de su situación, pero parece que vivimos en la amnesia de las cuestiones de sentido. ¿Han sentido y sienten hoy los hombres la necesidad de Dios? ¿Desde qué experiencias, en qué lugares de vida preguntan por Él?”.

¿Qué soluciones podemos ofrecer los católicos de hoy ante este desolador panorama?

No hay una adecuada articulación del compromiso cristiano en la sociedad si no se tiene claro el concepto de mundo, en general, y del mundo vida de cada período de la historia. Es decir, si no se tiene clara la relación entre gracia y pecado en cada contexto vital. Es grande el contraste entre el planteamiento según el cual el hombre ha sido «arrojado» a un mundo carente de sentido, y la concepción cristiana del mundo como realidad creada por un Dios a la vez que ama. Para el cristiano, el mundo no es el horizonte insuperable de una existencia humana cerrada a la trascendencia, sino camino que, en virtud de la gracia de Cristo, conduce a la unión con Dios. En función de cuál es la comprensión del mundo por parte de la Iglesia así será su actuación evangelizadora, su misión, porque así será la centralidad de su motivación. Es decir, Cristo y el hombre, el hombre o Cristo, Cristo para el hombre, el hombre para la liberación o para la redención.

¿Por qué habría que empezar por recuperar la presencia del catolicismo en la vida pública y su influencia en la sociedad?

No puedo olvidar, en este sentido, la propuesta de ese escrito cristiano de los primeros siglos, la “Carta a Diogneto”, la carta magna de esta forma de presencia del testimonio cristiano en la historia. Vivimos un cristianismo, por tanto, entre la agonía y el resurgimiento. Creo que la pregunta por el compromiso cristiano, también en la vida pública, hay que responderla también en el contexto del ámbito de la pregunta por la esencia del cristianismo, una cuestión que se planteó por R. Harnack en el XIX, y que dio la posibilidad de respuestas como la de Guardini o Von Balthasar. Romano Guardini en un escrito póstumo, después de haber vivido el ascenso de los totalitarismos se preguntó si los cristianos apostábamos, teníamos, una voluntad de verdad o voluntad de poder. Creo que lo que nos caracteriza es una voluntad de verdad y no una voluntad de poder, que nos lleva a que busquemos ser aceptados por los poderes que rigen la sociedad se llamen oligarquías, políticos, gobernantes o como sea. El testimonio público del cristiano debe estar basado en una voluntad de verdad. Cristo vino al mundo para ser testigo de la verdad.

Ante tanta decadencia y vicio en una sociedad inmanentista, ¿Percibe que, con el tiempo, pueda haber un anhelo de trascendencia y de virtud y de recuperar las buenas costumbres cristianas?

Me parece urgente que hagamos caso, en esto, a Albert Camus cuando dijo que “no llamar a las cosas por su nombre añade mal al mundo”. No creo en las conspiraciones mundiales, sólo en que hay quienes aprovechan las coyunturas y no dejan pasar las oportunidades. Si antes decía que me sorprendía la ausencia del discurso sobre Dios, ahora digo que me sorprende la ausencia del discurso sobre la esperanza. Hay demasiada insistencia en la utopía y poca en la esperanza. El Evangelio siempre es Evangelio de la esperanza, de una esperanza que afianza a Dios en nuestra vida, de esa esperanza que nos habla de un futuro que no está sólo en nuestras manos o es fruto sólo de nuestra voluntad. Seremos una minoría, y probablemente pobre, o con menos recursos, influencia, que ahora, pero una minoría fecunda y creíble. No lo dudo.

Por Javier Navascués

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Ephraim Y. Myers

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