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¡Con qué resignación Cristiana llevamos todos nuestros males! Los del médico y los otros. Sacamos fuerza de flaqueza y seguimos en la lucha con ilusión. Eso ya ha de ser suficiente para que Dios nos perdone. Cuando ya se ha vivido más de setenta años en este valle de lágrimas, uno ya debe tener derecho a ciertas valoraciones.
El mundo cambió tanto a peor que hoy resulta irreconocible. Hoy los viejos no tienen derecho ni a vivir porque para Podemos se deben sacrificar a los 65 años ya que no trabajan ni producen nada. Lo van a decir los que nunca trabajaron. Ni produjeron otra cosa que una revolución criminal que nos trajo toda la mierda que tenemos. La pérdida del respeto es lo más doloroso del ayer al hoy. ¿Qué trabajo cuesta respetar a todo el mundo y máxime a aquellos que por su dignidad, cargo que ostentan o el oficio que desempeñan, se ganaron esa categoría? ¿Dónde está aquel respeto a los mayores y a los que peinaban canas? Recuerdo a todos los niños en fila india para besar la mano al señor cura, de negro hasta los pies vestido. Y así seguiríamos con el señor maestro y con cualquier rector de la sociedad que era respetado y admirado.
Hoy el principio de autoridad ya no existe porque fue eliminado, con los demás principios, valores y virtudes. Son los vicios los que reinan en este «progreso», y la dignidad hay que ponerla a salvo y esconderla si quieres conservarla. Lo mismo pasa con las personas de uniforme, ya no hacen falta los de sotana, que no pueden andar de esa guisa por la calle, salvo a exponerse a la mofa, o a la agresión personal. Si mandan en la calle los sinvergüenzas y delincuentes no les gusta otra ley más que la que impongan ellos. Pero lo peor es que difícilmente podremos quitarlos de las calles sin empezar antes por los que están en el gobierno protegiendo a toda esa caterva de mala gente de su misma ralea.
Los que eran ejemplares padres de la patria pasaron a ser delincuentes de cuello duro, protegidos por la autoridad que son ellos mismos, viviendo a cuenta de engañar al pueblo con su cuento.
Con el ambiente que tenemos sobre nosotros, a modo de losa sepulcral, robándonos nuestros ganados derechos vía impuestos y nuestra cartera, con nuestra moral, ¿cómo no vamos a notar esa atmósfera hostil y fea?
Esto es lo que nos trajeron los «progresistas» que tanto progresaron materialmente, porque el socialismo autoriza a robar. Progreso material sin nada espiritual por lo que se convirtieron en bestias. De esto no quieren saber nada. Miran para otro lado y siguen a gusto en la burra. Y se jactan de que trajeron la libertad, la democracia y todo lo bueno, estos judas redomados. Son el culmen de la hipocresía.
Y con tanta basura encima y daño inferido, ¿aún poseemos la capacidad de levantarnos y sonreír? Así es. Somos verdaderamente héroes de leyenda. Y tenemos, cuando menos, asegurada la misericordia de Dios que es ese último aliento que no le falta ni al desahuciado que vive bajo el puente los últimos días de su vida, en este frío invierno.
Soy de una humilde familia de labradores de una zona dura y hostil, que sólo hablaba en mi niñez de la tortura inferida por los rojos invasores en la guerra civil. Un dolor continuado que sólo se alimentaba en que había algún rojo bueno, a modo de esa misericordia citada. Yo aún no lo entiendo que si uno es bueno pueda estar ahí. Pero vendría la hora de la verdad en 1937 con la llegada de los falangistas en retaguardia, y de las familias a recoger la ceniza de sus casas, abandonadas con la huida de los rojos. Mi familia se cerró en banda de no delatar a nadie. Por más que la presionaron para declarar a los rojos que la habían torturado, no lo hizo.
Con la facilidad que mataban ellos juzgando a cualquiera de fascista, nada más que por la vestimenta.
Aquello tardé muchos años en entenderlo. Si su único delito fue la acusación de ir a misa, en un pueblo adonde se conocen todos, y en la iglesia se predica el amor y el perdón, ¿cómo iba mi familia a traicionar sus propios principios?
El ambiente de hoy y la vida presente es todo lo contrario; no es más que el resultado de la inercia de la historia. Es un ambiente de mentiras y tradiciones encadenadas. Alguien que aún tenga un bocadillo que llevarse a la boca, si es consciente de la realidad, no puede evitar su preocupación ante la lamentable situación del país, antes España. Sabe que mañana no tendrá ni ese bocadillo que llevarse a la boca.
Las herramientas técnicas y comunicativas, la ciencia médica y otras ciencias, avanzaron muchísimo. Todos los medios. Pero eso es algo periférico y exterior al hombre; éste avanzó poco en su interior o fue para atrás, pues si es malo, con los medios modernos, capaces de tantas cosas, puede hacer mucho más daño. El mal y los malos, son los que más progresaron. Y el falsificar unas elecciones con toda facilidad, para ganarlas. Ya lo decía Stalin: las elecciones no las gana el que vota sino el que cuenta los votos.
Si lo sabría este pájaro para qué lado iba el viento…
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