22/11/2024 01:10
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Resumo aquí el hilo argumental y las reflexiones hechas a lo largo de esta serie en que se ha presentado unos generosos extractos del libro, “1936 Fraude y violencia en las elecciones del frente populares”, y que se puede seguir aquí.

 

Foto: Roberto Villa García y Manuel Álvarez Tardío

Las elecciones de febrero del 36 fueron de escándalo, por las gravísimas irregularidades. La campaña fue de una violencia inimaginable hoy en día. Las votaciones fueron relativamente pacíficas solo por el visible despliegue de fuerzas de la policía, muchas veces armada con ametralladoras. El recuento fue de escándalo y estuvo acompañado por disturbios organizados por los partidos obreristas.

 

Las elecciones fueron provocadas y convocadas por el sectarismo antiderechista de “el católico Alcalá Zamora”, que no quiso dejar gobernar a la CEDA, el partido mayoritario. Los ganadores acordarían posteriormente que la convocatoria del Presidente fue ilegal… lo que no les impidió aprovechar el resultado de aquella convocatoria tan ilegal. Este punto, que tanto desacredita la historiografía republicanista, no se menciona en el libro.

 

La sombra de la Revolución de Asturias, con varios miles de presos en las cárceles aún planeaba sobre el sentimiento político del país. Los republicanos se prepararon creando un frente republicano de centro-izquierda que después sería extendido hasta incluir la extrema izquierda comunista revolucionaria, el PCE y el POUM. Hay que recordar que el PSOE estaba dividido en tres tendencias, siendo la mayoritaria en las bases la más radical, indistinguible en la práctica de los comunistas. La reivindicación de la Revolución de Asturias es uno de los aglutinantes de la izquierda obrerista, y la izquierda republicana transige.

 

Las derechas se dividían en republicanos independientes de derechas, restos del partido Radical, la CEDA, que no era republicana sino posibilista, y los monárquicos y tradicionalistas, que eran antirepublicanos. Además estaban la Lliga en Cataluña y el PNV en las Vascongadas. La Falange y otros grupos no contaban electoralmente. El dilema de la CEDA era aliarse o con los republicanos de derechas o con los monárquicos. En la mejor tradición del derechismo claudicante, al final la CEDA se alía con los republicanos de derechas, incluso de centro.

 

El Presidente, Alcalá-Zamora, tiene en mente un proyecto, un partido de centro, que se materializa en la candidatura de Portela. Pero no hay tiempo (ni caladero electoral) y al final, muchos portelistas tienen que entrar en la alianza antirevolucionaria de la CEDA, para disgusto de Alcalá-Zamora.

 

La campaña electoral fue una campaña prerevolucionaria, violenta y con muchos muertos. La izquierda republicana hablaba de “recuperar la república”, como si el gobierno de radical-cedista no fuera legítimo. Acusaban a la CEDA de que traería un estado autoritario, mientras iban en una coalición electoral con comunistas que declaraban abiertamente que su propósito era superar aquella república burguesa mediante la revolución. La izquierda obrerista hablaba claro: lo habían intentado hacía solo dos años, y lo iban a volver a hacer, esta vez sin titubeos. En las elecciones de noviembre de 1933 hubo 85 víctimas, entre muertos y heridos graves. En las del 36, 120.

 

Pensémoslo bien: ¿se puede jugar el futuro de un país a los dados de la democracia, metiendo en una urna papelitos con nombres de personas mayormente desconocidas? ¿personas que -como se ha dicho- prefiriríamos no meter en nuestra casa o que no nos dejarían entrar en la suya? Pues eso es la democracia liberal.

 

En las elecciones de febrero del 36 no se iba a efectuar simplemente un nuevo reparto de cartas para ver quién sería la mano en el siguiente partida. La izquierda planeaba quedarse con la baraja y robar todas las fichas. La derecha en vez de dar un puñetazo en la mesa aceptó el envite de los tahúres rojos. Y el que juega con el tabernero, pierde el tiempo y el dinero.

 

El papel de católicos y anarquistas es interesante porque , en el primer caso, se trataba de desafectos de aquella república incendiaria -literalmente, permitió la quema de iglesias- y en el segundo de partidarios de una subversión antipolítica. Los católicos estaban divididos -como se ha visto- entre los posibilistas de la CEDA, que aún creen posible el acomodo con aquella república, y los que no lo creen y votan a monárquicos y tradicionalistas. Los anarquistas, estaban contra la República pero también tenían encarcelados muchos militantes tras la Revolución de Asturias. El libro propone, contra el dominante relato, que el triunfo del Frente Popular no se debe al voto anarquista, que no votó de forma decisiva.

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La agitación de la izquierdas que tomaron la calle impidieron realizar un recuento pacifico. Tras ganar la elecciones en la calle, se pasa de exigir la amnistía, sin ninguna formalidad legal. Se amotinan algunas prisiones. En frente estaba un gobierno si agallas que huyó ante la situación.  Alcalá-Zamora impide la declaración del estado de guerra. Azaña es nombrado nuevo presidente del gobierno.

 

El cambio de gobierno no hace disminuir la violencia, al contrario, la anima. Hay muchos episodios de violencia extrema con incendios, en Elche y en otros muchos sitios. La izquierda obrerista se desata. Y aprieta el acelerador de sus reivindicaciones. Se reivindica por todo lo alto el alzamiento de octubre, y se insiste en que se volverá a él. El gobierno aprovecha los disturbios para perseguir a las derechas que se atrevían a defenderse.

 

El recuento de los votos pone de manifiesto una situación de empate que el sistema electoral y el fraude trasforman en una mayoría absoluta del Frente Popular. Las primeras estimaciones, son contradictorias, pero tras los resultados de Barcelona, la izquierda ocupa la calle y no acepta otra cosa que la victoria. La espantá de Portela da vía libre a múltiples pucherazos de las izquierdas. Se exponen ejemplos de varias provincias. La izquierda actúa con una desfachatez insultante.

 

El capítulo ¿Una victoria del Frente Popular? está dedicado a los resultados electorales, que es el asunto que más centra la discusión posterior sobre el libro. Para mí, aunque la labor de tratar de reconstruir el numero de votos de cada coalición y los correspondientes escaños es estimable, dadas las circunstancias de las elecciones y el ambiente de ilegalidad en que se movió el recuento, con sucesos criminales continuos, los resultados son irrelevantes a efectos del análisis político aunque, por supuesto, investigar los resultados tiene un gran valor histórico. La primera tesis novedosa de los autores es que el triunfo del Frente Popular no se debió al voto de los anarquistas.

 

Después de las irregularidades del recuento local, tienen lugar la revisión de las actas de las juntas provinciales en el Parlamento, donde mayormente se produce el robo de escaños. Los derechistas son despojados de sus actas  sin contemplaciones. Si la calificación como “júbilo republicano” de aquellos disturbios con muertos e incendios es indignarte, el atraco de las Cortes, con luz y taquígrafos, es el episodio más bochornoso de aquella flamante “legalidad republicana”, porque lo perpetran aquellas cortes frentepopulistas refregándoles a las derechas el robo por su cara.

 

Para mí, es lo más escandaloso del asunto y es en lo que hay que incidir ante la cuadra de la historiografía roja (muy buenos los pesebres): Bien, pongamos que en cualquier caso las izquierdas hubieran ganado las elecciones -como ustedes insisten- ¿por qué profanaron el “templo de la democracia” con este desafuero añadiendo el insulto al delito? Con la revolución en marcha quizás pensaran que para lo que le quedaba se estar en el convento… (por cierto, el Parlamento, como el Senado, se edificaron sobre templos católicos expropiados, en el caso del Parlamento sobre el solar).

 

Recordemos esta anécdota, de antología: [El comunista Cartón] recriminó a la Comisión por no «servir al pueblo», y se lamentó de que no se aplicara «la ley con un sentido menos de latín y más de ruso, porque aunque parezca que no se entiende, lo entienden ya las masas populares».

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Las conclusiones del libro en su epílogo son algo decepcionantes.

 

Que los autores hayan declarado que no pretenden “animar debate alguno sobre la legitimidad del Gobierno del Frente Popular o de la República como régimen” solo se puede deber a cobardía. Lo quieran o no, el libro pone de manifiesto que las elecciones fueron un atraco, y, en conclusión necesaria, que fue un gobierno ilegítimo. Ellos no querrán animar el debate, pero los partidarios de la historiografía roja ha sacado las conclusiones obvias y no les han gustado nada, de hecho les están calificando como “revisionistas”.

 

Sobre el número de votos y las estimaciones de escaños corregidas de irregularidades, me hubiera gustado unas tablas más elaboradas e ilustrativas. Cierto, la conclusión es imposible conocer los resultados reales pero aún así se podrían haber presentado varias posibilidades bajo ciertas hipótesis. Comprendo no obstante, que con los resultados nada claros han preferido limitarse a exponer los hechos.

 

La conclusión que se saca del libro es que “No cuentan los votos, sino quien cuenta los votos”, según la frase atribuida precisamente a Stalin, el patrocinador -no se olvide- de aquella estrategia de los “frentes populares”.

 

La historiografía de izquierdas se ha revuelto contra el libro como si les hubieran pisado un callo. Ya hemos visto la calificación de “revisionistas” de dos meritorios. Los ya establecidos no suelen usar ese adjetivo, ridículo tratándose de la historiografía, que es toda ella revisión de la historiografía anterior.

 

No creo que haya posibilidad de diálogo con quienes se empeñan en negar el carácter excluyente de una república que permitía la quema de templos y la violencia de la izquierda, particularmente de los socialistas, después de que protagonizaran una revolución con más de mil muertos. Lo mismo sucede con la negación del fraude o y que el cambio de gobierno fuera irregular y realizado bajo presiones. O cuando se considera golpe de estado las gestiones para una  declaración de estado de guerra, recogido en la constitución.

 

No, no hay posibilidad de diálogo con quienes consideran tono beligerante el comedimiento de unos autores que no se atreven a sacar la conclusión obvia. Vista esa reacción, me gustaría que este comedimiento hubiera sido una estrategia para sacar a los historiadores de la cuadra republicanista de sus covachuelas para mejor refutarlos después. 

 

Por mi parte reitero las preguntas a esos rabiosos demócratas ¿Si tan claramente ganó el Frente Popular, ¿porqué el espectáculo del robo en las mismas Cortes? ¿Por el intento de golpe militar? ¿Y por qué no hubo golpe militar cuando los militares tenían todas las cartas en la mano entonces?  Porque no hubo tal. Vendría 5 meses más tarde, con todo en contra y a la desesperada. 

* * * * * 

CORRECCIÓN: Me avisan de que dije en el artículo anterior que los autores no habían citado a Santos Juliá en su réplica. Si lo hicieron, en esta. Además enseñaron los dientes, y le dieron a Santos Juliá en los suyos. Leído el artículo -con gran satisfacción- vemos que no se achican en la réplica y que refutan los argumentos de Santos Juliá y ponen en evidencia que es algo pero que ignorancia lo que demuestra el ex cura.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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