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Hace unos días el Partido Popular (PP) cesó fulminantemente a la portavoz de su grupo parlamentario en el Congreso, Sra. Alvarez de Toledo, y la cesada se despachó abundantemente contra su jefe, Sr. Casado. La izquierda y sus medios afines (casi todos) han recibido la noticia con gran regocijo, el periódico La Razón -que es público y notorio que sobrevive gracias a Génova y que escribe a su dictado- ha publicado unas cuantas notas de prensa del PP camufladas como artículos de opinión y en el resto (unos pocos medios y las redes sociales) se han visto algunos panegíricos de la Sra. Alvarez que a cualquier lector no enterado le han debido llevar a pensar que se trata de una figura política al nivel de Margaret Thatcher, Golda Meir o Indira Gandhi. Si me apuran un poco, a pensar que se trata de una especie de Agustina de Aragón del siglo XXI, esta vez no frente al francés sino frente a la progresía. Ni mucho menos.
Vaya por delante que prefiero a la Sra. Alvarez frente a la Sra. Gamarra, y no digamos nada de los Casado, García Egea, Maroto, Feijóo y resto de dirigentes actuales del PP, pues en el país de los ciegos el tuerto es el rey, y también que coincido con muchos de los analistas que han visto en esta decisión la enésima demostración de la flojera, la cobardía y la indigencia ideológica de ese partido, pero eso no me hace olvidar todas las cosas de la Sra. Alvarez que me disgustan.
Es verdad que en los meses en los que la Sra. Alvarez ha actuado como portavoz del PP en el Congreso ha tenido alguna intervención ciertamente brillante, que se ha salido de la mansedumbre (ellos la llaman “moderación”) y de la neutralidad -cuando no apoyo indisimulado- a las que nos tienen acostumbrados desde hace años los dirigentes y portavoces populares en prácticamente cualquier asunto que se salga de los que ellos llaman “gestión”, esto es, en cualquier tema que por su componente ideológico pueda ser utilizado por la “progresía” para calificarlos de reaccionarios o ‘fachas’, pero han sido las menos. Es cierto que ha defendido la unidad de España (¡faltaría más!), que ha atacado sin reservas a independentistas, separatistas y ‘bilduetarras’ y que puso en su sitio al canalla de Iglesias cuando le llamó lo que es, hijo de un terrorista, pero tanto durante su breve paso por la portavocía, como en su etapa anterior en política como en sus numerosos artículos (que es a lo que se dedicaba hasta que saltó a la política) ha sido una ‘pepera’ más en los asuntos verdaderamente trascendentales: defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte por causas naturales; ideología de género (ahí están la Sra. Gamarra y otras féminas del PP orgullosas haciendo gala de su asistencia a las mascaradas del 8-M); apoyo al lobby LGTBIXYZ; memoria (mentira) histórica, con su inhibición ante los numerosísimos atropellos realizados en base a esa nefasta ley, incluyendo la profanación de los restos mortales del general Franco; inmigración masiva; etc.
La Sra. Alvarez, en cambio, tiene numerosas manchas en el expediente que ya desde su época de articulista (arropada y jaleada por ese bobo senil llamado Luis María Ansón, que se convirtió en el más furibundo antifranquista cuando falleció el Generalísimo y que sigue dando la tabarra con un rey imaginario al que él llama Juan III) me han hecho sentir muy poca simpatía hacia ella. Me refiero a sus frases despreciativas e insultantes hacia Franco con ocasión de la polémica por la profanación de sus restos y el apoyo implícito que dio el PP con su abstención; me refiero a sus comentarios insultantes hacia Vox y sus 3,6 millones de votantes, definiéndolo como un partido marginal, equiparable a Bildu o al partido de Puigdemont; y me refiero también a su defensa, esta más reciente, de la que ella en su infinita pedantería llama la “coalición moral”, una coalición del PP con el PSOE de Sánchez …
Por todas esas razones me importa poco el futuro político de la Sra. Alvarez, y si está o deja de estar en primera línea, pero si me importa, y mucho, el que con este episodio se ha constatado una vez más que el PP es una organización al que le preocupa poco o nada el interés de España, y por supuesto el de sus votantes, pues su único anhelo es mantener el ‘status quo’ del bipartidismo como medio para preservar los intereses de sus dirigentes, cuadros y numerosísimos cargos públicos, en esa alternancia perversa que se ha demostrado tan nefasta para nuestra Nación, con ese permanente complejo de inferioridad frente a la izquierda y con ese indisimulado afán de evitar cualquier asunto espinoso que pueda molestar al contrario. Y también me importa comprobar de nuevo que el PP se ha convertido en una organización endogámica, dominada por personas de perfil bajísimo (¡qué diferencia con los fundadores de la antigua Alianza Popular!), la mayoría de ellas (si no todas) procedentes de las Nuevas Generaciones, que no han hecho otra cosa en su vida que medrar dentro del partido. El mismo partido que ha defenestrado a cualquiera que se ha distinguido por su coraje, por la lealtad a sus principios y por no plegarse a los continuos cambios de rumbo de la dirección, como Alejo Vidal Cuadras, Jaime Mayor Oreja o María San Gil.
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