17/05/2024 12:20
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La “bondad” es una de las cualidades que usamos para definir a Dios a quien vemos siempre como la Sabiduría, la Omnipotencia y la Bondad supremas. Y no cabe duda que los humanos debemos intentar parecernos a Él. El hombre bondadoso atrae por sí mismo. Es ese magnetismo el que ha provocado en la sociedad moderna, –¡tan manipulada por los poderosos medios de comunicación convertidos en “instrumentos de lavado de cerebro”!– la  creencia de que  vivimos en una “sociedad bondadosa” y donde “to er mundo e güeno”.

La realidad es muy otra, aunque, ciertamente, la mayoría intenta serlo, pero  esa actitud general facilitado el confundir la bondad  con un el sucedáneo: la  “bondaditis”. Por otra parte ha fomentado la propensión a tener por bueno lo que es “nefasto” y la fe en el  “dialogo” y en el “consenso” mientras se menosprecia y arrincona a quienes no pican,  ni tragan ese anzuelo y buscan la Verdad sin claudicaciones.

Probablemente más de un lector pensará que estoy filosofando y no vivo la realidad de “política”,  que se basa en la “transigencia”. Soy un ignorante intransigente que no asimilo que todo se resuelve transigiendo. 

Pues bien,  hoy aporto un ejemplo ilustrativo,  a  favor de mis afirmaciones, que permiten ver de modo deslumbrante la diferencia entre la transigencia y la fidelidad a la verdad.

Y tiene la ventaja que los protagonistas no son los políticos,– corruptos por esencia,– sino los obispos y un gran Papa como fue Pío XI.

El ejemplo no es de la Edad Media sino ocurrido dos años antes de nacer yo y, dos después de nacido,   por una parte;  y, por  la otra,   cuando yo tenía 8 años.

Concretando: me estoy refiriendo a dos hecho similares. Uno,  resuelto como se debe (“cómme il faut”, dicen los franceses) y,  el otro, mediante la fe en el dialogo con el diablo, por medio del “consenso” y la negociación con quienes tienen por norma de conducta, la mentira y el embuste.

Hablo de la diferente forma utilizada los obispos de ambas naciones para resolver el mismo problema, o sea, la guerra de los hijos de Satanás contra la Iglesia, en dos naciones hermanas, México y España.

Veamos.

En 1926 Plutarco Elías Calle declara la guerra al catolicismo mexicano… –Al carecer de espacio para tratar a fondo esa persecución diabólica contra el pueblo de la Nueva España– resumiré. La fe de los mejicanos era digna de la preferencia de la Virgen por ese pueblo desde los primeros años de la conquista castellana pues  quiso aparecerse al indito Juan Diego en el cerro de Tepeyac. Y ocurrió que, como en la España de los años treinta del siglo XX,  los hijos de Satanás quisieron liquidar la obra de Cristo en aquella nación.

Si no conocen la Historia de México lo suficiente, vale la pena que estudien el periodo vivido por el pueblo mejicano desde que la Masonería se adueñó del poder hace cien años que no lo han vuelto a soltar –como es su costumbre—hasta conseguir dejar a México en la ruina moral y en el caos social  y convertida en el imperio del narcotráfico, con los crímenes diarios y abundantes conocidos de todos  por los medios de comunicación … Es decir, una nación que podría haber sido gloria de la Hispanidad  por todo –por su gente, por sus riquezas,…—la vemos dedicada a renegar de la cultura y los valores recibidos de España. Y es el momento de preguntar:

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¿Quiénes han sido los colaboradores necesarios para que esto haya sido posible?

Es tristísima la respuesta: Los “bondadosos obispos” amantes del diálogo y el mal menor. Y el Papa,  que no vetó esa conducta. Porque el pueblo mexicano, haciendo honor a la Fe y a los valores recibidos,  se había echado al monte  y los “cristeros” se estaban enfrentando con las armas al Gobierno… ¡con  la victoria a la vista!… Lo sabían Calles y su gobierno y decidieron engañar a los obispos que picaron.

Estúpidamente, hicieron desarmarse a los cristeros… para luego  ser asesinados alevosa e impunemente.  Un proceder aberrante, es la  causa responsable de un siglo letal para la felicidad del pueblo mejicano y para el Catolicismo. ¡Cien años de persecución y otros tantos de política criminal!

Queda claro pues cual es la buena y cual la mala forma de actuar frente a los enemigos de Dios y de la Patria.

Desgraciadamente la  Jerarquía española de hoy actúa en dirección contraria a la de los obispos españoles de la Cruzada y son partidarios del método empleado por los mejicanos de hace   noventa y cinco años… Son incapaces de entender que el “dialogo y el consenso” es el peor de los errores en política y en religión. Con los obispos de hoy en 1937 España probablemente habría llegado a ser — con su ayuda—  el primer “satélite de la URSS”. Por suerte los de entonces tenían las ideas más claras.

Cuando hacía un año que los españoles, se habían ¡alzado en armas!, contra los asesinos y canallas del Gobierno de la República, los obispos  encabezados por un  catalán, el cardenal Isidro Gomá  –que había redactado anteriormente  varias cartas pastorales  de apoyo a los “alzados”–, se dirigieron a todos los obispos del mundo mediante una “Carta colectiva” informándoles de los crímenes de los rojos contra los católicos. El efecto fue inmediato, y el mundo entero católico supo a qué atenerse sobre la realidad de la Cruzada capitaneada por Franco.

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Espero haber demostrado que en los enfrentamientos de las personas decentes contra los pillos sinvergüenzas no se puede proceder como unos pardillos. Los destinos opuestos sufridos por  dos naciones hermanas ante hechos similares son la mejor demostración de mis teorías: El dialogo y el consenso solo son posibles entre gente honrada, decente y veraz. Fuera de ahí ni soñar en utilizarlos. Lo menos que se pierde es el tiempo. Hay métodos más eficaces.

 

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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Muy buen artículo en líneas generales, sr. Gil de la Pisa.

El problema que tenemos los católicos es el siguiente:

Jesucristo Nuestro Señor no hizo política de ningún tipo, como cabe esperar de la Verdad encarnada. Ya puede decir el papa Francisco que «todos hacemos política», que Aquel al que él debería ser el primero en servir, no la hizo en absoluto. Sería una herejía extrema acusar al Señor de hacer política en sus tres años de vida pública. La política no es otra cosa que mentira tras mentira, engaño, manipulación e hipocresía para alcanzar el poder y mantenerlo, no para el «bien común» como muchos dicen por ahí, engañados miserablemente por el demonio. Y la mentira tiene como padre satanás. Y no vale el argumento hipócrita fariseo de «seguridad en sí mismos» de creer que la opción propia es mejor que la de «ese miserable pagano» del fondo del templo que reza aterrorizado por sus pecados. No hay político bueno, porque dedicarse a la política es corromperse como un fariseo, no en pecados, sino en mentira e hipocresía. No hay político que no sea imagen de la bestia, seductor y conductor de almas al infierno, porque la mentira condena, no salva. Adán y Eva se fiaron del mentiroso. Y hay segunda muerte según San Juan y su Apocalípsis. Y esa segunda muerte es el lago de fuego y azufre que no se apaga, el infierno eterno que aguarda al demonio y sus ángeles rebeldes. Allá cada cual con su responsable proceder.

Jesucristo Nuestro Señor no animó a apoyar a facción alguna y sí buscó juntar a los files como la gallina a sus polluelos, es decir, Dios une, el demonio divide. ¿Y cómo divide? Pues con política, más claro imposible. Incluso los papas, cardenales, obispos, sacerdotes y fieles se han visto engañados por el demonio tal cual nos advirtió el Señor en Mt 24, 24. Todos los cismas de la historia han tenido política detrás, no han sido provocados por los fieles humildes que han amado y aman a Dios con todo su corazón en cualquier parte de la tierra. Los cismas son provocados por los políticos de la Iglesia de Cristo, la Católica. Lo malo es que no se rectifique, que no se retracten de sus posiciones, lo cual puede deberse ya a soberbia o a cobardía. Desde luego que parece que la Iglesia se ha hecho vieja, y ya son otros los que la ciñen y la llevan a donde no quiere ir.

Jesucristo Nuestro Señor fue víctima de la política de su época, porque «convenía que muriese un hombre, a que pereciese una nación entera». Así de falso y satánico es el argumento político de los que no quieren ni ver, ni oír, ni meditar, ni pensar cegados por su soberbia, que les llevaba a afirmar, nada menos, que Jesús era una «amenaza» para el «patriotismo». No importaba que Jesucristo fuera el Hijo de Dios esperado, probado con sus milagros incontables de bondad infinita, no. Lo que importaba era el poder, la política, que ciega a los más sabios, instruidos y preparados, lo que el demonio ofrece en el desierto al Señor en sus tentaciones: instrumentalizar a Dios y ofrecerle todos los reinos y glorias del mundo (hoy a cambio del voto, claramente, porque esos reinos y glorias son lo que ansían la totalidad de políticos y sus votantes). Y son tantos los que escuchan al mentiroso…

Jesucristo Nuestro Señor bien pudo tener a su disposición más de doce legiones de ángeles para reducir a cenizas instantáneamente a todo enemigo suyo, pero prefirió el calvario voluntariamente para salvar nuestras almas. A tal grado llega la Infinita Bondad y Misericordia de Dios Nuestro Señor. Nadie puede decir, nadie, que Dios no le quiere hasta el extremo. No hay un solo hombre o mujer mínimamente consciente o sensato que pueda decir que Dios no le ama hasta el extremo, ni sentirse solo o sola jamás, porque se mentiría y mentiría. Dios no abandona ni deja de amar a nadie hasta el último suspiro, por muy dura que sea la cruz que lleva a cuestas y que debería dejar también que el Señor le ayudase a llevarla, pues con el Señor toda cruz es ligera. Y Dios no condena, se condena el que no se esfuerza en conocerle y amarle, respondiendo así a la infinita bondad con la que ha sido redimido. No solo eso, Jesucristo sublimó su Santísima Voluntad a la del Padre en el Huerto de los Olivos. Y todo buen católico debe hacer lo propio esté pasando por lo que esté pasando, ¿verdad?. Claro que los ateos no creen en esto en absoluto, pero es tal cual figura en los Evangelios. Y, lo más duro para nosotros, espera de nosotros que también nosotros tomemos nuestra cruz y le sigamos, que nos abandonemos en su divina providencia y que permanezcamos como sarmientos en la vid, que es Él y solamente Él, y no como sarmientos políticos, que no dan frutos y son arrancados para ser arrojados a las llamas, que cada cual decida, pero que le quede claro que la decisión tendrá consecuencias eternas (no se demuestra la fidelidad del esposo en presencia de la esposa, sino en presencia de otras mujeres hermosas. No se demuestra la honradez del buen administrador o directivo en presencia del propietario del negocio, sino en su ausencia). ¿Quien, hoy día, es capaz de rogar por quienes le persiguen, de amar (hacer el bien) a los enemigos, sino tiene una gracia enorme de Dios mismo que concede solo a los que sinceramente le buscan? Honestamente, ¿quien no confiesa hoy una ira más o menos incontrolada contra la totalidad de los políticos (hijos de satanás, como ud. muy bien expresa en su artículo) y sus votantes (que dicen sí a las tentaciones del demonio en el desierto) en el confesionario cada poco tiempo?

Jesucristo Nuestro Señor, no obstante, maldijo 7 veces a los escribas y fariseos, los condenó al infierno en vida según Mt 23, 33 y ss., que no es broma ninguna. Y no lo hizo por sus pecados o maldad, sino por su hipocresía y sus mentiras, por su levadura envenenada, por su falsa doctrina que no viene del corazón. Y mostró que vendría como Justo Juez al fin de los tiempos. ¿Quien como Dios? ¿Quien más justo que Dios mismo?

6º Como los católicos amamos a Jesucristo por encima de toda otra persona o cosa, estamos en la tesitura de si el legítimo derecho de defenderse, que llevaron a cabo cristiana y valientemente los mejicanos de entonces (y de hoy), los españoles en la cruzada liberadora del siglo pasado, los alemanes, los italianos, los portugueses, los finlandeses, los húngaros, los croatas, los rumanos, etc., es conforme a la Santísima Voluntad de Dios o no. Por lo pronto, matar es pecado mortal. Pero bien sabemos que no es lo mismo matar a niños y niñas en vientre materno que la pena de muerte por delitos gravísimos, que lo primero es inconmensurablemente más grave dada la inocencia absoluta del ser que quiere vivir y no se le permite por parte precisamente de quien por la naturaleza más tendría que proteger su vida. Sabemos que la cobardía se pena con el infierno también. De ahí que no hay valentía más grande que la de los católicos en los dos milenios últimos, no por su valía personal, que en eso no se distinguen de los demás, sino por la Gracia que Dios les ha dado siempre para afrontar serenamente y confiados en el Señor el martirio cuando así lo ha exigido la Santísima Voluntad de Dios, pues sin Él, nada podemos hacer, y no cae un pájaro de un árbol sin su consentimiento. Y esto desde tiempos del Señor. Sabemos, incluso, que no hay posibilidad de paz, por mucho que papas, cardenales, obispos y mucha gente de buena voluntad trate de lograrla. Si hubiese posibilidad de paz, no habría Cielo ni Infierno, no habría demonio y ángeles rebeldes. El libre albedrío permite al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, rechazarle de modo definitivo. Triste pero veraz. Y no es posible la paz que muchas veces vanamente se busca porque ya Dios mismo estableció una enemistad entre la estirpe de la mujer y la estirpe de la serpiente, refrendada en el NT por Cristo mismo cuando enseñó la parábola del trigo y la cizaña, es decir, los hijos de la Luz y los hijos del Maligno. Y eso no lo va a cambiar un papa, unos cardenales y unos obispos catedráticos de teología y de diplomacia internacional por muchas medallas de adulación pública masiva que busquen en este mundo en su «búsqueda de la paz». La paz que da el Señor no la da como la da el mundo. No es lo mismo la paz de Dios que la falsa que hay en el mundo, que solo sirve para crear ídolos «pacifistas» que solo se buscan a sí mismos ante el mundo. Lo sabemos bien. Incluso sabemos que Dios, tal como rezamos en el Trisagio, es Dios de los Ejércitos, que la vida es milicia. Ojo a esto. Y ante la tesitura de ser cobardes o de matar para evitar que exterminen a nuestros seres más amados, a la Iglesia de Cristo y a sus prelados, se ha tomado la iniciativa, siempre dolorosísima y no sin cargo de conciencia, de ir a la guerra sangrienta contra los enemigos de Dios y aquellos que se dejan engañar por él, que siempre son mayoría según la pregunta que el Señor contestó al que le preguntó si eran muchos los que se salvaban, lo de los dos caminos, el ancho y espacioso que lleva a la perdición, y el estrecho y angosto que lleva a la salvación y la consiguiente negligencia de muchos que querrán entrar a última hora, pero que no podrán, como vírgenes negligentes al banquete de boda.

Por todo ello, bajo ningún concepto creemos que debería condenarse a Franco y los suyos, católicos ejemplares, por supuesto, o a los cristeros mejicanos, sino todo lo contrario, rendirles la más respetuosa veneración, orar por ellos y sus almas y honrarles en su memoria como soldados de Cristo, y no despreciarles como aquel pueblo de viñadores homicidas renegaba de sus antepasados por asesinar a los profetas. La memoria de los nacionales y de los cristeros, debe ser un ejemplo para todos los católicos de la tierra por su encondada defensa de la Iglesia de Jesucristo, la Católica Apostólica, y por la defensa de sus prelados y de la fe. Y su defensa ha de hacerse exponiendo la Verdad de los hechos, reconociendo lo que se hizo mal y el mucho bien que trajo su proceder por muy doloroso que fuera. Tristemente, se ha comprobado los devastadores efectos que tiene el expulsar a Dios de una nación por el triunfo de sus enemigos, empezando por Rusia en 1917. Los hechos, que son el fruto del árbol, no se discuten. Incluso, algunos, quizá seamos una inmensa minoría, creemos que se debe respetar cristianamente y no condenar, a los que lucharon contra la ideología demoníaca por excelencia, el marxismo comunista y socialista, la mayor amenaza no solo para la vida presente (para el cuerpo), sino para la eternidad de las almas. Los mensajes que recibimos de Fátima y Sta. Faustina Kowalska en relación a Rusia son inequívocos, viniendo de Quien vienen y precisamente en el momento histórico en el que vinieron.

8º Todo ello no es óbice para rechazar a aquellos que tratan de «justificar» sus propios intereses mundanos, político materialistas en las más nobles causas cristianas, arribistas a conveniencia que de toda causa los ha habido y los habrá. Incluso el Señor sentó a la mesa de la última cena al traidor Iscariote. Pero eso no desmerece ni por el más mínimo asomo de duda a toda su Santa Iglesia Católica Apostólica, definida NO por papas, cardenales, arzobispos, obispos o teólogos más o menos fieles, sino por Jesucristo mismo, Infinita Bondad y Misericordia, Dios y Hombre Verdadero, al que ningún bautizado puede cometer el error de no conocerle cada día un poco más, ni siquiera las negaciones de Pedro, ni la huida en desbandada de sus apóstoles tras el prendimiento, ni el horror de meditar que el Señor quedó solo en la Cruz, con cuatro santísimas almas llorando a sus pies y llevándole a decir esas terribles palabras: «Elí, Elí, lemá Sabactaní», por culpa de todos nosotros y de las que nunca podemos olvidarnos, por haberle dejado solo, que es el dolor más grande que padeció en su Calvario. Así que afirmar que la «Iglesia» dice esto o aquello por lo que han dicho o defendido unos papas u obispos de un tiempo determinado o de tales o cuales teólogos o sabios, es engañar y engañarse. La voz de la Iglesia es la Voz de su Cabeza. La Iglesia dice y defiende siempre y en todo lugar la Palabra de su Fundador: Dios hecho Hombre, Jesucristo Nuestro Señor. Y todo lo que vaya más allá de la doctrina de Cristo, es un exceso que ningún fiel debe tolerar como así nos lo enseña su Apóstol amado, San Juan. La Iglesia es la familia de los que aman a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Santísima Trinidad, un solo Dios, la familia de los que llevan a Dios en su corazón, de los que viven por, para y en presencia de Dios todos los días de su vida. La Iglesia no es un papa, unos obispos y unos teólogos, ni son encíclicas, ni doctrinas sociales o políticas mundanas, ni ningún otro exceso o abuso del que tendrán que dar cuenta quienes lo cometen ante el mismo Señor por muy alto que sea su cargo o cometido si no se retractan a tiempo. Solo Dios es bueno y solo sus Mandamientos y su Palabra han de ser obedecidos por encima de todos y de todo.

9º Por todo ello, es natural pensar que un católico verdadero no puede derramar su sangre para salvar el patrimonio de unos ricos acaudalados, aparentemente muy devotos, pero que en realidad quieren instrumentalizar la fe en beneficio de su grupo político conservador, sin importarles la vida de los fieles en lo más mínimo, cual fariseos hipócritas de nuestro tiempo. Por eso se impone el discernimiento y de ahí que hoy se diga por esos políticos conservadores y los medios a su servicio que los católicos «son unos cobardes» (evidentemente nadie es más cobarde que un rico conservador, imposible. Lo que quieren es que los católicos se maten por sus fortunas mientras ellos se ponen bien a salvo, atando cargas pesadas a espaldas de los católicos y no querer moverlas ni con el dedo meñique) que no se matan en favor de unos o de otros, que los musulmanes son mucho más «valientes» matando a todo el que se oponga a Mahoma y su tiranía integrista, porque los católicos se deben a Dios, y no al anticristo de la política, sea del signo que sea, pues ésta solo es amiga del dinero, del demonio y del mundo. No basta con honrar a Dios solo con los labios en mítines, medios de comunicación o cualquier ámbito público. De hecho, muchos usan el Santísimo Nombre de Dios, para engañar a los mismos católicos en campañas electorales, como por desgracia durante tantas décadas se ha podido comprobar en occidente democrático. O se está con Cristo o contra Él. Y ya el Apóstol San Juan nos advirtió de rechazar al mundo, al pecado, a los anticristos (políticos) y de cumplir los mandamientos, especialmente el de la caridad (y los impuestos, que no se dan como los donativos o donaciones, sino que se obtienen coactivamente, es decir, robando, por mucho que digan los políticos y sus incontables votantes, no son caridad, sino esclavitud y engaño. ¿Una caridad obligada? Vamos hombre… La caridad sale del corazón, no de unas urnas o de unos decretos legislativos por mucha doctrina social que se haya impuesto dictatorialmente en la Iglesia de Cristo. Así que fuera doctrina social de unos políticos, burócratas, sindicalistas y empresarios, de la Iglesia de Jesucristo. Fuera o explicárselo al Señor en vuestro juicio particular o Final).

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