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Les ofrecemos la entrevista a Antonio J. Candado Aguado, grado en Filología Hispánica y en Estudios Clásicos, sobre los elementos culturales nórdicos en torno a la Navidad que ha recuperado y purificado el cristianismo.
A menudo, se suele hacer mención sin profundizar demasiado en festividades paganas celebradas en estas fechas de diciembre, antes del nacimiento de Jesús, que ya eran un suceso de gran importancia para la humanidad. En el artículo que publicas en el último número de la revista Laus Deo, ahondas en la cultura nórdica para datar y explicar con precisión esta festividad, ¿Nos podrías contar en qué consistía?
Efectivamente, la celebración en cuestión es la del Solsticio de Invierno. Una tradición tan arraigada, como bien comentáis, a los albores de la humanidad como la propia deificación del sol, la luna y el resto de los astros. En el caso de los pueblos nórdicos, la fiesta solsticial era conocida como el Yuletide, o el tiempo de Yule. Esta tradición, fuertemente arraigada a su folklore, se comenzaba a festejar desde el sexto día de Yule, nombre que recibe el mes de diciembre. Ese sexto día era el dedicado a Odín, o Wotan y que, con posterioridad será el día de San Nicolás de Bari. El Yule se extendía hasta el sexto día de Hornung, nombre del mes de enero y día de Frida; la esposa de Odín y reina de los dioses del panteón nórdico, los Æsir y cuyos tributos son los de la fertilidad, el amor, el hogar, el matrimonio, la maternidad, la previsión y la sabiduría. Frida mantuvo un vínculo muy fuerte con la diosa griega Hera, madre de los dioses, cuando las culturas nórdicas y germánicas entraron en contacto con el panteón helénico y romano.
Con la llegada del cristianismo, este día en honor a Frida, se convirtió en lo que hoy conocemos como la Epifanía, una fecha muy especial ya que, aquí en España, celebramos el día de los Reyes Magos. En el eje central de estas fechas fuertemente simbólicas, en torno al 20 de diciembre, tenía lugar la gran fiesta en la noche del propio solsticio; la celebración comenzaba con festines familiares y, ya de madrugada, con fiestas en común con el resto de familias: fogatas, música, festejos, juegos y rituales de agradecimiento a Odín. Era una tradición primigenia, para los distintos asentamientos, que sus regentes se asegurasen de que las cumbres más importantes y elevadas de sus territorios estuvieran alumbradas con hogueras que iluminaran, con la luz del fuego, la fría oscuridad y comunicasen al resto de pueblos, muchas veces incomunicados por la nieve, que estaban bien y seguían en los mismos territorios. Esta tradición ha prevalecido a lo largo de milenios hasta llegar a nuestros días. En las cumbres de Alemania, del Tirol austriaco, de Suiza y de países escandinavos, se siguen encendiendo grandes hogueras, incluso en la actualidad, con formas navideñas y cristianas como el sagrado corazón o la forma de la cruz.
Imagino que cuando hablas de que, en la tradición navideña hispánica, hemos heredado todo un acervo cultural nórdico te referirás a multitud de elementos. ¿Podrías enumerarnos algunos de los más significativos? ¿A cuál de todos los que has investigado le tienes un especial cariño?
Algunos de esos elementos que forman ya parte de nuestra cultura, en gran medida gracias a la literatura y el cine, son por ejemplo los majestuosos renos, los escurridizos elfos, el romántico muérdago, las frondosas coronas de adviento y sus velas; el acebo, los abetos, las castañas, las piñas de pino, los frutos secos, los rojos arándanos, el olor a canela y las naranjas deshidratadas. La nieve y la escarcha, el tronco navideño y el crepitar del fuego en una hogareña chimenea, son patrimonio de esa cultura nórdica. Idílicos bodegones que han pervivido en las culturas germánicas y anglosajonas como ideal de una festividad en la que la vida, a través del fuego y del sol, es capaz de vencer a la muerte de nuevo. Elementos, todos ellos, que recobraron un gran protagonismo durante el romanticismo, hijos del movimiento literario alemán Sturm und Drang.
Quizás, mi favorita sea la del Tannenbaum, el árbol de Navidad que aun ponemos como un recuerdo del abeto que los germánicos colocaban en sus asentamientos y hogares, emulando a su árbol mitológico Yggdrasil.
Es muy interesante ver cómo esos elementos, realmente provenientes de otra cultura muy distinta a la mediterránea, han acabado por asentarse en la cultura navideña mediterránea. ¿Hay algún hito que en nuestro tiempo haya alimentado esa imagen idílica del invierno y la Navidad para los más pequeños de la casa?
Pues la verdad es que sí. Si hay que pensar en algún hito actual, creo que deberíamos hablar de un fenómeno cinematográfico contemporáneo que todos hemos conocido seguro; hablo de la película Frozen, estrenada en el año 2013. Esta famosa peli de Disney está basada en un cuento de hadas navideño cuyo título es La reina de las nieves, creado por el escritor danés Hans Christian Andersen en el año 1844, durante el romanticismo danés. Disney ha continuado en el siglo XXI bastante en la línea que tuvo a finales del siglo XX, la de recoger los cuentos de los hermanos Wilhem y Jacob Grimm. Ahora, con Frozen (2013), Frozen: Una Aventura de Olaf (mediometraje de 2017) y Frozen II (2019), han abierto sus horizontes creativos pero mantienen esa constante de basarse, sobre todo, en cuentos y leyendas recogidos en el romanticismo centroeuropeo.
La materia dickensiana es algo con lo que ya has trabajado y te sientes cómodo. Quizás, para el lector, sea algo revelador poder conocer algunas de las inspiraciones de Charles Dickens, el genio victoriano creador de Cuento de Navidad. ¿Cuáles son los mitos en los que se inspira para escribir una obra referente para la literatura universal?
Una de las inspiraciones de Charles Dickens fue de origen céltico. Se sirvió de un cuento de hadas de Irlanda que decía que, en Nochebuena, los velos entre este mundo y el siguiente se deshacer y entonces los espíritus los cruzan y caminan entre nosotros. Hubo siglos en que las celebraciones solsticiales precristianas, en este caso de los pueblos celtas, estaban muy asociadas al sentido del Halloween y del Día de los muertos. Desde sus creencias religiosas politeístas, creían que el Solsticio de Invierno era una época de transmutación, un momento de cambio en el que esos espíritus venían a llevarse las almas de algunos de los vivos, en incluso, a permanecer llorando, inmóviles, en las puertas de los hogares de aquellos que con prontitud iban a morir.
Aunque, sin duda, la inspiración más hermosa, se da con la visita de los tres espíritus al Señor Scrooge con el propósito de que cambie. Esta referencia, de origen escandinavo, lejos de ser un recurso de gran brillantez y originalidad dickensiano, es un elemento mitológico de la cultura nórdica precristiana: el de las Nornas, que tejen el destino de los hombres con tres hilos distintos. Estas Nornas eran dísir, espíritus femeninos de la mitología nórdica. Tres de ellas eran las principales, conocidas con los nombres de Urðr: “lo que ha ocurrido”; Verðandi: “lo que ocurre ahora”; y Skuld: “lo que va a suceder o puede que llegue a ocurrir”. De hecho, el propio Scrooge, pregunta si lo que le muestra el fantasma de las navidades futuras es lo que va a suceder o lo que puede que llegue a suceder. En este momento, Dickens, plantea la contraposición entre la forma de pensar de los antiguos pueblos germánicos y nórdicos, en la que, hiciesen lo que hiciese, su destino estaba ya tejido, o una visión más cristiana, en la que existe el libre albedrío y la posibilidad de reescribir el futuro gracias a un intimo propósito de enmienda y al acto de contrición.
¿Existe alguna tradición nórdica que haya pervivido consiguiendo aunar los sentidos propios de la fiesta solsticial con la importancia de la Navidad cristiana? ¿En qué consiste?
Lo cierto es que sí. Las naciones que hace siglos fueron aquellos reinos nórdicos y germánicos, han conseguido hacer pervivir en sus países ambas tradiciones. Han aunado la festividad del Solsticio de Invierno con el sentido más puro de la Natividad. De hecho, en Suecia, todavía se celebra una hermosa tradición cada día 13 de diciembre: la festividad de Santa Lucía de Siracusa. Consiste en una procesión religiosa en la que una joven, una chica en particular, es escogida como la “Reina de Lucía de Suecia” y se le corona el 13 de diciembre en Skansen, Estocolmo.
Ella encarna ese año a Santa Lucía y va acompañada de un séquito de niñas llamadas Damas de Honor y de niños que, en sueco llaman stjärngossar, y podría traducirse como “chicos con estrellas”, debido al tradicional capirote decorado con estrellas doradas que visten. A veces, también son incluidos los niños más pequeñitos emulando a duendecillos y espíritus menores del bosque y del invierno. Todos juntos hacen un recorrido iluminando los espacios más oscuros de las iglesias, lugares de trabajo, escuelas y hospitales con sus canticos en honor a Santa Lucía, creando una agradable atmosfera de paz y armonía a la toda la gente que los observa.
¿Ha pervivido algún elemento, aunque no sea nórdico, de las antigua cultura grecolatina que tantos siglos estuvo presente en España?
El pueblo romano celebraba en el Solsticio de Invierno las festividades conocidas como Saturnales, en las que cobraba una gran importancia, la deidad menor Jano: el dios de las puertas. Un dios siempre representado con dos caras, una que mira hacia la izquierda, representando el pasado, y la otra hacia la derecha, representando el futuro. Es un simbolismo sobre la noción de que, tanto el tiempo como la vida, terminan y mueren, pero a su vez, que vuelven a nacer y a comenzar, de una forma cíclica y eterna. La palabra Jano, Ianvs en latín, dará lugar a muchas etimologías europeas para el mes de Enero: January en ingles, Gennaio en italiano, Janvier en francés o Januar en alemán.
También, era una festividad donde se recordaba a los ancestros, a los amigos ausentes, a los hijos que habían fallecido. Tanto romanos como nórdicos, preparaban con esplendor y magnificencia en las mesas donde se celebraban los festejos, comida, bebida y espacio para aquellos que ya no pertenecían al reino de los vivos. Una fuerte conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos rodeaba a esta festividad; ese sentido que ahora recogen Halloween, el Día de todos los Santos y el Día de Difuntos. Las Saturnales eran una compleja festividad de ciclos; de finales y de principios; de microcosmos humano en contacto con los macrocosmos del tiempo y la naturaleza: del día y de la noche; del ciclo anual asociado al ciclo vital; de nacimiento y juventud, de vejez y muerte. Por esto es tan importante observar cada representación escultórica o pictórica que se hace de él.
Por último, como redactor jefe de Laus Deo, que más nos puede decir sobre este número dedicado, en buena medida, a la Navidad.
Pues que es un número que no va a dejar a nadie indiferente. Además de bucear en los orígenes de la Navidad hispánica, incorporamos muchas novedades. Quiero destacar la sección dedicada a la Arqueología bíblica, en la que Juan Pablo Perabá nos habla sobre la historicidad del Éxodo. En la sección sobre Exégesis bíblica, Federico María Rago analiza la obra de Santo Tomás y la naturaleza de los sentidos en la Sagrada Escritura. Luis Antequera nos descubre el Lábaro de la Resurrección y su presencia en la historia del arte, mientras que Javier Martínez-Pinna escribe un artículo dedicado a una mujer excepcional, la santa Hildegarda de Bingen. Recuerden que si quieren suscribirse a esta revista y a Laus Hispaniae deben hacerlo por nuestra página web y así podrán descargar todas nuestras revistas publicadas hasta el momento:
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Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Lo que los obcecados cristianos no desean comprender es que el hecho de que, que el cristianismo sea un religión sincrética y una rama de la tradición esotérica universal, no hace la realidad de Cristo falsa. Al contrario. Eso sí, purificando el cristianismo teológico de mandangas tales como la existencia histórica del «hijo de Dios» en el Próximo Oriente hace unos dos mil años. Empeñarse -como a menudo hacen- en identificar satanismo con paganismo es el colmo de la distorsión maliciosa de la realidad antropológica de lo sagrado y su continuidad a través de los tiempos.