19/05/2024 09:44
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Hay que haber hablado muchas veces, muchas tardes, muchas noches, muchos meses, muchos años con Ramón Serrano Súñer, el que fuera mano derecha y mano izquierda (y hasta cerebro), de Franco en los años decisivos de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, para saber cuando decía toda la verdad, la verdad a secas o sus verdades interesadas. Yo tuve la fortuna de que me contase las unas y las otras tras más de 20 años de hablar casi a diario con él y la de discutirle sus versiones de los hechos como él los contaba.

– No, Don Ramón, lo siento, usted dice que nunca fue «nazi» y según todos los historiadores usted no llevó a España a la Guerra porque Franco no lo dejó…y que por sus simpatías por los nazis lo echó del Gobierno en cuanto pudo.

– Eso no es verdad, mi joven amigo, eso no es verdad. Sí, yo era un admirador de Alemania y hasta un amigo, por su cultura, por su Historia… El pueblo alemán es increíble, trabajador como ningún pueblo y amante de su Patria hasta el infinito, pero yo no era ni fui nunca nazi. Hitler no era mi tipo, sí lo era, y no me importa decirlo, Mussolini. El alemán era un hombre frío, eso sí con una mente privilegiada, y un dialéctico de primera… a mí, como a Mussolini, nos daba miedo… En cuanto a lo de que yo quise llevar a España a la guerra y que fue Franco el que me lo impidió sólo puedo decirte que eso es una tontería, una solemne tontería.

– Don Ramón, será una tontería, según usted, pero eso es lo que decían y siguen diciendo los franquistas.

– No, los franquistas no, los pelotas de Franco, los que se hincaron de rodillas por un sillón ¡Y ahí están las declaraciones del general Jodl o del mismo Hitler! o los ataques de nuestro embajador en Berlín, el general Espinosa de los Monteros, que hasta me denunció ante Franco por mi oposición a los planes alemanes para llevarnos a la Guerra (“Confieso el asombro con que oí al Sr. Ministro refutar al ministro Von Ribbentrop en forma no ciertamente grata para éste, diciéndole que él tenía informes que le merecían garantía absoluta, de que eran ciertos los datos de los Estados Unidos, y digo que lo oí con absoluta asombro porque para nada era necesario decir cosa tan desagradable, que hubiese sido mucho más discreto silenciar y que he podido comprobar que no la olvidan”).

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– Ni la Izquierda, Don Ramón.

– ¿Qué Izquierda, Merino, qué Izquierda? ¿La que aplaudió el pacto de Stalin con Hitler y aplastó y aniquiló al pueblo polaco? Está bien, está bien, dejemos esa «batallita» por hoy y vayamos a mi segundo y definitivo viaje a Alemania. Te decía el otro día que cuando el embajador alemán, el fanático Von Stohrer, me comunicó los deseos urgentes de Berlín para que me trasladara como Ministro de Exteriores, y se los trasladé a Franco con urgencia y a petición mía tuvimos  una reunión urgente en el Pardo con los ministros militares en la que se acordó mi viaje.

Lo que no te comenté fue lo que me dijo Franco al despedirnos: «Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España».

– Paco, sabes que daría mi vida por España, pero no sé si podré hacer milagros.

 – En tus manos encomiendo a España y rezaré porque al menos consigas ganar tiempo. El tiempo para nosotros, y en medio de la Guerra que vive el mundo, es vital. Yo aceptaré lo que tú decidas en el Berghof.