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Mayo: regresa Calvo Sotelo del exilio

Mientras Franco preparaba las maniobras navales que había acordado con el ministro Hidalgo en Madrid sucedían dos acontecimientos que iban a influir poderosamente en la situación política: el regreso de don José Calvo Sotelo, el ex ministro de Primo de Rivera, y la separación oficial de Martínez Barrio del Partido Radical en unión de otros trece diputados de la misma ideología.

Calvo Sotelo llegó a Madrid el día 4, prometió su cargo de diputado el 8 y tres días más tarde ya presentaba una «proposición incidental» para que la Cámara fijase unas normas de austeridad que obligasen al Gobierno a nivelar los presupuestos. Pero lo importante no fue la crítica que hizo con ese motivo de la Hacienda durante el bienio republicano de izquierdas (y que, por cierto, fue hábilmente rebatida por el intuitivo Indalecio Prieto, que entonces se apuntó el mejor tanto de su vida como orador parlamentario), sino las ideas que lanzó a raíz del homenaje que le rindieron -a él y a Yanguas Messía- los monárquicos y Acción Española…, porque Calvo Sotelo patrocinaba la unión de <<todas las derechas>> en un Bloque Nacional que fuese capaz de conquistar el poder sin miedos y sin cortapisas.

Calvo Sotelo

La República no está consolidada todavía -dijo por aquellos días-. Éste es un hecho. Y es otro incontrovertible que su consolidación la harían mejor que nadie fuerzas conservadoras.

Ahora bien, yo me pregunto: ¿es admisible que a una Monarquía desordenada por unos monárquicos imprudentes suceda una República consolidada por unos monárquicos impacientes? Creo que la Monarquía no puede volver ni por la violencia ni por el sufragio, pero creo que puede volver en un mañana más o menos lejano, como remate de un gran pro­ ceso evolutivo de estructuración del Estado y por aclamación nacional. De otro modo, en manera alguna… Hay que ir a la conquista del Estado con una política de claridad y decisión… Entiendo que si algún día cambia España su régimen no será para una restauración, sino para una instauración. Esto es, que la Monarquía, aunque retorne, no podría ser en nada, absolutamente en nada, lo que era la que pereció en 1931…

El otro acontecimiento político fue la separación de Martínez Barrio y sus amigos del Partido Radical, en el que había militado toda su vida y al que le debía todo, especialmente a su jefe Alejandro Lerroux, que había sido quien lo metió en el juego político… Sería muy largo de explicar las causas de esta separación que minó seriamente los cimientos del radicalismo, pero baste con decir que Martínez Barrio era todavía el Gran Oriente de la masonería española y que ésta no podía ver con buenos ojos la consolidación de la derecha católica… Martínez Barrio viró a la izquierda y fundó al poco tiempo la Unión Republicana, con la adhesión de los radical-socialistas de Gordón Ordás. Luego sería el Presidente de las Cortes del Frente Popular y el presidente interino de la República tras la caída de Alcalá Zamora y en el interregno de la llegada de Azaña… ¿Por qué hizo o provocó la escisión Martínez Barrio en aquellos momentos? ¿Sólo por aquello de que para ser radical hay que ser de izquierdas?… El hecho es que también el centro se dividía de cara al choque revolucionario que se avecinaba.

Finalmente, el Gobierno tuvo que hacer frente también a la huelga campesina que asoló los campos de España…, pero ésta se desarrolló ya  en los primeros días de junio.

Martínez Barrio 

Junio: el ministro de la Guerra se «enamora» de Franco

Si hubiera que seguir al pie de la letra lo que decían las páginas de los periódicos de este mes, uno llegaría fácilmente a una conclusión: España ardía en llamas por los cuatro costados…, porque Andalucía, Extremadura y otras zonas agrícolas vivían entre el incendio de las cosechas, los asesinatos de los patronos y el asalto a cualquier tipo de propiedad y, además, la realidad catalana no le iba a la zaga. El nacionalismo separatista se había echado a la calle como consecuencia del fallo del Tribunal de Garantías contra la Ley de Contratos de Cultivos aprobada por el Parlamento catalán. El consejero de la Generalidad, don José Dencás, recomendaba a los jóvenes del Estat Catalá la máxima disciplina para estar en forma cuando llegase el día de la liberación de Cataluña… Fue la revolución de los rabassaires. El propio Dencás, consejero de Sanidad y luego de Gobernación por enfermedad del titular, diría posteriormente acerca de los sucesos de junio:

¿Cuáles fueron las directrices que se me dieron cuando ocupé la Consejería de Gobernación? Se me dieron unas órdenes muy concretas. Dado el estado de tirantez y ante la posibilidad que podía presentarse de ser atacados en nuestra dignidad por el poder de España, era necesario preparar nuestra casa para la resistencia armada… Y comenzamos a trabajar.

¿Para qué? Para organizar el ejército catalán y un plan de defensa de la frontera, a fin de impedir el paso de las tropas españolas que pudiesen ser enviadas contra Cataluña. Y, dentro de Barcelona, estudiamos la preparación de la resistencia armada y todos aquellos asuntos de índole revolucionaria susceptibles de darnos la victoria… A un respetable militar, cuyo nombre no diré, se le encomendó el proyecto de defensa de la frontera catalana, y el cálculo de efectivos, en 4.000 soldados, armados de fusiles maúser y de setenta ametralladoras de sistema modernísimo. Estos efectivos se consideraban suficientes para contener durante semanas, o días -tiempo suficiente para ver qué cariz tomaría la revolución en toda España-, a los batallones, milicias o ejércitos que el Gobierno de Madrid lanzase contra la Cataluña sublevada… El señor Ventosa y Roig salió con dirección a Bélgica para negociar la compra de ametralladoras y fusiles.

Por su parte, «Nosaltres Sois» escribía:

Patriotas preparaos para la hora inevitable de la guerra contra España. Se reimpone la lucha sangrienta.

En resumen, una situación de supuesta guerra civil agravada por el apoyo que los catalanes reciben de los vascos, del socialismo y de la izquierda en general…, que vio en la anarquía imperante la posibilidad de sacarle al Presidente la disolución de las Cortes y otra vez la conquista del poder. Sin embargo, la sangre no llegó al río, a pesar incluso del zafarrancho de combate que se produjo una tarde en el Congreso de los Diputados.

Pero ¿qué hacía mientras tanto la derecha monárquica?… Firmar con Mussolini el llamado pacto de Roma, por el que el líder italiano se comprometía a ayudar con armas y dinero a una posible restauración de la monarquía.

Sin embargo, la noticia militar de ese mes fueron las maniobras navales que se celebraron entre los días 9 y 11 en aguas del Mediterráneo español, o sea entre Baleares y las costas del Levante… con presencia de Alcalá Zamora, el Presidente de la República; el ministro de la Guerra, don Diego Hidalgo, y de altos mandos militares. Porque fue durante el transcurso de estas maniobras y en la posterior estancia del ministro en Palma de Mallorca cuando éste se «enamoró» del general Franco, a quien pudo conocer en su propia salsa. Franco derrochó ante el ministro sus grandes conocimientos del tema militar y éste se volvió a Madrid convencido de que nadie conocía mejor que Franco la situación del ejército español. Este «enamoramiento» tendría sus consecuencias unos meses más tarde.

 

Diego Hidalgo

Julio: el verano excita los ánimos

«La jurisdicción del Estado español acaba en el Ebro», dice L’Opinió el día 5. «Deseamos salir a la calle para matar. Lo esperamos con impaciencia, porque sabemos que inexorablemente esa hora ha de llegar. Somos separatistas. Queremos la República catalana«, dicen el abogado Bofill y el periodista Aymá mientras esperan ser juzgados por unos artículos injuriosos para el gobierno de la República y la magistratura.

Éste era el ambiente en Cataluña.

Pero, no menos «excitante», es la situación en el País Vasco, donde los ayuntamientos desobedecen al Gobierno, organizan un acto de rebeldía, celebran elecciones por su cuenta y los más exaltados pedían la guerra contra España.

«Para conseguir la libertad de nuestra Patria -exclamaba el independentista Urquiaga- no nos detendremos ni ante una guerra, por dolorosa y sangrienta que sea.»

Mientras, el gobierno Samper se dedicaba a amenazar con graves sanciones o a meter alcaldes en la cárcel, para echarlos al día siguiente. Todo Jo contrario de lo que hacían los socialistas: prepararse y armarse públicamente. Adiestrar a las milicias en el uso de las armas y en los movimientos propios de un ejército…, como demostró luego el asunto del barco «Turquesa», que más tarde desarrollaré.

Agosto: las izquierdas no quieren vacaciones

Detallar cada uno de los pasos que dan los socialistas y sus «aliados» sería materia suficiente para otro libro, pues mientras las Cortes descansan y las fuerzas de la derecha disfrutan de sus vacaciones, los Comités del PSOE, del PCE, de la CNT, de las JS… no paran en su triple labor política, militar y revolucionaria. Quizás porque para ellos había comenzado ya la cuenta atrás y se acercaba -como dijo Renovación, el órgano de prensa dirigido por Santiago Carrillo-la hora de la verdad. Agosto fue, sin duda, el mes de trabajo de los Estados Mayores de la revolución marxista.

Santiago Carrillo 

Septiembre: maniobras militares y una carta al general Franco que se haría histórica

Tres cosas pasan este mes que quiero destacar: el asunto del barco «Turquesa», las maniobras militares de León y la carta que José Antonio Primo de Rivera envía a Franco. Naturalmente, entrar de lleno en cualquiera de estos temas nos apartaría del motivo central de este estudio..; sin embargo, no hay más remedio que hacer referencia a ellos.

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El asunto del «Turquesa», no fue otra cosa que el descubrimiento de un alijo de armas con destino a la Revolución. Los hechos sucedieron la madrugada del 10 al 11 en la ría de San Esteban de Pravia, cuando se descargaba todo un arsenal de armas que el barco Turquesa había trasladado desde Cádiz. La guardia civil sorprendió a los organizadores y hasta el mismísimo Indalecio Prieto estuvo a punto de ser detenido. Según los informes periciales allí había armas y munición suficientes para una o dos divisiones. Aquello fue la mejor prueba de que el estallido del movimiento revolucionario no estaba lejano y que esta vez las cosas no iban a pasar por las urnas.

Pocos días más tarde (el 26 de septiembre) se celebran en los montes y valles de León colindantes con Asturias unas importantes maniobras que presencia el propio presidente de la República y en las que participan 23.000 hombres con todo el material militar de un cuerpo del ejército. Manda los ejercicios el general López Ochoa, inspector precisamente de esa zona, y figura como jefe efectivo del Estado Mayor el coronel Aranda. Como expertos están también presentes los generales Masquelet, Martínez Cabrera y Villa Abrille…, pero el invitado de honor del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, es el general Franco, comandante general de Baleares, que ha acudido para asesorar al ministro; aunque ya entonces se dice que Hidalgo ha llamado a Franco para tenerle a su lado cuando estalle la Revolución.

Curiosamente es a la vuelta de estas maniobras cuando Franco encuentra en su casa de Madrid la carta de José Antonio Primo de Rivera que luego se haría célebre (entre otras cosas por su clarividencia). El texto de la carta decía:

Madrid, 24 de septiembre de 1934

Excmo. Sr. D. Francisco Franco

Mi general: tal vez estos momentos que empleo en escribir­ le sean la última oportunidad de comunicación que nos queda; la última oportunidad que me queda de prestar a España el servicio de escribirle. Por eso no vacilo en aprovecharla con todo lo que, en apariencia, pudiera ello tener de osadía. Estoy seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglones el verdadero sentido de mi intención y no tiene que esforzarse para disculpar la libertad que me tomo.

Surgió en mí este propósito, más o menos vago, al hablar con el ministro de la Gobernación hace pocos días. Ya conoce usted lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de ésos que la Guardia Civil holgadamente reprimiría, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerlo en España). Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo. Y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo más perfecto que las del ejército regular. Y en manos expertas que, probablemente, van a obedecer a un mando peritísimo. Todo ello dibujado sobre un fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno literario de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles y aun entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de todo serio y profundo sentido de autoridad. (No puede confundirse con la autoridad esa frívola verborrea del ministro de la Gobernación y sus tímidas medidas policíacas, nunca llevadas hasta el final.) Parece que el Gobierno tiene el propósito de no sacar el ejército a la calle si surge la rebelión. Cuenta, pues, sólo con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto. Pero, por excelentes que sean todas esas fuerzas, están distendidas hasta el límite al tener que cubrir toda el área de España en la situación desventajosa del que, por haber renunciado a la iniciativa, tiene que aguardar a que el enemigo elija los puntos de ataque. ¿Es mucho pensar que en lugar determinado el equipo atacante pueda superar en número y armamento a las fuerzas defensoras del orden? A mi modo de ver, esto no era ningún disparate. Y, seguro de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al ministro de la Gobernación nuestros cuadros de muchachos por si llegado el trance, quería dotarlos de fusiles (bajo palabra, naturalmente, de in­ mediata devolución) y emplearlos como fuerzas auxiliares. El ministro no sé si llegó siquiera a darse cuenta de lo que le dije. Estaba tan optimista como siempre, pero no con el optimismo del que compara conscientemente las fuerzas y sabe las suyas superiores a las contrarias, sino con el de quien no se ha detenido en ningún cálculo. Puede usted creer que cuando le hice acerca del peligro las consideraciones que le he hecho a usted, y algunas más, se le transparentó en la cara la sorpresa de quien repara en esas cosas por vez primera.

Al acabar la entrevista no se había entibiado mi resolución de salir a la calle con un fusil a defender a España, pero sí iba ya acompañada de la casi seguridad de que los que saliéramos íbamos a participar dignamente en una derrota. Frente a los asaltantes del Estado español, probablemente calculadores y diestros, el Estado español, en manos de aficionados, no existe.

Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera pe­ripecia de política interior? Sólo una mirada superficial apreciará la cuestión así. Una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente de España; no sólo porque la idea de patria, en régimen socialista, se menosprecia, sino porque, de modo concreto, el socialismo recibe sus instrucciones de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la calidad de colonia o de protectorado.

Pero, además, en el peligro inminente hay un elemento decisivo que lo equipara a una guerra exterior, éste: el alzamiento socialista va a ir acompañado de la separación, probablemente irremediable, de Cataluña. El Estado español ha entregado a la Generalidad casi todos los instrumentos de defensa y le ha dejado mano libre para preparar los de ataque. Son conocidas las concomitancias entre el socialismo y la Generalidad. Así, pues, en Cataluña la revolución no tendría que adueñarse del poder: lo tiene ya. Y piensa usarlo, en primer término, para proclamar la independencia de Cataluña. Irremediablemente, por lo que voy a decir. Ya sé que, salvo una catástrofe completa, el Estado español podría recobrar por la fuerza el territorio catalán. Pero aquí viene lo grande: es seguro que la Generalidad, cauta, no se habrá embarcado en el proyecto de revolución sin previas exploraciones internacionales. Son conocidas sus concomitancias con cierta potencia próxima. Pues bien: si se proclama la República independiente de Cataluña, no es nada inverosímil, sino al contrario, que la nueva República sea reconocida por alguna potencia. Después de eso, ¿cómo recuperarla? El invadirla se presentaría ya ante Europa como agresión contra un pueblo que, por acto de autodeterminación, se había declarado libre. España tendría frente a sí, no a Cataluña, sino a toda la anti España de las potencias europeas.

Todas estas sombrías posibilidades, descarga normal de un momento caótico, deprimente, absurdo, en que España ha perdido toda noción de destino histórico y toda ilusión por cumplirlo, me ha llevado a romper el silencio hacia usted con esta larga carta. De seguro, usted se ha planteado temas de meditación acerca de si los presentes peligros semejen dentro del ámbito interior de España o si alcanzan ya la medida de las amenazas externas, en cuanto comprometen la permanencia de España como unidad.

Por si en esa meditación le fuesen útiles mis datos, se los proporciono. Yo, que tengo mi propia idea de lo que España necesita y que tenía mis esperanzas en un proceso reposado de madurez, ahora, ante lo inaplazable, creo que cumplo con mi deber sometiéndole estos renglones. Dios quiera que todos acertemos en el servicio de España.

Le saluda con todo afecto, José Antonio Primo de Rivera.

Octubre: la República llama en su auxilio al general Franco

Pocos meses hay en la historia de España tan decisivos como este mes de octubre de 1934, puesto que en el transcurso del mismo sucedieron cosas suficientes para cambiar el rumbo de la Re­ pública y de España. Porque, ¿qué habría sido de la República, de España y de aquel mundo si triunfa la revolución marxista y se instala en Madrid una República popular como la de los soviéticos? ¿Qué habría sucedido si Cataluña consigue su independencia?… Pero, vayamos a los hechos.

El mes comenzó (día 4) con la caída del Gobierno Samper y la llegada de otro Gobierno Lerroux…, ¿otro? No, un gobierno con participación de cuatro ministros de la CEDA de Gil Robles, la «bestia negra» por entonces de las izquierdas marxistas y no marxistas. Lo cual, teniendo en cuenta los resultados de las elecciones de 1933, era un derecho perfectamente democrático, más democrático incluso que el hecho de que Alcalá Zamora no le hubiese entregado el Gobierno a Gil Robles. Pero esto, al parecer, fue tomado por Largo Caballero y sus seguidores como una provocación… (y digo al parecer, porque todavía hay quien no conoce o no quiere conocer que la decisión de ir a la revolución estaba tomada por el líder socialista desde el mes de agosto de 1933, o sea catorce meses antes).

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El día 5 comienza el tomate revolucionario en Asturias y la Generalidad de Barcelona se subleva contra Madrid. El Partido Socialista ha dado a todas sus organizaciones luz verde para la huelga general y la rebelión armada. El ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, ordena buscar inmediatamente al general Franco, que todavía está en Madrid a petición de éste, y esa misma noche del 5, sin ningún nombramiento, le entrega el mando, dejando a un lado al jefe del Estado Mayor Central, general Masquelet, e incluso su despacho… Era lo que ha pasado a la historia como la «Revolución de Asturias»… Aunque en realidad fue un Golpe de Estado en toda regla, orquestado por Largo Caballero, quien esos días demostraría que entre el Lenin ruso y el Lenin español no había comparación posible.

El levantamiento en Cataluña

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitan y la situación se hace crítica para el gobierno Lerroux, para la Re­pública democrática y para España… porque los mineros asturia­nos se hacen rápidamente con el control del Principado (excepto Oviedo, que resiste a pesar de sus pocas fuerzas militares) y en Barcelona parece que han triunfado los separatistas.

Pero, llegados aquí vamos a seguir la pauta del biógrafo de Franco, don Ricardo de la Cierva:

En Madrid, y en el despacho del ministro, Franco improvi­sa un reducido y eficaz estado mayor. Junto al teniente coro­nel Francisco Franco Salgado trabajarían con él, día y noche, el capitán de navío, Francisco Moreno Fernández, y el de corbeta, Pablo Ruiz Marset, además del auxiliar de Oficinas Mili­ tares, Jesús Sánchez Posada. Algunos mandos seguros de la sección de operaciones del Estado Mayor Central, como el co­mandante de artillería, Carlos Martínez de Campos, y el de Estado Mayor, Manuel Martín Montavo, cooperan también día y noche con el delegado general del ministro… Franco dic­ta sus primeras disposiciones el día 6, cuando se fijan las pri­meras noticias indudables. El ministro de la Guerra se ha entregado en cuerpo y alma a las directrices de su asesor. Sus­ pende prácticamente a varios mandos que deberían intervenir en los sucesos y destituye fulminantemente a otros, como al je­ fe de Aeronáutica (miembro destacado del gabinete azañista, sustituido provisionalmente por el general Goded, presente en el Ministerio desde la mañana del día 6), y al jefe de la base aérea de León y primo de Franco, comandante Ricardo de la Puente Bahamonde. Ordena al jefe superior de las fuerzas mi­ litares de Marruecos el envío de una bandera legionaria a Barcelona, otra a Valencia y dos, junto con un tabor de regulares de Ceuta, a Asturias; la presencia de los marinos en el Minis­terio asegura la vital cooperación de la escuadra. En la maña­na del día 6, Hidalgo trata de convencer a Lerroux para que nombre a Franco general en jefe de las columnas que van a marchar sobre Asturias, pero presiones políticas aconsejan la designación del general Eduardo López Ochoa, quien recibe el encargo en el Ministerio, ante Franco y Goded, a la una de la tarde del día 6, y tras un viaje dramático, tiene que dormir so­ lo en Ribadeo esa noche; de madrugada, alcanzará a la peque­ña columna -un incompleto batallón de Lugo- con la que realizará una heroica marcha de penetración hasta el centro de la rebeldía.

El 7 de octubre, López Ochoa llega a Grado y amaga sobre Trubia. Hidalgo, a instancias de Franco, sigue suspendiendo a numerosos mandos militares afectos a Azaña, contra quien se dicta en Barcelona orden de busca y captura. José Antonio Primo de Rivera habla en la Puerta del Sol a una muchedumbre enardecida, tras ofrecerse incondicionalmente al Gobierno… El Libertad arriba al Musel con un batallón ferrolano enviado por Franco y sus enormes focos iluminan las cumbres atormentadas de Asturias. Es la primera esperanza de Oviedo.

El 8 de octubre, López Ochoa maniobra genialmente hacia la costa y deja plantado al grueso de sus enemigos en el desfiladero de Trubia. Pernocta a la entrada de Avilés. En Ceuta han embarcado las tropas de África; el viejo héroe de la harca de Beni Urriaguel, el teniente coronel López Bravo, comenta que sus Cazadores de África <<no dispararán contra sus hermanos>>, lo que le vale la destitución fulminante. Diego Hidalgo recuerda que la dictó <<acompañado del general Franco, a quien por su valía, por su pericia militar y por su lealtad al régimen he tenido a mi lado para que me asesorase en todos los acontecimientos>>. El Cervera deja a López Bravo en La Co­ ruña. El día 9 Ramón González Peña preside una escena lamentable: sus hombres desvalijan las arcas del Banco de España en Oviedo. Manuel Azaña es capturado en Barcelona: toda la ilusión del14 de abril yace en el fango y la sangre que diagnosticara don Diego Martínez Barrio. López Ochoa entra en Avilés y sigue su audaz marcha sobre Oviedo, mientras el batallón ferrolano enviado por Franco apenas progresa desde Gijón, donde el coronel Domingo Moriones Larraga ha dominado ya prácticamente con sus medios la rebeldía de la CNT.

López Ochoa

El 10 de octubre van llegando a Madrid noticias que mar­ can el principio del fin. Para mandar a las tropas africanas de desembarco, Franco ha sacado de su retiro agreste en San Leo­ nardo a Juan Yagüe, quien vuela en autogiro desde sus pinares a la playa de Gijón, y mientras espera a sus legionarios, evoluciona en la mañana de ese día sobre Oviedo, que sigue resistiendo todos los embates del ejército minero. López Ochoa pernocta en los arrabales de la ciudad mientras González Peña intenta un asalto desesperado. Al atardecer desembarcan en el Musel las banderas de Ramajos y Alcubilla, con el tabor de Ruiz Marset. El oficial de Intendencia, José Martín Blázquez, futuro organizador del ejército republicano en la Guerra Civil, llega a Santander y no oye más que frases como éstas: <<Franco está a cargo de todo>>, <<desde que Franco se puso al frente de las operaciones, el avituallamiento de las tropas se hizo con gran eficacia>>. Con tanta, que Martín Blázquez se vio en apuros para alojar a los centenares de vacas gallegas enviadas por Franco a Gijón con destino a los cercados de Oviedo, exacta­ mente quinientas. Prácticamente, la rebelión estaba vencida el día 11, cuando Yagüe confirma, desde los altos de la Corre­deira la entrada de López Ochoa en la que ya se llamaba ciudad mártir.

El final estratégico -junto con el problema de disciplina­ llega al día siguiente, 12 de octubre. El que a sí mismo se llamaba ejército rojo inicia la desbandada en todos los frentes. Yagüe contacta con López Ochoa; en una de las maniobras de las tropas de África muere en combate el jefe del tabor, comandante Ruiz Marset… Mientras tanto el coronel Aranda, repitiendo con fuego real las maniobras del mes anterior, corona y cierra todos los puertos de Asturias a León y se dispone a lanzarse sobre los restos de la rebelión. Yagüe se enfrenta con López Ochoa y declara que no piensa recibir más órdenes que las de Franco… y Franco es el primero en devolverle a la disciplina.

Luego, López Ochoa pacta y acuerda con González Peña la rendición de los revolucionarios.

La fase final de la batalla de Oviedo se vio acompañada de nuevas violencias; fue entonces cuando ardió la Universidad, y quedaron reducidos a escombros magníficos edificios como los almacenes Simeón y el Instituto Nacional. Sólo el día 14 pudo considerarse definitivamente liberada la capital asturiana… aunque hasta final de mes no pudo darse por terminada la batalla, ya que incluso después de tomar Yagüe, Mieres, y López Ochoa, Sama de Langreo, y establecer contacto con la columna que había quedado detenida en Pajares, todavía se siguió combatiendo en algunos focos montañosos.

***

En Barcelona la <<cosa» fue más sencilla, pues la sublevación de la Generalidad, con su presidente Companys al frente, le duró al general Battet exactamente doce horas. Y mucho más fácil en Madrid, donde Largo Caballero no consiguió ni siquiera la huelga general o salir a la calle. El Lenin español fue detenido el día 14 en su propio domicilio, tras permanecer escondido más de una semana.

En resumen, la revolución socialista-anarquista-comunista que, de triunfar, habría implantado en España la dictadura del proletariado bajo el nombre de República popular, fue un fracaso absoluto y una tragedia, ya que, a pesar de la derrota, la conocida por Asturias roja fue símbolo y germen de la cruel guerra de 1936.

 

«Claro que -como diría Salvador de Madariaga- con la rebelión de 1934, las izquierdas perdieron toda la autoridad para condenar la sublevación de 1936

 

Pero, lo que no hay que olvidar es que fue el general Franco quien, aunque sin mando real, dirigió, a petición del gobierno legítimo de la República, aquella batalla decisiva para el régimen republicano y quien, por tanto, salvó militarmente a la república democrática… al menos así lo entendieron desde el presidente del Gobierno hasta el último español de orden pasando por el ministro de la Guerra, don Diego Hidalgo, y los más destacados miembros del ejército.

 

Autor

REDACCIÓN