15/05/2024 17:39
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Continuamos con el libro Queipo de Llano: gloria e infortunio de un general, de Ana Quevedo & Queipo de Llano, nieta suya. Los episodios anteriores están aquí.

Este capítulo lo he leído dos veces. La forma con que Queipo se hizo con Sevilla es prodigiosa; recomiendo leer la narración completa: CAPÍTULO XI. El alzamiento. Dicho esto, traeremos aquí algunos comentarios, aunque no haremos un resumen de los sucesos.

CAPÍTULO XI. El alzamiento

 

Así explica Queipo su participación:

Me sublevaban las injusticias contra el Ejército, que siempre fue generoso de su sangre. Se me dice [que soy] un espíritu inquieto, díscolo, pero sólo soy amante de mi Patria, del orden y de la justicia. Por serlo, he tomado actitudes que parecían antitéticas. Luché por la caída del Gobierno Montero Ríos, para que se aprobase la Ley de Jurisdicciones; combatí las Juntas de Defensa, luché contra aquella Monarquía que perdió un Imperio. Y cuando vi la República fría, muerta, sumergida en la vergüenza y el crimen, me alcé contra ella.

  Pero nunca pertenecí a partido alguno ni vestí otra librea que la de la Patria. Imitando a Cambó digo: ¿Monarquía? ¿República? ¡España!»

Es la mejor explicación, y No hay ninguna razón para no creerle.  Pero atención a esto. La nieta recoge las fantasías de Blanco Escolá:

Parte de lo que podría haber aportado este libro, sobre la base de los testimonios recogidos de labios de mi madre, ha sido recogido, tras exhaustivas investigaciones, en el del coronel Blanco, titulado La incompetencia militar de Franco. Se desvela en él cómo lo que se concibió como un golpe de Estado contra el gobierno del Frente Popular y que debió haber durado de cuarenta y ocho a setenta y dos horas («si Franco hubiera arribado a Tetuán veinticuatro horas antes, posibilidad que tuvo perfectamente al alcance de su mano, la situación sin duda habría variado de forma notable») se convirtió en una cruenta guerra civil, y cómo ésta, que pudo haber durado entre dos y tres meses, llegó a alcanzar una duración de casi mil días: «Se trataba de avanzar desde Sevilla hasta la capital de España y había que hacerlo con la mayor rapidez posible. Pero Franco, en lugar de elegir el camino más corto, se inclinará por dar un gran rodeo por el oeste […]. La misión que a Franco se le había asignado consistía en avanzar, con la mayor rapidez, sobre la capital de España para tratar de conquistarla. Como no fue capaz de cumplirla, el conflicto que debería haber concluido en la caída de Madrid se prolongaría durante casi tres años en una absurda guerra.» El tiempo perdido en la toma de Badajoz y en la liberación del Alcázar de Toledo hizo inviable el triunfo de la ofensiva sobre Madrid y el temprano final de la contienda.

Franco no hizo fue quien diseñó el alzamiento, así que no se le puede considerar culpable del fracaso. Irse directamente a Madrid en columnas, sin cubrirse las espaldas, hubiera sido una temeridad. Y tomar Madrid con unos poco miles de soldados, otra…

La nieta se muestra “antifranquista” en defensa del abuelo, lo que se comprende, pero nada más. Hace también una serie de preguntas en defensa de su abuelo:

Pero aún quedan muchas preguntas por contestar y lagunas que llenar en lo que a Queipo de Llano respecta; cabe plantear las siguientes, entre las múltiples que se me ocurren:

  ¿Por qué los historiadores de la época de Franco silencian todo mérito en torno a la figura de Gonzalo Queipo de Llano?

  ¿Por qué se presenta la toma de Sevilla como un paseo militar, sin luchas ni esfuerzos?

  ¿Por qué se habla del general Queipo de Llano como el General Radio olvidando su condición de magnífico estratega?

  ¿Por qué se le considera como el gran propagandista de Franco, cuando la enemistad existente entre ambos hacía esto imposible?

  ¿Por qué se silencia la relevancia trascendental, preponderante y decisiva de la toma de Sevilla para el triunfo del alzamiento?

  ¿Por qué se ignora el papel desempeñado por Sevilla en todos los terrenos, desde las armas y hombres hasta los medios económicos suministrados, que fueron decisivos para el triunfo del bando nacionalista?

  ¿Por qué se ha dado al general Queipo de Llano la imagen de un sádico sediento de sangre cuando la represión fue mucho más dura y cruel en otros lugares de España?

 

No soy un experto en el tema, pero el hacerse con Sevilla se considera una auténtica gesta en la que demostró un nervio que ninguno de los otros alzados tuvo. Seguramente sea el episodio militar más conocido de su carrera. Sin ella, probablemente, Queipo sería hoy un desconocido, así que no veo la razón de la pregunta.

La nieta lamenta especialmente que hayan convertido su figura “en la imagen típica y tópica del fascista, asesino y represor”. Después veremos algo más sobre esto.

En todo caso, así se une Queipo al Alzamiento.

Mi padre comprendió que se había equivocado, como tantos, en ese cambio que había dado a su vida; que España, lo que mas quería en el mundo, por encima de cualquier cosa o consideración, iba a la ruina, y uniéndose a los conspiradores a primera hora, inició sus viajes por España para compulsar el ánimo del estamento militar de cara a un golpe de Estado contra el gobierno que permitía tales desmanes.

  En los tiempos anteriores a su determinación de unirse al, entonces, embrionario golpe de Estado, en innumerables ocasiones, cuando llegaba a casa, se dejaba caer desalentado en una butaca: tras conocer algún nuevo desmán cometido, ya en las calles, ya en círculos más elevados, sacudía la cabeza o la inclinaba entre sus manos crispadas: “No era esto, no era esto lo que buscábamos”».

El general Fanjul le dijo que la junta quería que hiciera un viaje por Andalucía. Les llevó su impresión, que no pudo ser más negativa.

Era Sevilla una ciudad de aluvión, en la que se reunían y a la que emigraban todos los sin empleo y desheredados de las zonas adyacentes, por la necesidad que ésta tenía de mano de obra barata para los trabajos más duros. Llevaban éstos una vida infrahumana, hacinados en corralas o, aún peor, en barriadas miserables en el extrarradio; así, Amate, Triana la Roja y el Moscú sevillano. Aquella Sevilla sin esperanzas, sumida en la miseria material y moral, abandonada por los gobiernos, sin nada que perder y todo por ganar, fue el principal objetivo de los propagandistas pagados por el Komintern, que plagaron la ciudad de carteles comunistas y otros en los que figuraba la leyenda «Muera España, viva Rusia». Los comunistas sevillanos, aunque ahora moleste este apelativo, se llamaban con orgullo rojos; así, había milicias rojas, bandera roja, ejército rojo, socorro rojo, prensa roja, etc.

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Con este panorama, los conjurados sabían que no podían contar con Sevilla y menos aún después del fracaso de la sanjurjada, es decir del intento de golpe de Estado protagonizado por el general Sanjurjo en 1932, y de la dura represión que sufrió la guarnición, que arruinó muchas carreras militares y familias civiles. Quedó esta plaza marcada y fueron separados de ella cuantos jefes y oficiales eran sospechosos de anti republicanismo.

Tras varias conversaciones y cartas cruzadas con el general Mola, se entrevistó con éste por primera vez, personalmente, el 12 de abril, en Pamplona

 

Mola le asigna a Queipo la patata caliente de Sevilla:

 

La asignación para levantar Sevilla no se la insinuó Mola a Queipo hasta la reunión que ambos generales mantuvieron el 1 de junio en las afueras de Pamplona y en la que aquél expuso la necesidad de que se hiciera cargo de esta plaza, por considerarla vital, aunque, dadas sus peculiaridades, se había decidido no contar con ella en el plan inicial del alzamiento. Queipo quedó dudoso, puesto que ya había expuesto sus preferencias sobre las ciudades en las que quería levantarse: Valladolid, por ser su patria chica, y Madrid, por las dificultades que comportaba y el papel trascendental que su conquista tendría en el golpe de Estado. Pero en la reunión del 23 de junio en el puerto de San Miguelcho, Fanjul le comunicó, de manera inexcusable, que no se ocupara más de Valladolid, donde iría el general Saliquet y que él se encargaría de liberar Andalucía.

Además, levantaba sospechas entre los otros conjurados, por su conocido republicanismo:

Esta causó la máxima sorpresa, ya que su figura, por la trayectoria seguida en los años de la República, despertaba muchas reticencias; por ello, ambos comandantes tomaron la decisión de no informar a sus compañeros del nombramiento de Queipo de Llano hasta el 10 de julio y sólo a unos cuantos de los comprometidos, por miedo a la reacción de los grupos falangista y tradicionalista. De hecho, la elección de Queipo para sublevar Sevilla sorprendió a todos; a los falangistas, porque era aún muy reciente y vivo en la memoria de todos el enfrentamiento con José Antonio Primo de Rivera en el café Lyon D’Or, y a los tradicionalistas, por la postura decididamente antimonárquica adoptada por el general.

… se confirmaba el nombramiento de Queipo de Llano. Este fue consciente del peligro al que iba a enfrentarse, pero su arrojo le hizo aceptarlo y luchar hasta el límite de sus fuerzas, y logró ganar Sevilla para la causa nacional, pese a las inmensas dificultades que debía afrontar. Consideró que era su deber y que, a fin de cuentas, se trataba de mantenerse durante unas horas, hasta que se tomara Madrid y triunfara el alzamiento.

Queipo derrocha Cabeza (en este caso sí), Corazón y Cojones en Sevilla:

Sí que hizo falta audacia para que un hombre sin más compañía que un ayudante llegara a Sevilla, donde sólo había cinco o seis oficiales comprometidos, con la intención de sublevarla contra el poder constituido. Quizá le ayudó en esa tarea su valor, hasta su estatura, su arrogancia y decisión, y esa voz fuerte, ronca, para que Villa Abrille y su Estado Mayor y los jefes y oficiales del Regimiento de Granada se achicaran ante sus amenazas».

  Esto pareció a todos, y lo fue, un milagro de energía personal [a los que lo presenciaron y vivieron aquellos días]. Muchos años después, mucha gente parece querer considerarlo una especie de farsa.

 

  «Al volver de mis viajes de exploración por esta bendita tierra andaluza, había hecho presente en Madrid que en Sevilla no había nada que hacer, que no se contaba con los elementos más indispensables para triunfar.

 

  Sin embargo, se me ordenó que fuese para sublevar la guarnición de Andalucía y salí de Madrid sin hacer una objeción, sin oponer la más pequeña dificultad; pero consciente de la magnitud del empeño y decidido a perecer en él si era preciso.

 

Como se ha dicho, no se copiarán aquí la serie de sucesos prodigiosos que protagonizó Queipo.

Otro pellizco a Franco (que en efecto era cuco…):

Tras la reunión celebrada entre varios militares en Madrid, en el domicilio del diputado señor Delgado, se entrevistó con Franco, antes de que éste se marchara a su puesto en Santa Cruz de Tenerife; allí conoció sus dudas y contradicciones. El general Sanjurjo dijo de él: “Franco no hará nada que le comprometa y estará siempre a la sombra porque es un cuco.” A una comunicación enviada por Queipo llegó a contestar que si le volvía a hablar del golpe de Estado, “daría cuenta al gobierno de Azaña”. Y de hecho, el 23 de junio escribió una carta al jefe del Gobierno, Casares Quiroga, en la que veladamente insinuaba la posibilidad de un alzamiento militar, pero se había redactado en tal forma que nadie podía decir si estaba advirtiendo al gobierno de la conjura de la que formaba parte o si comunicaba un hecho incuestionable: exponía la situación dramática que se vivía en España y el descontento del ejército, a fin de que el ejecutivo tomara las medidas oportunas para poner término al desorden reinante.

 

Un pequeño episodio:

En las carreteras patrullaban los elementos del Frente Popular. En Carmona estuvo a punto de ser detenido. Ocho guardias de asalto los detuvieron y les pidieron violenta y nerviosamente su identificación.

  Uno de los agentes se acercó al coche.

  —Documentación.

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  Queipo se identificó.

  —General Queipo de Llano.

  —¿Eh? Bien, ¿y qué hace aquí sin el salvoconducto necesario?

  —Cuádrese. —Y esto lo dijo con su voz más firme y arrogante—. Y ahora, le ordeno, primero, que me trate con el debido respeto a mi jerarquía; después, que sepa, aunque parezca ignorarlo, que en mi condición de jefe de Carabineros no preciso de salvoconducto para salir de mi guarnición, y en último lugar, que salgan todos del paso.

  —Mi general —hay cierta sorna en su voz—. Permítame ver su documentación.

  —Mi documentación está en mi maleta, y ésta, en el maletero, y yo no voy a perder mi tiempo buscándola entre mis efectos personales, habida cuenta de la rapidez con que debo llegar a mi destino. Por tanto, en este mismo momento, mi chófer va a arrancar y estoy dispuesto a arrollar a cualquier indisciplinado que se cruce en mi camino. Si estas razones no le satisfacen, en el maletero también llevo mi pistola, que puede, a lo mejor, convencerle más que mis palabras. Y en último extremo, si quieren ustedes, pueden disparar contra mi coche.

  El guardia de asalto se apartó amedrentado ante la voz airada y firme del que así se le enfrentó, e incomprensiblemente no comunicaron a sus superiores la llegada del general.

Más sobre la dificilísima papeleta de Sevilla la roja:

Sevilla, como Madrid, estaba minada por la propaganda roja; unos mandos obedientes a poderes secretos; un cuerpo de asalto, numerosísimo y bien dotado; unas juventudes militarizadas, adiestradas en el manejo de las armas, temibles por su número, y un ambiente social corrompido.

  En Sevilla, en la noche del 17 de julio, el Frente Popular preparó hombres, armas y cuantos elementos tenía disponibles. Ya se sabía que en África había comenzado un movimiento militar. Acudieron al despacho del gobernador republicano los marxistas más exaltados: fueron a pedir armas. En la Maestranza había cerca de cincuenta mil fusiles, según dicen. “¡Armas para el pueblo!” era la consigna. Afortunadamente, para Queipo, el gobernador no se mostró propicio. Conferenció largamente con Madrid.

En el cuartel de la Guardia de Asalto velaban los guardias, numerosos y bien pertrechados. Disponían de coches blindados y de armas automáticas. Los cuarteles del ejército estaban casi vacíos.

Y el nombre del republicano Queipo al frente del Alzamiento en Sevilla desconcierta:

Arden las casas de la burguesía de la calle de los Reyes Católicos. Arden los templos. El pueblo que pedía armas está en la calle.

  Suena un nombre entre los conspiradores: Queipo de Llano.

  Esto va a generar entre ellos un momento de desconcierto. Queipo es inspector general de Carabineros, consuegro del que fue presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, y uno de los hombres que más ha hecho para implantar este régimen en España. ¿Qué hace dirigiendo el alzamiento en Sevilla? La primera sorpresa que todos sienten irá cediendo y convirtiéndose en entusiasmo según vayan produciéndose los acontecimientos.

Como indicado, el resto hay que leerlo directamente: CAPÍTULO XI. El alzamiento

Una curiosidad, los toreros de la época eran casi todos falangistas:

Una vez en Sevilla, va directamente al hotel Simón; a los pocos momentos acude aquel hombre de bien, valiente y caballeroso como pocos, que fue José García Carranza, el torero conocido por Pepe el Algabeño, por el que Queipo sintió siempre un afecto y una amistad poco comunes. Se presentó éste con su proverbial buen ánimo y asegurando que cuenta con mil quinientos falangistas. Bien distinta es la realidad.

Marchó el Algabeño a prevenir a los falangistas y a poco llegaron el comandante Rementería y el capitán aviador Carrillo. Cuesta estaba en una Junta que se celebraba en la División. Tras breve conferencia, marchó el primero, jefe de Milicias de Falange. El segundo se quedó a almorzar conmigo. Verdaderamente, la empresa en que nos comprometíamos era cosa de locos… No se contaba con ningún general, con ningún jefe, si se exceptúan los comandantes Rementería y Cuesta, algunos capitanes, con los que no había hablado, algún teniente, según me decían…

En total habían acudido quince falangistas a la División. ¿Dónde estaban los 1.500 de que me había hablado el pobre Pepe? Al preguntarlo se me contestó que la mayor parte estaban en los pueblos y que no podían venir por estar cortados los caminos y los de Sevilla estaban en la cárcel.

Esta es la situación al acabar el día 18 de julio, y la explicación de por qué los rojos se dejaron comer el queso:

  Es decir, que en cuatro o cinco horas habíamos rendido a todas las fuerzas de Seguridad aquí reunidas, apoderándonos de cientos de fusiles, pistolas, dieciséis ametralladoras y tres “autos” blindados».

las masas, sin jefes, se dedicaron al pillaje, al incendio de iglesias y viviendas, a la destrucción de obras de arte, especialmente religiosas, y a vengarse de sus enemigos. Durante los días que los milicianos fueron dueños de Triana y de los barrios del norte de la ciudad, las gentes de los suburbios, sobre todo, mataron sin piedad, sembrando el terror entre la clase media que residía en estos sectores e incluso entre los obreros que no secundaron las consignas de los agitadores y propagandistas soviéticos.

Esta era la morralla roja; pollos sin cabeza que casi siempre suelen acabar pagando con su vida cuando triunfa su propia revolución porque ya no sirven para nada a los demagogos que les calentaron la cabeza. Conste que no me dan ninguna pena.

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