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Aunque el pintor italiano Giorgio de Chirico formó parte de lo que conocemos como “movimiento moderno”, y así ha sido considerado por la crítica y el público, y, por supuesto, así figura también en los libros y manuales de Historia del Arte, sus memorias –Memorie della mia vita– son una crítica demoledora contra el citado movimiento.

Tal vez su rechazo de las vanguardias no fue más que un intento de distanciarse de sus contemporáneos y subrayar su propia singularidad. O acaso nunca se sintió parte del medio artístico que le tocó vivir, y se cansó de fingir una vez alcanzada cierta fama e independencia. O quizá se arrepintió de compartir algo con “las vanguardias” cuando advirtió el funesto destino al que abocaban al arte.

Sea como fuere, lo cierto es que si no conociéramos nada más de Giorgio de Chirico que las imágenes de sus cuadros y lo que de ellos se ha dicho y publicado, nos llamará la atención la opinión que las vanguardias, el arte moderno en general, y el arte abstracto en particular le merecían. Sus argumentos, poco divulgados e intencionadamente ignorados son, sin embargo, muy interesantes, y su experiencia desde dentro de la corriente moderna resulta especialmente reveladora.

Dicho lo anterior, lo primero que llama la atención del testimonio de Giorgio de Chirico es el peso que otorga a la Educación y a una buena formación. Y, pese a que algunos le reprochan el tono acre y encendido de sus diatribas, no es cierto que su relato sea una sucesión de juicios negativos. Así, al recordar su infancia en Grecia y a sus maestros antes de ingresar en el Politécnico de Atenas[1], lo hace con respeto y cariño: Mavriudis, Carlo Barbieri o “un señor siciliano llamado Vergara”, merecen el reconocimiento agradecido de don Giorgio… Del Politécnico cita al paisajista Bolonakis[2] y al retratista Jacobidis[3], ejemplos positivos que sirven de contraste frente a aquéllos dignos de su condena: “[…] los hombres de hoy […] tienen el cerebro lleno de tonterías. Si, por ejemplo, hoy un niño no consigue dibujar una cabeza, su padre […] no sabrá enseñarle […] si además, para desgracia del niño, el padre es un intelectual, no sólo no le enseñará ningún sistema, sino que le animará a dibujar mal, a dibujar cada vez peor […] esperando que así pueda algún día ser un Matisse y conseguir fama y dinero”[4].

Como hace ver en distintos pasajes, el mayor reproche que puede hacerse a la modernidad es la renuncia a la excelencia y al conocimiento del oficio: “Si hoy mi maestro Mavriudis estuviera en Roma podría dar clases a todos nuestros ‘genios’ modernos y enseñarles que antes de ser cezannianos, picassianos, soutinianos o matissianos y antes de tener la emoción, la angustia, la sinceridad, la sensibilidad, la espontaneidad, la espiritualidad y otras tonterías por el estilo, harían mejor aprendiendo a sacar una buena y bonita punta a su lápiz e intentando después dibujar bien un ojo, una nariz, una boca o una oreja con dicha punta”[5].

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En tal sentido, de Chirico señala a los responsables del estado de postración y descrédito de las artes y el papel de la educación en la normalización y blanqueamiento del arte moderno: “Los mayores responsables del colapso que afecta hoy al arte están protegidos, sostenidos y animados, sobre todo, por altos funcionarios del Ministerio de Instrucción Pública, que actúan en perfecto acuerdo con directores y directoras[6] de museos, profesores, críticos […]”[7]

Respecto al público, de Chirico es escéptico –o realista– en cualquier caso, pues incluso en el “gusto” por la buena factura de los antiguos, a menudo subyacen el mismo gregarismo e idéntica ignorancia: “[…] si después, con la educación y la instrucción, aprenden a expresar respeto y admiración por las obras de los grandes artistas del pasado, este respeto y esta  admiración son un hecho puramente mecánico que no responde a ningún sentimiento sincero ni a ninguna comprensión y convicción verdadera y profunda”[8].

De forma coherente con su crítica a las vanguardias, Giorgio de Chirico pone de manifiesto su admiración por el período más odiado por aquéllas: “aquel magnífico siglo XIX tan rico en arte, en pensamiento, en idealismo, en romanticismo, en virilidad y en humanidad y, sobre todo, en talento”[9]. Una centuria caracterizada por el conocimiento de los oficios, o dicho de otro modo: “[…] una época en la que los pintores sabían pintar, los escultores sabían esculpir […] en la que los escritores sabían escribir y tenían algo que decir, en la que los poetas […] por lo menos conocían las reglas principales de la prosodia, y los músicos ignoraban la dodecafonía […]”[10]

De hecho, Giorgio de Chirico proclama su reconocimiento a un buen puñado de artistas que considera virtuosos: Giacinto Gigante[11], Palizzi[12], Carnovali[13], Fontanesi[14], Segantini[15], Previati[16], Gemito[17], Gilliéron[18], Grosso[19], Tallone[20]… y tiene buenas palabras para una de aquellas grandes revistas decimonónicas profusa y bellamente ilustradas como L’Illustrazione Italiana[21].

Es más, de Chirico dedica el último capítulo de sus Memorias a la técnica de la pintura, y lo encabeza con esta reflexión: “La única causa de la decadencia en la que se encuentra hoy la pintura es la pérdida total de oficio, de técnica. Las palabras oficio y técnica, hoy, a causa de las maniobras de los modernos, han adquirido un significado de cosas de poca importancia, de las que casi no es decente ni hablar. Las grotescas leyendas creadas a propósito por los modernos para defender sus posiciones, leyendas como la espiritualidad y la inspiración, que según ellos están en la base de cada creación artística, el tormento, el ansia y otras estupideces e insensateces del género, son divulgadas por los intelectuales, que las repiten como si fueran papagayos creyendo que así pueden quedar bien y parecer personas refinadas, puestas al día y, sobre todo, inteligentes. Estas leyendas basadas en la mentira y la mala fe son las trincheras en las que se esconden los modernos para camuflar y esconder su propia ignorancia e impotencia”[22].

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[1] Allí cursó una carrera de cinco años en la llamada “sección de Dibujo”.

[2] Konstantinos Volanakis (1837-1907). Notable pintor de marinas y paisajes costeros.

[3] Memorie Della mia vita. Primera parte (1945); segunda parte (1965). Memorias de mi vida. Editorial Síntesis, Madrid, 2004, pp. 60-61.

[4] Ibíd., p. 27.

[5] Ibíd., p. 33.

[6] No se trata de una concesión “inclusiva”, sino de una alusión directa a la directora de la Galleria Nazionale de Arte Moderna de Roma (GNAM), Palma Bucarelli.

[7] Op. Cit., p. 243-44.

[8] Ibíd., p. 47.

[9] Ibíd. p. 42.

[10] Ibíd., p.227.

[11] Giacinto Gigante (1806-1876). Pintor napolitano, representante de la llamada “escuela de Posillipo”.

[12] Filippo Palizzi (1818-1899). Buen paisajista, famoso por su pintura de género, tipos y costumbres.

[13] Giovanni Carnovali (1804-1876). Retratista.

[14] Antonio Fontanesi (1818-1882). Paisajista.

[15] Giovanni Segantini (1858-1899). Pintor emblemático de la corriente impresionista italiana conocida como “divisionismo”.

[16] Gaetano Previati (1852-1920). Exponente del “divisionismo” italiano.

[17] Vicenzo Gemito (1852-1929). Extraordinario escultor napolitano.

[18] Émile Gilliéron (1851-1924). Pintor especializado en arqueología.

[19] Giacomo Grosso (1860- 1938). Excelente retratista.

[20] Cesare Tallone (1853-1919). Magnífico retratista.

[21] Publicación semanal editada entre 1873 y 1962. El propio de Chirico trabajó para ella. Similar a La Ilustración Española y Americana, publicada entre 1869 y 1921.

[22] Op. Cit., p. 289. Capítulo “Técnica de la pintura”, pp. 289-304.

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