17/05/2024 03:20
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LOS CAPÍTULOS DE LA SERIE SON:

  1. Primera etapa. Málaga.
  2. Segunda etapa. Galicia.
  3. Tercera etapa. Barcelona.

3.4. París: etapa AZUL.

3.5. París: etapa ROSA.

  1. Las señoritas y el Cubismo

4.1. El comunista Picasso

4.2. Autor dramático y poeta.

  1. Las curiosidades del genio.

5.1. «Así fueron mis mujeres».

5.2.  Toros y Toreros.

  1. La guitarra, compañera inseparable.

6.1..  El «Guernica» y España.

  1. La «Plaza de toros PICASSO».

7.1.  La muerte y una herencia envenenada..

Tercera etapa: Barcelona

El verano de 1894 Don José Ruiz Blasco, el padre del “genio” consigue por una permuta con el profesor de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, Román Navarro, su traslado a la capital catalana y allí se establecerá la familia Picasso. Pablo sólo

tiene 13 años, pero ya apuntaba tan alto que hasta su propio progenitor le cede en un acto simbólico sus pinceles y su paleta. Pero, antes de trasladarse a Barcelona la familia decide viajar a Málaga, su tierra natal, y reencontrarse con los suyos y sus amigos de la infancia. Camino del Sur don José hace un alto en Madrid porque quiere enseñarle a su hijo el Museo del Prado y ¡oh Dioses! el joven e ilusionado pintor conoce a los grandes maestros de la pintura española: Velázquez, Goya, El Greco, Zurbarán, Murillo, Rivera y queda tan deslumbrado que ya nunca más se olvidará de ellos, y la luz de Velázquez, la imaginación de Goya y la “descomposición” de las figuras de El Greco influirán en toda su obra futura. En esos meses pinta “Retrato del viejo pescador”, una obra de corte realista en la que ya se atisba, sin embargo, su extraordinaria capacidad para reflejar la psicología de los personajes.

Al final del verano de 1895 la familia se instala definitivamente en Barcelona, primero en unas habitaciones alquiladas cerca del puerto y después ya en una casa situada en el número 3 de la Calle de la Merced. Naturalmente Pablo ingresa rápidamente en la Escuela de Bellas Artes de la Loja, donde el padre es profesor. Aunque el consejo de su padre (“Pablo, si quieres ser alguien en el mundo del Arte no tienes más remedio que irte a París”) no se le va de la cabeza y muy pronto, coincidiendo con la Exposición Universal de 1900, allí se va. Sería su primer viaje a la capital que tanto le marcaría en su vida (“Si Málaga fue mi cuna – diría en una ocasión – París fue mi cama”). No iba solo, sino acompañado por los amigos que había conocido en la cervecería “Els Quatre Gats” de Barcelona, un grupo de poetas y pintores que como él luchaban por encontrar su personalidad y el triunfo. Son los años del Modernismo, con Santiago Ruiseñor, Ramón Casas y Miguel Utrillo al frente.

“Yo conocí a Picasso en 1901. Luego le vi en París tres o cuatro años más tarde, en el estudio Durrio. […] Se veía que era un hombre de inteligencia. Probablemente quedará en la historia del tiempo como un tipo raro. […] Picasso tenía de joven un aire atrevido y genial. En el poco tiempo que estuvo en Madrid, en su estudio aparecieron treinta o cuarenta cuadros, hechos casi todos de memoria, algunos muy bonitos. Era, sin duda, hombre muy bien dotado, con posibilidades de hacer cosas extraordinarias. De los artistas que yo he conocido jóvenes creo que era de los que tenían más condiciones y más talento literario. […] Picasso es un hombre que ha intrigado al mundo entero durante mucho tiempo. Es un divo. Es posible que la suya haya sido la habilidad del hombre que sabe que sin disfraz no va a conseguir el éxito, y va tomando todas las mascaras que va tomando al paso.”

“Hacer un periódico con sinceridad es cosa que parece en nuestras días imposible. Pues bien: ARTE JOVEN será un periódico sincero. Sin compromisos, huyendo siempre de lo rutinario, de lo vulgar y procurando romper moldes, pero no con el propósito de crear otros nuevos, sino con el objeto de dejar al artista libre en el campo, libre completamente para que así, con independencia, pueda desarrollar sus iniciativas y mostrarnos su talento. No es nuestro intento destruir nada: es nuestra misión más elevada. Venimos a edifica. Lo viejo, lo caduco, lo carcomido ya caerá por sí solo, el potente hálito de la civilización es bastante y cuidará de derrumbar lo que le estorbe”

‘Autorretrato’ de un joven Pablo Picasso

El carisma de Picasso atrae a muchos jóvenes representantes de la burguesía catalana: los herederos Ángel y Mateu Fernández de Soto, el poeta Jaime Sabartès, el “dandy” Carles Casagemas, las familias Reventós y Pichot. Todos ellos son testigos de un crecimiento cultural sin precedentes… En ese periodo Picasso afina su capacidad para capturar las diversas tipologías humanas a través del descubrimiento de la caricatura. Incluso dedica una poesía a la capital catalana: “Barcelona, esa bella e inteligente [ciudad] en la que he dejado tantas cosas en torno al altar de la alegría y a la que ahora añado un poco de melancolía del color del cuello de una paloma”.

En enero de 1901, Picasso vuelve a Madrid, no se ha olvidado del Museo del Prado. Es su segunda etapa de bohemia madrileña y la aventura de Arte Joven, una revista que subvenciona su amigo y escritor Francisco de Asís y Soler y que ilustra el malagueño. Sólo vio la luz unos meses, entre el 10 de marzo y el 1 de junio, pero en su Redacción conoció e ilustró los artículos a José Martínez Ruiz (todavía no era ‘Azorín’), Silverio Lanza, Salvador Rueda, Santiago Rusiñol, Jacinto Verdaguer, Miguel de Unamuno y los hermanos Baroja. Don Pío le recordaría así en sus Memorias:

‘Ciencia y caridad’                                                                                                                                                                                                               ‘La primera comunión’

Restaurante “Els 4 gats”

París: Etapa Azul

Cuando un día le preguntaron a Unamuno por qué se contradecía tanto a sí mismo el sempiterno rebelde “Don Miguel” respondió sin inmutarse: “Señores, es cierto, he cambiado, cambio y cambiaré muchas veces porque, en mi criterio, sólo las piedras y

los tontos no cambian y permanecen fieles a sí mismo hasta la muerte”. Pues, algo muy parecido puede decirse sobre la vida de Pablo Picasso, ya que al repasar su biografía rápidamente salta a la vista que realmente no hubo sólo un Picasso y que en su largo recorrido por este mundo (91 años) se descubre que hubo muchos Picasso.

Hoy toca hablar del Picasso azul, o mejor de la “Época Azul” de Picasso. O sea de aquellos 4 años (1900-1904) que vive en París y que se considera “una de las etapas más fructíferas, conocidas y determinantes de su carrera”. Fueron, sin duda, los años más difíciles que vivió el genio malagueño, pues fueron para él los “años del hambre y la miseria”. Aunque también fueron los años de las grandes amistades y de las grandes influencias. Cuando de Velázquez, Goya, Zurbarán (sin olvidarlos nunca) se pasó a Van Gogh, Gauguin, Renoir y Toulouse-Lautrec. Pero, por encima de todo influyó en él la muerte de su mejor amigo, Carles Casagemas, porque, aquella muerte (suicidio) le marcó para toda su vida, tanto que sus biógrafos hablan de “un antes y un después” incluso en su obra pictórica.

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Pintar la verdadera muerte de Casagemas es alcanzar por fin la sinceridad que predicaba en “Arte Joven”. Pensando en Casagemas, me dirá más tarde, empecé a pintar en azul”. Su biógrafo Pierre Daix escribe: “Si bien la idea pudo serle sugerida por algunos Lautrec o las tiradas en azul de las pruebas fotográficas, el azul es, ante todo, psicológico. Vuelta a sí mismo y a la vida tal como es. La vida ficticia, de apariencias brillantes, que trató de captar, disimula todo lo que él sabe. ¿Cómo, al pensar en Casagemas, no iba a volver a ver el contrate de la pobreza española con la vida parisina, la pobreza de los campos andaluces y Galicia con la de los suburbios de Barcelona? La pobreza que tal vez lo espera”.

Sobre este tema, la amistad de Picasso con Casagemas, no hay más remedio que leer la obra “Nada es bello sin azar” de Artur Ramon, donde puede leerse esta versión: “Casagemas viajó a París junto a Picasso para visitar la Exposición Internacional de 1900. Se instalaron en el antiguo estudio de Isidre Nonell, sin duda el artista que más influencia ejerció en la formación de la personalidad pictórica de Casagemas. Fue allí dónde se enamoró de Laure Gargallo, conocida como Germaine Gargallo, una modelo. Su impotencia sexual hizo que la relación fracasara. «En aquella época las relaciones eran muy abiertas a nivel sexual para ellos. París suponía un contraste muy grande con lo que habían vivido en Barcelona y les abre unas puertas que habían tenido cerradas». Al cabo de tres meses, Picasso intentó alejar su inseparable amigo de París porque empezaba a tener malas sensaciones, y se lo llevó para Navidad a Málaga. Pero Casagemas estaba tan obsesionado por su modelo que volvería pronto a París, donde le esperaba su final trágico.

Profundamente deprimido por el rechazo de Germaine, intentó matarla con una pistola en el parisino Café Hippodrome, hoy Palace Clichy. Tras fallar el tiro se apuntó a la cabeza y disparó, acabando con su vida a la edad de 20 años. El suicidio marcó profundamente a los

 

‘Evocación (El entierro de Casagemas)’, de Pablo Picasso

‘El entierro del Conde Orgaz’, de El Greco

amigos del pintor, Manolo Hugué y Manuel Pallarés, quienes se hallaban presentes en el momento del accidenteAún así nadie lo vivió como Picasso, que se obsesionó con ese suicidio hasta el punto de dedicarle varios cuadros en los que recreaba a su amigo muerto o su entierro a la manera de aquel célebre que hizo el Greco para el Señor Orgaz. Artísticamente hablando hubo un antes y un después en la obra de Picasso, quien a partir de éste incidente inició su etapa artística conocida como el Periodo Azul”.

Tres cuadros le dedica a su llorado amigo (las tres están firmadas en 1901 y ya por Picasso y no por Ruiz como había venido firmando hasta ese momento).

La primera fue “La muerte de Casagemas”, y en ella inaugura el valor taumatúrgico de muchas pinturas posteriores. “El artista -sigue diciendo el biógrafo- siente la necesidad de exorcizar el espectro de un suicidio del que en parte se siente responsable”. En ella aparece la imagen de la cabeza devastada por el agujero del proyectil, que se vuelve aún más espectral por las sombras amarillo-verdosas proyectadas por los reflejos de la vela sobre el rostro del muerto.

En la segunda que le dedica (“Casagemas en el ataúd”) se centra más en el perfil afilado del amigo, que se ofrece violentamente a la mirada del espectador. En ella domina ya el azul como anticipo de la tercera, la más curiosa de ellas. Picasso la tituló “Evocación (El entierro de Casagemas)”. La pintura descubre que todavía en esa época estaba muy influenciado por el Greco, ya que el “El entierro de Casagemas” es casi una copia de “El entierro del conde de Orgaz” del toledano. Además lo hace así intencionadamente, aunque, naturalmente, con cambios sustanciales, pues si en la obra del Greco la escena alta del fondo está dedicada a la Corte Divina en la del malagueño aparecen una serie de mujeres desnudas y prostitutas compungidas por la muerte. Más llamativa es la escena inferior, pues si en la obra famosa del griego aparecen dando sepultura una serie de nobles encopetados y representantes de la Iglesia ornamentados con lujo de detalles en el cuadro picassiano los que aparecen son un grupo de “miserables desamparados”, que enlutados de azul lloran ante el cadáver blanco impoluto del muerto. Es quizás la obra cumbre de aquella “Época Azul”, aunque no la única, pues entre 1902 y 1904 firma “La bebedora de ajenjo”, “Madre con niño a orillas del mar”, “El guitarrista ciego”, “La vida” o “Carlota Valdivia (La Celestina)”.

Pero, privado de recursos económicos –como escribe Rafael Inglada-, desprovisto de dinero y alimento, decidió regresar al hogar paterno y en Barcelona permaneció hasta abril de 1904, cuando junto a su otro amigo Sebastiá Junyent-Vilar decide marcharse a París para instalarse en la capital del arte definitivamente. Afortunadamente para el malagueño fue a partir de ese momento cuando la vida comienza a sonreírle y el azul se va cambiando al rosa. Tal vez porque es cuando, además, se enamora por primera vez en su vida, la agraciada es Fernande Olivier, una modelo que aunque está casada, también se enamora perdidamente del artista. Atrás quedan la penuria, la melancolía, las tristezas y los pensamientos negros y azules y con el lienzo “El Actor” entra en la llamada “Época Rosa”, que se extenderá hasta 1907.

Paris: Etapa Rosa

Confieso que para realizar esta mini-serie sobre Picasso me he servido de varias biografías y algunos estudios sobre sus obras. Entre ellas la de Rafael Inglada, directivo de la Fundación “Pablo Ruiz Picasso” de Málaga, y la de mi amigo Antonio D. Olano, el periodista español que tenía el honor de entrar en su casa “Nuestra Señora de la Vida” en Mougin (Costa Azul), sin necesidad de pedir audiencia. También me ha sido de gran utilidad la obra dirigida por Paloma Esteban. Dicho esto, y ante la imposibilidad de meter el agua del mar en un cubo, he llegado a una conclusión, de que el genio malagueño tuvo dos grandes pasiones en su vida: las mujeres (“para crear algo hay que estar llenos de amor o de odio”) y el ansia de la fama y la gloria (“la sociedad no acepta a los perdedores, ha

estado y estará siempre con los ganadores. Vencedores o vencidos”).

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Y así se ve desde el momento que en 1904 se instala definitivamente en París.

En 1904 –se dice en Art Book- deja definitivamente Barcelona y se traslada a París. Elige como cuartel general el “Bateau Lavoir”, el extraño edificio de Rue Ravignan que albergaba los estudios de numerosos artistas bohemios. Por allí pasarán números pintores y escritores amigos de Picasso (Modiglani, Juan Gris, Andrés Salmón, Francisco Durrio, Max Jacob, Paul Fort y sobre todo Guillaume Apollinaire, el poeta rompedor de moldes y gramáticas)”. Son gentes con los bolsillos vacíos y las cabezas rebosantes de ideas.

Picasso ya sabe lo que quiere y da por clausurada su “Etapa Azul”, es decir la etapa triste, de la miseria y la pobreza… y en la primera obra (“El actor”) que pinta tras su llegada ya se ve que los azules y los negros se han tornado en ocres y rojos. Pero casi coincidiendo en el tiempo le suceden dos cosas que marcaran su vida: conoce al marchante y galerista alemán Daniel-Henry Kahnweiler, que sería su representante artístico hasta su muerte… y se enamora de Fernande Olivier, una de las modelos más cotizadas de París, y aunque está casada, se entrega al genio y con él vive un romance y un verdadero amor. Tanto que Picasso decide perderse con ella y sin avisar ni a los amigos se busca un nuevo e idílico lugar en la geografía española, Gósol, un pueblo perdido en el corazón del Pirineo catalán y allí entre las montañas son felices, aunque el artista no pierde el tiempo y pinta “Los adolescentes” y “El aseo”.

También hay que resaltar que en esos años conoce a los hermanos Leo y Gertrude Stein, coleccionistas de arte norteamericanos, quienes pactan con el malagueño comprarle todas las obras que pinte… Y eso es la puesta en marcha de la rueda de la Fortuna económica. Por ello no sorprende que 1905 sea uno de sus años más productivos y pinta sin descanso: “Muchachas con corneja”, “Cabeza de arlequín”, “Muchacho con pipa” (este cuadro se vendería el año 2004 en una subasta, en la galería Sothebys de Nueva York, en cifra récord, por el momento, de 104 millones de dólares), “Mujer con abanico”, “Acróbata y joven equilibrista”, “Madre e hijo”, “Muchacha de Mallorca” y sobretodo “Familia de saltimbanquis”, porque en la obra está ya el nuevo Picasso (obra que aprovecha para pintar a su gran amigo Apollinaire, vestido de rojo, y a sí mismo en un autorretrato vestido de arlequín). Lo cual no sorprende porque en esos dos años cortos Picasso descubre el circo y con él a los saltimbanquis, acróbatas y payasos. También en esa “Etapa Rosa” se “engolfa” con el desnudo femenino y partiendo de “El baño turco” de Ingres (o incluso de la “Venus del espejo” de Velázquez) realiza varias obras maestras, entre ellas “Desnudo con las piernas cruzadas”, “Muchacha desnuda con cesto de flores”, “Desnudo sentada” y “La bella holandesa”.

‘Familia de saltimbanquis’

Durante este periodo -escribiría el crítico Christian Zervos-, Picasso se interesa exclusivamente por los valores humanos, fuera de las figuras, nada o casi nada estimula su pincel. No hay ninguna naturaleza muerta; aparte de dos vistas de Barcelona, el paisaje aparece ocasionalmente en algún fondo: cuando un artista está obsesionado por el misterio humano, raras veces emplea el paisaje si no es como un fondo necesario… Lo esencial, para Picasso, es la emoción suscitada por el hombre y es en esto una de las principales características de su espíritu… Al propio tiempo, Picasso consigue la plena maestría en el dibujo, conquista un virtuosismo en él que es de los más raros y de los más peligrosos; el trazo es de una seguridad sorprendente en un artista de veintitrés años: no se advierte en él la mínima incertidumbre. Otros habrían insistido en ello, lo habrían atesorado; pero Picasso

había recibido de la naturaleza otros muchos dones aparte del de dibujar a la perfección, había recibido facultades proporcionales a sus ambiciones y, jovencísimo, tiene una conciencia exacta de sí mismo. De cualquier modo que se considere su obra, se le encuentra siempre en un continuo camino hacia la visión interior, unido a la conciencia de no haber realizado nunca del todo lo que sentía: sobrehumana ambición que lo deja eternamente insatisfecho y hace que se oriente en direcciones siempre nuevas”.

Pero, Picasso no acaba de estar satisfecho con lo que hace y sigue buscando nuevas formas, nuevos colores y nuevos temas, cada día está más convencido de que la naturaleza y los seres humanos son mucho más de lo que ven los ojos y busca otras dimensiones, lo que está detrás de lo que se ve o eso que no perciben la mayoría de los mortales. Por eso cuando le critican sus extrañas formas siempre dirá lo mismo: “yo no pinto lo que veo, yo pinto lo que pienso”. “Este mismo motivo lo induce -sigue Zervos- a abandonar, a comienzos de 1906, el hábito de transcribir la naturaleza humana todo lo fielmente que les permitiera sus capacidades y mientras se aplica a la supresión del episodio y a la contención de su propia violencia emotiva, para alcanzar el dominio de la práctica intenta procurarse un equivalente de la naturaleza, asegurarse alguna recitación de la vida, afirmar con mayor generalidad la esencia del ser humano”. Picasso estaba ya sembrando el Cubismo y en su mente ya estaban “Las señoritas de Avignon”.

El romance y el gran amor que vivió con Fernande Olivier duró hasta 1911 y en un libro que publicó años después (“Picasso y sus amigos”) diría: “fui su compañera fiel durante los años de miseria y no he sabido ser la de los años de prosperidad”. (Ver algunas de las obras de la “Época Rosa” en la página web del “Diario CÓRDOBA”).

‘Muchacho con pipa’

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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