14/05/2024 19:47
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Esta es la decimoprimera parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí.

Capítulo 8. La República frente a la sublevación: una alianza de clases antifascistas (1936-1937)

Entramos aquí en el siempre ejemplarizante episodio de la revolución devorando a sus hijos. El título del capítulo pone de manifiesto el torcido entendimiento de Aróstegui, que considera fascistas a los alzados, lo que es un grave error de juicio o, más probablemente, la consecuencia de un entendimiento torcido ideológicamente.

Los sucesos son conocidos: Alzamiento, dimisión de Portela, intento fracasado de formar gobierno por el gran masón Martínez Barrio, gobierno de Giral con entrega de armas a los sindicatos de frentepopulistas (no “al pueblo”, a los sindicatos frentepopulistas).

El intento de Martínez Barrio, tras el que se encontraban Azaña y, prácticamente con unanimidad, la opinión republicana de izquierdas, no por haber sido efímero e infructuoso resulta menos significativo. Con él los republicanos se sumaban a un proyecto pactista, que se instrumentalizaría, primero, mediante la formación de «un Gobierno de significación moderada dentro de la política republicana», cuyo objetivo habría sido, después, «detener la rebelión», con o sin la inclusión de algunas personalidades rebeldes en tal Gobierno…

Y no podía ser de otra forma. La pequeña burguesía, desde entonces, quedaba imposibilitada de actuar políticamente si no era como subordinada a proyectos personificados por otras clases y fuerzas.

Tal era el círculo infernal en el que se movía la élite del republicanismo de izquierdas español ante la sublevación, es decir, el de su hamletiana duda acerca de cuál era el mal mayor: si la sublevación misma o la posibilidad de revolución de un pueblo armado para enfrentarse a aquella.

Lo de “pequeña burguesía” es una expresión ridícula, propia de un pequeñobrerista. En todo caso, la guerra va mal, muy mal, al gobierno de Giral. Los alzados se acercan a Madrid…

En los últimos días de agosto la situación se precipitó. La prensa de la izquierda, con matices, insistió en la necesidad del cambio.

Al día siguiente, Caballero —«el Viejo», vestido con mono y pistola al cinto, anota Revoltoso— diría cosas de mayor calado aún. Las críticas contra el Gobierno Giral fueron recias. «Todas las fuerzas populares están encuadradas fuera de los marcos gubernamentales, en torno a los sindicatos socialistas y anarquistas». Por consiguiente, «las milicias obreras no hacen caso al Gobierno y, de seguir las cosas así, ellas tomarán el poder en sus manos».

Tenían razón: mientras los republicanos de izquierdas jugaban a mantener “la legalidad republicana” bien afeitados y perfumados en sus despachos, los milicianos se jugaba el tipo en el frente, sudorosos y con barbas de varios días.

La resistencia de Azaña parecía, pues, haber quedado definitivamente vencida ante la contundencia del documento suscrito por el Gobierno Giral en pleno, fechado el día 4, en el que declinaba sus poderes. Azaña se vio obligado a ceder ante las presiones de muchos combatientes, las milicias y los medios políticos.

… [la] opinión de Azaña, vertida en sus Diarios, sobre la formación del Gobierno de septiembre y la entrada posterior en él de los anarcosindicalistas en noviembre. … no solamente contra mi opinión, sino con mi protesta más airada, se impuso la modificación ministerial de noviembre, con la entrada de la CNT y los anarquistas, aconsejada como inevitable y útil por los mismos republicanos…

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Socialistas y anarquistas reemplazan a los republicanos de izquierdas en el gobierno; en menos de un año serían reemplazados a su vez por los comunistas, con Negrín de mascarón de proa. Así se formó el “Gobierno de la Victoria”.

reservando para sí mismo la cartera de Guerra, condición inexcusable de su aceptación, [Caballero] nombró directamente a Álvarez del Vayo y Ángel Galarza para sus respectivas carteras. Se dirigió a la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista para que designase tres ministros para los departamentos de Industria y Comercio, Hacienda y Marina, sumando a este último el de Aire. Con ello se integraron en el Gobierno dos hombres clave, Indalecio Prieto y Juan Negrín, por más que este último fuese poco conocido.

 

El Partido Comunista de España actuó en todo el tiempo que precedió a la integración en el Gobierno de una manera sinuosa que refleja las posiciones cambiantes y dudosas, en principio, de quienes decidían, en definitiva, las actuaciones de la organización española, es decir, la Komintern y los organismos de gobierno soviéticos.

 

La cuestión era que Caballero no aparecía precisamente como un dirigente moderado a los ojos de la opinión internacional y que la presencia de los comunistas en un Gobierno presidido por él, preocupados como estaban por mostrar una imagen que no desbordara en absoluto el marco de una República democrática, no era vista por Moscú con buenos ojos.

 

En un libro acusatorio y panfletario, escrito en el exilio una vez excluido del partido, el ministro comunista Jesús Hernández señalaría que la dirección española decidió que «lo revolucionario era no colaborar», pero que «sometida nuestra decisión a Moscú, con un poco de asombro, recibimos la orden de participar en el gobierno». Esto no es absolutamente falso pero, cuando menos, distorsiona bastante lo que realmente sucedió.

Aróstegui confirma la estrategia “sinuosa” del PCE y su dependencia de Moscú tomando como referencia el libro de Jesús Hernández que sin embargo califica de panfletario. No se entiende… En todo caso, el libro está comentado aquí. También suelta alguna banderilla más, por ejemplo contra la republicana Campoamor, a cuenta de lo mismo: la intervención del embajador soviético. Sin embargo, despues reconocerá que no se podría gobernar sin su visto bueno.

En resumen, en septiembre del 36, Caballero es Presidente del Consejo y Ministro de Guerra, con un gobierno de concentración obrerista que incluía hasta a la CNT, “el Gobierno de la Victoria”.

Coincidiendo con la subida al poder del nuevo Gobierno de Largo Caballero, la República española dejó establecida inequívocamente su voluntad de resistencia frente a la insurrección, con lo que esta pasaba a convertirse en auténtica guerra.

… era el momento, ahora sí, de construir, sostener y hacer operativa una eficaz alianza contra el fascismo, y esa expresión misma fue la que prevaleció desde entonces en su lenguaje.

 

Es un gobierno frentepopulista… Mi gobierno representa a todos los trabajadores españoles agrupados en los sindicatos y a todas las fuerzas del pueblo cohesionadas en la defensa del país… Naturalmente, los republicanos, los socialistas, los comunistas, los anarquistas, tienen sus ideas acerca del desarrollo social de España, distintas teorías y distintos proyectos prácticos. También los tengo yo pero me los callo. Hoy todas las diferencias han sido postergadas. Constituimos un organismo único, con un objetivo único: derrotar al fascismo[87].

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… presencia de todas las fuerzas que componían el Frente Popular, con la excepción del POUM y con la inclusión de algunas que no participaban del pacto. La clave de la decisión era claramente que ninguna fuerza defensora de la República quedase fuera del organismo gubernamental.

quedaba excluido un grupo bien conocido: el comunismo no estalinista que había firmado el pacto frentepopulista.

La contradicción salta a la vista: el POUM, que participaba en los combates, es excluido del gobierno, para no molestar a Stalin tenía poder de veto en aquella república democrática. Y en todo caso, los alzados no eran fascistas, así que toda la retórica “antifascista”, que Aróstegui suscribe, cae por su propio peso.

En política, el PSOE sigue con la unificación de los obreristas y los intentos de creación del Partido Único del Proletariado:

Los socialistas de la ASM decían que había que promover enérgicamente la unificación de los partidos marxistas, «que nunca puede significar entrega individual o colectiva de ninguna de las organizaciones implicadas a la otra».

… mientras que el proyecto caballerista atendía sobre todo a la constitución de un cierto bloque político-social comprometido en sustentar un poder capaz de afrontar la sublevación, un proyecto como el representado posteriormente por Negrín, con el apoyo fundamental del Partido Comunista, se basaba mucho más en la hegemonía de un partido y en el estrechamiento de la base política que realmente ostentaba el Gobierno a cambio de una mayor cohesión y una dirección de la guerra mucho más centralizada. La experiencia negrinista posterior mostró mayor eficacia en principio, aunque su desgaste fue también efectivo y rápido, mientras que la experiencia de Caballero y sus apoyos sindicales, sobre todo, se detuvieron mucho más en intentar un imposible consenso de organizaciones y de grupos. Lo que está claro es que en ningún caso puede decirse que el proyecto de Largo Caballero representara una mera y simple restauración del poder burgués.

¡El poder burgués! Otra muestra más de las categorías mentales en que se mueve Aróstegui. Detrás de todo esto está la discusión sobre la precedencia entre ganar la guerra y hacer la revolución.

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