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SITUACIÓN POLÍTICA ACTUAL

DECLARACIONES PARA «BLANCO Y NEGRO»

Publicadas en el Nº 3.495, del 25 de abril al 1 de mayo de 1979

 

P.- Cuando usted llegó a las Cortes, ¿hubo alguien que le mirase a la cara?

R.- No solamente me miraron, sino que escudriñaron y auscultaron y en alguna ocasión me miraron con telescopio, con microscopio y hasta con rayos equis.

P.- Vamos, como si se tratara de una rara «avis».

R.- Para muchos era una persona desconocida en el sentido de que no habían tenido la oportunidad de mirarme en directo, y siempre, en estos casos, se crea en torno a la persona una especie de aureola o leyenda, más o menos ve­raz, que, lógicamente, despierta curiosidad. Desde el punto de vista políti­co, yo era un diputado que había entrado en el Parlamento sin abdicar absolutamente de nada, sin contar con nadie, sin consensuar con nadie. Es decir, de una forma nítida y trasparente. Y esto siempre infunde respeto, aun cuan­do no se comulgue con la ideología de esa persona.

P.- Ya. ¿Y alguien le habló? ¿Alguien le dirigió la palabra?

R.- Verá usted: se me acercó un diputado socialista por Murcia…

P.- Un socialista, ¿dice?…

R.- Sí. Y me preguntó si yo era Blas Piñar. Le dije que sí, claro, y me con­tó que era socialista desde hacía cuarenta y siete años. «No comulgo con sus ideas -agregó-, pero usted es un hombre leal a su pensamiento y ambos podre­mos llegar a entendernos». Me tendió la mano…

P.- Quiere decir que a Blas Piñar se le respeta en la Cámara.

R.- Creo que existe un respeto de tipo personal. Lo que ya no puedo garanti­zar es que haya un respeto de partido. Es decir, que, si un día la disciplina de partido se impone sobre las reacciones personales, la actitud podría cam­biar. Espero que no sea así. Yo me dirigí a un joven diputado socialista pa­ra decirle: no olviden ustedes que yo estoy solo en la Cámara. Espero que, si alguna vez me encuentro en una situación difícil, algún grupo parlamentario me arrope.

P.- Usted se ha pellizcado la cara. Y se ha frotado los ojos ante un posible espejismo. Es insólito, además. Piñar no se ha puesto hoy la corbata de «Fuerza Nueva».

Entonces, don Blas, ¿los marxistas que hay hoy en el Congreso siguen siendo «rojos» o tal vez ya no…?

R.- Bueno, yo miro a los hombres y no a su tinte ideológico.

P.- ¿Y Santiago Carrillo cómo le ve, si es que le ha mirado alguna vez, por aquello de la proximidad de su escaño al suyo?

R.- Realmente no lo sé. Que le he visto, por supuesto. Pero si ha habido un cruce de miradas consciente, la verdad es que no puedo decírselo.

P.- Quién se lo iba a decir, señor Piñar… Estar muy cerca, físicamente, -claro, de Carrillo.

R.- Pues sí, porque he pasado por la escalinata que da acceso al escaño en varias ocasiones, muy cerca de él. Pero la verdad es que no podía pensar que se produjese esta situación, y mientras el reglamento de la Cámara no lo im­pida, yo quiero seguir ocupando el escaño que he escogido.

P.- Y luego, lo del grupo parlamentario, don Blas. Estar al lado de Bandrés, o con los de Herri Batasuna, si fuesen, sería para usted una situación incó­moda.

R.- Sobre este tema, yo distingo entre el ser y el estar. Si tengo que estar porque el reglamento de la Cámara me obligue, estaré; pero el estar no quie­re decir que modifique mi propia forma de pensar ni de ser.

P.- Y entre esta serie de circunstancias sorprendentes para su vida pública (Carrillo, los «aberzales», los otros marxistas…), encima Paracuellos tiene alcalde comunista.

R.- No lo entiendo. Supongo que habrán concurrido una serie de factores, co­mo la abstención enorme por parte de lo que se llama la gente de orden, debido a muchas razones, que van desde la pereza hasta una forma implícita de expresar su desprecio por el sistema que estamos viviendo, y luego la disciplina de no sólo el Partido Comunista, sino de los demás marxistas para que Paracuellos tuviera un alcalde comunista.

P.- ¿Qué significa para usted el hecho de que tengamos alcaldes marxistas y un Gobierno de centro, aunque para usted el centro no exista, ni lo pueda ver?

R.- Va a suponer que la dialéctica marxista encontrará, un campo abonado de -acción. Es algo que traerá consigo un consenso, que estoy seguro que ya existe, por parte del Gobierno y por parte de los grupos marxistas. De no existir este consenso o si se rompiera ocasionalmente, daría lugar a una dura lucha entre las autoridades del Gobierno y las autoridades locales.

P.- ¿Se dibuja un Frente Popular?

R.- El Frente Popular se producirá en el momento en que considere conveniente construirlo. De hecho, ya se están produciendo frentes populares a escala local.

P.- Cambiando de tema. Quería formularle la pregunta que siempre le han hecho: ¿Se considera un caudillo? ¿Usted se lo cree?

R.- No. Yo me considero un español de buena voluntad, que hacienda un sacrificio enorme atiende a un deber de conciencia para con su patria y nada más. El hecho de que haya gentes que me sigan no hace que interiormente me sienta un caudillo, sino que comprendo que estoy respaldado por un sector de opinión. Porque, y en plan de broma, cuando oigo el grito de «¡Blas Piñar, Blas Piñar!», yo pienso que, quizá como ejercicio de humildad, entiendo que dicen la-va-a-diñar, la-va-a-diñar…

P.- Tal y como está configurado el espectro político, más de la mitad del país es de izquierdas. ¿Le preocupa, señor Piñar?

R.- Todo esto de las izquierdas y de las derechas con conceptos superados; permanecen porque se siguen usando, pero están vacíos de contenido. Y la de­recha actual, por ejemplo, y suponiendo que exista esa derecha, responde a los esquemas clásicos. Por lo que respecta a la izquierda, entiendo realmen­te que no la hay: la izquierda clásica, laica, partidaria del divorcio, de las llamadas libertades formales, sólo pesa en pequeños grupos. De manera que la izquierda auténtica es marxista y el marxismo no es izquierda. Es un sistema totalitario que cuando se adueña del poder destruye incluso a esa misma izquierda clásica. Entonces quiero decir que no es que la mitad de Es­paña sea de izquierdas, sino que hay un sector importante que es marxista.

P.- ¿Por convencimiento, por mimetismo…?

R.- Mire, hoy al marxismo no le queda nada más que una cosa: el odio. Bueno, y posiblemente en algunos cuadros directivos, la frivolidad o en esnobismo.

P.- ¿Y el centro, que según usted ha destruido a la derecha?

R.- U.C.D. es víctima de sus propios puntos de arranque y de su propia política. A U.C.D. ya no le queda otra cosa que el consenso permanente, aun cuando el presidente del Gobierno dijese que el consenso había quedado roto. A U.C.D. se le pueden proponer dos alternativas: una, gobernar, y en su caso les llamarían fascistas, cosa que no quieren que les ocurra de ninguna mane­ra, recordando a cada uno su pasado, como hizo Felipe González en cuanto las cosas comenzaron a ponerse un poco oscuras, lo que, por otra parte, es verdad, o bien seguir consensuando, como digo, para que no les llamen fascistas. Entonces es muy difícil que el Gobierno haga una política seria. Yo, el día 1 de abril distinguía entre presidir y gobernar. Para gobernar hay que echarse al ruedo y hasta ahora el Gobierno preside, como un espectador indiferen­te, la gran tragedia de España: los recientes acontecimientos en las provincias vascongadas son evidentes, donde se quema la bandera española, y cuando se quema España. Como cuando se quema la fotografía de mi padre se trata, en fin, de ofender a mi padre. Entonces queda un sector desorientado, de esto que se sigue llamando derecha, que quiere que haya orden, paz, que no haya paro y que haya prestigio internacional. Ahora bien, si el planteamiento se hace por parte de los que tratan de realizar la llamada derecha dentro del esquema liberal clásico, pues se vuelve a replantear el tema de U.C.D. y de Coalición Democrática con otros nombres, y por ahí no hay solución.

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P.- A ver, ¿y cuál es su solución, aunque se adivine?

R.- La solución consiste en desmontar el sistema liberal clásico. Porque el sistema liberal no es democrático. Es el que acaba destruyendo la libertad auténtica, como el marxismo, so pretexto de reivindicaciones sociales, dejando al hombre reducido a la miseria, sin pan y sin libertad. Entonces lo que hay que hacer es una justicia social sin marxismo, respetando la liber­tad profunda del hombre y los derechos que dimanan de esa libertad, pero no acudiendo al liberalismo que acaba destruyéndolo todo. Es decir, yo no soy liberal porque soy demócrata.

P.- Pero le llaman facha, señor Piñar.

R.- Ah, eso a mí me hace mucha gracia.

P.- ¿Tiene problemas de conciencia?

R.- Gracias a Dios, no. Trato de cumplir con mi deber. Porque lo que estoy haciendo no es nada grato, se lo aseguro.

P.- Digamos que se la juega.

R.- Me la estoy jugando desde mi infancia.

P.- Le amenazan, claro.

R.- Muchas veces. Escritas, verbales, telefónicas. Pero debo tener una segunda naturaleza que me inmuniza y este tipo de amenazas me resbalan.

P.- ¿Y quién le protege?

– Mi ángel de la guarda, que es el mejor custodio que puedo tener.

P.- Y una pregunta que considero obligada: ¿y los «Guerrilleros de Cristo Rey»?

R.- Yo no conozco a los «Guerrilleros de Cristo Rey» ni los tengo al lado… ¿Usted sabe que son «Guerrilleros de Cristo Rey»?

– Ahí están las fotografías. Lo dicen, lo aseguran…

R.- Se dicen tantas cosas… También yo puedo decir de usted que lleva una corbata muy fea…

P.- Comprendo su sentido del humor, pero seamos serios, señor Piñar.

R.- No, si yo soy serio… Pero insisto en que no creo que exista esa organización… Si existiese daría señales de vida evidentes, ¿no?

P.- ¿Le parecen pocas? Y que Sánchez Covisa es el líder de ellos…

R.- Bueno, que digan lo que quieran… Que sea un bonito pretexto para extender una cortina de humo cuando se asesina, se mata, se secuestra, se roba o se quema la bandera de España, eso es lógico que lo haga el enemigo. Ahora, que existan los «Guerrilleros de Cristo Rey» como organización, me atrevería a decir que no. Es una opinión subjetiva, que tampoco prueba lo contrario. Me remito a los hechos: si existieran, darían señales de vida.

P.- ¿Y no son suficientes? La violencia desatada con guante blanco o con guante negro, con cadenas y otros utensilios, incluidas pistolas…

R.- Pero usted no me da datos.

P.- Es que no soy investigador policial… Pero ahí están los archivos de la Policía, las noticias publicadas, los uniformes paramilitares… Pero, en fin, no vamos a hacer de este tema una discusión bizantina. Quería decirle que todo esto redunda en perjuicio de su imagen, que a lo mejor puede ser muy honesta.

R.- Seguro, seguro. Pero la verdad, incluso en este mundo, llega a abrirse paso pese a la deformación de una imagen, a la que han contribuido mucho los medios de comunicación. Yo conservo para mi pequeña historia una colección de ataques personales que después han ido desapareciendo, difuminándose. No le oculto a usted que para mí ha sido una satisfacción moral haber salido elegido diputado por Madrid por unos ciento once mil votos, que han tenido que vencer los prejuicios creados por esa adversa campaña.

P.- Otra cosa. Martín Villa ya no está en el Gobierno. Y no hace mucho decía usted que Martín Villa debería dimitir y aspirar a un puesto de vendedor de folletos de «Fuerza Nueva» en la puerta de «California 47».

R.- Yo no he dicho nunca eso.

P.- Pues lo he copiado literalmente de una entrevista que le hicieron a usted en «El Imparcial».

R.- Bien. Es posible, pero no lo recuerdo. Suponiendo que lo dijera, sí…  

P.- ¿Respiró usted cuando cesó Martín Villa?

R.- No. Lo acogí sin ninguna conmoción espiritual. En alguna ocasión, Martín Villa se ha portado correctamente conmigo y lo he reconocido públicamente. Ahora bien, su gestión ha sido desastrosa.

P.- ¿Y el hecho de que esté un militar al frente del interior?

R.- Pues… no sé. No me parece una medida prudente. Sobre todo, al haber llevado a un civil al Ministerio de Defensa, y que conste que yo soy partidario de que haya hombres civiles en Defensa, siempre y cuando amen al Ejército, tengan libertad de movimiento y no queden supeditados a un superministro, que también se ocupa de asuntos militares.

P.- Su alusión a Gutiérrez Mellado es clara.

R.- Sí, ha sido otro error mantenerle en el Gobierno, consolidando su postura política. Yo, naturalmente, estoy todavía esperando que el señor Gutiérrez Mellado tenga la amabilidad de hablar conmigo. Ya que cuando se produjeron los famosos incidentes del café de Ceuta, me consideré en la obligación de visitarle y le puse una carta pidiéndole audiencia. Entonces él me contestó que no tenía nada que hablar conmigo. Todo esto para decir que cuando se está en un Gobierno, que se llama democrático, y un ministro se niega a hablar con quién es jefe de un partido político legalizado, yo tengo que dudar mucho de la voluntad democrática del señor Gutiérrez Mellado.

P.- ¿Cómo le fue con el Rey cuando se celebraron las consultas para la investidura?

R.- La conversación giró en tomo a tres temas. Uno, de carácter puramente personal, como es una conversación entre dos personas que se hacen preguntas de cortesía; el segundo fue mi actividad política, y el tercero, naturalmen­te, la investidura. Aquí yo tomé un poco la iniciativa, y, claro, le dije que, en una Monarquía parlamentaria y liberal, el Rey no tenía más remedio que someterse al juego democrático, a ese juego democrático.

– Y le diría, supongo, señor Piñar, que España se hunde…

R.- Le hice ver, aun cuando el Rey tiene vías de información mejores que yo, que España está en trance de disolución, y esto es mucho más grave, claro, que la investidura.

P.- Una de sus máximas preocupaciones debe ser el terrorismo en el País Vas­co…

R.- Y en otros sitios de España. Es un problema muy delicado que exigiría una brillante conferencia. Hoy, el PNV es un partido burgués, no católico, aunque integrado por católicos, que está siendo víctima de la criatura que ha creado. Las tradiciones y la cultura propias de aquella región, por otro lado, muy legítimas, han sido arrebatadas por una dialéctica impuesta por el marxismo. Yo digo siempre que el que quiera mantener las tradiciones del País Vasco ha de hacerlo sólo en España. Y la prueba es que familias exilia­das con motivo de la guerra y que quisieron mantener el euskera vinieron a ­España para que sus hijos lo aprendieran. Es decir, en la España de Franco es cuando ellos han podido conservar sus tradiciones.

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P.- Ya.

R.- Ahora, el tratamiento directo de este problema exige lo siguiente: en primer lugar, que las gentes que allí mantienen el espíritu español se sien­tan protegidas por el Estado y no indefensas, injuriadas e insultadas. Porque cuando ha habido alguna reacción se les han llamado ultras, fascistas… como nos pasó a nosotros hace un año en San Sebastián. Que por levantar la bandera de España fuimos tiroteados y multados por el señor Martín Villa con trece millones y medio de pesetas, cosa que jamás ha ocurrido con ningún ti­po de gesto separatista. En segundo lugar, reforzar la moral y el prestigio de las Fuerzas del Orden Público, ya que se está consintiendo que se las ofenda públicamente. Usted recordará lo que el señor Bandrés dijo en el Con­greso: que había que ir apartando policías por la calle, aunque sean muertos, policías muertos, ¿verdad? Y aun suponiendo que fuera cierto que no lo es, creo que los policías no van al País Vasco por recreo. Y en tercer lugar, que un Estado moderno tiene medios a su disposición para reprimir el terrorismo no sólo creando un clima en el que el terrorismo no pueda prosperar, sino deteniendo a los culpables, sometiéndoles a juicios sumarísimos, y aplicándoles las penas necesarias. Y, finalmente, una política internacional que exija para España respeto. Que no ocurra, por ejemplo, que se deniegue la ex tradición de unos asesinos. Todo el mundo sabe que la preparación de estos terroristas se está haciendo en Francia, en Argelia y especialmente en Cuba. El Gobierno español, según tengo entendido, ha tenido perfecta información de los campos de adiestramiento de los terroristas en Cuba, y, sin embargo, no ha tornado ninguna determinación acerca del Gobierno cubano.

Sabino Arana, fundador del P.N.V., quería la destrucción de España. Él se hubiera alegrado, según escribió, de la desaparición física de España y odiaba a España venenosamente. Entonces, un nacionalista vasco, por razones de táctica, cuyo objetivo es la secesión, podrá hablar de autogobierno, de autonomía, pero jamás de España. Les molesta, les fastidia, la odian… Quieren un Estado independiente.

P.- Antes de que se me olvide: ¿cuánto tiempo hacía que no se echaba usted a la cara al presidente Suárez, al que se dirigió irónicamente el día de la in vestidura?

R.- Muchísimo… Verá, no le miré a la cara hasta el día que yo intervine en el pleno de las Cortes franquistas, vamos a llamarlas ahora así. Solamente intervine una vez, porque siempre fui vetado, hasta el día, como le digo, en que el Gobierno se auto aniquilaba. Al salir a los pasillos, y delante de to­do el mundo, el señor Suárez se vino hacia mí con los brazos muy abiertos y me dijo: «Blas, has estado magnífico, magnífico, extraordinario». Sí, sí…

P.- Cuando habló usted el otro día en las Cortes democráticas aprecié que no hizo ninguna alusión directa a Franco, ¿Quiere decir que Blas Piñar ha llegado a convencerse de que el franquismo desapareció con Franco?

R.- No, al contrario. Yo no hablé de Franco…

P.- ¿Por miedo?

B.- No, qué va. En la vida hay que hacerse todo a todos para intentar ganar a todos, según una frase de San Pablo. Entonces haber pronunciado allí el nombre de Franco, teniendo en cuenta que estaba presente un sector que había renegado de él y otro sector que le ha odiado siempre, pues podía haber des­truido el contenido interno de mi discurso. Sin embargo, yo hice una defensa del franquismo cada vez que iba tocando los principales puntos de mi parlamento. Como, por ejemplo, en el caso de la emigración, criticada por el señor Suárez como una forma de enmascarar el paro. Y podía haberme extendido diciendo que el señor Camacho ha tenido que ponerse al frente de una manifestación para que no se cerrara Ensidesa, que es una de las grandes obras del régimen. De forma que yo entiendo que el franquismo no ha muerto; no por la vinculación a la persona de Franco, sino por lo que esa persona simboliza. Aquello de que fue intérprete Franco pertenece a la entraña misma de la nación.

P.- Y también me chocó que se dirigiera a los señores diputados llamándoles «compañeros».

R.- Sí, porque me parece una cursilería eso de «señoras y señores diputados», en el siglo XX. Es curioso que quienes presumen, como los marxistas, de estar muy al día, tienen, sin embargo, una cierta veneración. Yo, siendo muy niño, oí decir en casa que los socialistas tenían una gran veneración por las marquesas y duquesas, y viceversa. Entonces es un mundo artificial y hasta ridículo. Entonces me molesta todo lo que se repite y se reitera. Y aun cuando las Cortes sean el laboratorio donde se preparan las leyes, esto no está reñido con la cordialidad. De ahí que yo les dijera «compañeros»…

P.- Pero es la palabra que socialistas y comunistas emplean para dirigirse entre ellos. ¿No lo sabía?

R.- No les iba a llamar amigos, porque realmente no lo eran. Compañeros sí, porque estábamos compartiendo el pan. El pan de las leyes, claro.

P.- ¿En qué puede quedar reducida la figura de Blas Piñar en el Congreso? Porque si el reglamento no se reforma, usted sólo podría intervenir en muy escasas ocasiones en los plenos.

R.- Claro, claro. Porque el reglamento de la Cámara es totalmente anti democrático. Entonces se daría la curiosa contradicción de que trescientos ochenta y tres mil españoles no tendrían voz en el Parlamento y grupos que han conseguido muchos menos votos tendrían siete voces. Pero eso no depende de mí. Esta es una de las grandes tragedias que tiene el sistema, que es liberal pero no es democrático.

P.- Diga, señor Piñar, ¿y los curas progresistas, comunistas, a rezar solamente?

R.- Yo entiendo que el sacerdote debe dedicarse a su ministerio sacerdotal, lo que no quiere decir que no tenga una preocupación por el tema político. Ahora bien, una cosa es orientar la política conforme a unos criterios cris­tianos y otra es convertirse en militante político. Si además resulta que quien participa activamente en la política es marxista y es sacerdote, pues esto yo no llego a entenderlo.

P.- ¿Usted reza mucho?

R.- Sí, todo lo que puedo.

P.- En estos momentos, ¿a quién odia?

 R.- Odio al odio.

P.- No al divorcio, ¿verdad, señor Piñar?

R.- ¡Ah, por supuesto!

P.- ¿Y a qué más cosas?

R.- «No» a todo aquello que se oponga al sí. Yo digo no al divorcio porque digo sí al matrimonio y a la familia; yo digo no al separatismo porque deseo la unidad de España; yo digo no al robo porque soy partidario de la propie­dad privada, que es la garantía de la libertad de economía de la persona.