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Europa es una civilización, no una unidad política. Y como a los amos del mundo no les conviene entender esto, seguirán sucediéndose días de impostura y, de su mano, días de sangre y de miseria.
Dados los numerosos intereses en pugna, absolutamente opuestos muchos de ellos, ya en su día fracasó la concepción medieval de una República cristiana, dirigida en lo espiritual por el Papa y en lo temporal por el Emperador, auxiliándose mutuamente. Cómo no ha de fracasar, pues, esta unidad europea contemporánea, sin cristianismo, sin Iglesia y sin referentes morales, antes bien, dirigida por una oligarquía explotadora de apegos meramente fiduciarios y técnicos, que trata de imponer a la sociedad una ideología socialcomunista, que ella, sin embargo, no desea disfrutar.
La autoridad del Papa, hoy, es negada o combatida, sobre todo en los Estados de raigambre católica. Y la del Emperador está más desenmascarada cada vez, a pesar de los esfuerzos propagandísticos del Imperio atlantista y su peón bruselense. Y la idea de una igualdad económica, cultural y, en especial, jurídica, entre los Estados, de costumbres e ideales supuestamente semejantes, ha fracasado por el egoísmo genocida de los nuevos demiurgos.
Ante esta certeza, ante este humillante socialcomunismo para el pueblo y opulencia para las oligarquías, una áspera rivalidad de fuerzas antagónicas entre los escasos individuos que aún defienden su libertad y los jerarcas plutocráticos que se la tratan de impedir, acabará sustituyendo a esta falsa sociedad del bienestar en la que ya sólo creen los que viven en Babia. Y es en esta situación de desprecio oligárquico hacia las multitudes donde ha de ubicarse la pregunta: ¿cómo puede clavarse por la espalda al ciudadano el «sangre, sudor y lágrimas» de las agendas globalistas para hacer frente al futuro?
¿Con qué desvergüenza, ausentes de coraje moral como se hallan, pueden pedir estos oligarcas y sus secuaces españoles a la población civil solidaridad y sacrificio, si no se hartan de explotarla y despilfarrar a su favor y al de los suyos los dineros de esa misma población? ¿Acaso les ha interesado construir la economía, la educación, la sanidad o la justicia para favorecer al pueblo? ¿Acaso la ley ampara a todos por igual?
Sólo al Gobierno multinacional, y a sus terminales nacionales, es atribuible la responsabilidad de haber llevado la economía al caos, abocando a los países, como es el caso de España, a unas coyunturas que ninguna medida podrá paliar por las buenas. Y ahora, cuando la situación es desesperada, los plutócratas y sus secuaces pretenden cuadrar unas cuentas incuadrables pasándole al contribuyente la factura de sus errores, imponiéndole abrumadores y heterogéneos sacrificios.
El motivo: las vacas flacas, la crítica situación internacional, las guerras, los problemas energéticos, la superpoblación, el cambio climático, las pandemias… como si de todas esas causas, muchas de ellas artificialmente proclamadas o provocadas, fueran los ciudadanos los promotores. Todos y cada uno de los indicadores (destrucción de empleo, inflación, deuda, estancamiento de la actividad y del crecimiento) remiten a la incompetencia de los oligarcas y de sus peones. Todos y cada uno de ellos reflejan los gravísimos desequilibrios de una gobernanza globalista y nacional aberrante, sin otra brújula que la de la codicia financiera añadida a una ominosa ideología.
Así las cosas, la nueva exigencia sacrificial, injusta y cruel, supondrá un nuevo zarpazo a las clases medias occidentales, contra las que obviamente se está procediendo. Pero mientras el Imperio Profundo y sus esbirros siguen fomentando los fraudes, las mordidas, los lóbis, las comisiones, las deudas públicas y todo tipo de irregularidades e incompetencias que les favorecen a ellos, y siguen avanzando en sus infames agendas, aún no acaba de llegar el día en que el país se despierte con la sensación de haber vuelto de la fiesta sin haber estado en ella.
Cuando llegue ese momento la mayoría ciudadana dirá que le han estafado, qué dónde está la fiesta porque la quiere disfrutar. Y buscará culpables del engaño sin nunca culparse a sí misma, que eligió y reeligió a quienes le han traído al miserable callejón sin salida que es esta enésima crisis socialdemócrata. Que eligió y reeligió a quienes, habiendo tenido instrumentos a su disposición para acertar, una vez que se han equivocado malversando fondos, robando o prevaricando no pasa nada. Pues todo lo que hay que hacer es decirle al personal que hay que sacrificarse y apretarse el cinturón. Ni hay responsables ni los va a haber.
Mucha gente pagará, más duramente aún que hasta ahora, las consecuencias de los errores de dichos gobernantes, se quedará sin trabajo o comenzará una vida más miserable, pero ni el Gobierno de Bruselas ni el Gobierno español reconocerán que ellos mismos han provocado esto. Conscientes de sus abusos y sabiéndose ilegítimos y moralmente débiles, estos Gobiernos, jamás reconocerán errores cometidos, pues ello supondría la aceptación de responsabilidades que no están dispuestos a admitir.
Al fin y al cabo, el sufrimiento de la ciudadanía es anónimo y no roza las sensibilidades de los oligarcas y de sus políticos. Los que sufren son otros, rostros comunes, desconocidos, inexistentes. Y si no hay en la actitud de nuestros gobernantes el mínimo interés por reconocer errores, tampoco alientan el más pequeño ánimo de autocrítica. Por lo tanto, las únicas víctimas de sus nepotismos y atropellos seremos los ciudadanos de a pie. Los saqueadores seguirán llevándose el sueldo y sus gabelas y latrocinios a casa, como si la miseria moral, económica y social fuera ajena a sus gobiernos y se hubiera originado pese a ellos y no por ellos.
Hemos vivido una época de despilfarro y de apariencia arrastrados por el interés de los políticos, y la grave situación económica, lejos de ser una muestra de estúpida política, lo es del provecho particular de esos dirigentes, que mientras tenían entretenido al pueblo con el modo de vida hedonista se dedicaban a depredarlo. De la misma manera, la degradación de las instituciones ha sido la consecuencia de su utilización en interés particular y partidista. Son nuestros políticos quienes han minado el prestigio del Estado y de todo aquello que a éste representa.
Son ellos los que, en su provecho, no en el del pueblo, han propiciado el relativismo moral, una economía consumista y una cultura de sensualidad vulgar; quienes han prestigiado al especulador y al hortera aventurero sin escrúpulos, incentivándole y amparándole. Quienes han multiplicado por cien chiringuitos ideológicos y gastos inmigratorios en detrimento de la sanidad, en particular, y del bienestar nacional, en general.
La cacareada España democrática, sufriendo una crisis permanente y una deuda pública estratosférica acumulada gracias a los desafueros y codicias que los sucesivos gestores han venido cometiendo con absoluta impunidad, carece paradójicamente de culpables a efectos judiciales. El país, a nivel institucional y privado, lleva décadas gastando más que ingresando y produciendo; la sociedad del bienestar ha sido en nuestro caso algo especulativo y artificial, carente de base productiva y competitiva; los costes de nuestra Administración pública se han ido expandiendo en proporción a los miles y miles de cargos clientelares y partidistas, creados para compensar la fidelidad de los sectarios.
En esta situación, ¿qué credibilidad pueden tener hoy dichos políticos, o sus mentores bruselenses y atlantistas, para someternos a unas duras medidas económicas? ¿Cuentan con el suficiente respaldo popular para mostrarse exigentes en esta nueva hora de vacas flacas? ¿Son lo suficientemente fuertes para birlarnos la bolsa y arramplar con las propiedades privadas?
Si los dirigentes se sintieran políticos normales, y no amos, lo sensato sería iniciar una nueva etapa sabiendo dónde están actualmente depositadas las voluntades electorales, qué apoyos sustentan a cada fuerza política. Algo que es obligado cuando la intención consiste en gestionar una nueva economía y sanear éticamente el ambiente social y cultural. Pero como de lo que ahora se trata es de acabar de retorcer el cuello al pardillo, ni eso lo va a permitir el Gobierno, ni los procesos electorales cuentan hoy con garantías, ni la sociedad, en su mayoría, se ha despertado aún de su mal sueño. Ergo, también se quedará sin bolsa.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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