16/05/2024 03:46

Antón y la Pasionaria

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Esta es la parte cuarta de la serie de artículos sobre el libro de Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin. Continúa el capítulo IV.

Conversación de Hernández con Díaz, Secretario del PCE:


Con su fuerte acento andaluz, Díaz me confió su pensamiento con más precisión que nunca.

—Siento asco… asco de mí y de todo. Mi fe está cediendo…


—Hubiera preferido morirme a tener que sobrevivir a esta muerte espiritual… He sido un hombre que me he entregado con fanático entusiasmo a la URSS Tú lo sabes…

Hubiera sacrificado a mi mujer, a mi hija, a mis padres… hubiera matado, asesinado, por defender a Rusia, a Stalin… Y hoy… ¿qué?… Todo se hunde, todo se derrumba a mis pies… ¿Qué objeto tiene nuestra vida?… Hago esfuerzos por convencerme de que el equivocado soy yo ¿entiendes?… Porque quiero creer, porque no puedo admitir que todo sea mentira. Llegar a esa conclusión es el fin… la nada…

 

El Buró Político lo mangonean a su antojo los «tovarich». Presiento que tratarán de eliminarnos a ti y a mí valiéndose de los mil medios de que disponen. No será inmediatamente porque a nadie, y a ellos en primer lugar, interesa provocar una crisis de dirección por diferencias con los métodos y la política de la URSS Pero acabarán con nosotros. Cuestión de tiempo y de táctica.

 

… siempre es lo mismo: «Hicimos esto porque lo dispuso Codovila… porque lo ordenó Stepanov… porque lo aconsejó Togliatti».

 

—Más que una invasión es una colonización —dije un poco festivamente.

 

—Los cipayos del Kremlin, eso somos ¡cipayos! —replicó colérico.

 

—¡Que nos perdonen los cipayos! —dije en el mismo tono. —He pasado revista a todo el Comité Central y no encuentro más de media docena de hombres capaces de tomar una posición firme a nuestro lado.

Y ahora viene lo bueno. Nuestros comunistas descubren el socialismo nacional:

—¿Qué te parece si comenzamos a desplegar una campaña, hábilmente desarrollada, tendiente a despertar en nuestro Partido un sentimiento de orgullo por todo lo español? —me preguntó Díaz.

….

 —… Si logramos encender la llama del entusiasmo por lo español, por nuestras costumbres, nuestras glorias, nuestros guerreros, por nuestras tradiciones, será más fácil llevar al Partido hacia una política auténticamente nacional, que en caso necesario, comprenda nuestra posición.

 

—Me parece excelente la idea.

 

—Tú debes abrir el fuego —dijo.

 

—¿Cómo?

 

—Preparando una serie de artículos en los que exaltes desde el Cid a los Reyes Católicos, desde Numancia a las Germanías, desde los Comuneros al Alcalde de Móstoles. Habla de nuestras glorias y grandezas, de España madre de pueblos, de conquistadores y misioneros, de genios de las letras, de la pintura, de la ciencia. Habla de todo y de todos, desde Viriato a los heroicos milicianos del Cuartel de la Montaña… De todo lo que se te ocurra, pero exalta lo español, despierta entre los comunistas el orgullo de ser español.

Nuestras Divisiones —agregó— cantan canciones con música de himnos soviéticos. Que acaben con eso. Que canten con música española, aunque sea de zarzuela.

 

Si se hubieran parado a pensarlo honradamente hubieran concluido que eso estaba ya inventado y se llamaba socialismo nacional o fascismo…

Mas detalles de la destrucción del POUM:

—Hablemos ahora de la trama de Orlov y compañía —dijo con gesto agrio—: ¿Qué podremos hacer?

 

—Poco o nada. Supongo que vendrán a verte. Ya es raro que no estén por aquí. Lo que me intriga es por qué requieren ahora nuestro concurso cuando han hecho y deshecho sin tenernos en cuenta para nada —indiqué.

 

—Porque presienten el escándalo, no por otra cosa. Telefonea a Ortega y dile que me opongo terminantemente a que intervenga en este asunto sin previo conocimiento del ministro.

 

Cinco minutos después se personaba el coronel Ortega, hombre honesto al que habíamos arrancado del frente para que ocupase la Dirección General de Seguridad

 

… entró cohibido y pálido a la habitación de José Díaz. Para cuantos no sabían que éramos muñecos de guiñol, la autoridad del Buró Político era temible. Y quien ahora le interrogaba echando lumbre por los ojos era el jefe del Partido. Y Ortega se sentía anonadado.

 

—Me llamaron hace un rato al Comité Central —explicaba—. Togliatti y Codovila, Pasionaria y Checa se encontraban con Orlov. Me ordenaron que transmitiera por teletipo al camarada Burillo (comandante de guardias de Asalto, que actuaba en Barcelona desde hacía unas semanas como delegado de Orden Público) la orden de arresto de Nin, Gorkín, Andrade, Gironella, Arquer y todos cuantos elementos del POUM fueran indicados por Antonov Ovsenko o Stajevsky (el primero operaba en Cataluña como cónsul y el segundo como encargado de negocios de la URSS). Las patrullas de policía que debían actuar ya se encontraban en Barcelona.

—Yo… yo no podía suponer… Como me lo ordenaron… Además, Togliatti, Pasionaria, Checa… Creí que estaríais de acuerdo…

 

Ni Díaz ni yo despegábamos los labios. Cualquier explicación hubiera revelado, más de lo que se adivinaba, el desacuerdo entre los propios miembros del Buró Político y el nuestro con la delegación soviética.

Diaz, enfermo, y Hernández van al Comité Central:

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Vittorio Codovila, italiano de origen y nacionalizado argentino, fumaba tranquilamente en una pequeña cachimba. Su enorme humanidad llenaba la amplia mesa de trabajo… del secretario general del Partido Comunista de España.

Y dirigiéndose a Díaz con propósito de justificarse:

 

—Pregunté por ti hace un rato y me dijeron que seguías en cama. Como hace tanto calor en mi despacho… El tuyo es más fresco ¿verdad?

—¿Quién ha ordenado a Ortega expedir las órdenes de detención de los hombres del POUM? —inquirió Díaz, blanqueando de ira en su palidez de enfermo.

 

—Nosotros —dijo Pasionaria—. Como no era cuestión de molestarte por una cosa tan intrascendente… ¿Qué importancia puede tener la detención por la policía de un puñado de provocadores y espías? —preguntó con malevolencia.

—Si las detenciones de los hombres del POUM son una cosa intrascendente, deberían haberse efectuado legalmente, esto es, con autorización de quien debe ordenarlas: Gobernación. Si las pruebas de que son unos espías existen ¿por qué temer que Zugazagoitia se haga cómplice de los agentes de Franco?

 

—Los camaradas del «servicio» están prestando una gran ayuda a la República y al Partido al lograr desenmascarar a esa basura contrarrevolucionaria ¿De qué os quejáis?

—Todos tenemos una disciplina y una obediencia. Cuando se es comunista de verdad, sin suficiencias ni vanidades pequeño-burguesas, hay cosas que ni se discuten ni se plantean. Es ofensivo el tono y el propósito de Hernández y de Díaz. Nosotros somos consejeros, consejeros y nada más que consejeros—. Y el cínico subrayaba la palabra «consejero» como abofeteándonos con ella… Qué decisiones les hemos impuesto que no hayan sido discutidas y resueltas por la mayoría de ustedes? Díganme ¿cuáles? ¿cuándo?…

Sus ojillos relampagueaban detrás de los cristales de las gafas, mientras continuaba su perorata:

—… ¿Por qué esa insidia de que ustedes solamente obedecen?

Se van, y discuten con el chófer, para probarle:

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—¡Eso es una infamia! —gruñó el chófer— Stalin es nuestro único y fiel aliado. Atacar a Stalin es atacar a la Unión Soviética y atacar a la Unión Soviética es atacar a nuestro Partido.

Recitando el catecismo comunista como un lorito.

Una curiosidad: el amante de la Pasionaria:

…Pasionaria odiaba a Díaz. No podía olvidar que él había hecho severos comentarios sobre sus clandestinas relaciones amorosas con Francisco Antón, jovenzuelo de veinte años menos que ella y prototipo de los trepadores sin escrúpulos. Antón era entonces el Comisario del frente de Madrid, y entonces y siempre un auténtico señorito comunista que, según la mordaz caracterización de Díaz, «no se había manchado las botas en el barro de ninguna trinchera». Tipo perfecto del burócrata, dirigía la acción de los Comisarios por medio de circulares y recibía a los delegados del frente enfundado en magníficos y perfumados pijamas de seda en la confortable casa de la Ciudad Lineal de Madrid.

Comprendiendo Antón lo inestable de su situación, buscó la manera de afianzarse en un puesto de dirección del Partido. Y dio en la flor de enamorar a Pasionaria. Pasionaria le defendería. Pasionaria intrigaría cerca de la delegación soviética para sostenerle a él. Y no se equivocó. Pasionaria olvidó que era la mujer de un minero; se olvidó de que tenía dos hijos con tantos años como su amante; olvidó que su esposo, Julián Ruiz, se batía en los frentes del norte; olvidó el decoro y el pudor; se olvidó de sus años y de sus canas y se amancebó con Antón sin importarle la indignación de cuantos sabían y conocían sus ilícitas relaciones.

Pasionaria: —«Me tienen sin cuidado tus asuntos privados, pero ya que tengo que ser forzosamente alcahuete de tus amoríos (pues si el hecho trasciende se vendría al suelo todo tu prestigio, y tu nombre lo hemos convertido en bandera moral y de ejemplo de mujeres revolucionarias), debes saber que todo el aprecio que tengo por Julián lo siento de desprecio por Antón».

 

…su propio hijo. Rubén Ruiz, capitán del Ejército Rojo, se haría matar en la URSS para huir de la vergüenza de ver a su padre comido de piojos y muerto de hambre en una fábrica de Rostov y a quien, además, no le permitieron visitar por prohibición expresa de su madre, mientras veía a Antón vivir espléndidamente y pasearse por Moscú en el automóvil de su madre.

Pasionaria tragaba bilis y esperaba la llegada de su hora, una hora que ya le estaba siendo propicia, pues visiblemente la delegación soviética la exaltaba para convertirla en la primera figura del Partido. Togliatti vivía en la propia casa de Pasionaria y compartía la mesa y el techo con Antón. Ese trío habría de resultar funesto para Díaz.

En la próxima entrega empezaremos con el capítulo V.

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