12/05/2024 01:37
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Me he permitido la licencia de emplear el término pifostio para definir la situación del Partido Popular, no ya a nivel de Madrid, sino en términos generales. Esta palabra es una de las cuatro mil que se han incorporado al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, durante su revisión anual, al término del pasado año. No me gusta, por mucho que sea de uso coloquial, pues considero que estamos asistiendo a una vulgarización de nuestro rico y ancestral lengua romance, lo mismo que el catalán, el gallego o las variantes regionales , es decir, el extremeño, murciano, aragonés o el portugués.

         Efectivamente, lo que está ocurriendo en el seno de los populares es un auténtico pifostio, entendido como una situación de confusión o desorden a causa de una reclamación o disputa. Cualquiera de sus sinónimos se podría emplear para describir el lamentable espectáculo que, no ahora, sino desde hace tiempo, se viene produciendo en el Partido Popular. Jaleo, cacao, zipizape, pitote, cirio, cisco, tinglado, pelotera, marimorena, gorda o, sin lugar a dudas, expresiones tan ilustrativas como “la de Dios” o “la de san Quintín”.  Todas ellas son aplicables al circo que se ha montado alrededor del enfrentamiento enconado y encarnizado entre Isabel Díaz Ayuso y la dirección nacional apoltronada en Génova 13.

          A título particular no me sorprende lo sucedido, habida cuenta de las malas prácticas, habituales e históricas, que se viven en el seno de los partidos políticos, en todos, sin exclusión. Los partidos políticos son asociaciones de interés público y, supuestamente, deberían ser el sostén en el que se basa un régimen democrático, del que son pilares fundamentales. Sin embargo, el régimen partidocrático que padecemos se manifiesta, en no pocas ocasiones, como un sistema de clanes o familias rivales entre sí, sin más pretensiones que las de acceder al poder y el control de las organizaciones.

          No ha ocurrido nada nuevo ni sorprendente que no haya pasado anteriormente. Los casos de Cristina Cifuentes, María Dolores de Cospedal o, más recientemente, de Cayetana Álvarez de Toledo, son buena muestra de ello. Las vendettas, las purgas, las rencillas y las deslealtades están a la orden del día en todos los niveles y en todas las instituciones de gobierno. Unas son más mediáticas que otras y eso es lo único que las diferencia en cuanto a su repercusión social cara a la opinión pública. Ocurre en las comunidades autónomas, en las diputaciones y ayuntamientos, en las organizaciones territoriales regionales, provinciales, comarcales y locales de todas las formaciones políticas. Es el resultado, el efecto o la consecuencia de una visión trufera y reduccionista, partidista y sectaria de una visión global y de conjunto de la realidad. Prevalecen los espurios intereses personalistas sobre el interés general y el bien común. Lamentable, pero muy cierto.

          Jamás en la historia de la reciente democracia se había asistido a tamaño espectáculo presenciado. Jamás se habían manifestado los afiliados y simpatizantes de un partido ante la sede nacional de su formación pidiendo la dimisión de su presidente nacional y, desde luego, jamás se había producido un enfrentamiento en los términos pacaecidos. Cierto es que en el seno del PSOE ya ha ocurrido una situación similar en la rivalidad que mantuvieron su actual dirigente, Pedro Sánchez, y la secretaria general de su organización andaluza, Susana Díaz, pero el vodevil madrileño –auténtico esperpento surrealista- protagonizado por Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso no tiene parangón.

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          Pablo Casado se ha suicidado, políticamente hablando, y con él la credibilidad de la formación que preside, supuestamente alternativa al narcisismo de nuestro ínclito presidente de gobierno. Hoy el Partido Popular, por méritos y deméritos propios, se ha precipitado hacia una división de incierto futuro. Qué pocas luces han demostrado el “clan de los genoveses” al acosar a su principal activo político, representado por la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. Si querían aspirar tan siquiera a postularse como alternativa de gobierno, han escogido el camino equivocado. Van en la dirección contraria y su desatino les pasará factura, sin remisión, en futuras convocatorias electorales. No olvidemos que se acercan las elecciones andaluzas, los comicios municipales y, finalmente, el plebiscito al parlamento español.

          Por mucho que se quiera vestir al santo bajo el manto de la lucha contra la corrupción, lo cierto es que la presidenta madrileña resulta incómoda a los chicos de Génova. Es una mujer solvente –lo ha demostrado frente al intrusismo de Pedro Sánchez y durante la pandemia-, con carácter y con criterio personal, no borreguil como el de tantos régulos populares. No es sumisa, menos aún una marioneta de nadie o títere como se pretende que fuera. Es popular y muy querida, tanto en Madrid como en otros lugares de España, y referente para muchos votantes que la han respaldado con sus votos. En definitiva, es una mujer muy peligrosa para los dirigentes de su partido, más afanados en mantener sus sillones que en construir una alternativa sólida frente al bloque social-comunista. La ceguera y el ego –más soberbia y prepotencia que otra cosa- acreditada por el coro de Pablo Casado, no les permite entender ni asumir que es un baluarte de su partido. No me cabe la menor duda al respecto.

          Qué fácil habría sido la solución, por otra parte la lógica en estos casos, como siempre ha ocurrido en otras comunidades autónomas. Me explico, se convoca el congreso regional, se la proclama presidenta y se acabó el asunto. En ninguna región de España el presidente de la comunidad autónoma, o en su caso, el líder de la oposición, es siempre el presidente regional de la formación en aquellos territorios. Pero ahí está el problema, su carisma y su experiencia en la gestión ejecutiva de una comunidad tan importante como la de Madrid, la daría una relevancia que ensombrecería la mediocridad del “clan de los genoveses”, que dicho sea de paso, no tienen experiencia alguna al respecto.

          El sainete representado es de vergüenza nacional, de muy fea factura y dramático desenlace. Pero en el reparto hay un actor secundario que merece toda mi reprobación, por traicionero y mediocre, me refiero al secretario general de los populares –cada vez más impopulares-, Teodoro García Egea. Él es la mano que mece la cuna de la estrategia suicida del partido, es quien desde su cómodo despacho y escaño diseña la reyerta y el tinglado. Sus ¿éxitos? electorales son tan tibios como oscura es su persona, además está escasamente dotado de habilidades y competencias para capitanear la contienda política. Este chico no sé en qué mundo vive, desconozco sus cualidades –quizá ocultas- para el liderazgo y las altas responsabilidades, y por lo que la experiencia y las hemerotecas nos recuerdan, no tiene el más mínimo crédito político. A mí me parece que es la nana, la aya que cambia los pañales al palentino. Es la nodriza o criandera –ama de cría- que amamanta y arrulla a Pablo Casado, todavía lactante y virgen en labores de gestión gubernativa. Ejerciendo tales menesteres, procede de manera taimada, mezquina y cautelosa en su quehacer doméstico en el partido. Es quién canta canciones de cuna y cuenta cuentos orientales, convertidos en cánticos de sirena, a su protegido, al que adormece tiernamente.

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         Pero…..Pablo Casado, que lleva toda su vida adulta metido en la faena política, ha aprendido malos modales y malos hábitos en su caminar. Ha sido testigo y ha participado en el juego sucio que se practica en el mundo que conoce. No es un inocentón que se chupa el dedo y sabe muy bien lo que hace y el por qué lo hace. Es un niño mal criado y sin destetar todavía. Lo malo es que practica el cainismo que ha vivido, el canibalismo político y el arte del navajeo que ha compartido. A todo ello se une una celopatía desproporcionada hacia Isabel Díaz Ayuso, padeciendo el síndrome del príncipe destronado. Qué penita pena me produce ver cómo arruina su vida política por los celos enfermizos que le corroen.

          En conclusión, queridos lectores, se ha montado la marimorena, se ha armado “la de Dios es Cristo”, se ha puesto en escena un pitote de proporciones apocalípticas para el Partido Popular. El cirio es muy gordo, el cacao monumental, el escándalo es de barba y bigote, la pelotera es descomunal, el jaleo ruidoso y estridente, el zipizape dramático, el cisco es trágico por sus consecuencias, y el pifostio, lo quieran o no reconocer sus protagonistas, supera lo inimaginable. En Moncloa se ha adelantado la Feria de Abril, en la bancada de Vox  se celebra la verbena de la Paloma y, por si fuera poco,  en la anti España baten palmas y entonan cánticos de triunfo. Los españoles de a pié, estamos atónitos y estupefactos ante la ópera bufa que vemos y oímos en los noticiarios.