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Hace unas semanas una amiga mía que trabaja como docente en un instituto de enseñanza pública me contaba que se juntaron un grupo de los profesores en una comida para homenajear a un compañero con motivo de su jubilación; se reunieron en un buen restaurante y se sentaron a la mesa entre risas y comentarios amables; al poco rato, un compañero al poder ver, por primera vez desde hacía tiempo, las caras de alegría de todos hizo una reflexión en voz alta: ¿os habéis dado cuenta de que, por fin, nos estamos viendo cara a cara sin mascarilla, estamos unos junto a otros sin mirar la distancia y nos tocamos como si la pandemia no existiera? Todos se callaron por un instante y siguieron con su conducta natural; por un momento, se sintieron como niños que se saltaban las normas del colegio y, a modo de disculpa, alguien exclamó – Es que estamos sentados para comer y está permitido no llevar la dichosa mascarilla- y otro comentó enseguida queriendo hacer un chiste – es que el coronavirus sabe que está permitido sacarse la mascarilla en los restaurantes y no ataca a los comensales- y otro más amplió el comentario – hace unos minutos, en el instituto, no nos podíamos ver las caras porque el coronavirus estaba al acecho y podía atacarnos e infectarnos, pero ahora ya no y está esperando a que nos levantemos y volvamos a la normalidad para poder atacarnos y matarnos- Todos sonrieron ante las absurdas reflexiones, sabiendo que lo eran, y entre risas añadieron unas cuantas observaciones más: – el dichoso “bicho” sabe discernir si estás haciendo ejercicio o si no, si estás sentado en la terraza de una cafetería o simplemente pasas por la acera, si estás sentado o tumbado en la arena de la playa o paseas, si estás en un plató de televisión donde sólo es necesario guardar la distancia o estás en una iglesia donde, además, hay que llevar mascarilla…-
A todos los componentes del grupo de comensales se les ocurría una situación absurda que describir que pretendía demostrar la asombrosa capacidad de discernimiento inteligente que se le “suponía” al coronavirus y, así, siguieron durante un rato: el “bicho” sabe que no puede atacar a los jugadores de futbol de la liga cuando éstos se abrazan y se besan después de marcar un gol, como siempre han hecho, y, en cambio, sabe que puede atacar a los familiares que intenten hacer lo mismo en Navidad; el “bicho” sabe que debe abstenerse de atacar a los fans de Maradona cuando se reúnen sin mascarilla, por cientos de miles, en su entierro pero puede atacar sin piedad a los peregrinos de Lourdes o del santuario de Guadalupe aunque lleven mascarilla; el coronavirus sabe que debe abstenerse de infectar a nadie cuando se reúnen el ministro de agricultura español, Luis Planas, la presidenta de Baleares, Francesca Armengol, y una delegación italiana en una comida de más de 26 comensales… pero sabe que tiene patente de corso para atacar a las familias si son más de 6 personas… Los profesores de la reunión siguieron enumerando casos y hacían bromas y sonreían ante las absurdas situaciones que se relataban… pero algunos otros, con cara seria y sin reír en absoluto, advertían con severidad:
– ¡no, no os riais! ¡Es un asunto muy serio! ¡Hay gente que está muriendo! lo dice la televisión todos los días!- A lo que otro compañero contestó – Pero, sin embargo, en nuestro caso parece ser que seamos inmunes, puesto que han pasado ya más de ocho meses de supuesta pandemia y en nuestro instituto que somos más de 60 profesores y más de 650 alumnos y unas 20 ó 30 personas auxiliares y, a pesar de ser tantos, no ha habido ninguna muerte. ¿ eso es normal en una supuesta pandemia? ¿no debiera haber habido alguna víctima después de ocho meses de pandemia? A lo que alguien respondió – No olvidéis que el virus es muy inteligente y ataca, preferentemente, a ancianos que ya llevan muchos años cobrando la pensión o a enfermos crónicos en las mismas circunstancias; es un virus con sentido del ahorro al servicio de la seguridad social y distingue perfectamente a aquellos que ya le han costado mucho dinero al estado y acaba con ellos sin piedad; no hay más que ver que el 95% o más de los fallecidos lo forman ese tipo de población. En realidad se trata de un virus muy inteligente y con gran discernimiento que se está convirtiendo en la solución al problema del envejecimiento de la población y, por tanto, del problema las pensiones.- Ante este comentario tan desalmado y prosaico como real, algunos admitieron que coincidía con los datos exactos de las estadísticas del centro de epidemiología; ante esta coincidencia alguien exclamó – Caramba con el “bicho” tendremos que admitir que es la garantía que está asegurando nuestra futura pensión; quizá habría que proponerle para el prestigioso premio Princesa de Asturias del próximo año.-
Ante este último chiste, unos sonrieron y otros no, pero todos se sumieron en unos instantes de reflexión que les hicieron sentir una extraña sensación que no sabían distinguir si era tristeza, inseguridad, miedo o un sentimiento de estar siendo engañados por la extraña situación que desde hacía meses estaban viviendo.
Se hicieron las cinco de la tarde y alguien recordó al resto de comensales que se tenían que levantar y volver a la “realidad”, debían esconderse detrás de las mascarillas y volver a un mundo sin expresión, a un mundo de temor al contagio, sin contacto físico y guardando las distancias; todos subieron a sus coches y mientras regresaban de ese amistoso encuentro tenían la sensación de haber despertado de un sueño donde, por un rato, se habían vuelto a sentir amigos que reían, se miraban cara a cara, estaban unos junto a otros y se tocaban hombro con hombro, se cogían de las manos, disfrutaban del calor de la amistad y la comida como auténticas personas humanas pero, de repente, se habían despertado y regresaban a la “realidad” de un mundo orwelliano donde el inmisericorde “bicho” acechaba mortalmente y, algunos, se preguntaban si… ¿tenía algún sentido obedecer todas esas ordenanzas absurdas? ¿realmente estaban diseñadas para protegernos de algo real? O en realidad ¿formaba parte de un plan diabólico diseñado para acostumbrarnos a obedecer órdenes absurdas, sin hacernos preguntas? ¿se trataba de un lavado de cerebro masivo con la excusa de un virus que no era contagioso o unas veces sí y otras no o, quizá, ni existía? ¿estaban diseñando un nuevo tipo de sociedad? ¿volveríamos a ser normales y a estar juntos, sin mascarillas y a poder tener contacto unos con otros como, por un intervalo de tiempo, acababa de suceder?
Pero, un poco más tarde, ya nadie se hacía preguntas y todos habían vuelto a la “normalidad” de la pandemia y se limitaban a escuchar las noticias que seguían afirmando que estábamos bajo la amenaza de muerte y que debíamos seguir las instrucciones que nos daba el gobierno por medio de la prensa oficial, ponernos la mascarilla, lavarnos continuamente las manos y alejarnos los unos de los otros… y todo esa conducta “normal” propia del nuevo ciudadano del Nuevo Orden Mundial estaba bajo la vigilancia atenta de las patrullas de policía que hacían cumplir meticulosamente las normas. Había terminado un maravilloso sueño que había durado unas pocas horas y un orden aséptico y casi robótico dominaba la ciudad con aspecto fantasmagórico al atardecer.
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