04/10/2024 06:24
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Cuando la Oficina Estadística Europea (EUROSTAT) empezó a publicar datos sobre la convergencia de los países europeos corría el año 1960. Entonces España tenía un PIB per cápita que estaba en el 59,1% de la media de la Unión Europea. En 1975 la convergencia, en lo que a este parámetro se refiere, había alcanzado el 79,9%. Este salto de 20,8 puntos en el porcentaje respecto a la media europea, producido en los 15 años últimos años de gobiernos del general Franco, fue debido al impulso de la economía europea después de la II GM, al Plan de Estabilización que inició el régimen, al impulso industrial apoyado por el Instituto Nacional de Industria (INI) y a la apertura de la economía española. A pesar de que quieran condenar todo lo de aquella época mediante la Ley de Memoria, esta vez Democrática, es evidente que los gobiernos de entonces lograron un éxito económico incuestionable, creciendo a una tasa media de 6,7%, cuando la tasa media de la Unión Europea era del 4,1%. Cierto es que aquellos gobiernos contaban con las ventajas de una situación política que permitía la moderación salarial e impedía la acción reivindicativa de los sindicatos de izquierda.

Durante la transición política a la democracia los datos del PIB per cápita de España fueron divergiendo, respecto de la media europea, hasta caer al 71,6% en 1985, nada menos que un 8,3% en 10 años. Hubo que esperar hasta 1998 para lograr que el estado de convergencia que se había alcanzado en 1975 (79,9%). Posteriormente, en el año 2000, se alcanzó una convergencia del PIB per cápita del 82,4%.

En resumen, para que lo tengan en cuenta nuestros políticos a la hora de elaborar la Ley de Memoria Democrática:

El incremento logrado entre 1985 y 2000 es un logro reseñable, pero tampoco era para tirar cohetes porque, por ejemplo, Irlanda en 10 años (de 1991 al 2000) logró incrementar la convergencia en 38,7 puntos. Una de las razones de esta diferencia es que en aquellos momentos el Impuesto de Sociedades español era el 35%, mientras el irlandés era del 10% y que su inversión en educación e I+D+i era superior a la española.

Con la entrada de España en el Euro, tras pasar unos cuantos sacrificios, se inauguró una etapa de crecimiento económico importante y de convergencia al PIB per cápita de la UE. El crecimiento producido en los 8 primeros años del siglo XXI estuvo basado en bajos tipos de interés, la entrada de capitales extranjeros y el “ladrillo”. Pero, al mismo tiempo, se iban acumulando desequilibrios que no permitieron asegurar los cimientos del crecimiento. Si bien es cierto que se incrementó el empleo, lo cierto es que la productividad disminuía. Lógico si consideramos que la contribución de los diferentes sectores productivos al PIB seguía cambiando en detrimento de la industria y las manufacturas, problema que se venía arrastrando desde los comienzos de la reconversión industrialización (para mi desindustrialización), a la vez que se incrementaba de manera muy considerable la contribución del sector servicios, sin olvidar la estrepitosa caída de la contribución al PIB del primer sector.

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Voy a dedicar unas líneas a los años en los que se produjo la dichosa reconversión industrial. En aquellos años coincidieron la elevación de los precios del petróleo, una alta conflictividad laboral, la elevación consecuente de los salarios y la irremediable escalada de la inflación. La mal llamada reconversión industrial fue llevada a cabo por los gobiernos socialistas de Felipe González. Creo que no hubiera sido posible con gobiernos constituidos por partidos de centro o de derecha porque, al ser considerados tardofranquistas por la izquierda y sindicatos, la movilización de éstos hubiera sido tan descomunal que no hubiera sido posible llevar a cabo la reconversión. Felipe González manejo bien sus cartas, provocando una división sindical, a la vez que vendía la necesidad de una “reconversión industrial” que iba a suponer sacrificios pero que, a cambio, iba a favorecer una industria más moderna y competitiva en el mercado internacional. Todo fue un fiasco, los ministros neoliberales de Felipe González, Miguel Boyer y Carlos Solchaga, cumplieron solo la parte de desindustrialización, no hubo prácticamente nada de modernización, ni de competitividad internacional. Más bien parece que la desindustrialización fue una más de las condiciones para el ingreso en aquella Comunidad Económica Europea (CEE), que no nos quería como país competidor en ciertos sectores industriales, que tampoco quería ningún tipo protección estatal a nuestro sector industrial, ni industrias nacionales o participadas por el Estado. Nos habían asignado crecer en un sector terciario con poco valor añadido y con salarios bajos.

Creo que la entrada en la CEE podía haberse hecho más despacio y mejor. No había por qué correr, parece como que los políticos hubieran temido una involución política si no se producía ese rápido ingreso. Siempre han padecido esa paranoia sin razón objetiva alguna. En mi opinión se equivocaban y, si se hubieran mantenido firmes, el ingreso en la CEE podía haberse compatibilizado con el mantenimiento de la industria nacional, modernizada, eso sí, y dirigida por gerentes preparados y competentes y no por adjuntos a los políticos de turno. Porque es un hecho que otros países de aquella CEE, hoy UE, conservaron sus industrias nacionales participadas por el Estado o totalmente estatales. Como también es un hecho que algunas grandes empresas estatales españolas fueron mal vendidas, curiosamente a empresas europeas, después de ser económicamente saneadas con dinero público. Con un poco más de esfuerzo de aquellos políticos, puede que hoy nuestra estructura productiva fuera diferente, nuestra tasa de desempleo fuera menor y nuestros salarios mejores, así como nuestra productividad. Pero ya no hay vuelta atrás, por lo menos con nuestros actuales dirigentes.

En fin, dejando de lado aquella época de la mal llamada reconversión, volvamos al año 2008. Entonces el PIB per cápita de España estaba en un 85% de la media de la eurozona (unos 4300 € anuales por debajo de la media de la eurozona). Pero al estallar la burbuja inmobiliaria, los desequilibrios estructurales de los que he hablado más arriba se hicieron tristemente patentes, entrando en una crisis que el chamán Zapatero no supo controlar ni siquiera un poco, haciendo descender el PIB español en 4,1% en el año 2009. Después, en los años 2011 y 2012, se produjo la crisis del euro, que nos afectó, como al resto de los países del sur de Europa, con una nueva recesión, sin haber tenido tiempo de tomar aliento, mientras los países del norte la sorteaban bastante mejor. No obstante, la convergencia volvió a recuperarse, aunque poco, entre 2013 y 2019, años en los que las cifras del crecimiento de España llegaron a duplicar las de la eurozona. Pero el problema de fondo subsistía en España,  es decir, el crecimiento se debía al incremento del empleo, pero no a la productividad. El aumento del empleo se basó fundamentalmente en la inmigración, empleada en trabajos de escasa cualificación y de bajo valor añadido. Como consecuencia, el crecimiento no fue acompañado de la esperada convergencia.

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En resumen, desde el año 2000, el PIB per cápita de nuestro país ha crecido casi 10.000 euros anuales, pero el PIB per cápita de la eurozona ha aumentado 13.000 euros anuales, por lo que la brecha en 2019 se aproximaba al 30% de la media de la eurozona, nivel que no se alcanzaba desde 1999.

Con estos mimbres España se enfrenta, desde principios del año 2020, con la crisis de la COVID-19. Como era de suponer, se produce la consiguiente crisis económica que, además de pillarnos en malas condiciones, peores que a los países del norte de la UE y de otros, nos pilla con un gobierno que reúne pocas o muy pocas cualidades como para poder resolver la difícil ecuación en la que aparecen variables como la tasa de empleo, la productividad, los salarios, los contratos, los precios, la inflación, las jubilaciones, el déficit, la deuda pública….., pocas variables independientes y muchas dependientes, complicándose así la ecuación. Pero, sinceramente, no tienen apariencia de preocupación. Unos están deseando universalizar “el ingreso mínimo vital” por evidentes razones, otros se conforman con perfeccionar sus andares de pasarela de moda y la Ley de Memoria Histórica y un tercer grupo está atónito, pero callado.

Suerte, vista y al toro. Es lo que a SOMOS se nos ocurre desearles para el año próximo.

 

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REDACCIÓN