04/05/2024 13:51

A mediados de la década de los sesenta, la economía española crecía a ritmo de vértigo y el consumo se había desbocado.

Aquel viernes a primera hora de la mañana, el titular de Hacienda, Juan José Espinosa San Martín, se presentó en el Palacio de El Pardo a bordo de un Cadillac conducido por su chófer mientras la grava crujía bajo los neumáticos.
En el interior de su cartera llevaba la nueva moneda de plata de cien pesetas recién acuñada por la Fábrica Nacional.
Durante el Consejo de Ministros, se la mostró, en primer lugar, a Su Excelencia que tras calarse las gafas la examinó minuciosamente por el anverso, el canto y el reverso, y luego fue pasando de mano en mano a lo largo de la mesa ovalada del Consejo de Ministros: Agustín Muñoz Grandes, Camilo Alonso Vega, Luis Carrero Blanco, José Solís, Manuel Fraga, Gregorio López Bravo,  Laureano López Rodó…hasta que al volver de nuevo al Ministro de Hacienda se había convertido por arte de birlibirloque en una moneda de cincuenta pesetas, desatando la hilaridad de todos los miembros del Gobierno, incluido el propio Franco.
Fernando María Castiella, el Ministro de Asuntos Exteriores, fue el autor de la humorada.
Y también de esa «devaluación» de la peseta tan abrupta como inesperada.
Ciertamente, la situación del país invitaba al optimismo por no decir a la excesiva euforia.
Se respiraba dinero.
Y los españoles compraban compulsivamente: pisos, coches, frigoríficos, tocadiscos, lavadoras…
Pero eso también entrañaba un riesgo: morir de éxito.
Cuando la demanda supera la oferta, los precios se disparan.
Lo que se pretendía con la emisión de aquellas monedas, al poseer un elevado componente de plata de ley -ochocientas milésimas- era que los ciudadanos las tuviesen a buen recaudo, que no circularan, a fin de paliar la inflación.
Durante ese decenio, la sociedad española experimentó una transformación radical.
Estrenaron vivienda cinco millones de familias, muchas de ellas numerosas; se instalaron el 60 por ciento de los teléfonos existentes; se construyeron el 85 por ciento de los automóviles que circulaban por nuestras carreteras -la mayoría Seat Seiscientos, ese utilitario, icono del llamado despectivamente «desarrollismo» que, sin embargo, permitió a no pocos españoles disfrutar de la «cultura del fin de semana», viajar a sus pueblos o descubrir el mar-; recibimos la visita de veinte millones de turistas que modernizaron nuestras costumbres; se crearon numerosas escuelas y universidades; tuvo lugar un éxodo masivo del campo a la ciudad; y se duplicó la renta nacional.
En resumidas cuentas, en España emergió una nueva clase social.
El invierno de 1.971, en plena Guerra Fría, el Presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, envió en misión secreta al General Vernon Walters a entrevistarse con Franco, aquejado de Párkinson.
El objetivo de la visita era averiguar si en nuestro país habría estabilidad tras su muerte o por el contrario se abriría un período convulso en España.
La Administración norteamericana deseaba a toda costa una península ibérica sin sobresaltos para conjurar la amenaza de una infiltración soviética en el sur de Europa.
El robusto General Vernon Walters era políglota y ya había visitado nuestro país acompañando a Eisenhower en diciembre del 59 cuando el «amigo americano» -el nuevo aliado del Caudillo-, se dio un baño de masas recorriendo las principales arterias de la capital en un Mercedes descapotable de seis ruedas junto a Franco, tan sólo unos meses después de que las Cortes aprobaran el Plan de Estabilización que significó un punto de inflexión en la Historia de España.
La entrevista entre Walters y Franco se celebró el 24 de febrero a las cinco en punto de la tarde en el Palacio de El Pardo.
Cuando ambos estuvieron frente a frente, el que un año más tarde sería nombrado por Richard Nixon director adjunto de la CIA, le entregó una misiva al Generalísimo donde explicaba cual era el motivo que le traía a nuestro país.
El Caudillo, que ya tenía una edad provecta y la salud frágil, tras leer en pie la carta, con un hilo de voz, fue al grano:
– Lo que le interesa realmente a su Presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte. Siéntese. Se lo voy a contar…Yo he creado ciertas instituciones. Nadie piensa que funcionarán. El príncipe Juan Carlos será Rey porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España.
– Pero, mi General…¿ cómo puede usted estar tan seguro?
– Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir la Jefatura del Estado hace cuarenta años: la clase media. Diga a su Presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra Guerra Civil.
Sus palabras, hasta la fecha, han resultado proféticas…
Cuando ese viernes por la noche, poco antes de la hora de la cena, mi padre regresó a casa fatigado del Consejo de Ministros, nosotros estábamos sentados en el sofá del cuarto de estar viendo una película de dibujos animados; dejó caer la gruesa cartera negra sobre la alfombra, dio un beso a mi madre y acto seguido nos enseñó orgulloso la flamante moneda de plata de cien pesetas en cuyo canto figuraba la leyenda, una, grande y libre.
Así sea.
Miguel Espinosa García de Oteyza
Escritor

Autor

Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa García de Oteyza es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha desarrollado su actividad profesional en la Bolsa, la Banca y la Empresa.
Hijo del que fuera ministro de Hacienda de Franco, Juan José Espinosa San Martín, Miguel es también autor de tres libros. El más reciente, "Mi tío robó los diarios de Azaña y otras historias familiares".
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Geppetto

La España de Franco dejo paso al sistema liberal que la ha destruido por la desafeccion de los dirigente politicos franquistas que vieron que su estatus mejoraría con el nuevo regimen que traia debajo del brazo el Rey y su camarilla.
Los politicos tenian en su mano haber conservado todo lo bueno que tenia el regimen de Franco, en primer lugar la fundamental unidad de los hombres y las tierras de España y lo primero que hicieron fue romperla.
El Regimen del 18 de Julio no murio de exito, murio por la traicion de quienes deberian haberlo defendido

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