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¿Es necesario explicar la legitimidad moral del Alzamiento Nacional civil y militar del 18 de Julio de 1936? Creo que no. No obstante, Payne, en su libro “El Camino al 18 de Julio”, viene a decir que nadie había aguantado tanto como lo hizo la derecha en España, Falange incluida, durante toda la II República y de forma evidente desde las elecciones fraudulentas de Febrero del 36 que dieron la victoria-fraude al rojerío encabezado por el PSOE.
Para entendernos, podría decirse que el Frente Popular fue, en el periodo de Febrero a Julio del 36, una especie de ETA desbocada que, encima, actuaba desde el Gobierno, con el permiso del Gobierno, amparado por el Gobierno y, en muchos casos, con toda probabilidad, impulsado por el Gobierno. Y eso sí, superando con mucho la media de crímenes de la ETA.
Soy de la opinión de que Franco, enormemente reticente al Golpe de Estado por ser conocedor de la naturaleza humana y saber que muchos conjurados o se echarían atrás o lo harían mal (como sucedió), se suma al Alzamiento en el momento en el que llega a la conclusión de que la alternativa a no hacerlo era esperar a ser asesinado por el PSOE y compañía. En resumen, o la derecha se echaba al monte o centenares de derechistas, quizá millones, tenían por destino inmediato sufrir el genocidio rojo y la tumba. Así que, en definitiva, parece bastante legítimo, desde un punto de vista moral, revolverse para evitar ser asesinado y no dejarse matar.
Y sin embargo, aquella legitimidad del 18 de Julio, antes evidente, hoy se ha perdido. ¿Culpables? Pues hombre, los que teníamos que defenderla y decidimos consciente y voluntariamente omitir dicha defensa hasta dejar presente en la sociedad un discurso único y progre. Fueron nuestros genios de la estrategia, podría dar decenas de nombres y apellidos, los que se empeñaron en que “no había que hablar del pasado” y “había que ser inteligente” y “hablar de las cosas que interesan a la gente”. Nuestros genios estrategas, pletóricos de inteligencia, es verdad, ganaron en el interior del facherío. Esa victoria supuso la derrota y el hundimiento absoluto del facherío. Y, por cierto, una asquerosa y repugnante traición. Nos merecemos el hundimiento.
Al encargarme este artículo me pedían mi opinión sobre si habría sido posible, al fallecer el Caudillo, una España distinta a la actual. Mi respuesta es que no. ¿Motivo? Como el facherío en la actualidad, el Movimiento Nacional estuvo lleno de genios estrategas pletóricos de inteligencia.
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