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En una ocasión, siendo yo apenas un niño de siete u ocho años, miraba por la ventana, y vi, como una pandilla de cuatro o cinco  ralencos de mi edad, torturaban a un perro pequeño en un solar, frente a la casa de mi abuelo. Le golpeaban y le hacían aullar entre risas. Finalmente atado del rabo lo colgaron de una tapia sobre una pequeña hoguera, hasta que murió, asfixiado y achicharrado. Yo, detrás de los cristales, sufría por el pobre perrito, espantado y al borde del llanto. A esto, se acercó mi abuelo a la ventana, y a mi lado me dio una lección de vida que jamás olvidé. Y Don Joaquín Peñaranda me dijo: “No sufras por el perro, el pobrecito, ha muerto en pocos minutos, y ya está. Lo que debe preocuparte no es tanto el animal, sino los niños que se divierten haciéndole sufrir y lo pasan bien con la saña y el sadismo. Eso es lo que debe preocuparnos, las almas de esos niños.”

Que difícil es la tarea, o tal vez imposible de hacerle frente a la propaganda de las ideologías. Verdaderamente es dificilísimo ir contra corriente. A ver como lo explicas sin provocar rechazo, ante unos receptores que reciben a diario  la propaganda machacona, día tras día y por tierra mar y aire.

Y reflexionando sobre este asunto de las ideologías, comprendí que la llave para desenmascarar la trampa, es exactamente esa, aquella lección de vida que me dio mi abuelo. La clave es esa, comprender que una y otra vez estamos desenfocando el problema. Descorazonados por el sufrimiento del animal, hemos perdido la perspectiva de los niños que lo torturan, sin educación y sin formación moral. Ahora en los tiempos en que vivimos, lo importante es el perro. No sabría decir si esto es una lógica marxista, o tecnocrática o maltusiana. Porque tiene de todo un poco.

El sofisma es el siguiente: Como resulta que el perro sufre, no nos centremos en educar a los niños, no vaya a ser que se traumaticen, la solución es dotar de derechos y de personalidad jurídica al animal. Este es el asunto, este es el brutal desenfoque. Como la Tierra sufre la agresión de los humanos, dotémosla de personalidad, hagamos sujeto jurídico de derecho al Mar Menor y al Mar Mayor y al clima de Galicia y a los grillos del Sahara. ¡Lo que haga falta! Como el jardín está lleno de papeles y mal cuidado, en lugar de educar a los niños para que lo cuiden, sencillamente suprimimos a los niños. He aquí el razonamiento.

Y resulta que semejante idolatría, ha calado de tal manera, que en todo occidente ya es una autentica doctrina panteísta. Y resulta además, que los mismos que adoran al escarabajo pelotero, que según parece escasea, consideran a los humanos cucarachas, que se han reproducido tanto, que son sin lugar a dudas el horroroso enemigo.

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Este fanatismo ideológico se ha difundido de tal modo, que ya está introducido en los colegios, en los centros culturales, en los dibujos animados, en los cuentos infantiles, en las parroquias y en los coros parroquiales y en todos los ámbitos de la vida pública, como una nueva religión. Se trata de La religión climática.

Ahora importa más el escarabajo que el niño. Cientos de miles de niños son abortados, e incluso se propone el “aborto” post-parto como un progreso, es decir, el asesinato de niños nacidos. No cabe duda que trocearlos dentro de la mamá con unas tenazas de marisco tiene poco de asepsia, es mejor y más limpio clavarles las tijeras en las fontanelas una vez fuera, sin ningún problema moral ni de conciencia. La oposición social a esta deriva asesina es mínima, casi anecdótica y en cambio se avanza a pasos de gigante hacia la criminalización de todo aquel que exceda su cuota de “huella de carbono” la cual deberá estar controlada y regulada de forma estricta en un futuro muy cercano, con alguna pulsera en nuestra muñeca y con el QR de turno. La dictadura que se nos avecina es tan sofisticada y de tales dimensiones que la mayoría de la gente ni se la puede imaginar. Sin duda, que esta locura la pagaremos muy cara. Como hemos pagado una tras otra a lo largo de la historia las consecuencias del fanatismo de todas las ideologías que hemos padecido.

Aquellos gamberretes de mi infancia, se divertían con la maldad. Por aquél entonces yo era un “mirlo” y quedé absolutamente impactado de tal crueldad.  Y ¿Qué maldad era aquella, la cual yo no comprendía? ¿Aquella que se deleitaba en los padecimientos de la víctima? Yo, a mis ocho años, concebía al ser humano, como alguien que cuando hace el mal, sufre bajo el peso de la culpa. Porque así me veía a mí mismo. El ser humano que cruza el umbral y retrocede, y siempre puede volver al bien, asido de la mano de la esperanza.

No obstante ¿Podemos pensar, que hay malvados que se deleitan con el padecimiento de sus víctimas? Supongo que sí. Pero con la madurez de la vida, he llegado a la conclusión de que el hombre necesita una justificación incluso para hacer el mal. Para que no se le haga la vida insoportable. Porque todo ser humano lleva sellada una ley natural en el corazón, escrita por aquél que lo ha formado. Es por tanto que necesita una justificación para sus hechos, es decir, concebir el mal como un bien. Y esta es la lógica de las ideologías. La ideología, es la teoría que le ayuda a blanquear sus actos frente a sí mismo y frente a los demás. De este modo los nazis actuaron con su teoría de la superioridad de la raza, los comunistas con la necesidad social de un cambio justo de las estructuras opresoras, los revolucionarios jacobinos franceses anhelando la extirpación definitiva de la toxica nobleza, las feministas con la búsqueda de la igualdad y la liberación de la opresión hetero-patriarcal, los terroristas, asesinando y extorsionando por una causa que creen justa. Todos sin excepción han hecho y hacen el mal, creyendo que es un bien. Y ahí, en ese punto concreto, es donde las ideologías toman posesión de las almas y se adueñan de la casa interior que encontraron ordenada y barrida. Ellas son, el fanatismo justificador que necesitan los hombres para permanecer haciendo el mal sin ningún remordimiento. Torturas, guillotinas, campos de exterminio, abortos, checas, asesinatos, secuestros. Todo se justifica si está aupado sobre los hombros de una robusta ideología.

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Y ahora en esta etapa final, para alivio de nuestras penas, lo que nos faltaba, La Pacha Mama. Nuestros jóvenes adolescentes cayendo en el maltusianismo y hasta en la dendrofilia. Sometidos al machaqueo de los medios que sustentan este adoctrinamiento, por cierto, muy bien financiado, y hasta auspiciado por ciertas y altas jerarquías. Y la lógica en la que se sustenta es, que como el jardín está sucio, eliminemos a los niños que juegan en él, para que la Pacha Mama no sufra y asunto concluido, y señalemos a las “conejas” que los están pariendo como insolidarias y perniciosas. Contemplar el avance de esta idolatría es penoso, esto sí que es para llorar.

Ciertamente, las palabras de mi abuelo fueron una lección de vida que jamás olvidaré. “Francis, no sufras por el pobre animal… sufre más bien, por las almas de estos niños que se divierten con el sadismo.” Y este, estimado lector, es el error de esta generación, en muy poco tiempo se ha girado bruscamente el foco de la preocupación, de los  políticos, de los sacerdotes y los educadores, que han abrazado esta y otras ideologías de moda. Ahora lo que importa es el papel y la papelera, el jardín y las hormigas. Cuando lo que cada vez está más sucio, es el corazón de una sociedad, total y absolutamente enferma.

Francisco Martínez Peñaranda. Escribe para usted de vez en cuando. Gracias por atenderme.

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