21/11/2024 11:36
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De aquellos polvos vienes estos lodos. Qué sabio es nuestro popular refranero, quizá por eso dejó de estar de moda. ¡No a la amnistía!, pero sí a la democracia liberal, a la Constitución y a la monarquía parlamentaria.

El Renacimiento Español fue el más grande, porque supimos no renegar de nuestros antepasados, y sobre ellos y su sabiduría aupar el futuro nacional. El Renacimiento Español, es sublimación y perfeccionamiento de nuestra edad media, no ruptura absurda con el propio pasado, sórdido y soberbio envanecimiento del presente.

El humanismo dejó de ser cristiano, y se convirtió en voluntarismo, que con mayor precisión podemos llamar caprichosismo, pues, como señaló D. Santiago Ramón y Cajal, «Si hay algo en nosotros verdaderamente divino, es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos diariamente», y, muy lejos de ese firme concepto, estaba aquel sensual Renacimiento Italo-europeo; y peor estamos ahora.

Se desprecia la escolástica, la norma recta, esencial, no es necesaria, el antropocentrismo sustituye a la trascendencia; las herejías de todo tipo, religiosas e intelectuales, se consolidan por simple ambición mundana, para fortalecimiento de oligarquías oportunistas. Pero nosotros nos fundamentamos en el neoescolasticismo, y en la Escuela de Salamanca.

Pero España, nuevamente, resiste los embates de la novedad engañosa, del enemigo artero, y hace su propio Renacimiento, limpio, sin traición, sin renuncia a la sabiduría heredada. España, maestra de lecciones esenciales, para el que quiera observar.

La degeneración hipertrófica de la razón va avanzando en la historia, hasta dar en la llamada Ilustración (siempre la manipulación engañosa de los conceptos), y su consecuencia la nefasta y glorificada Revolución Francesa, aquella que en la Marsellesa pide que la sangre impura inunde sus surcos, y bien que los inundó, pero de sangre de inocentes.

Al comenzar el siglo XVIII, unos señores muy ilustrados, pertenecientes a una dinastía enemiga de España, toman el trono de la nación (espero que Kamen, y otros ilustradísimos historiadores, nacionales y extranjeros, me permitan llamar nación a España a estas alturas de la historia).

Las élites se afrancesan, se someten a los dictados del enemigo, se interioriza y asume la falaz Leyenda Negra, la Iglesia queda al servicio de la monarquía absolutista…, la España anterior a los Borbones se oculta o difama; llega la nueva dinastía a liberar a España del oscurantismo tiránico de los Austrias. España comienza con su advenimiento.

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Comienza en España una enfermedad autoinmune, que aún hoy nos aflige y envenena el alma española.

En el caótico siglo XIX, la enfermedad se agrava y aumenta sus síntomas por opilación de anarquía, y sigue su consolidación. Brillantes y fuertes las mentes que en aquel siglo no se dejan arrastrar por las corrientes inmundas que descomponen una nación, en la que todavía se podía decir que no se ponía el sol.

En el siglo XX, existieron dos periodos de juicio y desarrollo nacional; uno de poco más de seis años, y otro de casi cuarenta años, conquistado tras una cruel guerra civil, cauterio doloroso de los males tanto tiempo arrastrados.

El primer periodo, se disuelve entre la falta de consolidación formal, y la traición de muchos, incluido (¡no!) la del monarca. Tras aquel periodo de florecimiento nacional y lucha contra la corrupción de gobierno (binomio inseparable), se retorna a la normalidad constitucional, y España vuelve a sumirse en los devastadores enfrentamientos domésticos, hasta que una parte de España se une para luchar por su liberación, en una guerra que, en realidad, ya había empezado unos años antes. Surge así el segundo periodo de paz y desarrollo del siglo XX.

Tras la muerte del hombre que supo regir con generosidad, acierto y alto sentido de la responsabilidad, por encima de banderías e intereses mezquinos, los destinos nacionales en aquel segundo periodo, se formula en 1977 la octava Ley Fundamental del Reino, la Ley para la Reforma Política, aprobada por las Cortes y la mayor parte del pueblo español, ley que como en los tiempos de aquel Renacimiento Europeo, no se continúa con la evolución del sistema político social, sino que se rompe con él. Se comienza otra vez, y se retorna y fomentan nuevamente las viejas rencillas ya superadas.

¿Y qué otra cosa es la democracia liberal, que una especie de guerra civil de unos partidos contra otros por los votos de los ciudadanos? Antes se hacían guerras por las especias y los tesoros materiales, ahora por los votos.

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Queda confirmado el rechazo de aquella herencia plasmada en las Leyes Fundamentales del Reino, con las que vivimos en paz y prosperidad durante tantos años, con la ratificación por la mayoría del pueblo español, de la Constitución del 6 de diciembre del año 1978.

Los males que no se atajan con tiempo, crecen y echan raíces en la tolerante sociedad; denostada la idea de España, es sustituida prácticamente por entes de razón como democracia, constitución o monarquía parlamentaria. Antes que a España, hoy se defiende (sin que llegue la sangre al río, claro, que eso es cosa de fachas) su democracia, su constitución y su sistema parlamentario. Bonito engaño, como si España fuera un sistema político.

La situación escandalosa que hoy estamos viviendo en España, no es un azar repentino creado por el ansia de poder de un déspota sin conciencia ni honor, sino producto de un proceso de degeneración, del que es culpable desde el desaparecido Jefe del Estado, hasta el más humilde español.

Por cierto, el desaparecido, ya saldrá a los medios en el momento y con el mensaje que su séquito le señale, no para la salvación de España, sino de la Casa Real: Catalanes, no estáis solos. Ya.

Entiendo que el seguimiento meticuloso de las actuales leyes, atenuarían los efectos del déspota, pero no es precisamente camino de virtud, pues la degradación de la moral y la cultura nacional seguirá su curso, porque la esencia está en el ser, ese ser que cada día que pasa se degrada más. Qué bien lo dijo nuestro mártir de la Hispanidad D. Ramiro de Maeztu, pero hoy ya no se lee a los viejos.

Tendremos que volver a ser para poder defendernos.

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Amadeo A. Valladares
Amadeo A. Valladares
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Aliena

Un artículo brillante, sensato y bien estructurado, que da gusto leer de principio a fin. Resulta consolador ver reconocido el Renacimiento español ( oyendo a algunos se diría que fue exclusivo de Italia y… Francia ) o cuestionada la archifamosa Ilustración, cuya «ausencia» en España ha hecho derramar tantas lágrimas ( ¿qué falta le hacía a España, que había tenido el Barroco con su racionalismo?)
Por un momento creí que con lo del Jefe del Estado desaparecido se hacía referencia al prófugo, desterrado o exiliado, no lo sé con exactitud.

Amadeo A. Valladares Álvarez

Muchas gracias por sus amables palabras. El desaparecido, por enésima vez, es el rey. Le mando un fraternal abrazo.

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