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Sólo quería regresar a casa. Un chico de 18 años, con su billete de regreso a Córdoba comprado, pero con el resguardo dentro de un móvil sin batería. Al quedarse sin móvil se quedaba también sin dinero y sin posibilidad de contactar con nadie.
Cualquiera que imagine a un chico en esas circunstancias no podrá comprender cómo en RENFE nadie se ofreció a ayudarle. Un cargador. Un simple cargador prestado habría evitado la muerte de Álvaro Prieto. Pero vamos con prisa, con desconfianza, con cero empatía hacia alguien que se encuentre en apuros: el mismo hecho de encontrarse en apuros mueve a la desconfianza. Lo fácil, cómodo, y en ese momento razonable para el personal era expulsarle de la estación de Santa Justa, no fuera a ser que ayudar a resolver el problema del chico les hiciera perder diez minutos de sus insensibles vidas. ¿Cómo volvía esa criatura a casa? Haciendo auto-stop, como temía su madre, o intentando tomar un tren que, además, había pagado. Era tan sencillo como comprobar la reserva en el puto ordenador, pero claro, las normas son las normas, el tiempo es oro, y uno no va a trabajar para ayudar a nadie. Que se hubiera preocupado de no quedarse sin batería, y santas pascuas. Somos así de insensibles, así de inhumanos y así de hijos de puta.
No quiero imaginar el dolor y la impotencia de esos padres. Procuro no pensarlo porque no sólo han perdido un hijo: con esto que ha pasado han debido perder también la fe en la humanidad. Cría uno hijos buenos, los educa conforme a los valores de la decencia, y resulta que haciéndolo los lanza desprotegidos a un mundo donde una gran mayoría de gente ni es buena, ni está educada, ni es decente: es indiferente en el mejor de los casos, y mala en el más común.
Una de las recomendaciones más comunes en el periodismo consiste en no escribir nada mientras se está bajo los efectos de la indignación, pero esta es una de esas veces en que no sirven las recomendaciones. Me toca Álvaro Prieto porque soy madre, porque ha muerto en la ciudad donde yo he nacido y porque ha sido una desgracia injusta y perfectamente evitable. Llevo mucho tiempo lidiando con algunas personas de entrañas negras que han querido incluso dañar a mis hijos, y por eso doy fe de que existe la maldad en la que seguramente no creía ni Álvaro ni su familia. Durante 53 años me he aferrado a la esperanza de que después de todo el mundo no es tan horrible, pero lo es. Es un mundo donde dejamos a su suerte a quien necesita ayuda; es un país donde la televisión pública emite las imágenes de un chaval muerto atrapado entre dos vagones pero después pixela las caras de pederastas, asesinos y violadores.
Escribo desde la indignación, si, casi como un desafío a las putas normas. Hay que levantar la voz contra la falta de ética, y tomar conciencia de en qué nos estamos convirtiendo. El mejor momento de hacerlo es estando indignado, porque al menos eso nos demuestra que no tenemos las entrañas negras.
Descanse en Paz Álvaro.
Autor
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Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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La autora de este artículo tiene toda la razón. Es incomprensible que no haya habido nadie dispuesto a echar una mano a ese joven, bien prestándole un cargador para el móvil o, todavía mejor, llevándolo hasta Córdoba. Ha sido una muerte innecesaria e incomprensible porque, al parecer, el chico ha muerto electrocutado al tocar un cable eléctrico que no estaba debidamente protegido; eso hay que corregirlo para que no vuelva a ocurrir.
Según lei ésta mañana un cargador le ofrecieron
Renfe es culpable
Un artículo muy español. La culpa siempre es de otros.
Y sí, seguramente habría que poner una guillotina en Renfe. Pero eso no ocurrirá, taparán lo que haga falta.